Violencia en México: una nueva banalidad del mal
Abstract
Hace pocas semanas una noticia estremecía a la opinión pública mexicana y mundial. Un centro de rehabilitación para drogadictos en Ciudad Juárez (frontera con EEUU) había sido atacado por narcotraficantes. El saldo: 18 muertos y muchísimos heridos. Todos ametrallados a quemarropa. Se podría decir que semejante brutalidad sólo es propia de un conflicto bélico: y en efecto, lo que viene sucediendo en México desde hace ya varios años es una verdadera guerra. Y de las peores que se han visto.
¿Guerra entre quiénes? ¿Guerra para qué? ¿Por qué en México? La tercer pregunta es mucho más fácil de responder que las dos primeras.
Situémonos en la década de los noventa. Colombia, que había sido por años el centro de producción y distribución de estupefacientes desde “el sur” hacia los EEUU, comenzaba a cosechar los frutos de las acciones coordinadas entre Bogotá y Washington para detener dicho fenómeno. Los cultivos ilegales eran parcialmente destruidos mediante el uso de pesticidas. Los grandes “capos” narcotraficantes, eran por fin detenidos por la justicia. Y lo más importante: la ruta marítima Colombia-Florida se había vuelto intransitable para la exportación de droga.
Ahora bien, si en un país (EEUU) existe un consumo de estupefacientes que no sólo se mantiene, sino que además crece, era sólo cuestión de tiempo de que los carteles (es decir, los conglomerados criminales encargados de la coordinación entre producción, distribución y comercialización de droga) “renacieran” en otro país. La alternativa era obvia: México.
México no sólo contaba con una extensísima (y permeable) frontera terrestre con EEUU. También estaba salpicada por la corrupción generalizada en todos los ámbitos de poder, desde la “dedocracia” del PRI, hasta la policía y los militares. Existían verdaderas bandas criminales, que hacían del secuestro algo habitual en los titulares. Contaba con especialistas del contrabando, incluido el de personas. Y con una sociedad –sobre todo en la frontera, donde el crecimiento económico no ha mejorado en nada la distribución de la riqueza- fracturada, donde los jóvenes pasan a formar parte de las ya conocidas “pandillas”: un caldo de cultivo idóneo para reclutar “soldados” para semejante emprendimiento.
De todos los carteles que surgieron, dos son los “importantes”, aquellos capaces de hacerle frente tanto a Washington como al Distrito Federal: el Cartel de Sinaloa y el Cartel del Golfo. Los nombres se derivan de sus áreas de influencia: unos dominan la costa del Pacífico, los otros la del golfo de México. Pero este “statu quo” no es aceptado por ninguno de los dos, y se encuentran en guerra abierta desde su nacimiento.
La tercera facción en el conflicto es, en teoría, el gobierno mexicano, con la colaboración logística y económica de Washington. En diciembre del año 2006, el recientemente investido Presidente Felipe Calderón declaraba la guerra total contra el narcotráfico, y anunciaba la movilización de nada menos que 30 mil soldados con dicho objetivo.
La policía no era confiable. Pronto se demostraría que nadie lo era. Enero del 2008: se descubre que el cartel de Sinaloa controlaba la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada. Noviembre 19: el Jefe de la INTERPOL en México es arrestado por lazos con el narcotráfico. Noviembre 22: el ex zar antidrogas es detenido bajo los mismos cargos. Marzo del 2009: un informe de inteligencia asegura que los carteles se han infiltrado inclusive en los altos cargos del FBI y la DEA estadounidenses.
En las altas esferas, los magnicidios se vuelven costumbre, incluyendo Jefes de Policía regionales y altos mandos militares. La avioneta del Ministro de Interior se estrella en plena Ciudad de México sin confirmarse la hipótesis de accidente.
En las calles, principalmente en las ciudades fronterizas, la violencia aumenta de manera escandalosa. No hay reparos en cuanto a la crueldad. Un detenido confiesa haber “desaparecido” a por lo menos 300 miembros del cartel rival en ácido. La policía comienza a encontrar cabezas en lugar de cadáveres enteros. Empiezan los atentados indiscriminados contra la población civil sin otro móvil que el de generar caos y terror.
Esta panorámica de la situación en México demuestra la complejidad del asunto. Una guerra en una multiplicidad de frentes, un todos contra todos. Una guerra con –también- una multiplicidad de actores (carteles grandes, carteles pequeños, pandillas, sicarios y dos gobiernos, incluido el de la súper potencia mundial, que poco o nada han logrado en tres años). Una guerra sin escrúpulos y sin códigos: jamás se hubiera pensado que la ambición de poder y dinero se desdibujara al punto de que la brutalidad pasara de un medio a un fin en si mismo.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT- Uruguay.
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