PENSAMIENTO ESPAÑOL

Authors

  • Prof. Agustin Courtoisie

Abstract

El miércoles 9 de setiembre de 2009, fui invitado a exponer sobre “La muerte en el pensamiento español” en la Biblioteca Nacional de Montevideo. La actividad formaba parte de un ciclo sobre el pensamiento de países de cultura latina que ya ha transitado en años anteriores por obras y autores de lengua francesa e italiana.

El ciclo de este año, una vez más, fue organizado por el Grupo Nóesis y la Unión Latina, con los auspicios de la UDELAR, la Fundación UNIVINT, el Centro Cultural de España y, naturalmente, la hospitalidad habitual de la Biblioteca Nacional a lo largo de estos tres años.

Concentrado esa noche en don Miguel de Unamuno, Javier Sádaba y Ferrater Mora, no resisto ahora la tentación de reutilizar fragmentos que el tiempo acotado de la exposición no me permitió incorporar durante la conferencia.

Comentarios de libros y algunas reflexiones que he ventilado en dosis homeopáticas en otros lugares, acudirán en esta ocasión para hacerle un poco de justicia a Fernando Savater, a quien el lobbie académico mira tantas veces con desconfianza.

Sin más dilatorias, me voy a ocupar en las líneas que siguen –muy brevemente, como corresponde a una publicación digital–, de cierta peculiar atención que la religiosidad –institucionalizada o no– despierta en autores inequívocamente anticlericales e incluso ateos, o en productos artísticos provenientes de grupos que nadie imaginaría que podrían ocuparse del tema.

En el Uruguay, hasta el carnaval últimamente ha generado reflexiones sobre cuestiones éticas y filosóficas. Por ejemplo, una celebrada y jubilosa “murga joven” hace un par de años llegó a cantarle a “la lucecita remendada de su fe”, con la cual la humanidad busca “algo” tratando de brindar mayor sentido a su vida.

Según los “letristas” los hombres se matan porque cree cada uno que su Dios es el verdadero. Pero la búsqueda de Dios puede observarse tanto en una mujer morena que esparce flores en el mar, como en un viejo que llora en una catedral –no entrecomillo porque estoy citando de memoria–. Además, según la misma murga, quizás Dios no esté en la cruz, pero sería mejor creer en un Dios que ha nacido “en un cantegril, entre mil”. Y quizás no esté allá arriba, sino en todas partes.

Reitero: esas ideas no pertenecen al libro de un filósofo o de un teólogo, sino a la murga “Agarrate Catalina” que en su formidable espectáculo “Ser humano”, se planteó antiguos problemas existenciales y religiosos, en términos llenos de sutilezas, y con notable refinamiento musical y escénico.

La crítica de esta agrupación a las caparazones institucionales fue furibunda, particularmente a la Iglesia Católica y al Papa actual, Joseph Ratzinger. Pero eso no le impidió a esta joven agrupación expresar en términos poéticos el humano deseo de trascendencia, que perdura más allá de los siglos y de los errores de los hombres que creen que su Dios es el único Dios verdadero.

Algo profundo está ocurriendo si los sentimientos religiosos y su debate han llegado a ocupar un lugar tan destacado en el carnaval uruguayo. Por su parte, el filósofo Fernando Savater registra la misma tendencia en Europa y el mundo y lanza sus mejores dardos racionalistas, sobre todo en los primeros capítulos de su libro, contra personas e instituciones del ámbito religioso: superstición, autoengaño. fanatismo, y hasta terrorismo, parecen ser acompañantes habituales de las religiones de este convulsionado planeta, y todas ellas parecen contribuir mucho más a la guerra exterior que a la paz interior.

Autor de Los 10 mandamientos en el siglo XXI (2004) y Los siete pecados capitales (2005), ambos libros surgidos de programas televisivos y bastante más flojos que el resto de su producción, Savater vuelve en La vida eterna a la mezcla de ironía, cordialidad y calidad filosófica a las que tenía acostumbrados a sus lectores antes de la publicación de aquellos dos teológicos títulos.

Dentro de los capítulos más recomendables de este nuevo opus deben consignarse “Dios frente a los filósofos” (pág. 73) y “Laicismo: cinco tesis” (pág. 211). En particular, parecen muy sólidos los argumentos de Savater en cuanto a que las religiones deberían operar en el marco de un Estado de Derecho y que “las leyes laicas siempre deben estar por encima de las religiosas”. Y merece un especialísimo destaque su inteligente argumentación en “Fanatismo sin fronteras” (pág. 235) acerca del escándalo provocado por la publicación de las caricaturas de Mahoma.

Pero La vida eterna va mucho más allá de ciertas críticas esperables en un autor difícil de encasillar, a pesar de los rótulos que se le endilgan (anarquista pacífico, liberal y libertario, anticlerical, voltaireano, etcétera) y que no son del todo injustos. Por ejemplo, la noción tradicional de “verdad” y particularmente, la perspectiva ilustrada de las estrategias de acceso al conocimiento de la realidad, son defendidas por el autor con un vigor que hacía falta. Por ejemplo, adviértase este estupendo pasaje:

“[El posmodernismo] ...establece el crepúsculo de la clásica concepción de la verdad como adecuación entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hay en el universo independiente de nuestros gustos y caprichos. Lo que refrendaba antaño la verdad o falsedad de una aseveración era su concordancia con los hechos, inamovibles en su terca presencia. Pero a partir de Nietzsche –nos informan los posmodernos- tenemos que resignarnos a admitir que no hay hechos sino interpretaciones”. El autor agrega irónicamente que “El hecho de que no haya hechos sino interpretaciones no pasa también de ser una interpretación más, añadida a las precedentes”. De alguna manera, ese estribillo posmoderno conduce a un planteo paradójico: decir que no hay hechos sino interpretaciones, ¿es un hecho o una interpretación? Por eso concluye: “Evidentemente discrepo de este planteamiento o, si se prefiere, de esta interpretación de la realidad”.

En suma, La vida eterna es un libro imprescindible, incluso para los que han dejado de leer a Savater porque les parece muy “mediático”, o porque les corroe la envidia porque sus libros se venden mucho, o porque últimamente ha profundizado sus intereses políticos. Y para los que disfrutaron siempre del autor, además de valorar su coraje contra la demencia de la ETA, no puede ser más enfática nuestra recomendación: Savater no ha dejado de ser un ilustrado –e ilustre– anticlerical, pero se ha refinado mucho más.

Porque ha hecho más dulce su escepticismo, y ha dejado algunos resquicios muy interesantes a la esperanza, como los que se adivinan en esta cita al pie de la página 22 de Raoul Vaneigem, que recuerda el talante del glorioso John Stuart Mill de “Sobre la libertad”: “Las especulaciones más disparatadas, los asertos más delirantes fertilizan a su manera el campo de las verdades futuras e impiden erigir en autoridad absoluta las verdades de una época. Hay en la ficción más desenfrenada, en la mentira más desvergonzada, una chispa de vida que puede reavivar todos los fuegos de lo posible”.

FUENTE: La vida eterna de Fernando Savater, editorial Ariel, Barcelona, 2007.

*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.
Depto de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay

Published

2009-09-17

Issue

Section

Culturales