El inicio de una época histórica: A propósito del 70 aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial
Abstract
“Todo el trabajo histórico sobre los acontecimientos de este período tendrá que realizarse o abordarse teniendo en cuenta lo sucedido en Auschwitz… Aquí alcanza su límite cualquier pretensión de historiar.”
Saúl Friedlander (Citado en: JUDT, Tony. 2006 Postguerra. Taurus, Madrid. P. 1145)
El positivismo definió a la historia como una ciencia. Para ello le dio un método, un objeto de estudio, y la estructuró. Nacieron así las épocas, edades o etapas de la Historia: Prehistoria, Época Antigua, Edad Media, Época o Edad Moderna, y la Época Contemporánea.
El desarrollo de la ciencia histórica fue incluso dividiendo el interior de estas edades: alta y baja Edad Media, alta y baja Época Contemporánea; o cambiando el nombre de la misma época, según si en el enfoque histórico, predomina lo cultural sobre lo político, lo económico sobre lo social, o cualquier combinación que a usted le guste.
En definitiva, y como dice Aróstegui, desde el punto de vista de la tarea historiográfica, la definición de una nueva edad histórica es un trabajo conceptual que debe indicar un nuevo espacio de inteligibilidad, que es mucho más que la colocación de meras divisiones cronológicas basadas en “grandes hechos” históricos. (AROSTEGUI, J. y otros. 2001 “El mundo contemporáneo: historia y problemas”. Barcelona, Byblos/Crítica, p. 26.)
Al comenzar el mes de setiembre, el mundo conmemora los 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Los actos recordatorios se suceden. Las fechas se discuten. La polémica sobre culpas y disculpas se enciende, y arde sobre heridas que todavía no cicatrizaron.
La Segunda Guerra Mundial, y fundamentalmente la Shoá (el Holocausto judío), que ocurrió amparado en el conflicto bélico, significan por sobre todas las cosas un punto de inflexión en la Época Contemporánea. Señalan el inicio del fin de la misma.
Desde una historia política, la guerra marcó el fin de la hegemonía de Europa sobre el resto del mundo, dando inicio al mundo bipolar de la Guerra Fría, y la consolidación de los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como las potencias hegemónicas universales. A lo que se suma la creación de la Organización de las Naciones Unidas, que imprimió un nuevo estilo de política internacional, finalizando con el “balance of power” de la era de hegemonía británica.
Si de una visión económica se trata, 1945 implica el fin del modelo capitalista británico, dando lugar al estadounidense, ideado en la conferencia de Bretton Woods, y que se desarrolló en occidente y parte de oriente. Lo que Arrighi ha explicado como la consolidación del “cuarto ciclo sistémico de acumulación del capital.” Quienes no participaban de este sistema, se adherían al sistema de autosustentabilidad impuesto por la Unión Soviética.
Cualquier historia social y/o cultural de la Época Contemporánea deberá indefectiblemente partir de la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, la cual no llegó a materializarse jamás en los sectores populares, y en los hechos representó una visión excluyente, antes que incluyente.
El estado-nación, que definió a sus integrantes básicamente desde la lengua y la religión, se transformó en nacionalismo. Los prejuicios religiosos en teorías raciales, y la violencia se apoderaron del discurso: surgieron el comunismo, el fascismo, y el nacionalsocialismo; enfrentados al liberalismo, no sólo económico, sino y principalmente, filosófico.
En los años que transcurrieron desde 1939 hasta 1945 – o quizás debería decir desde noviembre de 1938, con la Kristallnacht (noche de los cristales rotos) en Alemania – la violencia verbal se transformó en física y, rápidamente, se apoderó de Europa, y luego el mundo. Más de 60 millones de seres humanos asesinados fue el saldo. Por lo menos la sexta parte de ellos en ghettos, campos de concentración y exterminio. 6 millones de los cuales, por la única condición de ser. La diferencia entre el judío asesinado en la Shoá, y el resto de las víctimas asesinadas en el marco de la Segunda Guerra Mundial, fue que eran los únicos que no tenían opción, los únicos condenados a morir por la única razón de haber nacido judíos. La “modernidad”: los ideales de la ilustración, el racionalismo y el progreso social, fueron entonces asesinados en la Shoá.
A fines de 1948, el mundo políticamente reorganizado bajo el manto de la Organización de las Naciones Unidas, y ante la evidencia de lo que había sucedido, decidió darse otra oportunidad, y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con la que se intentó iniciar una época histórica, social y cultural nueva.
1945 marcó la derrota de los fascismos, pero el comienzo de la lucha entre el capitalismo y el comunismo desde lo económico, y el comunismo y el liberalismo en lo social y filosófico. Los Derechos Humanos, así como sus antecesores de la Revolución Francesa, debían todavía esperar que algún sistema se acordase de ellos.
En los años ochenta esta situación parecía mejorar en el mundo capitalista y liberal desarrollado, y contagiar lentamente al mundo capitalista y liberal subdesarrollado. La democracia comenzó a expandirse, y fue adquiriendo carácter de valor universal, y con ella el respeto a los Derechos Humanos crecía.
Para 1990, el comunismo se inmoló por su estrepitoso fracaso, y la libertad consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en el mundo libre y desarrollado ya alcanzaba por lo menos su Segunda Generación, alcanzaba casi todos los rincones del planeta, con las “honrosas” excepciones de China, Cuba, Corea del Norte, la mayoría de los países islámicos, y probablemente me olvide de algún otro rincón.
Es el fin de la Época Contemporánea, y la consolidación de una nueva era histórica. Desde la sociología, el culturalismo y algunas otras disciplinas, se le ha llamado pos-modernidad. La historiografía todavía lo está discutiendo.
70 años después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y dada la velocidad con la que el mundo avanza en esta “era de la globalización”, es hora de que la historia se pronuncie al respecto. Marque el fin definitivo – y trágico – de una época, el comienzo de otra, y los 45 años que van desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1990, como la etapa de transición.
* Profesor de Historia Contemporánea Universal. FACS.
Universidad ORT - Uruguay
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