DEMOCRACIA Y CORPORACIONES

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  • Letras Internacionales

Abstract

…la doctrina democrática había ideado un Estado sin cuerpos intermedios…
una sociedad política en la que entre el pueblo soberano…y sus representantes no existiesen…sociedades particulares. Lo que ha sucedido en los Estados democráticos es exactamente lo opuesto: los grupos se han vuelto cada vez más los sujetos políticamente pertinentes, las grandes organizaciones, las asociaciones de distinta naturaleza, los sindicatos de las más diversas actividades… y cada vez menos los individuos”.

“El Futuro de la Democracia”

Norberto Bobbio



A lo largo de un buen número de editoriales, así como en diversos artículos publicados por LETRAS INTERNACIONALES, (el último número incluye, por ejemplo, el artículo de Francisco Faig, “Nuestra región en el Mundo democrático”), hemos venido insistiendo en las serias deficiencias que presentan las prácticas políticas de muchos de los regímenes políticos latinoamericanos que suelen ser calificados de democráticos.

En este editorial queremos traer a colación dos ejemplos, pertenecientes al llamado “mundo desarrollado”, en los cuales pueden también entreverse falencias del funcionamiento de la democracia. Los casos que hemos elegido son el de Francia y de los EE.UU.. Países, ambos, donde, evidentemente, las amenazas al buen funcionamiento de la democracia no provienen ni de movimientos populistas desembozadamente autoritarios, ni de burocracias corruptas, ni de patentes debilidades institucionales, ni de líderes más o menos iluminados como los que tenemos en nuestra región.

Aunque muy distintos entre sí, los regímenes políticos de Francia y de EE.UU. pueden ser perfectamente caracterizados como democracias exitosas donde, no solamente las respectivas clases políticas, sino que la enorme mayoría de las ciudadanías, han entendido hace tiempo que un buen funcionamiento democrático, más allá de las limitaciones que este sistema pueda tener, es la mejor opción posible.

Pero como, casi por definición, no existe la democracia perfecta, queremos reseñar brevemente dos grandes tropiezos políticos -(en un caso, el de Francia, es ya un fracaso consumado, y, en el otro, el de los EE.UU.,  estamos ante la crónica de un inminente conflicto político mayúsculo)- que han sufrido las dos mencionadas democracias.

¿En qué consistieron -(y consisten)- los fracasos mencionados? Pura y simplemente en la constatación que, en ambos casos, el sistema democrático representativo de estos países resulta incapaz de llevar a cabo reformas fundamentales ante la indoblegable resistencia de corporaciones, altamente poderosas, que, mediante todo tipo de resortes (legales, para-legales y hasta ilegales), consiguen paralizar la voluntad general del estado.

En el caso de Francia, el ejemplo que queremos traer a colación aquí, es el de la frustrada reforma de la educación pública. No es necesario abundar demasiado sobre las notorias falencias del sistema educativo francés. Para simplificar, digamos que todas las virtudes que supo tener hasta, aproximadamente, la Segunda Guerra mundial, han ido palideciendo ante un proceso de democratización de los niveles secundarios y terciarios que repercutieron directamente en la calidad de los aprendizajes. Como suele suceder en otras latitudes, la reacción ha sido una fuerte tendencia a la segmentación donde, más allá del igualitarismo declarado de “l´École Republicaine”, se han generado establecimientos educativos de élite con muy buenos niveles de gestión y aprendizaje y establecimientos educativos que son verdaderos “ghettos” donde los resultados educativos dejan mucho que desear.

En cualquier caso, y más allá de toda discusión sobre el diagnóstico, son pocos los ciudadanos franceses que no vean que la educación pública de ese país debe ser reformada.  Para no hacer esta historia larga, remontémonos solamente a la suerte sufrida por la propuesta de reforma del Ministro socialista Claude Allegre, en 1997. Aunque logró mantenerse casi 3 años en el Ministerio, las manifestaciones estudiantiles de 1998 y las de los docentes y sindicatos, en 1999 y 2000, terminaron con toda posibilidad de reforma seria, con su Ministerio y con la voluntad del Primer Ministro socialista, Lionel Jospin, de desgastarse más en el tema. Fue reemplazado por otro socialista, un Jack Lang conciliador, que hubo de dedicar 2 años de gestión para “calmar” al “Mammouth” embravecido por las pretensiones de reforma de Allegre. La caída del gobierno socialista trajo personajes de derecha al Ministerio de Educación, como Luc Ferry (que duró 2 añós) o Francois Fillon que, ingresado al Ministerio en 2004, hubo de salir en 2005 por haber propuesto una ley (“La loi Fillon”) tibiamente reformista. Le sucedió Gilles de Robien, a partir de 2005, que proponía una serie de decretos también tímidamente orientados a generar algunos cambios. Las manifestaciones de 2006 terminaron rápidamente con el ministerio de de Robien que “abandona” en mayo 2007.  Xavier Darcos, retoma la posta pero osa proponer una reforma del liceo que pone fin a su ministerio en junio pasado. El Presidente Sarkozy ya ha comprendido: no habrá reforma del liceo ni de nada, la educación pública francesa es inmanejable.

Está fuera del control del sistema político y, por lo tanto, de la ciudadanía. Por más que sea ésta la que paga la educación nacional con sus impuestos, y que los ministros y toda la cadena de autoridad, sea impecablemente legítima desde el punto de vista político y jurídico puesto que emanan directa e indirectamente del voto popular, Es más, varios de los Ministros que fracasaron en sus intentos de reforma, son científicos, intelectuales o filósofos universalmente reconocidos. Es decir que su legitimidad intelectual es incuestionable. Sin embargo, a pesar de todo, el sistema político democrático de Francia no gobierna en la educación: lo hace una oscura combinación de intereses de docentes, burocracias sectoriales del Ministerio, sindicatos docentes y estudiantiles, estructuras de formación de maestros y profesores, jerarquías intermedias y sectores de casi todos los partidos políticos que responden más a la corporación que a sus autoridades partidarias. “L´Education nationale n´est plus, ni nationale ni republicaine ». Ha sido expropiada al gobierno legítimo y a la ciudadanía.

El otro ejemplo que queremos convocar aquí es el de la siempre retardada y nunca concretada reforma de la salud en los EE.UU.. Aquí tampoco hay lugar para muchas discusiones sobre la necesidad de reformas. Con un costo financiero descomunal de aproximadamente 17% del PBI, y casi 47 millones de personas sin cobertura de salud, las opiniones no son muy diversas. Una entre tantas: “Los estudios del Fondo Commonwealth indicaron que Estados Unidos, tiene el sistema de salud más caro del mundo, obtiene sistemáticamente un rendimiento más bajo que otros países y, a diferencia del resto, no ofrece cobertura universal a sus ciudadanos”. "Estados Unidos se destaca como la única nación en estos estudios que no asegura acceso a la atención de salud a través de una cobertura universal y de la promoción de un 'hogar médico' para los pacientes", dijo la presidenta del Fondo Commonwealth, Karen Davis”. "Nuestro fracaso en asegurar un seguro médico para todos y en estimular vínculos estables y de largo plazo entre médicos y pacientes se evidencia en nuestro pobre desempeño en términos de calidad, acceso, eficiencia, igualdad y resultados de salud". La situación denunciada, desde luego, no es de ahora. Hace décadas que los especialistas conocen esta situación y décadas que el sistema político, en especial el Partido Demócrata, está intentando impulsar alguna reforma para cambiar las cosas.

Durante la presidencia de Bill Clinton, éste, acompañado por buena parte del Partido Demócrata, y con el compromiso personal de la entonces primera dama, Hillary Clinton, además del Senador Edward Kennedy, lanzó un fuerte intento de reforma. Le fue mejor que a los ministros de educación franceses: no tuvo que renunciar al cargo. Renunció a la reforma de la salud, como Sarkozy a la de la educación. A pesar de que, en un último intento, Clinton pretendió canalizar importantes recursos a través de las firmas aseguradoras, el resultado fue nulo: tampoco estas supuestas beneficiarias apoyaron el cambio.

Como es sabido el presidente Obama ha retomado ahora el tema con fuerza. Sabido es, también, que la reforma del sistema de salud se está transformando paulatinamente, en el primer frente político interno en el que la nueva Administración está teniendo serias dificultades. Al igual que en los docentes en Francia, la todo poderosa corporación médica tampoco está dispuesta a dejar pasar una reforma que, sea del tipo que sea, corre el riesgo de modificar un “statu quo”que los médicos (entendidos en sentido amplio, médicos, personal de salud, servicios y administraciones hospitalarias, etc.) no están dispuestos a modificar. Cabe consignar que, en el caso de la salud en los Estados Unidos, la situación es quizás más complicada que la del ejemplo francés.

En un artículo reciente, Ma. Laura Fornella escribía, desde Virginia, a propósito de las reacciones a la propuesta del Presidente Obama de avanzar en la reforma del sistema: “Corporate interest groups from the health insurance and pharmaceutical industries are fiercely organizing fringe elements on the right, mainly instructing them to be disruptive of town hall meetings and to interrupt any serious discourse. The result so far has been a confusion of bills and versions that no regular voter can understand. Indeed, not even those that are following the debate closely can tell with clarity what each version entails.” En efecto, además de la corporación médica, entre los “resistentes” a toda reforma se alinean compañías de seguros médicos, laboratorios farmacéuticos, organismos de investigación médica, biológica, farmacológica, etc. Todos, y cada uno de ellos, utilizando el “lobbying” (hasta ahora los norteamericanos no son tan afectos a las manifestaciones masivas como los franceses), las presiones, la divulgación de versiones alarmistas, la intervención de la prensa, todo ello para una sola cosa: que el desastroso sistema de salud norteamericano no cambie.

Más allá del hecho de que es posible que la ciudadanía norteamericana todavía no tenga el mismo grado de convencimiento ante el desastre de su sistema de salud que el que tiene la ciudadanía francesa sobre el de su educación pública, los dos casos responden, teóricamente, a la misma falencia de la democracia. El futuro de la salud de los americanos le está siendo expropiado al gobierno legítimo y, por ende, a los ciudadanos de ese país.

Como expresa la frase de Norberto Bobbio incluida al inicio, los grupos corporativos, las “sociedades particulares”, “los sindicatos más diversos”, y no los ciudadanos, son quienes están definiendo, en los hechos, la política educativa en Francia y la política de salud en los Estados Unidos. Que la definición de estas políticas se haga por la vía de “la negativa” no cambia la cosa. Impidiendo reformas que le ahorrarían varios puntos del producto a las finanzas públicas y que, sobretodo, mejorarían notablemente dos servicios cuyo desempeño es claramente malo y abiertamente contradictorio con los intereses de los ciudadanos y usuarios, es una forma de hacer políticas públicas en contra del interés general y en defensa de intereses particulares, por poderosos que éstos sean.

Ambos ejemplos muestran como, también en países donde las prácticas gubernamentales suelen ser bastante más prolijas que las de muchos gobiernos latinoamericanos, el régimen democrático está permanentemente acechado, en el corazón mismo de su razón de ser: los derechos de los ciudadanos.

Published

2009-08-27

Issue

Section

Editorial