El Ascenso de China y la Teoría Política Internacional: la Cuestión de la Polaridad
Abstract
La Europa posterior a la Guerra de los Treinta Años se caracterizaba por la multipolaridad. Ningún estado podía imponerse hegemónicamente al resto. Al ser derrotada la Francia de Napoleón, y su apuesta por conformar un sistema unipolar-imperial, el Concierto Europeo (a.k.a. la Europa de Metternich y, posteriormente, de Bismarck) se estructuró como una nueva modalidad multipolar. Un exitoso balance de poder pseudo-consensual que, suele argüirse, hizo prevalecer la paz hasta la Primera Guerra Mundial. Por su parte, las dos Guerras Mundiales terminaron de consolidar un mundo bipolar, con Estados Unidos y la Unión Soviética como las únicas superpotencias.
La polaridad en la post-Guerra Fría ha sido objeto de intrincados debates académicos. Es indiscutible que el sistema actual es unipolar. Estados Unidos es la única superpotencia (o la única hyperpuissance, como les gusta afirmar, con un cierto desdén, a los comentaristas franceses). La unipolaridad no parecía ser una opción en los análisis teóricos tradicionales -muy influenciados por el equilibrio de poder- que la veían como un paso transitorio hacia una nueva configuración bipolar o multipolar. Sin embargo, los veinte años que han pasado desde la caída del mundo bipolar reafirman la necesidad de refinar teóricamente la noción de unipolaridad.
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El estudio de los polos de poder en el ámbito internacional ha sido parte central para el análisis de un sistema internacional determinado y de la política internacional en general. El ascenso de China, como fenómeno macro de las relaciones internacionales, y que sin dudas va a afectar innumerables aspectos de la política internacional –entre ellos la distribución de poder entre los principales estados- debe ser mirado bajo el lente de la polaridad.
En la década de 1990, el ascenso de China se entendía como el reflejo de un próximo orden bipolar, conformado por Estados Unidos y China. Para muchos analistas, el gigante asiático dejaría atrás a estados de mediano poder como Japón, algunos países de la Unión Europea y Rusia. La referencia ineludible era la bipolaridad de la Guerra Fría. Visto desde este prisma, el ascenso de China, y sus consecuencias sobre la paz internacional, era preocupante.
El análisis más aceptado acerca de las dinámicas de la bipolaridad sobre el conflicto es el del realismo estructural clásico. Según este enfoque, la bipolaridad tiende a ser más pacífica que la multipolaridad. Entre algunas de las ideas que sustentan el argumento se suelen mencionar: la certidumbre sobre las amenazas (en multipolaridad las amenazas son variadas y los conflictos pueden surgir más fácilmente) y la poca flexibilidad de opciones políticas. Como señala Waltz: “La incertidumbre y los errores de cálculo no tornan a los Estados especialmente cautos ni estimulan las alternativas pacíficas, sino que causan las guerras.” Sin embargo, dicho ordenamiento tiene sus riesgos; esencialmente, la sobrerreacción hostil a la otra parte de la díada. En los primeros años de la post-Guerra Fría, el aumento súbito de la tensión entre Estados Unidos y China sustentaba esa preocupación. Los conflictos por la masacre de Tiananmen, los peligros de escalada en el estrecho de Taiwán, y las atentas miradas mutuas a los balances de poder militar auguraban, de conformarse la bipolaridad, una relación compleja en la línea de la dinámica instaurada durante la Guerra Fría.
Quizás más extendida era la visión de una transición de la unipolaridad a una multipolaridad. Especialmente, un sistema asiático multipolar. Además de China, algunos analistas veían los polos en términos de: una Rusia medianamente recuperada de su colapso; un Japón dispuesto a incrementar su rol en la política internacional; una India empezando a ascender; y por supuesto, Estados Unidos como primus inter pares. Figuras tan influyentes como Henry Kissinger apoyaban argumentos del estilo.
En general, quienes emprendían sus análisis bajo la sombra de un orden multipolar no eran confortablemente optimistas. Como se señaló antes, la flexibilidad de la multipolaridad puede llevar a errores e incertidumbres que faciliten el estallido de un conflicto. Por ejemplo, cuando los balances de poder se conciben en términos de alianzas (fenómeno que no ocurre en la bipolaridad) un estado puede decidir “pasarle la cuenta a otro” (lo que en inglés se conoce como “pass the buck”). Si el otro enfrenta la amenaza exitosamente, el estado que “pasó la cuenta” se ve beneficiado, es un free rider. Pero esto conlleva el peligro de que si el otro no actúa a tiempo, o no actúa, ambos estados terminan perdiendo. A medida que aumenta el número de polos, las preguntas ¿quién amenaza a quién? ¿quién equilibra a quién? y ¿quién gana en cada situación? se complejizan.
No obstante, algunos teóricos argumentan que la flexibilidad y la incertidumbre de un sistema multipolar favorecen la cautela política y una actitud conservadora en cuanto a los objetivos de política exterior. El problema de dicho análisis, supuestamente beneficioso, es su carácter intrínsecamente eurocéntrico. Según Aaron Friedberg, las características que han viabilizado una Europa multipolar y pacífica no estarían presentes en Asia: no habría un consenso sobre las “lecciones” de siglos de guerras; la experiencia diplomática en temas de seguridad –con la que Europa cuenta en abundancia- no existe en Asia; los órdenes domésticos de los estados no serían homogéneos, así como no lo serían las élites asiáticas.
La bipolaridad y la multipolaridad, grosso modo, son escenarios estructurales preocupantes ante el ascenso de China.
Ahora bien, bastante entrado el siglo XXI la unipolaridad estadounidense sigue siendo un hecho indiscutible. Su permanencia debería pensarse en términos de décadas y no de años. Esto no supone que China no siga en ascenso. Pero por un largo tiempo, su ascenso debe entenderse inmerso en un orden mundial unipolar (se remarca mundial, porque el orden asiático puede variar a la bipolaridad antes que el sistema internacional en su conjunto).
Ya se señaló que la disciplina ha, hasta el momento, obviado pensar la política internacional teóricamente en términos de unipolaridad. Sin embargo, esta parece ser la presente condición, a la que los académicos ya están intentando responder. Si se toma como unidad de análisis únicamente la díada sino-americana y el ascenso de China, la unipolaridad parecería ser un factor positivo. Así se podría comprender, parcialmente, por qué hasta el momento China no ha intentado balancear a los Estados Unidos. La opción de alianzas que modifiquen los polos de poder no es viable bajo una preeminencia tan pronunciada como la estadounidense. Por otro lado, balancear internamente (i.e. a través del incremento del poder nacional) sólo sería posible si China fuese un competidor de la magnitud de Estados Unidos, es decir, si el sistema fuese bipolar. Quizás es por esta razón que China se ha concentrado en aumentar progresivamente su poderío, pero manteniendo una estrategia de peaceful rise, coincidente con su objetivo de consolidar un ascenso que no amenace a Estados Unidos y a sus vecinos.
La unipolaridad con un estado en ascenso tiene, por cierto, varias similitudes con la bipolaridad. Estados Unidos ha sobrerreaccionado a los más mínimos cambios en el poder chino; reflejo de su preocupación por el largo plazo. China, por su parte, sin instalar una carrera armamentista que sería en extremo nociva para sí misma –lección aprendida de la Unión Soviética- tiene a la modernización militar como uno de sus principales objetivos a mediano y largo plazo; una clara respuesta a la unipolaridad actual.
Hasta el momento, la relación ha sido manejada de forma sensata. La diplomacia se presenta como la herramienta más utilizada por el gobierno chino (más allá de esporádicas demostraciones de fuerza) para conseguir sus fines de política exterior. Lo mejor que se puede esperar es que los métodos y los términos en que se ha operado la relación desde ambos lados no se tornen agresivos in crescendo a medida que el poder chino crezca.
*Candidato a la Maestría en Estudios Internacionales,
Universidad Torcuato di Tella, Buenos Aires.
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