MÁS ALLÁ DE LEIBNIZ

Authors

  • Gregorio Medina

Abstract

La edición recurrente de teorías monádicas, la repetición por inercia de discursos cerrados y unilaterales de izquierdas y derechas intelectuales, la profusión de nuevos relatos proféticos de algunas autoridades filosóficas en torno a modelos del pensar, hacen creer que el fantasma de Leibniz –que concibió entes metafísicos cerrados en sí mismos como elementos últimos del universo–, permanece concentrado en la cera del oído de estos sacerdotes de la verdad. 

La falta de ventanas

Leibniz consideraba que las mónadas se encontraban distribuidas en el universo, no tenían ventanas comunicantes y su orden estaba armoniosamente preestablecido por Dios. Por este motivo, puede decirse que el pluralismo leibniziano está dado por la diversidad con que concibió a las mónadas. El problema reside en su comunicación. Los paradigmas de la diversidad y la interculturalidad, hoy lugar común de cualquier intelectual, dejan de serlo cuando inmersos en la acción se deja de lado lo razonable.

En la cotidianeidad, en el ser ahí, la verdad vuelta mónada, repetida infinitamente como substancia independiente, es aperceptible de su propia territorialidad y rechaza de manera irresponsable y nihilista a las otras mónadas que intentan acercarse. De este modo, las verdades son lo que aparece como verdadero, cada una de ellas monádicamente constituida, y por supuesto, sin ventanas. En el discurso grandilocuente académico se manifiestan pegoteadas como una endometriosis de cerebro en quienes encuentran su seguridad en discursos religiosos y políticos de héroes, no pocas veces marionetas deificadas.

Las verdades están celulificadas, reconstruidas en pequeñas aldeas con tiempos de vida determinados por su permanente contraste. Son mónadas con fecha de vencimiento, caídas en “aldeas infantiles” o nihilizadas por su propia paranoia e inseguridad. Cuando las abordamos, las adquirimos en un bazar de productos importados. Luego las articulamos en un contexto específico que permite el ingreso de otras mónadas, pero alojándolas en el cuarto de huéspedes y criticando su forma de ser y vestirse. Le llevamos el desayuno a la cama durante la mañana, le hablamos de interculturalidad y diversidad por la tarde, y esperamos ansiosamente que vuelva a su contexto originario de donde nunca debió haber salido. Resulta muy difícil construir mónadas a partir de un contexto, pareciera ser que los pensadores sólo tienen que “apropiárselas”, para utilizarlas correctamente a posteriori.

Destino de todo discurso

La historia de las ideas y su producción permanente e inacabable de teorías, tiende a maquinizar cualquier discurso y volverlo monádico, aun cuando el autor original no lo desee. Marx dijo que él no era marxista. Seguramente Freud hoy ya no sería psicoanalista. La monadización de las ideas es una constante de los seguidores o especialistas de los grandes pensadores que pretenden profundizar ideas circunscribiendo o rumiando la originalidad de su creador, cuando en realidad lo que el pensador hizo fue todo lo contrario, se salió del surco, construyó con audacia, quizás “deliró”, desde una modalidad diferente a la del pensamiento cristalizado y erudito. La denuncia delirante se reconstruye como nueva verdad cuando logra sacar del fondo del abismo las teorías que fueron llevadas allí por sus seguidores y profundizadores. Deleuze deliró con la máquina deseante sacando del fondo del abismo a un Freud consumido por el complejo de Edipo de sus propios seguidores–hijos.

La pretensión de verdad, criticada aquí por su cerrazón, se pone el velo ocultando su sexualidad. Pero esto no sólo ocurre en el orden de las ideas o teorías filosóficas, sino que en la cotidianeidad vivimos enmarcados y rodeados por el constante sonido del discurso monádico.

Esta discursividad monádica, expresada en una cotidianidad marcada por la inercia de su movimiento, le quita el carácter gonádico a la teorización, concibiendo a su propio cuerpo como cárcel del alma, asegurando que “sus genitales son la cárcel de su pasión”. Estos discursos, signados semánticamente por su pretensión de verdad, dejan sin funcionalidad lo orgánico de cada teoría, constituyendo verdades pequeñas e impotentes ideológicamente. De este modo, logramos descubrir que los discursos políticos aparentemente fálicos y penetrantes, se desinflan a la hora de desarrollar lo prometido en circunstancias precisas. Esto mismo ocurre con algunos discursos filosóficos, que se instalan como lugar común analítico, pero su propio sentido crítico pierde su fuerza cuando debe ser aplicado. El discurso foucaultiano, se ha instalado fálicamente en el campo de la las ciencias de la educación en torno a los mecanismos de “control de los cuerpos”, a través del “panoptismo” o del “examen”. Esta aparente fecundidad de la teoría, se vuelve impotente cuando se encuentra, por ejemplo, ante una población adolescente violentamente descontrolada.

El tiempo político conduce a simplificar

La militancia política sólo valora el monádico ser occidental, héroe he-maniano, que saca su espada y grita “yo tengo el poder”. Este modelo avalado por el sistema de seguimientos y alianzas construye un zoon politikon, que se encuentra muy alejado del “estar siendo” kuscheano. Porque Rodolfo Kusch, en realidad, en su libro América profunda realizó una distinción entre el “ser europeo” y el “estar siendo latinoamericano” muy interesante y motivadora –que quizás se conecta con la decisión de Heiddeger de incorporar el tiempo al ser–.

Sin embargo, aquella visión del poder es proclamada con gran fuerza en el discurso universitario y académico-gremial, sobre todo de izquierda. Enredada en sus propias cuerdas ideológicas, manifiesta lo latente de su discurso sólo cuando la realidad lleva a involucrar el cuerpo. Su actuación suele denotar inocultables elementos autoritarios. A quienes no coinciden con su forma de concebir el mundo o la economía, se los “ningunea”, y así la diversidad se olvida y la mónada, una vez más, vuelve a cerrarse.

En estos tiempos de elecciones, en Uruguay y Argentina, resulta muy interesante analizar la miseria de los discursos políticos. Como argentino siento vergüenza ajena al escuchar lo que los medios de comunicación consideran importante en una campaña política. Algunos ciudadanos, siempre “animales políticos”, cuando son políticos parecen invertir el adjetivo, y en tanto políticos animales (politikon zoo) se animan a decir disparates sin mediar ningún tipo de moderación o respeto del contrincante. La virulencia discursiva y la violencia instalada en los diálogos cotidianos, atraen a votantes apasionados por una supuesta ideología generalmente inconfesable.

De la fascinación autista a la complejidad

¿Por qué es tan atrayente este tipo de discurso? ¿Por qué las verdades planteadas como mónadas cerradas en discursos emotivos nos atraen como votantes? ¿Por qué eso ocurre, muy precisamente, ante la construcción de discursos cerrados en sí mismos y presentados como autoconsistentes?

Gödel en su segundo Teorema de la Incompletitud afirma que “Si se puede demostrar que un sistema axiomático es consistente a partir de sí mismo, entonces es inconsistente”. Pero los discursos políticos monádicos apuntan a estimular el público electoral con el objetivo de obtener de los votantes no sólo su aplauso sino también su voto. Sería una gran sorpresa que algún candidato propusiera una plataforma política que se refiera a sí misma como inconsistente porque necesita de los otros. Seguramente nadie lo votaría.

Me permito soñar con mónadas aventanadas, con discursos integradores, con una militancia política que permita el diálogo y no la exigencia perpetua de participación con su consecuente entrega a una vida ascética dominada por el sacrificio por el partido. El monadismo militante dice con fuerte acento “a los jóvenes no les interesa la política, no les interesa la ética, no les interesa debatir, ni discutir”. Quizás hasta podemos pensar que la negación desarrollada por la juventud es una cuestión ética. La pragmática militancia a la cual estamos acostumbrados, al menos en Argentina, nos lleva a muchos a relegar el compromiso con esos ideales monádicos empapados de mecanismos corruptos.

Mi madre siempre repite en casos de discriminación a los sectores populares “la miseria tiene cara de hereje”. Sin duda, los prejuicios existentes en cada una de nuestras sociedades, desde el miedo algo paranoico de muchos montevideanos a los “planchas” hasta la discriminación profunda que sufren las comunidades bolivianas en Buenos Aires, parecen ser fiel reflejo de nuestro funcionamiento cognitivo monádico. Esas construcciones se han tornado arquetípicas en nuestras sociedades pese a mucha reflexión en contrario. En las opiniones surgidas de la inmediatez del diálogo cotidiano seguimos analizando desde ciertos prejuicios la negación de la otredad, pero a la hora de sentarnos a desarrollar un pensamiento filosófico sería mejor pensar desde el paradigma de la complejidad.

A la hora de la verdad

A muchos les pasa que cuando analizan la cuestión de género lo hacen en un espacio de producción de la libertad y la construcción de la diversidad. Sin embargo, cuando hablamos con nuestras compañeras de vida, y nos imaginamos la vida de nuestros hijos, enseguida pensamos en su sexualidad y nos decimos mutuamente: “espero no nos salga gay”. El diálogo evidentemente monádico se contradice con nuestra vida intelectual. No sólo la frase se repite hasta el infinito en muchas parejas sino que en ningún momento se discute el “nos salga” como algo mágico que cae como maldición sobre el cuerpo de nuestro hijo o hija.

En círculos cotidianos de discusión el monadismo intelectual es el tópico común. Sin ser rechazados, desde paradigmas interpretativos totalmente cerrados en sí mismos, podemos plantear cuestiones que parecen ser políticamente correctas en ámbitos del pensamiento “de izquierda”, pero si reflexionamos sobre sus ventanas cerradas, fácilmente surge la inconsistencia argumentativa del discurso. La difusión mediática de ciertos conflictos internacionales suele dar pie para opinar de problemas históricamente complejos, que instala ideológicamente de un lado o de otro de las categorizaciones convencionales. Pero si se examinan con detenimiento parecen tener en si mismos una existencia esquizoide. ¿Sus discursos son de izquierda y de derecha al mismo tiempo?

Para abrir ventanas

La ventana de una mónada conceptual sólo se abre cuando está vinculada con otra mónada. De este modo, no puede entenderse la complejidad conceptual de una cuestión si primero no se acepta que la diversidad de representaciones hará que las ideas explicativas aparezcan en redes interconectadas, estando sus elementos generalmente opuestos. El principio de no contradicción no puede ser tenido demasiado en cuenta a la hora de intentar comprender las mónadas “aventanadas”.

En los ámbitos académicos se repite hasta el cansancio lugares comunes posmodernos como “la caída de los grandes relatos” “la caída de las ideologías” “la relatividad de la verdad o las verdades relativas”, “los conceptos cerrados ya no explican toda la realidad, hay que pensar en conceptos imagen”.

Pero ante esas expresiones, sugiero difundir entre nosotros como si fuese un refrán “la verdad tiene cara de hereje”. El egocentrismo del monadismo conceptual acusa de hereje al que quiere afirmar su propia seguridad, y expulsa toda otra pretensión de verdad. Este egocentrismo monádico quizás levante teorías edificantes con gran facilidad, pero si como simples peatones curiosos rodeamos su construcción podremos ver su lado oculto repleto de preguntas. 

*De nacionalidad argentina, reside en Buenos Aires donde ejerce la docencia. 
Es Profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación. 
Egresado del Centro Salesiano de Estudios de Buenos Aires (CESBA). 
Estudiante de la Licenciatura en Educación en la Universidad Nacional de Quilmes.

Published

2009-06-25

Issue

Section

Culturales