Sobre la libertad de pensar y de escribir
Abstract
Mi pensamiento es desordenado, quiero decir: corriente. A cada paso, entre ideas, se anteponen razonamientos que engendran también sus paréntesis (¡largos paréntesis!, protestan mis amigos). Esta patología continúa, potencialmente, hasta el infinito, agotando mis esfuerzos de escritor. Creo que el problema es común.
No es escepticismo pesimista comprender que no podemos salir del prólogo de una idea, avanzar a pasos firmes en el devenir del pensamiento, en la corriente del pensamiento, sino en manos de algunos ejercicios lógicos que estructuran, antes de comenzar, lo que deseamos comunicar; es decir: lo que hemos pensado entre tantas disgregaciones, entre tantas idas y vueltas a una idea.
Lo que sucede, lo que yo siento que me sucede, al avanzar en mi escritura, si la pereza no me tira al sillón, es que comienzo a abandonar la razón y, paulatinamente, mi ser discurre entre los asuntos que conciernen al sentimiento (siempre caótico), no a la razón. Sucede, en realidad, que me escurro; no es que incurro o discurro por razonamientos intrincados, aunque podría aceptarlo. Un ejemplo: supongamos que deseo hablar sobre educación. Establezco un orden, quiero decir, pienso y comienzo a desarrollar una idea, a esta idea sigue otra, y después otra, y otra, hasta construir un tapiz sobre el cual he ubicado, en orden descendente, los pensamientos que ha suscitado el problema educación.
Así, lo que construyo es una trama de pensamiento que sostiene mi sentir. Pero me siento apretado, ahogado por la trama. En cambio, sucede diferente cuando simplemente intento escribir, quiero decir: decir simplemente. Siento que la trama que debe sostener con rigurosidad un tema, para poder ser comunicado académicamente, no es importante; es más, considero que esa trama limita las posibilidades de profundizar mis ideas; entonces me escurro; no discurro, me escurro entre una trama abierta, me caigo entre su cuadrícula y me escurro.
Además (general), cuando miro ese montón de lodo que queda debajo de la trama entre la que me escurrí, siento no estar conforme y pienso: así es imposible pensar; pensar es generalizar, es dar formas comprensibles. Entonces comienzo a creer que debo armar una figura con ese lodo; darle forma a mi ser escurrido (monstruos lógicos que esculpo en la tarea).
El problema es qué hacer: ¿aceptar la rigurosidad de la trama que me impone un sistema de razonamiento arbitrario y construir esculturas correctas pero vacías; dejar los montones incomprensibles del lodo de mi ser escurrido; o construir monstruos, esculturas incorrectas pero llenas de mi ser amorfo?
Por un lado, no se puede pensar sin un sistema que impida que nuestro ser se escurra por completo y la comunicación se torne imposible; por otro, no se puede avanzar hacia la libertad de pensamiento sin modificar esa trama por la cual se escurre nuestro ser cuando pensamos y comunicamos, y que convierte al ser escurrido en una escultura comprensible y nuestra. Este problema, que ha nacido del lodo de mi ser escurrido, es un problema que concierne a las reflexiones sobre educación: el problema de la socialización o pensamiento común y el problema de la libertad o pensamiento autónomo.
Pero no quiero hablar de eso; lo que quiero es pensar sobre la libertad de pensar sin dejar a un lado mis percepciones con respecto a la temperatura y las estaciones, con respecto al sol afuera.
Así, razonamientos encontrados para volver inteligible el recorrido que he transitado para descubrirme con la pregunta que consiste en el inicio de la libertad de pensamiento, pregunta esencial sobre cómo alcanzar un grado de libertad al avanzar sobre cualquier cuestión: recuerdo de mis pensamientos nocturnos, definición de la dimensión que alcanzó la historia (mía historia) cuando conjeturaba sobre cómo pensar libremente.
Pensé: para saber cómo pensar libremente (repito que considero la pregunta como una encrucijada, es decir: si es que sinceramente me cuestiono el problema de la libertad de pensar, y me angustia no poder avanzar sin rescindir a esa libertad, es porque me encuentro en un lugar en el que puedo libertar mi pensamiento, al estar, digamos, des- cargando mi historia para mirar, semi- vestido de historia; desnudo se avanza en cierta poesía, no en el pensamiento). Pero desvarío y extiendo el paréntesis.
Decía que pensé, con alguna claridad, sobre la necesidad de la historia. Entendí que debía comprender cómo había llegado a la pregunta, recordar cómo mi subjetividad se enfrentaba a este pensamiento, para poder avanzar, sino con libertad pura, con los matices de mi subjetividad. Surgió entonces el problema del Conocimiento, harto complejo, y, por un momento, creí que debía tomar ese camino, analizarlo de manera cuidadosa, academizarlo.
Ahí la pérdida; de hacerlo, hubiese podido suceder lo que al preguntarme por el camino recorrido y el surgimiento del concepto historia (mejor: la necesidad de historia): en lugar de avanzar y recordar y preguntar y comprender y presenciar memoria, hubiese andado el camino del análisis epistemológico y metodológico de la historia y los problemas de las diferentes corrientes filosóficas para apuntalar los diferentes métodos, para elegir un método de investigación histórica y, esto seguro, hubiese perdido mi libertad, me hubiese detenido.
¿Retórica? No, camino recorrido, renuncia a las formas tradicionales de hacer turismo por el conocimiento, no de avanzar en el pensamiento; para avanzar es necesaria la libertad de decir y de pensar. ¿Literatura? Acepto literatura, invención, pero invención cargada de libertad de pensar y de decir detrás del lenguaje, mejor (no más detrás) desde el lenguaje. Vuelvo a la historia. La libertad tiene que ver con la historia en el sentido de que cuando propongo avanzar con libertad sobre cualquier cuestión, propongo que mi subjetividad, mi ser, se interne en el aire denso de un porqué posterior al anterior.
Así, al preguntar quién soy, qué es eso que llamo mi subjetividad, respondo: mi pasado; soy mi historia, mi historia establecida por la acumulación de experiencias, circunstancias, formas de relacionarme con esas experiencias (que incluyen las cosas y los otros) y el relato de esas circunstancias, de esa contingencia; mis formas de memoria en movimiento y la modificación que en el recuerdo desdibuja el catálogo. Entonces soy yo, es decir, me configuro como una entidad consciente y, al alcanzar este panorama temporal que es mi subjetividad (que es mi pasado), puedo avanzar con libertad, es decir, dar matiz de subjetividad que genera conocimiento genuino, libre.
Entonces, sin confundir libertad con origen, transito el texto, desarrollado, extendido, y visualizo los caminos que esta historia ha determinado sobre mi libertad; es decir: el abanico histórico que abre, en un cono inverso, el futuro. Y esto no es importante porque podré elegir dentro de un abanico mayor; sino porque visualizo el abanico y, por tanto, puedo imaginar posibilidad fuera del abanico, es decir: potencialidad de nuevas reglas (formas de medir y nuevas unidades de medida); modificación de la trama, creación de una escultura cargada de mi ser ahí, siempre histórico, patológicamente poético, potencialmente libre.
*Licenciado en Ciencias de la Educación (UDELAR)
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