Colaboración y conflicto, las dos caras de la crisis nuclear iraní
Abstract
Desde 2003 el programa nuclear de la República Islámica de Irán parece haberse convertido en una fuente inagotable de noticias y polémicas. Los acontecimientos de los primeros meses de 2009 confirman que esta tendencia se mantiene.
El principal suceso en este sentido fue el descubrimiento en marzo, por parte de inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), de la existencia en Irán de un 30% más de uranio de bajo enriquecimiento que el previsto por el organismo para este período. Esto ha llevado a los expertos a plantear que Irán contaría actualmente con existencias de uranio que, una vez enriquecidas, serían suficientes para la creación de una bomba atómica. El hecho de que en las semanas previas al descubrimiento, así como nuevamente esta semana, el gobierno iraní demostrara públicamente su alto grado de desarrollo balístico –mediante el lanzamiento a modo de prueba de un misil de largo alcance, capaz de alcanzar a Israel–, no ha contribuido a mitigar las sospechas occidentales al respecto.
La preocupación con la que la comunidad internacional ha recibido estos hallazgos se ha visto potenciada por el complejo contexto en el que los mismos se han producido; caracterizado por una virtual parálisis en los avances de las negociaciones multilaterales.
Luego de un aislado período de importantes avances entre finales de 2007 e inicios de 2008, en los que la AIEA logró resolver algunos de los asuntos pendientes con el gobierno iraní –gracias a un Plan de Trabajo concretado con el mismo–, se llegó a finales de pasado año a una nueva instancia de estancamiento de la investigación. Circunstancias similares se han dado en las negociaciones diplomáticas que Irán mantiene con algunos países occidentales, sobre las que se volverá más adelante.
En gran medida las negociaciones se han visto entorpecidas por las tensiones existentes en el ámbito político iraní e internacional.
La importancia política, económica y energética del programa nuclear iraní lo ha transformado en una fuente de orgullo nacional y en una herramienta de campaña electoral de cara a las elecciones nacionales de junio, en las que el presidente Ahmadinejad buscará la reelección. Esta particular coyuntura ha propiciado también nuevos arrebatos del presidente de Irán en foros internacionales, lo que añade tensión a las ya complicadas relaciones entre este país y el resto de la comunidad internacional.
El actual interés por el programa nuclear iraní no es, pese a esto, nada reciente. El mismo ha sabido mantenerse en la mira de la comunidad internacional desde que el Shá Reza Pahlevi lo impulsara a inicios de la década de los 50. Sin embargo, por aquel entonces la situación era muy diferente, dado que el programa contaba con amplio apoyo y asistencia técnica de los países occidentales que hoy buscan suspenderlo. El cambio producido en la percepción internacional con respecto al programa nuclear iraní es un claro reflejo de los cambios políticos que se produjeron en dicho país con la Revolución Islámica de 1979.
La instauración de un régimen teocrático profundamente conservador, anti-reformista y anti-occidental transformó al programa nuclear de una positiva oportunidad económica y energética para un régimen aliado, en una nueva potencial amenaza de un ataque nuclear por parte de un país enemigo, a los ojos de Occidente. El actual contexto de resurgimiento internacional del fundamentalismo islámico, así como el regreso de la línea más conservadora al poder en Irán de la mano del Presidente Mahmoud Ahmadinejad, han contribuido a profundizar esta visión en los últimos años.
El actual gobierno iraní, por su parte, insiste en el carácter pacífico de su programa nuclear, como lo han hecho todos sus antecesores. Se resguarda así en el derecho al desarrollo de la energía nuclear pacífica, definido en el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), del que Irán es parte desde 1970.
Si bien la desconfianza occidental respecto al programa nuclear iraní es de larga data, la actual polémica en torno al mismo se desató cuando en 2002 el grupo disidente exiliado conocido como Consejo Nacional de Resistencia de Irán denunció públicamente la construcción de instalaciones no declaradas ante la AIEA en las localidades de Natanz y Arak.
Fue a raíz de dicha denuncia que la Agencia inició en 2003 una minuciosa investigación del programa nuclear iraní, a partir de la cual se descubrieron una serie de violaciones a los compromisos internacionales de ese país en materia nuclear. Las numerosas violaciones encontradas por la AIEA respondían principalmente a la omisión de declaración, o a la declaración incompleta, de diversos materiales, equipos, instalaciones y actividades vinculadas al campo nuclear.
La importancia de estas violaciones recae en que las mismas constituyen una contravención flagrante al Sistema de Salvaguardias de la AIEA, piedra angular de la no proliferación nuclear. Se trata de un sistema de acuerdos internacionales entre cada país y la AIEA, en el que se definen claramente los derechos y obligaciones de cada una de las partes en el campo de la energía nuclear, con el objetivo de controlar las actividades de cada Estado, evitando la desviación de las mismas hacia fines no pacíficos.
La reticencia inicial de Irán a colaborar con la investigación, así como las demoras, contradicciones y ambigüedades en su conducta una vez que decidió que esa colaboración no podía seguir siendo evitada y su tendencia al encubrimiento, contribuyeron a aumentar las sospechas de la AIEA.
La preocupación de la Agencia frente a estos descubrimientos se sumó también a los intereses particulares de algunos países –fundamentalmente Estados Unidos y algunos Estados europeos–, derivando en la presentación del caso ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en febrero de 2006. Desde que fuera involucrado en el tema, el Consejo ha solicitado repetidamente la colaboración de Irán con la AIEA y la suspensión de sus actividades de enriquecimiento de uranio, hasta que la cuestión sea resuelta y se comprueben los fines pacíficos de su programa nuclear. Irán no ha acatado las solicitudes del Consejo, pues considera que su participación en el tema es ilegal, dado el carácter pacífico que atribuyen a su programa nuclear. El Consejo ha respondido ante este incumplimiento a través de la aplicación –y la posterior ampliación– de una serie de sanciones, principalmente de carácter económico y comercial.
Mientras se desarrollaban los esfuerzos multilaterales por resolver la cuestión nuclear iraní, surgieron también intentos de acercamiento diplomático plurilateral con Irán. Las gestiones diplomáticas comenzaron en 2003, cuando Alemania, Francia y el Reino Unido comenzaron a negociar con Irán, con el apoyo de la Unión Europea. Este grupo de países, conocido en este ámbito como el “EU-3” se ampliaría pronto, para incluir a Estados Unidos, Rusia y China, dando origen de este modo a lo que pasó a denominarse “el P5+1”. En ambos casos, el objetivo y los medios fueron muy similares: lograr la colaboración de Irán con la AIEA y la suspensión de su programa nuclear, a cambio de un amplio paquete de asistencia económica, técnica, energética, científica y en otros campos.
Se plantea, entonces, que la comunidad internacional está enfrentando la cuestión nuclear iraní con un enfoque en dos vías – o dual track approach-: la diplomática y la multilateral, ésta última representada por la actuación de la AIEA y el Consejo de Seguridad de la ONU.
Como puede inferirse de lo planteado anteriormente, ninguna de estas dos vías ha llegado a una solución satisfactoria del tema, lo que no implica en ningún modo que las partes no lo sigan intentando. Frente a los recientes acontecimientos comentados al inicio de este artículo, los países del P5+1 han realizado un nuevo llamamiento a Irán, reiterando su ofrecimiento de un amplio paquete de asistencia.
En base a lo expuesto, no parece factible que la cuestión nuclear iraní se solucione a corto plazo. La excesiva politización del tema, aunque probablemente inevitable dada la sensibilidad de la materia, resulta contraproducente para la pronta resolución del mismo.
Tal vez serían más eficientes los resultados si los esfuerzos por resolver este asunto se mantuvieran en el campo técnico de la AIEA, en el que se han producido los principales progresos hasta el momento. De la amplitud y relevancia de los intereses de cada uno de los participantes en este tema puede, sin embargo, deducirse que este no será el camino escogido por los mismos.
Lic. en Estudios Internacionales.
Universidad ORT - Uruguay
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