Sri Lanka en jaque
Abstract
En estos últimos días, el escenario internacional se hizo eco del cruentísimo combate que tomó lugar en Sri Lanka entre el movimiento guerrillero separatista conocido como “Los Tigres Tamiles” y el gobierno esrilanqués. La batalla librada entre estos dos combatientes, calificada por la ONU como “catastrófica”, dejó como saldo escandalosas cifras: más de 170.000 personas hacinadas en condiciones materiales y espirituales paupérrimas, más de 50.000 desplazadas de la zona de batalla –al norte del país-, 20.000 atrapadas como rehenes y por si eso fuera poco ya se cuentan miles de muertos civiles.
Si bien la situación ha llegado a su punto más álgido en las pasadas horas, cabe destacar que el conflicto no es nuevo sino que cuenta con una larga historia que se inicia propiamente con la creación del movimiento subversivo LITTE (Tigres para la liberación de la Patria Tamil) en 1976. Con el objetivo manifiesto de crear un estado independiente en el distrito de Mullaitivu, al noreste de Sri Lanka –lugar en donde es predominante la etnia tamil-, esta organización militar se ha enfrascado en una lucha armada, desde su creación hasta la actualidad, para alcanzar dicho propósito. Lejos de ser improvisado, este movimiento secesionista ha consagrado su profesionalidad. Los insurgentes están equipados con armas que no sólo tienen alto poder destructor, entre las que se encuentran granadas y hasta lanzamisiles, sino que también son de avanzada, y que fueron posibles de conseguir gracias a los varios tentáculos que la organización tiene extendidos por diversos países. Además, cuenta con más de 10.000 personas (entre ellas niños y niñas) que están bajo sus órdenes, y que se caracterizan por su disciplina y por su buen entrenamiento. Sin embargo, el grupo resulta ser radicalmente más letal cuando vemos que propugna y aplaude los ataques suicidas; cualidades todas que determinaron su infeliz fama a nivel mundial y que le valieron el status internacional de “organización terrorista” y su inmediata y subsiguiente proscripción en aproximadamente 32 países del mundo.
La guerrilla que se ha venido desarrollado en Sri Lanka –también conocida como lalágrima de la India- puede perfectamente catalogarse como una de las de mayor envergadura de toda el Asia. Desde que se inició le ha costado la vida a aproximadamente 70.000 personas, y ha desafiado seriamente a las fuerzas armadas esrilanqués, poniendo en jaque a todo el país durante largos períodos, en reiteradas ocasiones. A pesar de que ha habido cuatro intentos efectivos de acercamiento entre ambas partes -en muchas ocasiones Noruega actuó como mediadora- ninguna de las negociaciones prosperó y los conflictos armados, como consecuencia, continuaron sin vacilación. Sin embargo, no sería sino hasta el 2006 cuando la situación tomaría un giro diametral: luego de que la organización de los Tigres Tamiles montara una especie de “mini-estado” en el noreste del país, la armada esrilanquesa reforzó su ofensiva hasta reducir al enemigo a una ínfima porción de territorio de tan sólo 20 kilómetros cuadrados. Éste, a su vez, sería declarado por el armada esrilanquesa como una “zona segura” para los civiles. Aquel suceso tuvo consecuencias importantísimas para el posterior desenvolvimiento de los hechos. Por un lado, supuso una significativa anotación militar para el gobierno de la isla. Por otro, y desde una lectura más psicológica, podemos decir que inflamó el espíritu de la administración esrilanquesa que, desde aquel entonces, y junto con el concierto internacional, han sentido que la organización terrorista tiene los días contados. Tal es así que las peticiones de rendición realizadas a LITE por gran parte de la comunidad internacional –integrada por los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón- se han incrementado considerablemente en los últimos meses.
Lejos de querer mantener el status quo, la milicia esrilanquesa ha decidido lanzarse de lleno a dar el golpe final. Con ese objetivo, el Ministro de Defensa anunció, dos semanas atrás, el inminente avance de las tropas militares a la denominada “zona segura” que, con una ofensiva sanguinaria, dieron comienzo al actual enfrentamiento, que lleva a cientos de miles de civiles como rehenes. El lunes pasado, y luego de que el ejército atacara y destruyera una de las últimas fortificaciones de los tamiles, 50.000 personas felizmente pudieron escapar de la zona de guerrilla. Sin embargo, y pese a que fueron salvadas de los insistentes bombardeos, su situación presente es calamitosa, ya que el gobierno esrilanqués ha negado sistemáticamente el acceso de ayuda humanitaria de la ONU a dicha zona. Esa decisión responde sencillamente a que si se permitiese la entrada de ayuda exterior debería haber primero una declaración temporal de cese del fuego, algo que el Ministerio de Defensa de la isla asiática entiende sería inoportuno ya que le permitiría al grupo rebelde ganar un tiempo vital para reorganizarse y volver a combatir, en un momento en donde están a punto de ser derrotados completamente a manos del gobierno. Pero no sólo la ayuda humanitaria tiene el trabajo difícil, sino que también la propia prensa internacional se ve imposibilitada de acceder al lugar de los hechos, lo que complica más aún la situación ya que las fuertes acusaciones cruzadas que se adjudican los combatientes no pueden ser verificadas, de manera independiente, por la prensa extranjera.
En esta situación de máxima tensión y de intranquilidad internacional, la ONU envió al responsable de Asuntos Humanitarios, John Holmes, al que se le sumaron los Ministros de Exteriores de Francia, Suecia y Reino Unido, a fin de que manifestase la preocupación mundial por los hechos sucedidos allí y con la intensión de presionar al gobierno para hacer una breve pausa en los combates para atender adecuadamente a todos los civiles afectados. Pero, en realidad, la situación no parece haber variado mucho ya que si bien el gobierno anunció, esta semana, que dejaría de usar armamento pesado para reducir al mínimo las bajas civiles, éste igualmente reanudó, este martes, los bombardeos con dos aviones que arrasaron con la zona estipulada, para lograr apoderarse de dos de los últimos bastiones de los Tigres de Liberación Tamil.
Pese a que la guerrilla no parece tener fin, la situación presente hace pensar que un punto final está por escribirse, dada la patente debilidad que ha demostrado, en las postrimeras horas, el movimiento tamil. Acompañando el progresivo declive de esta organización terrorista, uno de sus principales portavoces, Velayudam Dayanidi, se rindió, entregándose a las fuerzas militares durante la semana pasada. Sólo resta esperar que este lamentable escenario se subsane prontamente, y que estos sucesos queden asentados en la historia esrilanquesa como los que consignan los últimos y vencidos coletazos de una organización condenada a desaparecer.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay.
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