Pasado, presente y futuro del nacionalismo Tercera parte: la Caja de Pandora
Abstract
Si hablábamos en la anterior parte de este estudio de la nación construida al servicio del Estado moderno, en la presente podríamos invertir los papeles: el Estado se transforma, progresivamente, en un medio para la expresión del nacionalismo más exacerbado.
Dos procesos de origen nacionalista contribuyeron de forma decisiva al estallido de la Gran Guerra. En primer lugar la teoría de que para preservar la nación era necesaria la expansión territorial del Estado simbiótico. Esta idea era popular especialmente en Alemania, que había generado toda una escuela de pensamiento al respecto (los primeros teóricos de la geopolítica) y que contaba con el respaldo de no pocos artistas, escritores (como Thomas Mann), científicos (el ya mencionado Max Weber) y eventualmente por las masas. La kultur alemana estaba amenazada, y la única forma de salvaguardarla era –lamentablemente- la guerra.
Ya no se trataba entonces de “preservar” la nación, sino también de hacerla “prevalecer” por sobre el resto ante futuras amenazas (no debemos confundir esta idea con el pensamiento paralelo a nivel estatal en el marco del paradigma realista de teoría internacional).
Segundo, la ya mencionada exigencia de “naciones huérfanas” de reclamar sus propios Estados. Algo imposible mediante métodos pacíficos, dado que en muchos casos un espacio comprendía a varias naciones, y el ascenso de una provocaría el subyugar de la otra.
La guerra, la más mortífera que se hubiera conocido hasta entonces, no supo resolver estas cuestiones. Si bien entre los puntos del presidente norteamericano Wilson encontramos la máxima de “para cada nación un Estado”, la paz de Versalles aplicó este principio sólo en contra de las potencias vencidas: Alemania, Austria-Hungría, el Imperio Otomano.
Es aquí cuando el nacionalismo vive su verdadero auge, a través de los movimientos totalitarios conocidos como fascistas, que convierten la nación como fin último. Apenas finalizada la guerra, surge el fascismo italiano, agrupaciones de ex combatientes que reclaman territorios que no les han sido asignados por la nueva paz. El poeta futurista Gabriele D’Annunzio “invade” la ciudad de Fiume (la actual Rijeka croata) y proclama su anexión a Italia. Un ex agitador socialista, Benito Mussolini, aprovecha sus dotes teatrales y el temor de la pequeña burguesía al comunismo, para hacerse con el poder en Roma. Desde allí realizaría discursos en aras de la concreción de un nuevo Imperio Romano.
Los alemanes no tardaron en elegir de Presidente a un héroe de la guerra, Paul von Hindenburg, y en cuestión de unos años el Partido Nacional Socialista -cuyo líder hablaba en su “autobiografía” de título Mein Kampf, de la superioridad de una supuesta “raza alemana”, de volver a invadir Francia, de invadir la URSS, de paso deportar a los eslavos más allá de los Urales y repoblar todo de alemanes- pasó de contar con una decena de diputados a tener mayoría parlamentaria.
Si bien Hitler casi logra sus objetivos, la derrota del Eje en la guerra pondría fin a buena parte de las reivindicaciones nacionalistas.
Las razones son las siguientes:
(a) El traslado masivo de millones de personas de determinada nación a las nuevas fronteras de sus respectivos Estados. Esto dejaba poco lugar al irredentismo.
(b) El desprestigio hacia el ultranacionalismo producto de la barbarie nazi.
(c) La nueva dicotomía “Mundo Libre – Países Socialistas”, encargada de desterrar otro tipo de enfrentamientos en el imaginario popular.
Habría que esperar a la caída del bloque soviético para que el nacionalismo, tal como se lo ha definido, volviera a ser determinante en los asuntos de política interna y exterior.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT- Uruguay.
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