Los Intelectuales y la Política: ¿Pensar y Participar? Review de "Reckless Mind: Intellectuals in Politics" de Mark Lilla
Abstract
Siguiendo una línea de pensamiento en la que sobresalen nombres como Julien Benda, Czeslaw Milosz y algunos períodos de la obra de Raymond Aron, Mark Lilla se avoca en Reckless Mind al estudio del laberíntico pero apasionante tópico de la relación entre los intelectuales, sus obras e ideas y la política.
A través del estudio de seis casos representativos (Heidegger, Schmitt, Benjamín, Kojéve, Foucault y Derrida) el autor busca responder una cuestión que sigue siendo enigmática: ¿Cómo se puede entender que mentes brillantes –cualquiera de los casos citados cumple este requisito- que han estructurado complejos sistemas de pensamiento, muchas veces impulsados por un genuino y noble deseo de conocimiento, terminen apoyando pasiva o activamente regímenes, autoridades, y esquemas sociales totalitarios y opresivos hasta el paroxismo?
Antes de entrar en el tema vale hacer una aclaración sobre la actualidad de la problemática. Sin dudas los tiempos que corren son cualitativamente diferentes de algunas décadas del siglo XX donde esta extraña simbiosis entre intelectuales y regímenes totalitarios (Nazismo, Fascismo, Comunismo) era más la norma que la excepción. La de la Francia de pos guerra, donde se buscaba en un Sartre los comentarios políticos de los temas del día, ya no parece ser una mecánica contemporánea. Sin embargo, la situación actual es una coyuntura. La amenaza tiránica está siempre latente mientras haya política; y a su lado “intelectuales/filósofos” dispuestos a defenderla. Aunque en un menor grado que Sartre o Heidegger, un prototipo de este tipo de filosofía/intelectualismo tiránico actual -o como lo llama Lilla “philotyranny” (definición debatible, aunque no es el propósito del presente artículo)- es el esloveno Slavoj Zizek. Al igual que otros filósofos del siglo XX Zizek ha adoptado esa particular mezcla entre pensador y estrella de rock. La caracterización de estrella no es gratuita, basta con investigar un poco en la red para notar la proliferación de su figura que ya cuenta con dos largometrajes biográficos (más irónico y definitivamente divertido es ver a este materialista, marxista-stalinista, lacaniano…y un largo etcétera, posando para una famosa revista argentina de chimentos con su flamante y muy bella esposa, con un reluciente traje blanco digno de la serie “Miami Vice”) La seriedad de la cuestión aparece cuando se lo ve defendiendo olímpicamente al régimen y el terror stalinista ante anfiteatros colmados. Como si medio siglo hubiese borrado de la conciencia colectiva los estragos y horrores que causó el régimen soviético bajo Stalin.
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El libro de Lilla debe ser elogiado desde diversos puntos. Reckless Mind supone una excelente, y poco esotérica, review del pensamiento de estos seis relevantes intelectuales y sus tentaciones autoritarias. El autor conoce profundamente sus obras, pero además las conjuga con las vidas personales -aspecto relevante para la conclusión del libro.
Parece lógico que el primer capítulo esté dedicado a Martin Heidegger. Lilla expone su aberrante apoyo al régimen Nazi de manera frontal, apoyado en archivos como la correspondencia de Heidegger con Karl Jaspers. Algunos de sus fragmentos dejan al lector boquiabierto, insultando la inteligencia de este personaje. Por ejemplo, en una reunión entre los dos filósofos, Jaspers, incrédulo ante el apoyo de su “amigo” al ascendente nazismo le pregunta: “How can such an uncultivated man like Adolf Hitler govern Germany?” para recibir la ridícula respuesta de Heidegger: “Culture dosn’t matter. Just look at his marvelous hands.”
Las aberraciones anti-semitas de Carl Schmitt, irrenunciables aún después de la caída del Tercer Reich, son también ilustrativas del punto que el autor quiere aclarar. Cada uno de los capítulos que le siguen nos muestran intelectuales fascinados por el mundo de la ideas. Quizás hasta el punto de la ceguera; lo que hace viable su relación con prácticas y concepciones antinómicas a la libertad individual. Lilla logra esclarecer con ejemplos prácticos la tormentosa relación entre los intelectuales y la política.
Dicho esto, es menester pasar a las cuestiones “problemáticas” del texto. Luego de recorrer junto al autor cada uno de los análisis de los intelectuales en cuestión, se dedica una conclusión que busca encontrar la respuesta a la pregunta de investigación expuesta supra. ¡Nada mejor para un lector ávido de respuestas, luego de seis capítulos de presentación del problema!
No obstante, la conclusión de Lilla decepciona desde un principio. El autor toma el ejemplo de Platón y su famoso viaje a Siracusa que tenía como objetivo convencer al tirano Dionisio de las bondades de la filosofía como herramienta contra la tiranía. Al no conseguir su cometido, decepcionado, vuelve a su ciudad. Platón es para Lilla el ejemplo de la moderación intelectual (afirmación debatible); una vez que no puede hacer nada por liberar a Siracusa de la tiranía regresa a Atenas. Contrariamente, una infinidad de filósofos durante el siglo XX han dedicado su tiempo e inteligencia para defender a Dionisio (i.e. Hitler, Stalin, Mao, Mussolini, Castro, etc.) Esta falta de moderación permite diferenciar, según el autor, a los filósofos responsables de los “filotiránicos.” ¿Pero de dónde surge ese sentido de responsabilidad platónico? Para el autor la respuesta está dentro de cada uno. Es decir, la diferencia entre un intelectual “filotiránico”, digamos Heidegger, y uno responsable, digamos Hannah Arendt, es una característica psicológica inherente a esa persona. Todos los pensadores están guiados por un determinado “amor” a las ideas (“eros” en Platón); los filotiránicos no pueden mantener controlado este “amor” y las consecuencias suelen ser nefastas.
En primer lugar es evidente la vaguedad y oscuridad de la idea de Lilla. Dejar la respuesta en manos de una extraña característica psicológica abre un campo de discrecionalidad al analizar a estos intelectuales que no parece ser el más apropiado. Más aún teniendo en cuenta las diferencias intelectuales que hay entre ellos. No hace falta aclarar que el pensamiento político de Heiddeger o Schmitt está sustantivamente alejado del de Derrida, por ejemplo. En el intento de generar una respuesta demasiado general, aplicable in totum, Lilla pierde fuerza argumentativa.
Existe otro problema con el argumento del autor, de carácter más sutil pero quizás más relevante. Al enfocar el problema exclusivamente en el individuo y sus particularidades psicológicas se deja de lado un elemento crucial: las ideas. En la lógica del autor no importa qué ideas profese el intelectual; si no puede mantener la moderación platónica corre riesgo de convertirse en un “filotiránico.” Esto supone empezar de cero en cada intelectual. En este sentido no importaría que, por ejemplo, Heiddeger y Foucault estuvieran fuertemente influenciados por Nietzsche. Perder de vista la autonomía que pueden tomar las ideas y así influir en las posiciones políticas de algunos intelectuales empobrece, sin lugar a dudas, el análisis de Lilla.
Teniendo en cuenta las deficiencias que presenta la conclusión de Reckless Mind, lo más adecuado parece volver a la Historia. Es decir, intentar identificar y reconstruir a través del camino de la Historia de la Ideas el proceso que permitió que durante el siglo XX una innumerable cantidad de intelectuales pudieran conjugar sus pensamientos con propuestas políticas totalitarias (metodología similar a la utilizada por Isaiah Berlin). El mérito de Lilla, para nada pequeño, es dejar al lector con la ambición de profundizar el estudio sobre esta espinosa pero necesaria discusión.
*Candidato a la Maestría en Estudios Internacionales,
Universidad Torcuato di Tella
Buenos Aires, Argentina
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