La cultura como explicación
Abstract
TRES ESCUELAS tienden a disputarse los criterios que deben regir a la hora de analizar el mundo contemporáneo: economicistas, culturalistas e institucionalistas.
Si el teórico de asuntos internacionales fuese un padre de familia, y creyese que para cumplir con su deber alcanza con pagar buenos colegios o facilitar dinero a sus hijos para esparcimiento, podríamos afirmar que se trata de un padre “economicista”. Ese tipo de padre suele recibir consternado la noticia de que su hijo se droga, o que sufre problemas psicológicos severos. Su respuesta suele ser “yo le pagué la mejor educación, lo mandé al exterior, etcétera. ¿Cómo puede ocurrir esto?”
Si en cambio el progenitor le asigna una gran trascendencia a los hábitos de trabajo, ahorro y respeto a los mayores, tal como la familia supo transmitir durante generaciones, entonces podríamos decir que se trata de un padre “culturalista”. En este caso, puede quedar perplejo si se le advierte que además de la noble tradición familiar quizás sea preciso pagar algún foniatra si el joven padece cierto tartamudeo, o enviarle señales más precisas de cuáles son las reglas de juego cotidianas además de la difusa generalidad de los “valores de la familia”.
Por último, si al padre lo que mayormente le interesa es que las reglas de juego queden claras (“te presto el coche si salvas el examen”, “te compro la bicicleta si obtienes buenas notas”, etcétera) estaríamos en condiciones de afirmar que se trata de un padre “institucionalista”. Pero al igual que las otras categorías paternales, es obvio que con esos formalismos no alcanza. Es menester transmitir el sentido de esas reglas, o las metas últimas adonde apuntan.
Esta metáfora, precaria y útil a la vez como todas, permite introducirnos en tres estrategias analíticas de las sociedades actuales cuyo mayor rendimiento explicativo, probablemente, surja de una equilibrada combinación de elementos, sin caer en la tentación de apelar unilateralmente a cualquiera de las tres dimensiones en juego. ¿Qué es lo que explica la pobreza de unos países y la riqueza de otros? ¿Que los países centrales vampirizan a los periféricos? ¿Que el Estado distorsiona el mercado? ¿Que la cultura los hace a unos más trabajadores y holgazanes al resto? ¿Que las instituciones democráticas son confiables en las naciones prósperas y las transacciones en negro campean en las naciones pobres?
Después de tantas décadas de marxistas persistentes y libre mercadistas porfiados, el economicismo se entiende al vuelo, por la mera enunciación del término: las estructuras económicas, el mercado, las finanzas, el déficit fiscal, la inflación, los recursos energéticos o alimenticios, seguidos de un vasto etcétera, serían lo único que importa para explicar el acontecer humano. Todas las guerras serían por el petróleo, o por determinado acuífero, o entidades materiales análogas. Por el papel moneda danza el simio, diría el refrán popular y podría ser el lema del más puro economicismo. Por ejemplo, el periodista argentino Andrés Oppenheimer tiende a instalarse en esa perspectiva analítica, aunque es lo suficientemente inteligente como para sazonarla con algunos condimentos institucionalistas.
Como exponente de la visión culturalista, mencionemos a Lawrence Harrison, autor de El sueño panamericano. La tesis central de ese libro famoso es que la herencia ibérica y católica ha sido una desventaja para los latinoamericanos, y que son muy profundas las diferencias a favor de la tradición anglo-protestante. Países como EEUU y Canadá serían una ilustración contundente del resultado de esa comparación: los países latinoamericanos son pobres y sus gobiernos inestables, mientras aquellos dos gigantes norteños son ricos y sus democracias largas e ininterrumpidas.
En cuanto a la cosmovisión institucionalista, nadie mejor que Hernando de Soto para ilustrarla. En su estupendo libro El misterio del capital, el autor se pregunta qué tienen en común, desde el punto de vista de sus culturas, Egipto, Filipinas y Perú. ¡Nada! O por lo menos ésa es su opinión. Lo que explicaría las dificultades económicas de esos países es la informalidad de sus economías. Un vasto estudio mundial, llevado a cabo con sus colaboradores, condujo a de Soto a descubrir que, por ejemplo, la informalidad de la ocupación y la tenencia de tierras, hace que el capital no sea fungible. ¿Qué significa eso? Que si usted “posee” o “vive en” un predio pero carece de título legítimo, no podrá jamás solicitar un préstamo para comprar un tractor y ofrecer como garantía el terreno. Eso involucra consecuencias dramáticas para todo el desempeño de la economía que no pueden ser explicadas en una nota de dos carillas. Pero basta con recordar que la suma de los activos inmobiliarios informales del tercer Mundo constituye una masa tan gigantesca como inerte de capital, que no puede ser convertida de modo alguno, igual que si la energía formidable que podría liberar un torrente de agua no pudiese ser utilizada en una represa eléctrica, y permaneciese quieta en forma de lago.
Veamos una versión más sofisticada de la perspectiva institucionalista. En un prólogo de Claudio Paolillo al libro de Marcos Cantera (Las venas tapadas de América Latina) se afirma que el “capital natural” (petróleo, cobre, ganado y pesca, por ejemplo), y el “capital construido” (maquinaria, infraestructura, etcétera), son factores concretos, tangibles. Pero en realidad, son los factores intangibles como el “capital humano” (la educación de la gente) y el “capital institucional” (reglas de juego claras, imperio de la ley) los que permiten aprovechar los activos tangibles. Precisamente, según el Banco Mundial, “los países más ricos son ricos principalmente por las habilidades y conocimientos de sus pueblos y por la calidad de las instituciones que respaldan la actividad económica”.
Posiblemente, Francis Fukuyama sea el ejemplo más notable y refinado de culturalismo si tomamos en cuenta su obra mayor: Confianza. Las virtudes sociales y la capacidad de generar prosperidad. Pero en opus posteriores Fukuyama se ha inclinado al institucionalismo, siempre con agudos argumentos. Por su parte, el hijo de don Mario, Álvaro Vargas Llosa, en Rumbo a la libertad, procura armonizar la escuela culturalista con la institucionalista, tratando de obtener lo mejor de cada paradigma. Pero de ello nos ocuparemos en una futura nota.
FUENTES
CANTERA CARLOMAGNO, Marcos (2008). Las venas tapadas de América Latina, prólogo de Claudio Paolillo, Linardi y Risso, Montevideo.
DE SOTO, Hernando (2002). El misterio del capital. Por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en el resto del mundo. Sudamericana, Buenos Aires.
HARRISON, Lawrence (1999). El sueño panamericano, prefacio de Mariano Grondona, editorial Ariel, Villa Ballester (Argentina).
VARGAS LLOSA, Álvaro (2004). Rumbo a la libertad. Por qué la izquierda y el “neoliberalismo” fracasan en América Latina, Planeta, Buenos Aires.
*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.
Depto de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay
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