LOS POLOS SE RECALIENTAN…
Abstract
…y ello está ocurriendo en más de un sentido. Son ya conocidos los efectos que el calentamiento global está teniendo sobre las regiones polares: vastos sectores helados se licuan en los mares y océanos circundantes; los glaciares se derrumban y gigantescos icebergs navegan hacia su total desaparición, todo lo cual afecta de manera adversa la vida y la supervivencia de las especies que habitan en dichas regiones. ¿Seguirá siendo la expresión “hielos perpetuos” la manera adecuada de describir los Polos?
Pero no es sólo la temperatura física la que está subiendo en las zonas heladas del planeta. En las últimas semanas la temperatura política de los Polos, que durante los últimos cincuenta años se había mantenido admirablemente estabilizada tanto en el Norte como en el Sur, ha aumentado varios grados. Ello ha sido la consecuencia de ciertos actos y declaraciones de países con intereses especiales en las regiones polares, que se relacionan con el cumplimiento de obligaciones establecidas en la Convención sobre el Derecho del Mar. En efecto, de acuerdo con esta Convención, los Estados deberán presentar dentro de cierto plazo a la Comisión de Límites de la Plataforma Continental una descripción de los límites de sus respectivas plataformas continentales cuando ellas se extiendan a una distancia de las costas mayor de 200 millas. (La plataforma continental se puede definir, de manera simplificada, como la prolongación submarina del territorio de los continentes e islas, que se extiende más allá del mar territorial).
En el Mar Ártico – esa inmensa masa de hielo (13 millones de kms2.) que reposa sobre el agua, no sobre la tierra – la situación se ha mantenido sin cambios desde cuando en el siglo pasado Canadá y Rusia, cuyos territorios rebasan el círculo polar ártico, reivindicaron, en aplicación de la “teoría del sector”, la soberanía sobre sectores de dicho Mar que se extienden desde sus respectivas costas hasta el punto donde se sitúa el Polo Norte geográfico. La “teoría del sector” no ha sido aceptada explícitamente por los otros miembros del club ártico (Estados Unidos, Noruega, Finlandia y Dinamarca, por Groenlandia), pero hasta ahora cada uno había admitido la presencia de los otros en espacios polares determinados, lo que permitió que se mantuviera en el Polo Norte la “coexistencia pacífica” entre sus Estados vecinos.
Este año Rusia envió en misión de investigación un navío rompehielos, equipado con un submarino operado por control remoto, con batiscafos y con un nutrido grupo de científicos que observó, fotografió, coleccionó muestras y plantó la bandera rusa, no en la superficie helada, ni en la superficie terrestre (que en el Polo Norte no existe), sino en el fondo del mar, a cuatro mil metros de profundidad. No en balde la bandera es de titanio. Rusia, además, hizo pública la demarcación de lo que entiende es su plataforma continental ártica de más de 200 millas - lo que ha causado inquietud entre sus vecinos polares - y anunció la construcción de una flota de rompehielos nucleares.
En qué medida las acciones de Rusia van a sacudir el statu quo que se ha venido respetando durante varias décadas, es algo que no se puede predecir, pero es posible que se actualicen las reivindicaciones de soberanía sobre vastas extensiones del fondo del Mar Ártico. Y la competencia puede tornarse áspera considerando la enorme importancia estratégica de la región polar, y el hecho de que, según algunas estimaciones, debajo de ese fondo yace el 25% de las reservas de petróleo y gas del mundo y de que las aguas suprayacentes son inmensamente ricas en recursos vivos. Por lo pronto EEUU se apresuró a reiniciar en agosto la exploración de los fondos árticos, Dinamarca envió hace unos días una expedición con el mismo propósito, y Canadá acaba de resolver construir una base militar y un puerto de aguas profundas en la región, y anunció que destinará 7 mil millones de dólares a la construcción de buques patrulleros rompehielos “para reafirmar sus reclamos de soberanía sobre el Ártico”.
También en el sur los hielos se agitan. El Reino Unido acaba de anunciar su intención de comunicar a la Comisión de Límites de la Plataforma Continental los límites de los espacios que a su juicio conforman la plataforma continental ancha de sus territorios, incluyendo las Islas Malvinas, las Georgia y el sector del continente antártico que reclama como propio (En la Antártica sí, puede hablarse de un “continente”, ya que bajo el casquete polar se extiende un territorio de 14 millones de kms2, presuntamente riquísimo en hidrocarburos y minerales). Desde hace muchos años siete países (Argentina, Australia, Chile, Francia, Inglaterra, Noruega y Nueva Zelanda) han formulado reclamaciones territoriales en la Antártica. Otros, entre ellos EEUU y Rusia, no han reconocido estas reivindicaciones, pero han manifestado tener interés en el continente, y han instalados bases y estaciones de investigación. Todos realizan actividades de investigación. El Tratado Antártico, concluido en 1959 y ratificado por todos los contendores, “congeló” (muy apropiadamente) las reclamaciones territoriales, algunas de las cuales se superponen (en particular las de Argentina, Chile y el Reino Unido), y en ese estado de “congelación” se han mantenido hasta el presente.
Pero el anuncio del Reino Unido de comunicar los límites de su plataforma continental (sobre la que tiene derechos exclusivos de soberanía a los efectos de la explotación de sus recursos) constituye, al decir de un parlamentario chileno, “una luz amarilla”. Chile reaccionó rápidamente recordando sus títulos históricos sobre el continente blanco (en particular la llamada Tierra de O’Higgins, que se vería afectada por la declaración británica) y ya ha tomado medidas para aumentar y fortalecer la presencia chilena y para reactivar la investigación científica en la región.
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