La crisis financiera y nuestros paradigmas
Abstract
El mundo se ha sacudido por la (¿cuántas van?) última gran crisis financiera. El hecho no debería sorprender demasiado salvo por su profundidad. Me explico: si observamos la cronología de las crisis constatamos por lo menos dos hechos: en primer lugar, la correlación positiva entre apertura y desregulación financiera internacional y la frecuencia de las crisis. La globalización financiera trae aparejada también el riesgo de la globalización de las crisis.
En segundo lugar, la evolución de la globalización financiera se ha caracterizado por un intenso proceso de diversificación de productos financieros: el mercado de derivados (instrumentos financieros como las opciones y los contratos de futuros que basan su valor en parte en el valor de activos subyacentes como los bonos, acciones y otros) ha experimentado tasas de crecimiento impresionantes en los últimos 20 años y su irresponsable utilización ha estada asociada a conocidos escándalos financieros, incluida la actual crisis.
Pero este tema no es el que me interesa resaltar en esta nota, sino el hecho de que esta crisis ha desatado o revivido el debate acerca del sistema político/económico/social que rige o debería regir en el mundo actual. Muchos parecen pensar en una resucitación de Marx y otros piensan que no hemos avanzado lo suficiente para justificar el “fin de la historia” (Fukuyama). Basta haber escuchado a varios de los expositores en la reciente reunión de las Naciones Unidas para verificar esta especie de resurrección de la “guerra fría intelectual”.
Deseo ser claro en este aspecto: me parece excelente que el tema vuelva a discutirse, aunque sea como consecuencia de una gran crisis. El fin de la historia no es tal y es por todos aceptado que vivimos en un sistema lejos de ser perfecto y quizá ni siquiera satisfactorio.
Sin embargo, lo que parece surgir a partir de algunas conversaciones en los medios locales e internacionales y en declaraciones de actores también locales e internacionales es lo siguiente: a) los “perdedores” de ayer salen a los medios a reivindicar los principios que rigieron un sistema a todas luces autoritario, ineficiente e ineficaz, b) los “ganadores” de ayer olímpicamente aducen que el capitalismo es el mejor sistema y que lo que debemos hacer es simplemente aplicar “algunas medidas keynesianas” que protejan a los habitantes y eviten una desaceleración de la economía, la generalización del desempleo, y el posible aumento de la pobreza, y c) otros argumentan que el estado no debe actuar y la crisis se resolverá de la mejor manera posible: por los individuos decidiendo libremente dentro del libre mercado.
Todos deberíamos estar de acuerdo que estas visiones han fracasado en el intento de mejorar las condiciones de vida en forma sostenible y sustentable. Todos deberíamos estar de acuerdo que el impresionante desarrollo tecnológico y científico en los últimos años ha sido posible en gran medida a costa de sacrificar las posibilidades y capacidades de las futuras generaciones, en especial si consideramos las consecuencias ambientales de tal desarrollo.
¿Existe algún elemento común a las tres visiones mencionadas que pueda contribuir a explicar tal fracaso? Creo conveniente enfatizar que las tres visiones anteriores fallan en un mecanismo fundamental que creo esencial en el debate planteado al principio: la ausencia de un mecanismo de participación social a través del cual las sociedades logren niveles de consenso sostenible sobre las cuestiones sociales.
Existe consenso que uno de los factores que explican el monumental derrumbe del socialismo real ha sido el autoritarismo a través del cual se influía en la vida de las personas. El pueblo no solamente estaba impedido de tomar decisiones de acuerdo a sus preferencias sino que tampoco estaba en condiciones de incidir sobre los efectos que las decisiones centrales tenían sobre el autogobierno de los individuos. Muchos minimizan este aspecto reduciendo todo a que “los consumidores estaban impedidos de elegir libremente los bienes y servicios que ellos deseaban adquirir”. Esto es solamente una expresión de un fenómeno mucho más profundo y filosófico: la inexistencia de mecanismos colectivos de toma de decisiones que hagan consistente el natural deseo de mayor bienestar individual con las consecuencias sociales. Sin embargo, rápidamente, recientemente galardonados economistas se han apurado a recalcar que “no estamos volviendo a Marx”. Tomo esta afirmación como un producto del “microclima” que se ha producido en Estados Unidos como consecuencia de la compra generalizada de bancos por parte del gobierno, pero nada más que eso.
La segunda visión (el “keynesianismo”) tiene como principal sustento la hipótesis de que el sistema de mercado no resuelve cuestiones sociales fundamentales (como del desempleo y la pobreza). El sistema capitalista es naturalmente inestable y se caracteriza por períodos de gran euforia y gran pesimismo. Durante las euforias, los beneficios no se distribuyen de manera “justa” y durante los períodos de crisis, los principales perjudicados son los más desposeídos.
El sistema genera injusticias y por lo tanto es necesario un “gran hermano” (en este caso el Estado), quien debe actuar de manera anticíclica para mantener los grandes indicadores dentro de niveles socialmente aceptables. Aquí también observamos que determinadas personas (los “burócratas”) poseen un conocimiento superior que los ubica como los grandes jueces que deciden -sin control social- lo que es mejor para los habitantes de un país. Aunque ciertamente preferible a la visión anterior, el sistema es notoriamente insuficiente para llegar a soluciones sociales sustentables en el tiempo.
La tercera visión implícitamente ignora toda cuestión colectiva y representa una visión radical (y totalmente distorsionada) de Adam Smith. La felicidad individual implica necesariamente la felicidad colectiva. Desafortunadamente, esta visión de alguna manera está representada en el pensamiento social de los dos partidos principales de los Estados Unidos, quienes solamente difieren en matices acerca de los beneficios del sistema capitalista de mercado. Esta visión individualista ha encontrado en la ciencia económica un refugio que le otorga reputación intelectual y científica. Lamentablemente, el beneficio individual no se traduce en beneficio social si la el proceso de toma de decisiones solamente considera el primero de ellos como el objetivo fundamental del sistema.
El debate actual tiende a focalizarse dentro de los límites establecidos por los paradigmas anteriores. Parece que la discusión local e internacional se focaliza en los cambios necesarios para solucionar los problemas financieros actuales (“mayor o menor regulación”, “mayor o menor intervención”) y no en cómo instrumentar un sistema colectivo de decisiones sociales consistente, en donde no solamente se consideren las preferencias individuales sino también las consecuencias en términos de autogobierno individual y de solidaridad social.
Esta discusión necesariamente incluye el problema de los centros de poder, ya sea financieros como reales. Un mecanismo descentralizado de toma de decisiones es por definición un mecanismo descentralizado de poder en los términos mencionados más arriba. La discusión internacional y local debería focalizarse en este tema: el gran hermano debería ser un sentimiento superior de solidaridad colectiva que induzca los cambios que los pueblos están reclamando cada vez con mayor énfasis. De lo contrario, la historia se comenzará a escribir nuevamente, esta vez, quizás, de una manera no deseada por todos.
*Profesor de Economía Internacional y de Mercados Financieros Internacionales
Dpto. de Estudios Internacionales
FACS -ORT Uruguay
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