Rusia: El Retorno de la Historia Reconsiderado
Abstract
En una columna publicada el 3 de julio que titulé Rusia: El Retorno de la Historia, realicé un análisis de la actual política internacional rusa en general, y con respecto a Occidente en particular. En la misma esbocé las características de la nueva política exterior de Putin, señalando como rasgos sobresalientes la belicosidad, expansión y confrontación con respecto a Occidente –esencialmente a Estados Unidos-. Como conclusión, argumenté que la política norteamericana hacia la región no era clara, en otras palabras, no parecía haber un preciso análisis de costo-beneficio –sobre todo pensando a largo plazo, donde Rusia no tendría la capacidad de ser una potencia amenazante como lo fue durante la Guerra Fría y los reales desafíos surgirían de otras fuentes-.
Aproximadamente un mes después, las tropas rusas –en una especie de blitz- penetraron en territorio de Georgia –país democrático y pro occidental- y aun no se han retirado. No importa aquí cuáles fueron las causas inmediatas del conflicto, ni se pretende hacer una análisis moral del mismo –aunque vale aclarar que el ataque, con estrechas reminiscencias de las arremetidas de los tanques del ejército rojo durante la segunda mitad del siglo XX, debe ser condenado intensamente desde un punto de vista ético-. El presente artículo se limitará a arrojar una serie de puntos que complementen la idea expuesta en la entrega de julio.
a) El patrón de conducta ruso –léase, confrontación con Occidente y una actitud recelosa hasta el paroxismo con su frontera inmediata- debería continuar. Esta no es una política específica de Putin, de Stalin o de Nicolás II. La expansión como medio de adquirir seguridad se remonta a Catalina la Grande. Por tanto, la búsqueda de altos grados de poder en su antigua esfera de influencia –lo que supone automáticamente la falta de dicha influencia para Occidente- no va a dejar de ser un tema menor en la agenda rusa. Aún así, los grados de dominio y la manera en que lo ejerza sí presentan incertidumbre.
b) La capacidad de acción de Occidente como una unidad homogénea es una utopía bajo el contexto actual. Esto no es resultado de Irak, ni de ningún fenómeno en particular. Simplemente, más allá de Europa Central ya no está el imperio soviético obligando la concertación de una alianza a través del miedo. Acordar conductas similares y disuadir en equipo resulta, y resultará, cada vez más difícil. Esto supone que las políticas que se tomen para afrontar el asunto ruso tendrán en cuenta cada vez más los intereses nacionales de Estados Unidos y Europa. Más aún: ni siquiera Europa parece poder actuar unánimemente, lo que complejiza aún más la cuestión (el tema del fin de la alianza transatlántica será tratado en una futura columna) Lo único que podría hacer de Occidente un bloque efectivo sería la aparición de una amenaza similar a la de la Guerra Fría.
c) En el caso específico del conflicto en Georgia deben hacerse dos aclaraciones. En primer lugar, una situación de éstas características se podía prever de manera cuasi-determinista apoyándose a los rasgos de la política rusa mencionados en la columna anterior. En segundo lugar, la política europea y principalmente la norteamericana, contribuyeron a que el fenómeno se diera más pronto que tarde –sin juzgar dicha política, sino siendo objetivo en cuanto a las motivaciones rusas-. Rusia actúa para imponer su voluntad y para evitar que otros puedan hacerlo. Es ésta la idea que perseguía la conclusión del artículo anterior; es decir: Rusia va a actuar en algún momento, y occidente –en forma separada o conjunta- debe tener claro cuáles son sus intereses en la región y hasta donde puede llegar en caso de una confrontación mayor. Apoyar la entrada de Georgia a la OTAN, instalar armamento en Europa Central, para después actuar de forma dubitativa no tiene mucho sentido, parece más bien una política ad hoc.
d) Finalmente, ¿cómo interpretar esta iniciativa del régimen de Putin y cuáles serían las medidas a tomar? Los objetivos de Rusia parecerían ser, esencialmente, dos. Dar una lección a un hijo descarrilado –a la manera rusa- y medir las aguas con Occidente. Por otra parta, la postura que deberían tomar Europa y Estados Unidos no es tan clara. Fácilmente se podría argumentar que Georgia es un país demasiado alejado; con una larga historia en común con Rusia; que no supone una amenaza directa a la seguridad europea ni norteamericana; que Rusia se ha vuelto muy poderoso para enfrentársele; etcétera; y sería válido. Pero esta lectura deja de lado dos aspectos cruciales. El primero es que el país de Putin no es la URSS, y por más que intente, no podría en el mediano, e incluso largo, plazo establecer una nueva era de conflicto bipolar. El segundo aspecto resulta del carácter no coyuntural de la política exterior rusa. La conducta internacional de Putin vino para quedarse. Es así que, la falta de política estratégica a la que se hizo alusión en la columna anterior debe, ahora, materializarse rápidamente.
A la hora de escribir el anterior artículo parecía quedar tiempo para acomodarse a una política de largo plazo realista en la periferia del ex imperio soviético. El ataque a Georgia tiró abajo esa presunción. Ante tal contexto, ¿qué deben hacer los Estados Unidos? La dirigencia estadounidense –y en su defecto la europea- debe plantarse muy firme en el conflicto por Ossetia; no porque sea un bien estratégico de primera magnitud, sino porque seguramente el actual sea el conflicto que marque la pauta para el futuro. Los países occidentales deben dejar claro en la primera intervención explícitamente agresiva que una conducta de este tipo no es aceptable, dándole a entender al gobierno ruso que ésta será la postura occidental en el futuro. De no ser así, el precedente quedará peligrosamente presente en la memoria rusa –incentivando mayor belicosidad- así como en la de los países democráticos de su periferia. Es aquí donde está el quid de la cuestión: quizás el conflicto de Georgia no pase a mayores, pero ¿se puede afirmar lo mismo si el país atacado fuese Polonia –amenazado llamativamente por el Canciller ruso-, los bálticos o República Checa?
La situación trae a la mente la intervención norteamericana en Corea en 1950. Tómese la posición que se desee en cuanto a esta guerra y sus resultados, pero no se puede negar que de ahí en más quedó claro cuál iba a ser la posición occidental en caso de una explícita agresión comunista. Confirmando así, la estrategia de la contención que seguramente haya prevenido infinidad conflictos a través de la certidumbre que daba a los soviéticos en cuanto a cuál sería la respuesta ante un ataque comunista.
Concluyendo, la certidumbre es el bien más preciado –y más difícil de conseguir- en la política internacional. Políticas ambiguas podrían llevar a choques exponencialmente más peligrosos que los actuales. Raymond Aron solía decir que los accidentes son uno de los motores más importantes de la Historia. Esto sigue siendo verdad, pero en la medida en que por medio de señales, acciones y percepciones se minimice la incertidumbre, la política podrá jugar mejor su esencial rol de mantener los conflictos fuera de la violencia.
*Candidato a la Maestría en Estudios Internacionales,
Universidad Torcuato di Tella
Buenos Aires, Argentina
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