REARMANDO LAS FILAS
Abstract
La votación del Poder Legislativo, que rechazó la propuesta del gobierno de Cristina K de las “retenciones móviles” establecidas en la Resolución 125, significó una derrota política de grandes proporciones. Aunque este desenlace no era totalmente previsible (el voto del Vicepresidente Cobos, desempatando la votación en el Senado en contra de la propuesta gubernamental, no era claramente esperada) el grado de radicalización que el gobierno había impuesto al enfrentamiento con el agro, implicaba en los hechos que, cualquiera fuese el resultado, sus efectos políticos iban a ir más allá de la cuestión sustantiva de las retenciones. Hoy, el gobierno de Cristina Kirchner, no perdió una votación importante en este trascendente tema. En realidad, el gobierno de Cristina Kirchner perdió: en su propuesta sobre las retenciones, en su credibilidad ante la opinión pública nacional, en sus apoyos políticos puesto que desarticuló totalmente su base de sustentación, en su capacidad de maniobra frente a un sector poderoso de la sociedad argentina y en su imagen ante el mundo que no sale de su asombro ante tanta incapacidad política.
Es que el matrimonio K trabaja, en la mejor tradición del populismo autoritario latinoamericano, en el estilo “paroxístico”. Aunque el asunto de las retenciones era importante, no es menos cierto que, desde el inicio, cada tema de la agenda política que los gobiernos K hubieron de enfrentar siempre, fue abordado con una manera de hacer política que sólo opera “en los extremos”. En sentido estricto, los gobiernos K no gobiernan, no “gestionan”, no construyen institucionalidad, no acuerdan, sólo mandan. Parecen, al igual que sus pares latinoamericanos en Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua, cromosómicamente obligados a “refundar” o a “destruir”, a encarnar pulsionalmente “al pueblo” o a atacarlo y despreciarlo cuando éste no tiene la clarividencia de entender las brillantes propuestas que surgen de sus cúpulas y camarillas de alcahuetes.
Este modo de hacer política supone, por definición, la negación de algunos de los elementos básicos del funcionamiento de la democracia liberal. En primer lugar supone la inexistencia (real o simbólica) de la oposición. Ello significa, en segundo lugar, que la producción política del régimen no está programada para incorporar insumo alguno que provenga de otro lugar que no sea el Ejecutivo y su entorno. Por ello son adictos contumaces a “las mayorías absolutas”. Como consecuencia casi obligatoria de lo anterior, toda propuesta política diferente de la oficial no puede sino constituirse en “una traición”. En tercer lugar, eso significa que esta concepción de la política reniega obtusamente de herramientas que son, en los sistemas políticos que no han sido contaminados por el populismo autoritario, instrumentos altamente eficaces y valiosos para todo gobierno. Así, el diálogo político con algunos opositores, la escucha selectiva de determinadas demandas, la utilización de las diferencias políticas naturales que la sociedad genera como medio de obtención de objetivos medianamente compartidos con otros actores, etc. son recursos que no figuran en “la paleta K”.
Como no pueden ganar políticamente sin “aplastar” a todos los (reales o supuestos) adversarios, el correlato es que cuando pierden una batalla todo indica, y toda la población así lo percibe, que perdieron la guerra en toda la línea. Y, en este caso, menos mal que la Constitución y las tan poco consideradas instituciones del Estado de derecho están todavía en pie: de lo contrario ya habría sectores de la política argentina que estarían pidiéndole a este inculto, peligroso y provincial matrimonio, que comenzase a hacer las valijas. Como todos sabemos, no sería la primera vez.
A pocos días de la derrota del jueves pasado, nada indica que las cosas puedan mejorar. La Casa Rosada calla en un silencio tenso. Después de presentar una renuncia generalizada, Gabinete y funcionarios inmediatamente subalternos están a la espera que “el castigo” caiga sobre, hoy, impredecibles cabezas aunque, en los mentideros que rodean a la Presidenta, se intenta transmitir la idea de que no habrá cambios drásticos.
El Vicepresidente Julio Cobos ya se ha hecho acreedor al título de “Gran Traidor” (lo que ha disparado la aprobación de los argentinos a su gestión), 6 de sus hombres de confianza ya han sido desplazados y el Secretario de Agricultura está aparentemente “renunciado”. Pensar que este gobierno cambie sus métodos se visualiza hoy como una patética ingenuidad: presión, amenazas y compra “cash” de votos y voluntades parecen ser los únicos métodos que el régimen conoce. Ojalá que no siga siendo así.
*Catedrático de Ciencia Política
Depto de Estudios Internacionales
FACS –ORT Uruguay
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