ENTENDIENDO EL AUGE DE LOS PARTIDOS DE EXTREMA DERECHA Y EURO-ESCÉPTICOS DE CARA A LAS PRÓXIMAS ELECCIONES EUROPEAS
Abstract
En las próximas elecciones europeas que se desarrollarán del 22 al 25 de mayo, se espera un resultado histórico y resonante de los partidos de extrema derecha y euro-escépticos, confirmando una tendencia al alza de estos partidos a nivel nacional desde hace más de treinta años y a nivel europeo desde hace más de una década.
Las primeras preguntas que debemos hacernos son: ¿quién vota por la extrema derecha (E.D)? y ¿por qué estos partidos han logrado consolidarse electoralmente en importantes democracias europeas en los últimos veinte años, cuando prácticamente no habían existido como fuerzas políticas en los cuarenta años que sucedieron a la derrota de las potencias del eje y sus doctrinas fascistas y totalitarias?. Tanto la E.D, como la derecha conservadora, pagaron caro (a nivel electoral) su respaldo, real o imaginario, al nazismo y al fascismo durante el período de entre guerras. Desacreditados y justamente vilipendiados, los partidos de E.D prácticamente desaparecieron de la arena electoral hasta mediados de los 70. Para algunos autores, el resurgimiento de estos partidos a fines de los 70 y principios de los 80 coincidiría con el fin de “los años dorados”, la crisis económica de los 80 y el deterioro y desmantelamiento progresivo del Estado Benefactor. A esto habrá que agregarle –a partir de la década del 90- el proceso de globalización que habría contribuido a resquebrajar no sólo las fronteras, sino también la unidad y cohesión cultural al interior de unidades políticas auto-percibidas como culturalmente homogéneas y nacionalmente solidarias.
El electorado histórico de la E.D ha sido siempre ese sector socio-económico conocido como la “pequeña burguesía”, compuesto mayoritariamente por pequeños comerciantes y empresarios y pequeños terratenientes. Estas profesiones encontrarían en el discurso político, social y económico de la E.D, respuestas a sus valores, actitudes e inquietudes. Pero de “pequeños burgueses” no vive un partido, por lo menos uno que intente competir exitosamente por el poder. A partir de los años 90, el electorado de la E.D se ha ampliado, incorporando una porción nada despreciable (esto variará dependiendo de los países) de la denominada “working class”, esa clase trabajadora compuesta de obreros (calificados y no calificados), prestadores de servicios poco calificados (vendedores, cajeros, personal de limpieza, etc.) y oficinistas. El éxito de la E.D en los últimos años se explica por su capacidad para captar parte de ese electorado, que históricamente ha votado por los partidos socialistas y de la derecha tradicional. ¿Cómo explicar entonces que importantes sectores de la ciudadanía hayan volcado su apoyo, de manera importante, y perenne en algunos casos, hacia estos partidos?
Existen tres tesis relevantes para explicar la evolución del electorado. La primera haría eco de lo que podemos denominar como el conflicto o el proteccionismo económico. En este sentido, parte de los votantes de la clase trabajadora responderían al llamado de la E.D en respuesta a la amenaza percibida, tras el proceso de globalización, a sus fuentes de trabajo y subsistencia. Estaríamos entonces en presencia de una competencia por los recursos económicos (empleo, salarios) y sociales (acceso a la salud, a la educación) entre un sector amenazado (los trabajadores locales no calificados) y una mano de obra extranjera que provocaría un efecto de “dumping” económico y social al presionar a la baja al mercado del empleo y sobrecargar aún más el tambaleante Estado de Bienestar. La E.D, al presentar una visión económica proteccionista o de lo que podríamos catalogar como chauvinismo económico (acceso prioritario de los nacionales al trabajo, la salud y la educación), tocaría la fibra sensible de los sectores económicos más amenazados por la apertura de las fronteras. Esta sería la tesis prioritaria para explicar la migración de parte del asalariado obrero de la izquierda hacia la derecha, ya que la primera tiene dificultades para incorporar su lógica internacionalista y de solidaridad transfronteriza en un esquema político y social que convenza parte de su electorado tradicional que reclamaría, por el contrario, un mayor proteccionismo (económico y cultural).
La segunda tesis que intenta explicar la evolución del electorado es la del conflicto o del proteccionismo cultural. Esta idea, anclada en valores propios al racismo y la xenofobia, se opondría a la visión multicultural y de igualdad entre nacionales y extranjeros. Defendiendo valores contrarios a la igualdad y a los principios centrales del liberalismo político, la E.D capitalizaría los sentimientos fuertemente identitarios y excluyentes de una parte de la ciudadanía. Un estudio de Zick et al. Del 2011 (Intolerance, Prejudice and Discrimination: An European Report) muestra que el 60% de los ingleses, 54% de los franceses, 52% de los alemanes y 79% de los húngaros, consideran que su cultura debe ser protegida de la influencia de culturas extranjeras (los resultados son similares para el resto de los países europeos). Aún más grave: 30% de los alemanes, 35 % de los ingleses, 38% de los franceses y hasta 45% de los portugueses, consideran que existe una jerarquía natural entre la raza blanca y la raza negra. Estas nociones, de racismo cultural (basado en la diferencia natural entre culturas o civilizaciones) o clásico, ligadas a otros valores xenófobos, explicarían el apoyo de una parte importante del electorado hacia los partidos de E.D.
Por último, la tercer tesis que explicaría el apoyo a la E.D podría titularse como el voto protesta o de desencanto y rechazo hacia las instituciones de la democracia representativa y del sistema de partidos. Esta idea toma particular fuerza entre muchos comentaristas políticos, en particular porque resultaría menos vergonzoso para nuestras sociedades “libelares y tolerantes” reconocer las falencias de la ingeniería política, que reconocer nuestras propias falencias como individuos. Así, los defensores de esta tesis plantean que el déficit democrático, la corrupción política, el fracaso de los partidos políticos para articular correctamente los intereses ciudadanos y no ser percibidos únicamente como un “club de amigos” destinados a perennizar el nepotismo y el clientelismo, así como la inoperancia de la democracia representativa (a través de un parlamento repleto de burgueses empachados y distanciados de las verdaderas preocupaciones del “hombre de la calle”) y su cooptación por los círculos más alejados del poder ciudadano (la burocracia estatal y la justicia), conducirían al apoyo a la E.D. En efecto, el lenguaje populista de ciertos partidos de E.D, articulado sobre la crítica permanente hacia las élites corruptas (políticas y económicas) y espoliadoras, tocaría el corazón de una ciudadanía atomizada que ha perdido sus puntos de referencia tradicionales (partidos políticos, sindicatos, familia, etc.) en su entender de la polis y en su accionar político.
Para entender el éxito de la E.D, es necesario al mismo tiempo considerar la oferta electoral, es decir la estrategia, las características propias de cada partido así como su relacionamiento dentro del sistema de partidos. Es innegable que la profesionalización de la estructura partidaria, el desarrollo de una base de militantes movilizados y adoctrinados, así como la construcción de un discurso populista en algunos casos, y sobre todo la capacidad de estos partidos de colocar en la agenda pública sus temas predilectos, a saber la inmigración, la seguridad, la corrupción y el abuso de las élites (temas sobre los cuales serían considerados como más competentes que los partidos tradicionales), les ha permitido crecer electoralmente. A esto se suman dos aspectos que explicarían igualmente el progreso de estos partidos. El primero tiene que ver con el posicionamiento de los grandes partidos tradicionales de la izquierda y la derecha (socialdemócratas, socialistas, liberales y conservadores). Al abandonar progresivamente los extremos para “acercarse” al centro, en una lógica de competencia electoral, estos partidos han abandonado o se han alejado progresivamente de esa parte nada despreciable del electorado extremo (tanto a la izquierda como a la derecha), que no tiene “más remedio” que reportar su voto hacia los partidos de los extremos. El segundo factor está ligado a la actitud, a menudo percibida como timorata o esquiva de los grandes partidos centristas de tratar de lleno las cuestiones relacionadas con la inmigración. Una parte de la ciudadanía, decepcionada por las respuestas y políticas aplicadas por los partidos gubernamentales, reportaría su voto hacia los partidos que proponen soluciones claramente comprensibles y asimilables (no a la inmigración, no a Europa, no al euro, etc.)
Todos estos factores, que hasta hace un par de años sólo se aplicaban a nivel nacional, empiezan a dar frutos a nivel europeo. Es evidente que luego de décadas de adoptar una política de rechazo y no participación en las instituciones europeas (principalmente en el Parlamento), los partidos de E.D y euro-escépticos han cambiado su estrategia para “destruir el sistema por dentro”. Pasando por alto la inconsistencia lógica de participar democráticamente en un proceso electoral del cual desconfían y de formar parte de un proceso de integración supranacional al cual no le reconocen ni legitimidad ni autoridad, los partidos de E.D ven en Europa una nueva oportunidad de crecimiento y de afianzamiento de su fuerza política.
Ciertos factores facilitan o explican este progreso. El primero es sin duda la desconfianza generalizada de la ciudadanía en la construcción y en el futuro de Europa. Según datos de Eurobarómetro para agosto 2013, tan sólo el 31% de los ciudadanos de la Unión tenían confianza en la UE. Este dato se enmarca en el fenómeno más amplio de “crisis de confianza en las instituciones” del cual, como hemos dicho, se beneficia la E.D con su discurso populista, antieuropeo y anti-establishment. En efecto, para el período mayo 2012/agosto 2013, la confianza de la ciudadanía europea en los partidos políticos ha pasado del 18 al 14 %. Lo que algunos ven como un voto protesta (contra la crisis de representación o la crisis económica – cristalizado en el apoyo a la E.D), otros lo perciben como un fenómeno de fondo más preocupante para la estabilidad de las democracias europeas.
Otras causas pueden contribuir a explicar el próximo buen resultado de estos partidos en las elecciones europeas. Las europeas son consideradas generalmente como “elecciones de segundo orden”, menos importantes a los ojos de la ciudadanía. En este caso, el voto estaría menos “atado” a las lógicas tradicionales, favoreciendo el apoyo a partidos minoritarios (como la E.D o los partidos verdes). Otro argumento que ha sido avanzado es el de la baja participación, que favorecería a los partidos con fuerte capacidad de movilización, como serían los de E.D (este argumento deja a este autor particularmente dubitativo, ya que pocos o ningún estudio han demostrado que el electorado de E.D se movilice más que, por ejemplo, el tradicional electorado de izquierda). Un último argumento que puede ser esgrimido es que, al realizarse las elecciones europeas bajo un modo de escrutinio proporcional y generalmente con una única o algunas pocas circunscripciones por país (por ejemplo en el caso de Francia hay tan sólo ocho circunscripciones para las europeas, contra 577 para las elecciones legislativas!), las chances de los partidos minoritarios de obtener un importante número de votos se acrecientan. Estas razones explicarían, por ejemplo, que el British National Party (partido a tendencia fascista) haya obtenido 6.2% de los sufragios, o que el UK Independence Party (partido euro-escéptico) haya sido el segundo partido más votado en Reino Unido en las elecciones europeas de 2009 con el 16,5% de los votos, cuando este partido nunca ha obtenido ni una bancada en la Cámara de los Comunes.
Es inviable a corto y mediano plazo que las fuerzas de E.D y antieuropeas presenten un real peligro para la integración Europea. Estos partidos tan sólo pueden aspirar, por el momento, a convertirse en el tercer o cuarto grupo político relevante a nivel europeo detrás del Partido Socialista Europeo, el Partido Popular Europeo y la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa. Cualquier tentativa de “mise en question” no podrá pasar de la expresión, ciertamente legítima, de las dudas en cuanto al presente y futuro de la integración europea. Son y serán, durante mucho tiempo aún, minoritarios tanto a nivel del parlamento europeo, como en los legislativos nacionales (salvo contadas excepciones). En 2009 el apoyo a los partidos de E.D y euro-escépticos alcanzó casi el 12% de los sufragios europeos. Para las elecciones del 22-25 de mayo se vaticina un resulta muy superior, que analizaremos en el marco global de los resultados de las próximas elecciones en un siguiente artículo.
Théophile de Verne - Université Paris I, Panthéon-Sorbonne
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