LAS FIGURAS DEL EXILIO
Abstract
El exilio existe desde los orígenes de los orígenes. Exilio significa, según elDiccionario de Autoridades, “saltar hacia fuera”: dejar el propio lugar, desplazarse, errar entre lo ajeno. Una continuidad se rompe y una herencia se quiebra. Condena y desarraigo, pérdida y humillación, son las notas dominantes. La casa-mundo (las certezas, las creencias, los afectos, el entorno) se viene abajo. De ahí, por ejemplo, que la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén, episodio que se conoce como La Caída, se recubra de unas dimensiones simbólicas que reverberan en el imaginario universal, se sea o no cristiano.
En la historia de América Latina, el exilio ocupa un lugar singular. Bolívar, San Martín y Artigas fueron unos padres fundadores que abandonaron su suelo o se sintieron desposeídos de él. Los argentinos ilustrados del siglo XIX (Mitre, Mármol, Echeverría, Ascasubi), a los que se motejó de “proscriptos”, encontraron en el Montevideo de la Guerra Grande un refugio. Y, entre nosotros, el derecho de asilo, contraparte del exilio, se convertiría en una noble tradición; con el andar del tiempo, muchos serían sus beneficiarios.
El siglo XX fue un siglo de exilios. El enfrentamiento entre un nosotros nacional y unos otros foráneos, entre mayorías y minorías nacionales, alcanzó sus cotas más altas. El comienzo del fin de los imperios trasnacionales y la irrupción del Estado organizado, primero; el conflicto entre socialismo y democracia, después, y, algo más adelante, la práctica de los totalitarismos (comunismo, fascismo, nazismo), dieron pie a un agigantamiento del exilio. El triunfo franquista en la Guerra Civil española (1936-1939) engendró miles de transterrados que tuvieron una larga repercusión en latinoamérica. El exilio cubano ha sido numerosísimo y ha fecundado una contracultura en el exterior que se vertebra desde José Martí.
El Uruguay del golpe de Estado de 1973 provocó un exilio múltiple y multiplicado. Es verdad que en los años inmediatamente anteriores a esa fecha la crisis económica había aumentado de modo considerable la emigración de quienes no vislumbraban un futuro esperanzador. Pero 1973, con la persecución política e ideológica que se impulsó y se fomentó, con la lógica del apremio y la exclusión que se instrumentó, a la vez efectos de, y respuestas a, una situación lastrada por la penuria institucional y el asalto a la razón democrática, marcó un cambio cuantitativo y cualitativo del exilio. En un país de clases medias instruidas y tolerantes, y de unas dimensiones modestas que tanto propician el acercamiento y el afecto comunitarios, el exilio que entonces se generó entrañó una conmoción y un agravio.
Blancos y colorados, izquierdas y derechas, dirigentes y militantes, correligionarios y contrincantes, padres e hijos, fueron forzados a desertar de lo suyo. Algunos ya no regresarían y otros lo harían para morir. Algunos encontrarían un destino que se volvería perdurable y otros el desvalimiento de una lejanía de sus fuentes de consuelo.
La mayoría de los exilados entendió que su batalla debía continuarse en las afueras. Crearon, difundieron y expandieron una conciencia opositora a la dictadura en el exterior. La indignación con los métodos represivos de las dictaduras latinoamericanas contribuyó a fomentar una moral internacional impugnadora y vigilante. Articulada en torno al doble eje de desprestigiar al régimen militar y de acosarlo y derribarlo lo más rápidamente posible, se puso en marcha una antagonía imperiosa que compartió desvelos y propósitos con quienes, en el país, resistían y luchaban, y que por cierto representaban a una ancha franja social: la que padecía el exilio interior. Al cabo, uno y otro exilio alcanzarían el triunfo reparador.
*Articulista internacional, ex secretario de redacción de las Revistas “Plural” y “Vuelta Sudamericana”. En la actualidad, corresponsal de la Revista “Letras Libres”.
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