Los juegos de la discordia
Abstract
China tiene tres grandes proyectos para esta década. El primero es su programa espacial, que cumplió con una meta importante en octubre de 2003 con el lanzamiento de la nave Shenzhou 5 - a bordo de la cual estaba el primertaikonauta, Yáng Lìwěi.
El segundo gran proyecto es la Represa de las Tres Gargantas, en la provincia de Hubei. Se trata del complejo hidroeléctrico más grande de la historia; se calcula que operará a máxima capacidad a partir de 2011.
Ambos emprendimientos tienen en común un importante interés en las relaciones públicas, y en particular de demostración. Son prueba del desarrollo tecnológico y económico de China, bajo la vieja consigna comunista del autodesarrollo.
El tercer gran proyecto de China es la organización de los Juegos Olímpicos de 2008 en Beijing. A juzgar por la cobertura mediática, parecería ser el más complicado de los tres – aunque eso sería un insulto al esfuerzo y la inteligencia de los ingenieros y gestores de los otros dos proyectos.
La razón por la que los Juegos Olímpicos resultan complicados es que moralmente es cuestionable la extensión de ese honor a un gobierno –no así al país- que viola tan frecuentemente los derechos humanos. Se trata de dos afirmaciones distintas, por lo que deben ser analizadas por separado.
Que en China se violan los derechos humanos no debería ser sorpresa para nadie, excepto quizá para Fidel Castro y sus fanáticos. En primer lugar, el gobierno no es democrático: no existen ni las elecciones, ni la separación de poderes, ni la multitud de partidos. En segundo lugar, el Estado no sólo no se compromete a proteger los derechos y libertades individuales, sino que se dedica activamente a suprimirlos. Por lo tanto, no existe en China la libertad de asociación (lo cual incluye organizaciones sociales de cualquier tipo, sindicatos y hasta empresas que el gobierno no quiera), ni libertad de expresión (lo cual significa tanto la inexistencia de medios de comunicación independientes del Estado como la persecución de voces individuales), ni la de culto (el Partido Comunista persigue violentamente al catolicismo, al budismo tibetano y al movimiento Falun Gong). Por si fuera poco, en China no todos los ciudadanos son iguales ante las leyes, ya que la membresía del Partido Comunista le permite a una persona acceder a privilegios desconocidos por el ciudadano común.
¿Por qué es cuestionable moralmente que el mundo acuerde organizar los Juegos Olímpicos en un país de esas características? Por un lado, el deporte en sí es una actividad separada de la política y la lucha por los derechos y libertades humanas. Teóricamente no debería hacer diferencia si un partido de fútbol o una maratón se disputan en Auckland, en Ammán o en Pyongyang. Sin embargo, los Juegos Olímpicos no se tratan solamente de eso. Fueron revividos en 1896 con un espíritu de unión y fraternidad internacional. Siguen una filosofía humanista, que por extensión es incompatible con la persecución de personas por sus propios gobiernos.
Estos hechos se plasmaron más claramente en ocasiones como los Juegos de Berlín en 1936 o Moscú en 1980. En ambos casos se trataba de regímenes totalitarios que buscaban generar propaganda y obtener reconocimiento internacional por sus supuestos logros. Cada uno ejemplifica los dos tipos de respuestas del mundo libre: asistir a Berlín y boicotear Moscú. En el primer caso, Adolf Hitler y sus secuaces pudieron valerse del evento para jactarse de la supuesta superioridad racial de sus atletas -que ganaron la mayoría de las medallas- y de su régimen en general. En el segundo caso, los soviéticos pudieron organizar sus Juegos de todos modos y proclamar su victoria sobre el boicot. Vale la pena aclarar que ambos años ocurrieron en períodos de pronunciada decadencia de parte del mundo libre: el apaciguamiento del nazismo y la détente o rendición ante el comunismo.
Si ambas actitudes fracasaron, entonces no hay respuesta correcta para Beijing 2008. Es meritorio considerar que el régimen que actualmente gobierna China no es tan violento o totalitario como los recién mencionados. Así, cada gobierno liberal opta por sus propias medidas. La Administración Bush, que notoriamente ha cultivado a China en los últimos siete años, ha dejado bien claro que asistirá a la ceremonia de apertura. Nicolás Sarkozy de Francia ha dado pistas de que quizá se abstenga de aparecer en los palcos.
El problema es que resultará moralmente inquietante que mientras en Beijing se celebran carreras acuáticas y competencias de tiro al blanco, en las cárceles que opera el gobierno languidecerán personas cuyo crimen es escribir lo que opinan en un blog, protestar por su derecho a la autodeterminación o asistir a una iglesia ilegal.
Lic. en Estudios Internacionales.
Universidad ORT - Uruguay
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