EL REARME JAPONÉS Y LA ESCALADA EN EL SUDESTE ASIÁTICO
Abstract
Desde el retorno de los conservadores (Partido Liberal Democrático) y de Shinzo Abe al poder en diciembre de 2012, y tras un accidentado interludio de 3 años de gobierno del Partido Democrático (que terminó en una desastrosa derrota para el PD), el gobierno japonés se encuentra embarcado en una importante reformulación de su estrategia de defensa y del rol de su ejército. El primer ministro Abe pretende ir aún más lejos al proponer una reforma constitucional que permitiría romper con la histórica restricción impuesta a las fuerzas armadas japonesas por los vencedores de la II Guerra Mundial. Si reforma de la constitución hubiese, el ejercito japonés no estaría más limitado a su rol de Fuerzas de Autodefensa y podría evolucionar hacia el desarrollo de nuevas capacidades ofensivas y articular estrategias militares más convencionales, como por ejemplo tener una participación activa en operaciones militares en el extranjero y venir en ayuda a sus aliados, entre los cuales el primero y más importante es bien evidentemente Estados Unidos. Ya en el 2004, y a pedido de los Estados Unidos, Japón envió tropas militares para asistir en la reconstrucción de Irak, siendo la primera vez desde la Segunda Guerra que el país tenía una presencia militar en el extranjero. De prosperar la propuesta de reforma, Japón se alejaría de su histórico pacifismo impuesto, es cierto, por los Estados Unidos, pero que ha pasado a ser un valor importante para gran parte de la sociedad japonesa.
La cuestión del rearme japonés nunca abandonó las preocupaciones de los japoneses ni de su clase política, pero dos factores han acelerado el debate y brindado mayor empuje a los defensores del rearme. El primero es la situación geoestratégica del sudeste asiático, donde la política de expansión militar china y su voluntad afirmada de dotarse de una marina de guerra de primer nivel, han despertado vivas preocupaciones en Japón y otros países vecinos. Si a esto le sumamos la “sabiamente esquizofrénica” actitud del vecino Norcoreano, la situación ha alcanzado importantes niveles de tensión. El segundo factor que explica la actitud japonesa es la “desconfianza” de que su principal aliado, los Estados Unidos, no tenga la capacidad, o la voluntad, para asegurar en el futuro la defensa del archipiélago. Por más que Estados Unidos ha reafirmado su interés estratégico en la zona, como confirma su estrategia del “pivote asiático” inicialmente formulada por Hillary Clinton en 2011, existen recelos acerca de hasta dónde llegará el compromiso americano y en qué medida la relación de amor-odio con China podrá influenciar en el futuro la actitud americana vis-à-vis de Japón.
La crisis en la relación sino-nipona tiene varias aristas. La mas visible es el litigio por el control de las islas Senkaku (o Diaoyu para los chinos) y la voluntad china de ampliar su área de influencia y recuperar un patrimonio que considera como histórico. Las Senkaku-Diaoyu son un conjunto de 5 diminutas islas inhabitadas (7km2 de superficie) situadas en el mar del este chino a 90 millas náuticas al oeste de Okinawa y 120 millas al norte de Taiwán. Anexadas en 1895 tras la primer guerra sino-japonesa, fueron restituidas a Japón en 1972 luego de ser administradas por los Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial, aunque desde 1971 tanto China como Taiwán reivindican la soberanía sobre estas islas. Las islas representan un interés estratégico y económico importante tanto para China como para Japón. Las islas, o más bien sus zonas de explotación marítimas, poseen reservas ictícolas importantes y potenciales recursos en hidrocarburos. Desde el punto de vista estratégico, son la clave para el control del mar del este chino. Múltiples incidentes diplomáticos han envenenado las relaciones entre los dos países, el más importante siendo la decisión del gobierno japonés de comprar tres de las islas que estaban en manos de privados japoneses, provocando la reacción encolerizada del gobierno chino que sigue considerándolas como parte inalienable del territorio chino. Ambos estados han utilizado estos acontecimientos como un trampolín para hacer avanzar sus respectivas causas nacionalistas.
La actitud china con respecto a las Senkaku-Diaoyu se enmarca en una estrategia mucho más amplia de expansión de su área de influencia, ya no sólo económica, sino también política y militar, chocando irremediablemente -aunque de manera sabiamente orquestada por el PCC-, con sus vecinos y con los Estados Unidos. Mediante la construcción de una gran armada y una actitud agresiva, China intenta romper el bloqueo estratégico sobre sus aguas territoriales conformado por las islas y los aliados de Estados Unidos en la región. Pero el litigio territorial chino no se limita únicamente a las Senkaku-Diaoyu, sino que China reivindica igualmente en el mar del sur la soberanía sobre una extensa zona marítima en forma de U, “la línea a nueve rayas”, que cuenta con tres importantes archipiélagos. La soberanía sobre esta zona está dividida entre China, Filipinas, Vietnam, Brunei, Malasia e Indonesia, pero China reivindica la totalidad del control y de su zona de explotación económica. La estrategia del gobierno chino ha sido la de alternar presiones diplomáticas con amenazas militares apenas veladas, al mismo tiempo que construye un arsenal jurídico destinado a revindicar sus derechos históricos sobre las zonas en disputa. La política china ha sido una de “acción por reacción”, es decir que ha aprovechado cualquier incidente o amenaza (real o ficticia) para desarrollar una política ofensiva. En este sentido, la estrategia del pivote asiático ha sido catalogada por Beijing como un intento estadounidense de asfixiar y acorralar a China en una zona vital (una estrategia de Contención digna de la guerra fría según el Politburó chino), provocando una reacción ofensiva acorde a la amenaza percibida. La respuesta china intenta asimismo evaluar la capacidad de resistencia japonesa a sus veleidades expansionistas en los mares asiáticos y el compromiso estadounidense en la región. Al mismo tiempo, al articular públicamente el contencioso sobre un eje nacionalista, el PCC corre el riesgo de provocar una escalada diplomática que no está seguro de poder ganar y ese es un lujo que el politburó no puede darse a los ojos de su “opinión pública”.
El aliado histórico de Japón, los Estados Unidos, ha reafirmado su total apoyo a la causa nipona a través de dos actos importantes (conviene recordar que Japón y los Estados Unidos firmaron en 1960 un tratado de Seguridad y Cooperación que garantiza la protección americana al territorio japonés). El primero es el respaldo del Senado americano a la legitimidad de la causa nipona en el litigio de las islas. En un texto votado el 29 de noviembre, el Senado reconoce de manera inequívoca la administración japonesa sobre las islas Senkaku (sin por lo tanto pronunciarse sobre la cuestión de la soberanía sobre las islas) y que éstas están cubiertas por el tratado de Seguridad y Cooperación y reconoce que su posición no puede ser influenciada de forma alguna por la amenaza, coerción o acción militar, en una clara referencia a la postura china. El segundo punto que refuerza los vínculos entre EEUU y Japón, es el compromiso de ampliación de la cooperación militar y de las estrategias de defensa conjuntas firmado entre ambos países a principios de octubre de este año. El acuerdo permitirá, entre otras cosas, colocar drones espías en territorio japonés para supervisar las acciones chinas y norcoreanas así como la instalación de un nuevo sistema de radares de última generación cerca de Kyoto. El acuerdo también estipula directrices para el trabajo conjunto en proyectos de ciberseguridad, uno de los aspectos que más preocupan a ambos países. El acuerdo avala, por lo menos de manera tacita, el esfuerzo japonés de rearme y este punto es probablemente el que a futuro represente el mayor riesgo a la estabilidad regional.
Por primera vez en 11 años el gobierno japonés procedió a un aumento del presupuesto de defensa, con un incremento aún más fuerte del 3% previsto para los próximos dos años. Conjuntamente con el intento de reforma constitucional, demuestra la voluntad del gobierno de Abe de enviar un claro mensaje a su contraparte chino pero también de hacer uso de la coyuntura actual para reposicionar favorablemente ante la opinión pública el debate sobre el rearme, teñido de un no disimulado nacionalismo japonés, respuesta necesaria, según sus defensores, al no menos vehemente nacionalismo chino y a la pérdida de capacidad disuasoria del gigante norteamericano. Frente a la amenaza china, Japón está decidido a reestructurar y adaptar su ejército para enfrentar de manera más dinámica los desafíos futuros, en particular en las zonas marítimas y costeras del sur del archipiélago. Así, el número de submarinos pasará de 16 a 22 y luego a 25 y se reducirá el número de tanques a favor de equipamiento más móvil. Japón ha procedido a movilizar tropas y material del norte al sur de su territorio, y se propone mejorar a la brevedad su respuesta logística y sus sistemas de defensa balísticos. Si bien es cierto que el equipamiento japonés es infinitamente superior del punto de vista tecnológico, poco puede importar a futuro frente a la cruda potencia del leviatán chino.
Si entre 2003 y 2012 el presupuesto de defensa japonés disminuyó, el presupuesto chino para el mismo período aumento en un impresionante 175%. Si el presupuesto de defensa japonés en 2012 alcanzó el muy respetable monto de 59 mil millones de dólares, el presupuesto chino superó los 166 mil millones de dólares! A título de comparación, Francia gastó en el mismo año 58,9 mil millones, Rusia 90,7 y Estados Unidos… ¡682 mil millones de dólares, lo que representa el 39% del total mundial de gastos de defensa! Una de las prioridades del gobierno chino es justamente el incremento, numérico y tecnológico, de su armada, permitiéndole al país pasar de la histórica posición defensiva de su litoral costero que caracterizó a la china maoísta (1949-78) a una posición de “defensa activa” de sus mares próximos así como poder proyectarse en escenarios globales. La construcción de dos nuevos portaviones de fabricación china y el reacondicionamiento de un antiguo porta-avión ucraniano se encuadran en esta estrategia de proyección global. La marina china es en la actualidad, en tonelaje, la tercer armada del mundo, detrás de la rusa y muy por detrás de la estadounidense que es además cualitativamente muy superior. Se estima que China cuenta por ejemplo con 5 o 6 submarinos nucleares de misiles balísticos, aunque sólo dos han sido oficialmente “confirmados” como activos por el departamento de defensa americano. Francia y el Reino Unido cuentan con 4 submarinos nucleares balísticos activos cada uno, Estados Unidos con 18 y Rusia con 12.
Pero para hacer frente a la expansión del área de influencia China, Japón no se ha limitado a contar únicamente con el apoyo estadounidense, sino que la diplomacia japonesa intenta construir partenariados de cooperación con otros estados que analizan con igual recelo las políticas nacionalistas chinas. Así, por ejemplo, la armada japonesa ha establecido una serie de acuerdos o ejercicios de cooperación y defensa conjuntos con Australia (y Estados Unidos). Asimismo, desde el año 2000 Japón e India conforman un “partenariado estratégico global” y por primera vez en 2012 las dos marinas llevaron adelante un ejercicio conjunto. En un foro más político, Japón ha favorecido el estrechamiento de los lazos con los miembros de la ASEAN, más que preocupados por las recientes reivindicaciones chinas y las presiones diplomáticas de Beijing. Aún más significativo es que, a pesar de todos los diferendos diplomáticos e históricos que los oponen, Japón y Corea del Sur se dicen listos para cooperar para hacer frente a las amenazas norcoreanas y chinas. Prueba de esto es que el 10 de noviembre de este año un ejercicio tripartito entre las armadas de Japón, Corea del Sur y los Estados Unidos tuvo lugar en aguas surcoreanas. Estas redes de partenariados tienen como objetivo principal presentar un frente común, disuasorio en primera instancia, al desarrollo de la potencia china.
El progreso tecnológico ha llevado a que en la actualidad resulte virtualmente imposible distinguir entre capacidades militares ofensivas y defensivas. El argumento que las políticas de rearme o las carreras armamentistas cumplen fines puramente defensivos, no resiste comprobación histórica, salvo, como bien marca la escuela neorrealista, en el caso de la carrera nuclear. Algunos verán en el posible rearme japonés una respuesta natural y defensiva a la expansión militar china; otros avanzarán que el nacionalismo japonés nunca echó del todo por tierra su pasado imperialista y que las políticas chinas presentan la excusa ideal para promover la causa nacionalista. No obstante, poco importa si la causa es defensiva o ofensiva, justa o injusta, necesaria para salvaguardar la seguridad nacional o sencillamente políticamente oportunista, a efectos de preservar la estabilidad y la paz regional o mundial, sólo cuenta el equilibrio de fuerzas. Por si solo, ni Japón ni los países vecinos pueden oponerse a la expansión China. La política nacionalista china en su zona de influencia se enmarca en el nuevo “partage du monde” y en la competencia global con el rival norteamericano, y en ese sentido, no puede desprenderse de la lógica de acción-reacción.
En las relaciones internacionales de nada sirve la historia del “huevo y la gallina”, porque desgraciadamente la responsabilidad moral o legal de las acciones o violaciones cometidas es secundaria a los imperativos de la fuerza. Ya lo decía Tucídides hace más de 2000 años, “los fuertes hacen lo que deben y los débiles lo que pueden”. En realista convencido, pero atribulado, no puedo, por más que mis amigos liberales intenten convencerme de lo contrario, dejar de observar que los grandes estados siguen pensando y actuando, antes que nada, en términos de seguridad y poder. La escalada en el sudeste asiático y las respuestas que parecen encadenarse no hacen más que reforzar la vieja máxima de Alexander Hamilton: ”Self-preservation is the first duty of a nation”.
Sobre el autor
Licenciado en Estudios Internacionales,
Universidad ORT –Uruguay;
Master en Ciencia Política,
Université de Genève – Suiza;
Master en Estudios de Desarrollo,
Instituto de Altos Estudios Internacionales y de Desarrollo
(IHEID- The Graduate Institute) Ginebra, Suiza.
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