ESPAÑA. TODO EN CRISIS, SALVO LA PRENSA - Parte II
Abstract
“Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”.
Apócrifo de El Quijote.
En nuestro pasado artículo hacíamos referencia a un fenómeno específico que vive la España de hoy en día: la crisis de legitimidad del gobernante Partido Popular (PP) derivada de la progresiva revelación de una trama de corrupción y clientelismo aparentemente ligada con Mariano Rajoy y casi toda la cúpula del partido. Esta situación agrava y se ve agravada por circunstancias económicas, sociales y políticas para nada felices que vive en la actualidad la Madre Patria. Reseñaremos brevemente a continuación el contexto actual del país europeo, todo un ejemplo de que los males nunca vienen solos.
Las mentiras piadosas
En el segundo mandato de José Luis Rodríguez Zapatero (Partido Socialista Obrero Español, PSOE), España entró en un derrumbe económico monumental derivado de dos elementos. En primer lugar, el “estallido” de la “burbuja inmobiliaria”, fruto de una política pública que comenzara con el aznarismo y que estimulaba la construcción desaforada de inmuebles, su sobrevaluación y la especulación bancaria en dicho terreno. En segundo lugar, la crisis de deuda soberana, común a otros países de la Unión Europea (los ya famosos PIGS) y acentuada por un pasmoso despilfarro en los presupuestos gubernamentales.
Evidentemente todo esto se convirtió en un golpe casi letal para el bolsillo de la sociedad, lo que supondría una histórica victoria del PP en las siguientes elecciones (2011). Y es que no sólo se percibía que Zapatero había arruinado a España; también Mariano Rajoy hizo promesas que, a posteriori, se convertirían en mentiras. “Ayudaremos al español de la calle, no a los bancos”. “Bajaremos el IVA”. “Volveremos a la prosperidad de cuando gobernábamos”.
El español medio pensaba que su situación iba a mejorar con el nuevo gobierno. Pronto descubriría que más bien sería lo contrario. La ortodoxia económica no es grata con el pueblo llano en semejantes circunstancias y la reducción radical del gasto público se convirtió en el paradigma económico del gobierno. ¿Salud pública? Recortar. ¿Educación? Recortar. ¿Ayudas sociales? Recortar.
Por supuesto el IVA no se tocó en lo más mínimo y de hecho se incluyeron más impuestos o más tarifas. Quienes sí recibirían una gran ayuda estatal serían los bancos privados, en una serie de megamillonarios “rescates” que les dieran oxígeno por un par de semanas.
Mirándolo en retrospectiva, uno no puede más que preguntarse el porqué de tantas promesas que –se sabía- no podrían cumplirse. Sobre todo teniendo la victoria electoral “servida en bandeja”: no había necesidad.
Una oposición inútil
Ante un gobierno impopular en sus medidas y salpicado por escándalos de corrupción, lo lógico sería ver un repunte del PSOE en las encuestas. No es el caso. Los socialistas tienen un triple problema. Primero, el recuerdo latente de la administración Zapatero, donde al fin y al cabo comenzó la crisis. Segundo, el liderazgo de una persona astuta (Alfredo Pérez Rubalcaba) pero que supone, en lugar de una renovación, más de lo mismo. Tercero, por los propios escándalos de corrupción provenientes sobre todo de Andalucía, último bastión del partido.
Para decirlo en pocas palabras: probablemente para el español medio el PP y el PSOE simplemente son “lo mismo”. Cierto que tuvieron sus diferencias en el tema de derechos posmodernos como el matrimonio igualitario o el aborto, pero ya habiendo sido “procesados” dichos asuntos, no es que haya demasiadas razones para pensar que un Rubalcaba hubiese actuado distinto a Rajoy en caso de haber ganado.
Todo esto probablemente beneficiará a los dos pequeños partidos de nivel “nacional”: Unión Progreso y Democracia (UPyD), socioliberal y unionista, liderado por la ex socialista vasca Rosa Díez (y aupado por pensadores de la talla de Vargas Llosa) y con una buen plantilla de outsiders políticos; y por supuesto Izquierda Unida (IU), rejunte del Partido Comunista original con otros partidos de izquierda o ecologistas.
La cuestión catalana
El derrumbe político de los socialistas tuvo también repercusiones en Cataluña. La sucursal regional del PSOE, primordialmente federalista, funcionaba como una válvula de escape para buena parte de las ansias separatistas. Ahora, con un gobierno en coalición de independentistas de derecha (Convergencia i Unió, CiU) y de izquierda (Esquerra Republicana de Catalunya, ERC), el nacionalismo catalán ha tomado nuevas fuerzas.
Se habla mucho de que la Generalitat convocará a un plebiscito al respecto, por más que la Constitución española no contemple semejante cosa. No obstante, el separatismo cuenta con tres escollos. Primero, la situación económica: la Comunidad Autónoma no es, por supuesto, indemne a la misma y cuando puede procura hacerse con alguna de las ayudas que el gobierno central puede enviar de vez en cuando. Segundo, la Unión Europea: los independentistas catalanes no quieren seguir siendo españoles pero definitivamente desean permanecer como buenos ciudadanos europeos, lo que eventualmente enfrentaría el veto de La Moncloa y otros gobiernos. Tercero, que no está lo suficientemente claro que la mayoría de los catalanes pretendan una ruptura definitiva con Madrid (de hecho podría decirse que la intención de voto independentista se encuentra entre el 40% y el 50%). En otras palabras, se resolvería un problema para crear otro (el nacimiento de un movimiento re unionista). Podríamos también recurrir a la historia de otros movimientos independentistas o pseudo independentistas (Quebec, Australia) que nos muestran que el voto rupturista suele ser sensiblemente menor al esperado a priori.
No sería entonces disparatado dar por muy improbable la independencia catalana a un corto plazo. Y ello para tranquilidad del ejército, desde el cual ya varios militares se ofrecieron a “hacer cumplir la Constitución” en caso de que los políticos no supieran “lidiar” con el asunto.
Manchas para el juancarlismo.
Es algo común en España. Cuando se pregunta a un ciudadano si es monárquico o republicano, puede que retruque con un “soy juancarlista”. En otros términos, la monarquía no goza de una popularidad derivada de la institución en sí, sino del actual titular de la misma, Juan Carlos I. Impulsor de la democracia desde el primer momento (o mejor dicho, desde el momento que muriera Franco), sus credenciales al respecto se enriquecieron con su condena al intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Sirvió además, como una figura de encuentro donde la gran mayoría de los españoles podían sentirse identificados y -por qué no- consolados.
Lamentablemente el juancarlismo está siendo amenazado por un escándalo de –como para variar- corrupción al más alto nivel. Y es que todo apunta a que Iñaki Undangarin, yerno del rey y esposo de la Infanta Cristina, es el cabecilla de una red de desvío de fondos públicos y lavado dinero a través de diversas fundaciones.
Tal vez lo más importante del caso es que el mismo supuso una ruptura: tratar a la familia real y al rey no en buenos términos ya no sería un tabú. La prensa rosa, es decir, los programas de chimentos (sólo segundos a la actualidad deportiva en términos de popularidad), comenzaron a sostener hipótesis tan escandalosas como la existencia de posibles amantes de Juan Carlos. Y es así que según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la monarquía estaría recibiendo la peor “nota” de su historia: un 3,68 sobre 10, bastante lejos del “aprobado”. Habrá que ver si cuando se dé la sucesión si los juancarlistas se transformarían en felipistas de una manera tan fácil.
La prensa rebelde
“Que no vivas tiempos interesantes” reza el proverbio chino. Esto es aplicable para todos con excepción de la prensa escrita, que, como ya adelantábamos, ha redescubierto su vocación de poder fáctico. La corrupción generalizada y la crisis económica da mucho para escribir (y lo más importante, investigar).
Lo curioso es que esta posición está siendo principalmente asumida no por los medios afines a la izquierda, sino por el diario derechista más importante. Nos referimos a El Mundo y su director, Pedro J. Ramírez. No contento con haber sido el principal responsable de la caída de popularidad de Felipe González hace casi dos décadas (caso GAL), Ramírez parece estar empecinado en derribar a Mariano Rajoy, habiéndose convertido en una suerte de confesor de Luis Bárcenas. Algunos titulares de El Mundo en julio: “Cinco horas con Bárcenas”; “Los SMS secretos entre Rajoy y Bárcenas”, “Los papeles de Bárcenas muestran sobresueldos a Rajoy” y sobre todo esta maravilla que parece salida de una cuarta parte de El Padrino: “Si hablas tu mujer irá a prisión; si callas, caerá Gallardón y se anulará el proceso” (¡!).
La posición de El Mundo ha supuesto un cisma en la prensa conservadora. Por un lado La Gaceta apoya “el acoso y derribo”, mientras que el ABC y La Razón se aferran a la versión oficial de que Bárcenas no es más que un chantajista que por casualidad estuvo veinte años dirigiendo las cuentas del partido y que no hay que pensar demasiado en ello.
Las amistades particulares
Ya dijimos que la oposición no tiene herramientas ni legitimidad alguna para exigir la renuncia de Rajoy. En cambio, los medios parecen gozar de ambas cualidades. En ese caso… ¿quién suplantaría a Rajoy? En lo personal yo diría que hay cuatro candidatos, ninguno de ellos salpicado hasta ahora por el Caso Bárcenas:
-Soraya Sáenz de Santamaría. Actual vicepresidenta del gobierno, lo que pierde en su defensa incondicional de Rajoy, lo gana en juventud y tesón. Sería una suerte de continuismo, por lo que no veríamos, por ejemplo, cambios en el gabinete.
-Esperanza Aguirre. Ex presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Aguirre supone la derecha dentro de la derecha del PP. Es la única política que ha “sugerido” que se investigue a fondo la supuesta trama de corrupción, además de guardar una buena relación con Ramírez, el azote de Rajoy. Si hemos de creer a ciertos medios menores, Aguirre habría sido quien arreglara los encuentros entre el periodista y Bárcenas. Probablemente constituya la alternativa más satisfactoria para los mercados.
-José María Aznar. Ex presidente del gobierno, un español podría decir perfectamente que con Aznar al menos “se vivía mejor”, por lo que su candidatura no sería tan descabellada.
-Alberto Ruiz-Gallardón, ex alcalde de Madrid y actual Ministro de Justicia. Encarna el ala más moderada del PP, en caso de que el partido quiera dar un giro ideológico más hacia la izquierda. Es también, por ello, el que menos posibilidades tiene.
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En todo caso, suceda quien suceda a Rajoy (reitero: si es que éste se retira), se encontrará con una España –hemos visto- multi problemática: la presidencia en tales circunstancias es un cargo que uno no le desearía ni a su peor enemigo (no sorprende entonces que el PSOE no se apure demasiado en escoger a un verdadero nuevo líder). El contexto ya no sólo exige una pronta recuperación económica (una tarea de por sí difícil), sino también una reconstrucción completa de la legitimidad de las instituciones.
Sobre el autor
Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales. FACS-ORT-Uruguay
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