Libia: Gadafi y después

Autores/as

  • Marcos Rodríguez Schiavone

Resumen

Cuando las potencias occidentales cedieron ante la tentación de participar en su ahora penúltima aventura militar (humanitaria, neocolonial o neoconservadora, póngale el adjetivo que quiera según su preferencia ideológica) y decidieron actuar (2011) en la -por entonces ya generalizada- guerra civil en Libia, es dudoso que desearan unos resultados como los que estamos presenciando actualmente, donde la situación está dominada por (otro) enfrentamiento fratricida entre tres bandos.

Sucede que Libia es, como todo país con fronteras nada racionales (mérito del reparto africano entre europeos), el foco de una permanente conflictividad latente. Es un Estado sometido a constantes fricciones entre dos regiones históricamente independientes: la Tripolitania, similar al Magreb, y la Cirenaica, relacionada por siempre con Egipto; sin mencionar a las distintas tribus nómadas o semi nómadas o el islamismo sistemáticamente reprimido, lo que otorga un escenario de complejidad importante
1.- “Un amigo extravagante”: estas son las palabras que nos dejó el ex presidente español José María Aznar respecto a Muamar el Gadafi. No era el único que pensaba de tal forma. También Sarkozy y Berlusconi habían recibido al dictador libio con todos los honores previo a que estallara la prematuramente denominada “Primavera Árabe”.

Y es que Gadafi había pasado de ser un “sádico” dictador libio (1969), a un personaje casi caricaturesco que vestía de manera estrambótica y hacía montar a sus subordinados carpas beduinas en pleno centro de las capitales europeas para dormir en sus visitas de Estado. Atrás quedaba su pasado como uno de los principales auspiciantes del terrorismo, indemnizando incluso a las víctimas del atentado de Lockerbie en 1980. Europa estaba conforme: en el 2008 Italia firmaba un tratado de amistad y cooperación, mientras Sarkozy visitaba Trípoli (se investiga actualmente si recibió alguna “donación” para su campaña por parte del dictador) y, para colmo, el nefasto personaje pudo pasearse en una cumbre del G8 (Italia 2009) bajo el título de “Líder de la Revolución”.

Mujeres, cirugías plásticas y demás despilfarros: superada la sobriedad al estilo Nasser y la brutalidad terrorista sin sentido, comenzaba una etapa de ebriedad de poder, megalomanía y extravagancia propia de un Berlusconi islámico en sus mejores momentos. A pesar de décadas de mancharse las manos con sangre, Libia parecía haber logrado un estatus de “país aceptado” en el circo mundial.

Por supuesto las túnicas coloridas no cambiaron en nada el control total de Gadafi sobre su pueblo, absoluto desde que se hiciera con el poder. El petróleo había elevado el nivel de vida de los libios a la par que aumentaba la corrupción del “Coronel” y su familia, que mantenía una nación aparentemente unida bajo las enseñanzas y la filosofía de su “Libro Verde” (algo así como el Libro Rojo de Mao). Dichas “enseñanzas” se complementaban con un pensamiento panafricano que trascendía al sur, superando el infranqueable Sahara. En una combinación extraña, el dictador había moldeado un estado de bienestar (y secular) bajo una tutela implacable de sus fuerzas de seguridad, además de autoproclamarse líder moral de los reclamos de todo un continente.

2.- Pero nada es para siempre y el efecto contagio de las revoluciones en Túnez y Egipto se trasladó rápidamente a Libia y de una forma más violenta, adquiriendo el carácter de guerra civil. La capacidad de Gadafi para mantener a raya rivalidades regionales, locales o tribales fue socavada en cuanto los rebeldes se hicieron con la Cirenaica y su capital, Bengasi: el ejército libio nunca fue muy grande ni muy poderoso (estaba compuesto principalmente por la tribu de Gadafi, los Gaddafa) y, repentinamente, había perdido la zona oriental del país. Ya sabemos cómo continuaron los hechos: unas fortalecidas fuerzas armadas oficialistas contraatacaron y pusieron sitio a la ciudad capital de los“rebeldes” (que no pudieron conquistar Trípoli). Pero los aviones de la OTAN de los ex amigos llegaron a tiempo y eventualmente un Gadafi avejentado y confundido terminaría linchado por la multitud y con su cuerpo metido en un freezer.

Ambos bandos se acusaron mutuamente de matanzas sistemáticas entre un sinfín de violación a los derechos humanos, y es probable que de las dos facciones hayan sido responsables. La “bondad intrínseca” de los rebeldes, tan ponderada por los occidentales a través de algunos poderes fácticos, pronto sería puesta en duda. En todo caso, la violencia no hacía más que empezar.

3.- Recapitulemos un poco y pensemos en qué sujetos sociales alimentaron el campo rebelde.

En primer lugar una clase media significativa, paradójicamente hija del estado de bienestar gadafista. Laica y tolerante, pero no tan significativa, ilustrada o con poder fáctico como la prensa había querido hacer creer y destacar.

En segundo lugar, algunos contingentes militares que se “la jugaron” cuando vieron hacia dónde soplaba el viento. Los mismos fueron convenientemente armados por los distintos enemigos externos que se habían opuesto a Gadafi durante su interminable gobierno.

Tercero, las tribus orientales y los autonomistas de la Cirenaica, la zona petrolera por excelencia (de hecho uno de los primeros pasos de Occidente aún en plena guerra fue la de acordar convenientemente con los sublevados el tema de los hidrocarburos).

Finalmente, algunos radicales religiosos que veían atónitos –tras haber sido reprimidos desde los tiempos de la colonización italiana- cómo, de repente, surgía un interesante vacío de poder por todo el país.

4.- El posgadafismo fue, evidentemente, un desastre. ¿Cómo cambiar en días un régimen que llevaba cuarenta años? Reseñar todo lo acaecido nos llevaría horas, así que, aquí, nos limitaremos a lo básico.

En medio del caos que Gadafi había sabido controlar, y tras un año de preparaciones, se llegó finalmente a la conformación de un Congreso General de la Nación. Las primeras elecciones (2012) dieron forma a la polarización entre dos grupos: los islamitas liberales de la Alianza de Fuerzas Nacionales (AFN; mal llamados “seculares”), el partido favorito de Occidente (y con algún que otro ex gadafista); y el Partido Justicia y Construcción (PJC), sucursal de los Hermanos Musulmanes en Libia que, sumado a representantes independientes aliados, forjaron una mayoría.

Todo se complica más con la creación de una Cámara de Diputados con elecciones en el 2014, boicoteadas por el PJC y aliados (sólo un 18% de participación) y bajo dominio de la AFN. No obstante, los Hermanos Musulmanes no aceptarían la creación de este organismo paralelo, terminando por invadir Trípoli. La lucha contra estos últimos (Operación Dignidad) está liderada por el ex exiliado en EE.UU., Khalifa Haftar (¿posible futuro dictador?), y cuenta con el respaldo de la mayoría de las fuerzas armadas.

Tenemos, por lo tanto, dos gobiernos libios. El de los diputados de la AFN, reagrupados en Tobruk; y el del Congreso original, bajo control del PJC. La violencia esporádica, alimentada además por las ya mencionadas divisiones tribales, terminaría en una guerra abierta que hasta hoy prosigue. Como si esto no fuera suficiente, surgiría un nuevo grupo en la pugna por el poder: los muyahidines del Ansar al-Sharia (AAS).

5.- Antes de su muerte, Gadafi afirmó que estaba luchando “contra Al Qaeda”. Algo de razón tenía, pues el frenesí de la revolución dejó a unos cuantos muyahidines bastante bien armados con intenciones de tomar el poder. El principal llamado de atención en este aspecto se dio precisamente en Bengasi. El consulado de EE.UU. fue atacado por un grupo de islamitas y el embajador norteamericano terminó muerto. Sólo sería un aviso de lo que estaba por venir.

AAS está compuesto por salafistas, los mismos que fundaron, en su momento, el actual Estado de Arabia Saudita, y autodenominados como los verdaderos seguidores del purismo mahometano. Podría decirse que son de los únicos musulmanes que consideran al Corán como la verdad absoluta sin necesidad de interpretaciones posteriores, lo que los lleva a un radicalismo extremo que se ha visto por todo el mundo en las últimas décadas. En términos relativos, los Hermanos Musulmanes parecen tolerantes en comparación con ellos.

Reprimidos por décadas, el AAS encontró en los sucesivos conflictos libios aquí reseñados, tierra fértil para imponer sus ideas. No es -por el momento-, una fuerza capaz de hacerse con el poder total, pero han realizado numerosas operaciones por toda Libia, algunas de “caridad” como atender hospitales y otras de violencia, principalmente contra los sufíes, quienes practican una suerte de islamismo gnóstico donde se llega a adorar a distintos santos como se hace en el cristianismo católico. Evidentemente la “idolatría” no es bien vista por los “puristas del Libro”.

Originalmente “afiliados” a Al-Qaeda, el grupo -que actúa de forma descentralizada según la región- finalmente se ha sumado a la nueva transnacional del terrorismo islámico: el Califato del ISIS. En cuanto a su potencial, los reportes son contradictorios. Hay quien afirma que su última incursión en la capital de Cirenaica ha sido un triunfo, pero el general Haftar se niega a reconocerlo. Por el momento, las novedades que tenemos es que las milicias afiliadas han sido declaradas como terroristas por el Consejo de Seguridad de la ONU y que el líder de la sucursal homónima en el vecino Túnez ha sido capturado.

6.- La Libia pos Gadafi es, como hemos mostrado, un completo caos. Si bien la violencia no llega a una intensidad y animosidad como la de Siria, el conflicto entre los seguidores del nuevo “hombre fuerte” Haftar, los Hermanos Musulmanes y Ansar al-Sharia, tiene la posibilidad de escalar en un conflicto mayor que incluso pueda extenderse por Egipto o el Magreb. Nuevamente las bombas occidentales han servido para cambiar lo malo por otra alternativa igual de mala, cuando no peor.

Biografía del autor/a

Marcos Rodríguez Schiavone

Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales, Facultad de Administración y Ciencias Sociales, Universidad ORT Uruguay.

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Publicado

2014-12-11

Número

Sección

Política internacional