El aumento en el precio de los alimentos: Crisis u Oportunidad (Primera Parte)
Abstract
Hace algunos años atrás con motivo de un posible TLC entre los Estados Unidos y Uruguay, el entonces Presidente Tabaré Vázquez, expresó a los periodistas un concepto metafórico que podría expresarse como que “el tren pasa una sola vez y el no subirse al mismo implica perder definitivamente una oportunidad”. Se refería entonces a que las oportunidades, la mayoría de las veces se presentan en forma imprevista, en un momento dado y que en general es inteligente no dejarlas pasar, en cuanto éstas permitirían mejorar nuestra situación. La firma de un TLC entre dos economías tan asimétricas como la de Estados Unidos y la de Uruguay, quizás no sea un tema de apresuramientos tan claros, aunque sin duda uno intuye que la posibilidad de acceso irrestricto de los productos y servicios uruguayos a un mercado infinito para la oferta nacional, seguramente tendría un efecto más que benéfico para la economía general del país, para el empleo, para sus empresas y en general para la gente a través de nuevas oportunidades de mercado, sustento para un crecimiento sostenido de la economía. Pero también es cierto que en la vida, en los negocios y en la política, nada es gratis, y detrás de una apertura irrestricta al mercado norteamericano para las exportaciones de un país que, seguramente no haría mover ninguna aguja en los tableros de comando de la economía más poderosa del mundo, tendría sí condiciones de reciprocidad que podrían afectar negativamente a más de un sector no preparado para tomar el tren en marcha, por seguir con la misma metáfora. Quizás condiciones en materia de propiedad intelectual y patentes podrían en el futuro (hipotéticamente) limitar o condicionar el desarrollo tecnológico de nuevos productos o servicios basados en nuestras capacidades C&T. Solo por poner un ejemplo.
De todas maneras el tren pasó, en esa oportunidad, no lo tomamos. Más relevante es hoy la reflexión a la luz de las actuales circunstancias de nuestro descarrilado tren regional mercosuriano.
Aumento en el precio de los alimentos – una cuestión de enfoque -
Bien, hecho este introito de ferroviaria metáfora, quisiéramos poner en evidencia que hay otro tren que está pasando frente a nuestras narices desde hace prácticamente 10 años. El aumento sostenido del precio de los alimentos - que nosotros exportamos al mundo - y que si bien le ha permitido al Uruguay beneficiarse ampliamente, y como nunca desde la Guerra de Corea, creciendo sostenidamente a tasas muy significativas y generando una bonanza generalizada, nos parece que como “oportunidad” no la estamos aprovechando en todo su potencial - no la hemos aprovechado en todo su potencial.
Tampoco estoy seguro que la sociedad uruguaya en su conjunto la valore apropiadamente. Entonces más allá de aumentar el consumo de electrodomésticos, autos, plasmas, celulares y tabletas o mantener políticas asistencialistas cuando los indicadores parecen no justificarlas o haciendo cada vez más rígido el mercado laboral, estemos efectivamente aprovechando la bonanza para construir más y mejores ventajas de competencia en mercados tan exigentes como cambiantes.
Con sorpresa hemos visto reiteradamente como en relativamente amplios ámbitos académicos, profesionales, periodísticos y políticos, se hace referencia a la “crisis derivada del aumento en el precio de los alimentos”.
Acabo de leer un “colgado” en un prestigioso suplemento agropecuario de un prestigioso diario nacional que decía con un tono de alarma: “la chacra uruguaya se tapizará con maíz y soja”. En otras ocasiones hemos escuchado foros, tertulias periodísticas y debates sobre la “ganadería arrinconada”. En otros momentos he escuchado mencionar con preocupación un fantasma de potencial escases de alimentos, inflación importada y dificultades para los sectores más vulnerables de la sociedad para alcanzar un nivel adecuado de seguridad alimentaria y nutricional en el Uruguay.
Vayamos por partes.
Para el Uruguay no hay crisis por esta razón. Para el Uruguay hay una enorme oportunidad.
Lo primero que hay que decir es que en el Uruguay (como en todos los países del cono sur de América), los problemas de inseguridad alimentaria no devienen de la falta de oferta, o de la falta de capacidad de los productores agropecuarios para ampliar la oferta de alimentos. En todo caso ésta deviene de la falta de ingresos, o de ingresos insuficientes, o de imperfectas políticas públicas de distribución de la renta o de seguridad alimentaria. No tenemos un problema de oferta, sino de capacidades de acceso a ella, en determinados sectores con alto grado de vulnerabilidad social.
Lo segundo a expresar es que la expansión de la agricultura ha llevado nuevas oportunidades y fuentes de trabajo, inversiones y crecimiento a muchos rincones del “Uruguay profundo” como nunca en la historia se había dado. Con una adecuada política de control en el uso y la conservación de los suelos, esto no debería alarmarnos.
La ganadería se potencia, complementa e integra hoy con la agricultura aumentando su productividad y eficiencia, derivado ello no solamente de cambios tecnológicos, de manejo y de gestión empresarial, sino de precios históricos tanto en la carne como en los granos. Hoy hay más empresas de servicios para producir y distribuir alimentos para el ganado, más inversión en equipos y logística al servicio de empresas ganaderas.
Yo no encuentro razón para llamar a esta realidad, de “crisis derivada del aumento del precio de los alimentos”.
Poner el tema en este “tono”, nos coloca paradojalmente en una situación en la cual, lejos de potenciarnos como país frente a una coyuntura favorable que lleva ya casi una década, tomamos la principal causa de nuestra bonanza económica y crecimiento, como un problema. Quizás esto refleje el ya tradicional desconocimiento que sobre la agropecuaria existe en la mayoría de los sectores sociales y urbanos del país. Especialmente sobre como es el agro uno de los principales (si no el principal) sustento de la economía uruguaya a través de la creación de riqueza genuina.
Tenemos todo para ganar como sociedad, si realmente hacemos las cosas bien y aprovechamos la bonanza para generar cambios estructurales que nos ayuden en la transición de ser un país que basa su inserción internacional en la producción de bienes con una alta utilización de sus recursos naturales, a ser un país que apoyado en sus recursos naturales exporta bienes y servicios, con una alta proporción de conocimiento y valor agregado. Cambios que a la vez permitan reducir sus costos internos, maximizar los factores logísticos y bajar los costos de transacción, colocando así su oferta lo más cerca posible del consumidor.
Tenemos todo para ganar si los decisores políticos y los empresarios entienden que sí es necesaria una intervención virtuosa del Estado a través de políticas públicas de calidad y excelencia, porque la excelencia no es solo una cuestión privada. Más y mejores políticas públicas que no interfieran con los mercados, sino que ayuden a construir capacidades institucionales, empresariales y sociales, y una competitividad real y efectiva.
Esto debería traducirse en un mayor fortalecimiento institucional y organizacional, más transparencia en el funcionamiento de los mercados y en la formación de precios, reducir el peso de las tarifas monopólicas y reducir los costos internos, mantener y recuperar suelos, (acertada política). Políticas para la construcción de capacidades y la generación de oportunidades y no para el asistencialismo. Un Estado con servicios de excelencia, por la excelencia de sus recursos humanos y sus inversiones tecnológicas y especialmente una institucionalidad pública valorizada a los ojos de actores económicos y sociales.
En el próximo número de LETRAS INTERNACIONALES la parte final del análisis así como sus conclusiones.
Sobre el autor
Catedrático de Proyectos finales de Estudios Internacionales,
FACS, Universidad ORT Uruguay.
Ex Ministro de Relaciones Exteriores. Ex Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca.
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