EL CÍRCULO VICIOSO DE LAS CRISIS ARGENTINAS

Authors

  • Cristina Edbrooke

Abstract

La economía argentina ha sufrido sucesivas crisis en las últimas 4 décadas. La primera de envergadura fue el “Rodrigazo”. Este proceso aconteció en 1975 y consistió en la liberalización de precios llevado a cabo por el ministro de economía Celestino Rodrigo, en el gobierno encabezado por Isabel Perón (1973-76). La siguiente crisis relevante fue el fin de la tablita durante la dictadura militar (1976-1983). Esta crisis fue principalmente catapultada por las inconsistencias en la política cambiaria pero terminó de desencadenarse con la crisis de la deuda de 1982. El país recupera la democracia en 1983 con una economía estancada, con un nivel de endeudamiento inédito.

El tercer proceso de crisis contemporáneo ha sido la hiper-inflación de 1989 durante la primera presidencia de la democracia, encabezada por Raúl Alfonsín (1983-89). Esta crisis condensa dos problemas centrales de la época: por un lado, un epílogo para la política de intervención estatal en la economía que había comenzado en la década del 40’ a partir de la filosofía cepalina de la industrialización por sustitución de importaciones. Por otro lado, la crisis reflejó las dificultades que enfrentarían de allí en más los gobiernos democráticos para satisfacer las complejas demandas de una sociedad civil crecientemente frustrada entre su horizonte de expectativas y la realidad de un país imposibilitado de concretar esas supuestas bondades.

Como es sabido, la profunda crisis hiper-inflacionaria dio lugar a un cambio radical de política económica. La administración del peronista Carlos Menem (1989-1999) llevó a cabo una reforma del Estado donde se privatizaron, literalmente, cientos de empresas. Entre ellas, las emblemáticas ENTEL (Empresa Nacional de Telecomunicaciones), YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), SEGBA (Servicio Eléctrico Gran Buenos), AA (Aguas Sanitarias), SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina) y, entre otras, FF.CC. (Ferrocarriles Argentinos). Como es reconocido, este impresionante proceso de privatización fue demasiado opaco y corrupto y, por ello, generó ineficientes empresas privadas (en muchos casos monopólicas) donde antes había ineficientes empresas estatales.

Este modelo colapsó en diciembre de 2001, provocando la crisis socioeconómica y política más importante de la historia argentina. El presidente radical Fernando de la Rúa (1999-2001) renunció en medio de la incapacidad de la dirigencia política de regenerar un marco estable de sucesión. La tasa de pobreza alcanzó el 57% de la población (en 1974, la tasa era de 8%).

Lo que sigue es historia conocida: el 25 de mayo del 2003 llega al poder el peronista Néstor Kirchner y comienza una etapa de alto crecimiento económico y sostenida debilidad institucional. Néstor Kirchner se reelige a través de su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, en 2007. La economía continúa una etapa de crecimiento y el matrimonio pensaba evitar la cláusula constitucional (que impedía estar en la presidencia por más de dos mandatos) alternándose entre ellos en el poder. La muerte de Néstor Kirchner el 27 de octubre de 2010 desbarató el plan pero contribuyó a la aplastante reelección de Cristina en octubre de 2011, con el 54% de los votos (más aún, con una distancia con el segundo de 37 puntos porcentuales).

En este escenario, Cristina Fernández no puede aspirar a un nuevo período en el poder y, como en los anteriores procesos citados, se avecina un fin de ciclo donde las principales variables de la macroeconomía se han descarrilado. El debate ya no es entre aquellos que sostienen que habrá una crisis y aquellos que sostienen que no habrá crisis. El debate es sobre la dimensión que tendrá esta nueva crisis económica argentina. Al igual que en 1975 con el “Rodrigazo”, en 1982 con la crisis de la tablita cambiaria, en 1989 con la hiper-inflación y en 2001 con el colapso de la convertibilidad, la inminente llegada de una nueva crisis argentina nos lleva a preguntarnos sobre el papel de la crisis en la próxima crisis. Es decir, cuando pensamos en la incapacidad de los sucesivos gobiernos de generar modelos económicos cuyos ciclos no terminen en crisis estructurales, es necesario preguntarse en qué medida parte importante del problema reside en la fenomenal dimensión que ha tenido la crisis anterior. Así, cada crisis anterior pone un punto de comparación cada vez más bajo para el gobierno posterior y ello hace que una mala política económica no pueda ser calibrada o percibida en su cabalidad ya que, justamente, el nuevo gobierno es capaz de demostrar que se está mejor que en la última crisis. La cuestión es que parte de la dirigencia argentina debiese generar un marco para acordar que de ahora en adelante el punto de comparación no podrá volver a ser el nivel mínimo de la crisis anterior. Si sistemáticamente comparamos nuestro actual bienestar con diciembre de 2001, julio de 1989 o marzo de 1976, siempre será posible argumentar que estamos mejor, cuando, en realidad, siempre estamos peor y la declinación argentina sigue sin encontrar su piso.

 *Licenciada en Relaciones Internacionales
(Universidad Torcuato Di Tella, Argentina), donde ha sido Profesora Adjunta de Historia Económica..

Published

2014-11-27

Issue

Section

Comercio y economía internacional