Turquía y la Unión Europea
Abstract
En octubre de 2005, la Unión Europea (UE) y Turquía iniciaban el proceso de negociación formal con vistas a una incorporación futura de ese Estado a la UE. En plena efervescencia integracionista, (2004 representó la mayor expansión Europea de la historia con el ingreso de 10 países a la UE, más Bulgaria y Rumania en 2007) y con un contexto político y económico radicalmente diferente al del presente, la integración turca no parecía ser una quimera irrealizable. A finales de los 90 tres eventos importantes allanaron el camino para una posible Turquía Europea: En 1998 la victoria de los socialistas alemanes de G. Schröder y la derrota de la CDU de Helmut Kohl, ferviente opositor a la idea de la integración turca; en 1999 la histórica posición griega de rechazo a Turquía tuvo un giro drástico, pasando Grecia a considerar favorablemente la posibilidad del ingreso turco con la esperanza de que el marco europeo pudiese facilitar las negociaciones bilaterales entre los dos países; por último, el apoyo de los Estados Unidos a la candidatura Turca aportaba una “garantía occidental” a las aspiraciones turcas.
Sin embargo, las victorias de los democratacristianos alemanes (CDU-CSU) de A. Merkel en setiembre de 2005 y de la derecha conservadora francesa (UMP) de N. Sarkosy en 2007, abiertamente opuestos a la integración de Turquía a Europa, cambiaron drásticamente la dinámica negociadora y las chances de considerar algún día a los turcos como ciudadanos europeos. La posición de Sarkozy, abiertamente anti-turca y fundamentada en motivos políticos, culturales, religiosos y hasta geográficos, buscaba antes que nada mantener el apoyo interno de los sectores más conservadores de la sociedad francesa que veían en la integración turca el peligro de islamización de Europa (y de Francia) y del aflujo masivo de trabajadores turcos al espacio Schengen. Asimismo, la defensa que el presidente francés y su gobierno hicieron de la cuestión Armenia llevó a que el Parlamento aprobara en enero del 2012 una ley que penalizaba toda negación del genocidio armenio (ley que sería a continuación censurada por el Consejo Constitucional). La reacción turca no se hizo esperar, llevando a un rápido deterioro de las relaciones bilaterales y a importantes sanciones económicas contra Francia.
Si la postura de A. Merkel ha sido menos belicosa, no ha sido menos firme en cuanto a su negativa al ingreso de Turquía a la UE. En 2010, la Canciller hizo referencia a que el camino a seguir entre la UE y Turquía debía ser el de una “relación privilegiada”, pero no el de una integración plena a la UE. Esto provocó el enojo de Turquía y de su primer ministro Recep Erdogan, quien acusó a la UE de cambiar los objetivos del proceso de adhesión en plena negociación. Merkel respondió argumentando que las reglas de juego han cambiado desde el 2005.
A su vez, la reciente crisis económica ha provocado la reticencia de ciertos actores (políticos y sociales), que ven con recelo la voluntad expansiva de la UE hacia nuevos horizontes. Algunos consideran que la última ola de ampliación es en parte responsable de la actual crisis Europea. Nada es más incierto que esa afirmación. Si consideramos que gran parte de los nuevos miembros han sabido paliar la crisis de mejor manera que muchos países de la “vieja Europa”; que Letonia, Polonia, Eslovaquia o Malta han sido de los Estados europeos con mayor crecimiento en el 2011; y que el PBI turco creció un 8.5% en 2011 (9% en 2010), siendo Turquía hoy la 16ª economía mundial, resulta difícil blandir el argumento económico como freno a la integración turca.
La victoria del socialista F. Hollande en las últimas elecciones francesas podría contribuir a mejorar el clima de las negociaciones. Durante la campaña electoral, el futuro Presidente había declarado que no habría durante su quinquenio (de ser electo) adhesión de Turquía a la UE, por estar las negociaciones aún muy distantes de llegar a un compromiso aceptable. Sin embargo, un mes luego de su elección, Hollande se reunió con Erdogan para asegurarle el nuevo rumbo de la política exterior francesa en la que Turquía ha de jugar un importante rol. Esto llevó a que el gobierno turco levantara inmediatamente las sanciones económicas y diplomáticas contra Francia. No obstante, dos temas importantes subsisten y, según los propios dichos de Hollande durante la campaña, representan un freno importante a la integración turca. El primero es el del reconocimiento por parte del gobierno turco del genocidio armenio de 1915. El segundo es el bloqueo económico de Turquía a la parte griega de la isla de Chipre y el no reconocimiento de ese Estado. En ninguno de estos puntos se avizora un potencial acuerdo.
En el plano de las negociaciones formales, el proceso está claramente empantanado. Tan sólo se han abierto negociaciones en una docena de capítulos, de los 35 a negociar (el “acquis communautaire” es el conjunto normativo vigente de la UE que los países adherentes deben negociar y adoptar). Por lo tanto, la adhesión turca a la UE sigue siendo, en la actualidad, una perspectiva lejana.
Del lado turco, mientras tanto, parece diluirse progresivamente la voluntad política y comunitaria a favor de la adhesión, frente a lo que los turcos consideran como “dilates y juego sucio” por parte de la UE. Históricamente, las élites políticas turcas han favorecido la integración Europea en un intento de “occidentalizar” a Turquía. Inclusive el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), de tendencia Islamista y que ha ganado las elecciones desde el 2002, ha claramente expresado su compromiso con el proceso de adhesión. Sin embargo, como mencionábamos, tanto la voluntad como la esperanza del pueblo turco de ser algún día miembro de la UE han perdido ímpetu. Los últimos Eurobarómetros demuestran que sólo cerca del 50% de la población turca apoya el ingreso a la UE, mientras que en la década del 90 los niveles de apoyo alcanzaban el 80%. Las mismas encuestas muestran que menos de un cuarto de la población confía en integrar algún día la UE.
El caso de Turquía se asemeja a la historia del pariente excéntrico pero millonario. Nadie quiere realmente su compañía, pero al mismo tiempo es demasiado rico como para ignorarlo. Las palabras de Merkel en referencia a la “relación privilegiada” así lo reflejan. Dado el presente turco y el Europeo, no es seguro que eso sea necesariamente un mal negocio para Turquía.
Sobre el autor
Profesor del Departamento de Estudios Internacionales
FACS, Universidad ORT Uruguay
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