La fuerza de Liliput o las lecciones de Paraguay y Honduras

Authors

  • Prof. Ivan Witker

Abstract

“Los fuertes hacen lo que su poder les permite y los débiles sufren lo que deben sufrir” es el axioma que impregna las visiones realistas de las relaciones internacionales y que emana del propio Tucídides en su clásico Guerra del Peloponeso al discurrir sobre la proclamación de neutralidad de la pequeña Lesbos. El reciente caso paraguayo ilustra una vez más la fuerza de dicho asertoa la vez querememora lo ocurrido en Honduras en 2009. Casos señeros para estudiar la dinámica relación que se observa en los asuntos internacionales entre poderosos y débiles, entre grandes y pequeños.De la reacción de éstos Liliputs latinoamericanos, Paraguay y Honduras, se pueden extraer interesantes lecciones.

La primera se vincula a las características del poder en los asuntos internacionales, que difieren de las mismas en un plano nacional. Uno de los aportes de Kenneth Waltz a la teoría de las relaciones internacionales fue precisamente establecer la diferenciación entre poder doméstico y poder internacional. Con ello trasladó el aserto de Tucídides a una suerte de realismo fáctico, dominado por la estructura internacional contemporánea, que matiza y da otros tintes a las hegemonías.Así entonces, los países pequeños, indica Waltz, aunque tengan una paupérrima posición, y soporten lo indecible, buscarán siempre maximizar sus escasas capacidades. Todos, incluidos los chicos, añade Waltz, tienen la posibilidad de adaptarse a un ambiente que no llegan a configurar. De ahí nace una interacción extraordinariamente dinámica. Por lo mismo, el sometimiento absoluto del individuo a la constitución y a las leyes nacionales no eshomologable a la interacción entre poderosos y pequeños en los asuntos internacionales, pese a las graves consecuencias que pueda llegar a tener. El pequeño siempre buscará, por un lado, identificar nichos y espacios de acción propia y, por otro, distinguir hasta dónde llegan los intereses reales y dónde inician losgustos del poderoso.

Esta diferenciación la aprendió Brasil en ese verdadero desastre vivido en Honduras. Ni la inmensa presión de todo su poder político, sumado a un vasto despliegue diplomático,y en estrecha coordinación con otro “grande” de la política regional, como Venezuela, le sirvió para revertirun asunto interno –la destitución de Zelaya- que iba en sentido contrario a sus deseos.Los brasileños vivieron en carne propia que el poder en los asuntos internacionales, como lo señalan numerosos autores, no puede medirse y es posible operacionalizar sólo mediante determinados efectos y consecuencias. En Honduras, la enorme injerenciabrasileña no tuvo ni los efectos ni las consecuencias buscadas. Por eso, su conducta de ahora, frente a los sucesos en Paraguay, fue mucho más moderada (indicativa que aprendió la lección), concentrándose en sus intereses y dejando de lado sus deseos. Tomó un camino más sereno, conteniendo tentaciones hegemónicas.

En las antípodas, Venezuela parece no haber aprendido del fracaso en Honduras. Ahora, en Paraguay, intervino de forma abierta y desembozada, sobreestimando nuevamente sus capacidades hegemónicas. Decidió suspender el envío de petróleo y revertir las facilidades de pago otorgadas el año pasado, solicitando el pago inmediato de los US$ 300 millones que Paraguay le adeuda, pese al peligro que pudiera significar queAsunciónreplique con la misma medida adoptada por Kirchner frente al FMI y miles de pequeños tenedores de deuda argentina en 2001; no pagar.

Otro que parece no haber aprendido las lecciones de Honduras, aunque su involucramiento en aquella oportunidad fue menos intenso que el brasileño y venezolano, es Argentina, país que, sin embargo, ya había tenido una experiencia de estas características (interacción grande/chico) en el conflicto que tuvo con Uruguay a propósito de una planta de celulosa en la zona fronteriza en 2006. Ahora, en el caso paraguayo, Argentina resolvió, junto a los países del ALBA, erigirse en guardián de una determinada (y cuestionable) forma de entender la democracia. Llama la atención el abrupto celo presidencialista que se observa en su posición, emanada de la peregrina idea de que el único poder “legítimo” sería el del Ejecutivo. Se trata de una sorprendente interpretación del quehacer democrático, que ya llegará el momento de testear. Ya vendrá la ocasión donde surja la pregunta de si se mantendrá ese celo extremo por la democracia cuando sobrevenga un choque entre el Ejecutivo y otro poder del Estado,o cualquier otra variante de alteración institucional, sea en Brasil u en otro de los “grandes”.

Por lo mismo, otragran lección tiene que ver con el ejercicio democrático. Muchas veces, y no sólo en América Latina, se ve a la democracia como un instrumento para fines no muy definidos (y  a veces hasta contradictorios). En tal contexto,  la intervención de los”grandes” en Honduras y Paraguay nos advierte que en la región se observa una tendencia a ver la democracia con una actitud infantil, que se expresa en un actuar orientado sólo por deseos demasiado básicos. Como aquel muchachito que se lleva el balón para su casa si no se juega como él quiere. Esa actitud olvida que la democracia es unejercicio permanente de negociación, un tira y afloja, entre las diversas visiones que existen en una sociedad, las cuales tienen como premisa aceptar veredictos de las reglas acordadas. No en vano, Larry Diamond nos dice que el espíritu democrático se asocia a un cierto grado de madurez de los individuos.Por eso, la llegada de los cancilleres de UNASUR a “observar” la votación del Congreso paraguayo constituyó un hecho que violó las más mínimas normas del respeto a las reglas internas de un país.Quienes hoy critican los procedimientos, y hasta la naturaleza misma de la democracia paraguaya, dejan de lado, ex profeso, algunos datos no menores. Por ejemplo, que el actual Presidente F. Franco fue electo Vicepresidente con la misma cantidad de votos y en la misma papeleta que Lugo; que su partido, el Liberal, fue una de las estructuras partidarias que con mayor claridad se opusieron al autoritarismo colorado y, finalmente, que la destitución de Lugo se ajusta a lo estipulado en el artículo 225 de la Constitución paraguaya vigente desde 1992. No hay antecedente de que los países de UNASUR o MERCOSUR hayan expresado preocupaciones sobre dicho artículo con anterioridad, como tampoco expresaron aprensiones sobre la calidad de la democracia paraguaya cuando Lugo ganó.

Sobre este último punto cabe recordar un asunto de suyo atingente. Que la velocidad del proceso de destitución de Fernando Collor de Melo en Brasil en 1992 fue bastante parecida a la de Lugo. No hay registro de críticas a la presunta rapidez sumaria de aquel procedimiento en Brasil.

Del mismo modo, en materia de percepciones democráticas, lo ocurrido en Honduras y Paraguay debería hacer re-pensar a los mandatarios latinoamericanos que el “purismo” en esta materia es del todo inconducente. Recordemos que hace una década se hablaba de los “golpes de la calle”. Y antecedentes sobran.  Dos presidentes bolivianos, uno en Ecuador y la sucesión de Presidentes post-De la Rúa en Argentina, dan cuenta de ello. En total once Presidentes no terminaron su mandato entre 1989 y 2003. Obvio, se trata de países noveles, y con problemas domésticos de tanta complejidad, que las fuerzas internas suelen tener una profundidad difícil de dimensionar desde el exterior. La grave crisis que empezó a vivir Bolivia desde 2008, la asonada policial contra Correa en Ecuador, Honduras en 2009 y ahora Paraguay han estado confirmando, una y otra vez, que cuando aparece un deseo irresistible de imponer prácticas y modelossin gran aceptación societal se tiende indefectiblemente a socavar la convivencia nacional y a producir graves fisuras en los organismos multilaterales. Y ni hablar del deterioro en Venezuela con la experiencia chavista.

Otra lección tiene que ver con la conducta  de “acelerador a fondo” adoptada por elALBA frente al caso paraguayo. Podría sostenerse queésta conducta tuvo un resultado extraordinario por haber conseguido aglutinar activamente tras sí a Argentina,  un “grande” de la región.Sin embargo, el acelerador inhibe cualquier auto-limitación. El ALBA recurrió en esta oportunidad a toda clase de maniobras y artimañas, desde las exclusivamente diplomáticas (suspensión de membresía en UNASUR y MERCOSUR) hasta otras de intromisión abierta, como fueron sus llamados a las Fuerzas Armadas paraguayas, sin dejar de lado las amenazas de sanciones económicas. La enérgica adopción de esta ideología de la enemistadpor parte del ALBA es un indicativo que los asuntos regionales tendrán de ahora en adelante un actor nuevo y con capacidad de articulación.

Otra gran,e interesantísima, lección emana de la conducta cubana en Paraguay. Su fundamento para retirar su embajador no sóloes imposible de tomar con seriedadsino que es una señal de alerta respecto la renovada influencia que está alcanzando la isla. En efecto, el sistema democrático paraguayo podrá ser defectuoso, pero es infinitamente superior al vigente en Cuba. Baste señalar que el exPresidente Lugo fue sacado mediante un procedimiento harto más transparente (y lento) que el aplicado al exPremier cubano Carlos Lage en 2009, o al excanciller Roberto Robaina en 1999, y atantos otros dirigentes cubanos caídos en desgracia, y por cierto que Lugo sigue gozando de todos sus derechos civiles y libertades personales; algo que no pueden decir ni Lage, ni Robaina. A mayor abundamiento, desde 1959 que no hay información de alguna elección con voto secreto, informado y competitivo en Cuba. Tampoco se sabe que el órgano legislativo cubano tenga alguna autonomía respecto  al Partido Comunista o a los humores de los hermanos Castro.

En síntesis, Honduras y Paraguay han servido para confirmar que las democracias en América Latina no son un todo homogéneo y que, como subraya el profesor Jaime García de la National Defense University no existen las crisis de la democracia como sistema, sino de los demócratas. Es un tema de percepciones y conductas. Honduras y Paraguay, dos Liliputs, han demostrado que las percepciones abarcativas y las conductas intrusivas e impositivas, están condenadas a reacciones severas.

Ambos casos demuestran que el “poder de los Liliputs” existe y nos reiteran que el poder en los asuntos internacionales, máxime cuando hay prevalencia de regímenes democráticos, tiene trazos importantes de plasticidad. En este sentido, la actitud de los países pequeños frente a los “grandes”  está aportando a la madurez democrática general de la región.

*Profesor de Universidad Alberto Hurtado (Chile)
Ph.D. en Comunicación (Universidad Carlos IV, República Checa)

Published

2012-07-05

Issue

Section

Enfoques