LAS SIESTAS DE LOS G-20, AHORA CON "ICE COLD WAR"
Abstract
De manera particularmente sorprendente, la prensa informa, al inicio de este evento del G-20, que este grupo, que reúne a los 20 países más poderosos del mundo, “…considera que las más de mil medidas presentadas por todos los miembros para acelerar el crecimiento y favorecer la creación de empleo desde principios de año podrían impulsar el producto interior bruto (PIB) global un 2,1% hasta 2018”.
Ello es lo que se informa al mundo en base a lo que se conoce del borrador del comunicado final sobre el que trabajan este fin de semana del 15-16 de noviembre los líderes del G20 en Brisbane, en Australia. Esta nueva proyección de crecimiento está por encima de las proyecciones que se manejaban hasta ahora. En el mencionado cálculo está incorporada la esperanza del G20 que esa “modesta” lista de más de mil medidas van a poder impulsar el crecimiento del PIB de países fuera del grupo hasta un 0,5%.
Resulta sorprendente cuando se recorre la prensa internacional del fin de semana que nadie haya siquiera comentado que un paquete de “más de mil medidas” destinado a reactivar la economía mundial es esencialmente un disparate. O bien estamos ante un despropósito nacido de un mal manejo de la información periodística, o bien es el indicador de que los líderes mundiales ya han abandonado toda pretensión de comprender el estado de cosas de la economía mundial y han caído en la conocida metodología del “shopping list”.
Esta “nueva” cifra sobre el crecimiento está obviamente avalada por “nuevos” cálculos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la OCDE. El impulso que estos organismos parecen haber calculado como efecto de la lista de más de mil medidas impacta en una décima más que el objetivo del 2% fijado en febrero, en la primera cumbre del G20 bajo la presidencia australiana.
Como se apreciará, el impacto de la famosa lista parece ser arrasador. En el mes de septiembre, en la reunión preparatoria de los ministros de Finanzas, reunidos en Cairns, estos se mostraron más prudentes y evaluaron que las medidas aprobadas hasta aquel momento permitirían crecer un 1,8% hasta 2018. Ahora, bajo la luz de los proyectores, se habló primero de un 2.0% y, finalmente, gracias a “la lista”, de un 2.1%.
Pero el voluntarismo parece haberse desatado en la Reunión de Brisbane. La idea de continuar con la presentación de planes adicionales con más medidas para el desarrollo, que han sido discutidas por los líderes del G20 este fin de semana, permitiría superar incluso esa previsión. ¿Cuantas décimas más crecería la economía mundial? No hay datos precisos para las economías que realmente importan pero todo el mundo sabe que las posibilidades de acelerar rápidamente el crecimiento son marginales.
El borrador que ha trascendido sugiere, además, que estas medidas impulsarán el PIB de los países que no pertenecen al G20 hasta un 0,5%. El documento menciona “grandes planes de inversión” en Argentina, Australia, Brasil, India, Corea del Sur, México, Arabia Saudí y EE. UU. Y nadie menciona que la mayoría de esas economías están en algún tipo de crisis significativa.
Grandes esperanzas se depositan en el programa de inversiones de hasta 300.000 millones de euros que sería impulsado por el presidente de la Comisión Europea (CE), Jean Claude Juncker y que, obviamente, quedaría incluido en la promocionada “lista” ahora en vías de ampliación.
Sin embargo, algo de sensatez parece quedar en esta peculiar reunión. Las previsiones al alza del FMI y la OCDE varias veces “mejoradas” en Brisbane por “miles de iniciativas” no lograron hacer olvidar que las economías europeas están literalmente planchadas con un crecimiento del 0,2% durante el último trimestre. Con la excepción de algunos países como España (cuyo caso ha sido llevado y traído como modelo “exitoso”) o Irlanda, que acaban de salir del CTI, el desempeño económico europeo, aún el alemán, es desastroso. Y ello, evidentemente, no podía dejar de acaparar buena parte de la atención durante la Cumbre.
“La recuperación económica no tiene la fuerza suficiente”, fue el desafortunado eufemismo utilizado el sábado por el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy. “El crecimiento global es más lento de lo esperado, es un desigual y no crea suficientes empleos”, continuó. “Tenemos que hacer más para impulsar y sostener la recuperación global”, insistió el presidente belga del Consejo Europeo. De lo que no dijo una palabra el prudente Van Rompuy es de la tozuda posición de Alemania que se ha opuesto casi sistemáticamente a toda medida de reactivación económica y/o de expansión monetaria desde el inicio de la crisis. Y que, aunque a regañadientes, ha permitido recientemente que se aprobaran los presupuestos de Francia e Italia, deficitarios con respecto a los criterios establecidos, pero en absoluto desaforados en su monto, en especial en un contexto de inflación particularmente baja, lo que vuelve a dejar en claro el estreñimiento compulsivo de Angela Merkel en la materia.
Reporta “El País” de Madrid que el ministro de Economía español, Luis De Guindos, admitió que en una reunión llevada a cabo en la mañana del sábado, y realizada entre los principales países europeos y el secretario de Estado del Tesoro de EE UU, Jack Lew, los EE.UU. habrían presionado a los europeos para que tomen medidas mínimamente contundentes para que la actividad de la eurozona crezca al menos a un ritmo parecido al de los otros grandes motores de la economía mundial como EE. UU. o el Reino Unido. A nadie ha de sorprender esto: las diferencias entre las maneras de enfrentar la crisis entre los EE.UU. y Europa son notorias.
Aunque Lew, con esa marcada originalidad que suele caracterizar a los especialistas en finanzas, parece haber alertado, con una originalísima expresión, sobre el riesgo de “una década perdida” en la UE, los europeos fingen creer que el riesgo de una nueva recesión es cada vez menor en base a “los últimos datos” (otra novedosa expresión) que serían mejores que los anteriores y que indicarían que, a pesar de su debilidad, la eurozona está en buen camino.
En realidad, parece increíble que este problema no se plantee con otra contundencia y claridad. Europa está radicalmente estancada. Y esto es particularmente grave, en especial cuando resulta ya evidente que también Japón tiene su economía en media asta y las economías de los países emergentes están en pleno proceso de “frenado” (China) o, directamente, en recesión técnica (Brasil), para no hablar de Argentina o Venezuela cuyos desastres son conocidos. O sea, en otros términos, a mediano plazo el único dato esperanzador proviene de la tibia “reprise” estadounidense y de algunas docenas de países emergentes (muchos de ellos africanos y algún latinoamericano de escasa envergadura) que parecen estar capeando el temporal con relativa solvencia.
Mientras, la presidencia australiana del G20, en un ataque de keynesianismo no muy esperado, presentó la inversión en infraestructuras como un aspecto clave para fomentar el crecimiento. “A principios de año, todos sabíamos que había una falta de inversiones en infraestructuras, pero no había ningún plan para lidiar con ello”, explicó el ministro australiano del Tesoro, Joe Hockey. Ahora los planes, como vimos, parecen sobrar. El G20 se ha pronunciado por una Iniciativa Global para la Infraestructura, un plan que pretende impulsar la colaboración público-privada para el desarrollo de nuevas infraestructuras. “Ya hemos puesto en marcha nuestro propio plan poniendo en contacto el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y la Comisión Europea”, explicó Juncker, que defendió su plan de inversiones. O sea, más de lo mismo y sin orientaciones claras en materia de financiamiento.
Un tema que no podía estar ausente era el de la escandalosa corrupción que se ha instalado en el mundo de las finanzas (públicas y privadas) en la última década larga. Junker, seguramente el menos apropiado de los portavoces dada las últimas revelaciones relativas a Luxemburgo, declaró impertérrito: “Queremos que los países del G20 se unan a los esfuerzos de los europeos para conseguir una mayor transparencia fiscal”. El ministro australiano Hockey, por su parte, confirmó que todos los miembros del G20 han llegado a un consenso sobre el plan de la OCDE para luchar contra el fraude fiscal, que se materializará en 2015.
Fue desde el lado político donde las cosas se pusieron más interesantes. Putin fue sometido, desde que llegó, a todo tipo de críticas. Desde las que provenían abiertamente de la prensa australiana (que tituló “Ice Cold War” para la apertura) hasta las infinitas quejas, presiones y promesas de nuevas sanciones que recibió tanto en las reuniones abiertas como en aquellas privadas.
En lo relativo a Ukrania, no hubo prácticamente líder alguno que no le dejara claro que la conducta rusa en el mencionado conflicto era inadmisible. Obama, Merkel, Hollande, Cameron, y hasta el anfitrión Tony Abboy, insistieron que se trataba de un Estado gigantesco, heredero de la Guerra Fría, ensañado con un pequeño país, de escaso poder militar y que, sobre todo, resultó ser particularmente explotado hasta el hartazgo por la URSS durante décadas. Siendo, por cierto, la catástrofe de Chernobyl, la frutilla de la torta de una conducta inadmisiblemente imperial.
En consecuencia, en las últimas horas del sábado, la delegación rusa señaló que adelantaría su partida, después de participar de las reuniones del domingo 16. El Zarecillo volaría hacia Moscú inmediatamente después de concluidas las reuniones porque el almuerzo protocolar lo consideraba “una suerte de diversión” y sus importantes ocupaciones lo requerían. Se trataba de dejar en claro, al final de la reunión, el “berrinche” al que nos tiene acostumbrados. Pocos serán seguramente los que lo extrañen.
En vísperas del cierre de la reunión, ya se conocen algunos lineamientos definitivos de la declaración final.
En medio de un tono que borda el exitismo, se anuncian procesos de crecimiento que resultan más que difíciles de imaginar. En particular el premier australiano, se lanzó en un balance de la reunión que resulta difícil de compartir con los pocos elementos que disponemos en el momento de concluir esta nota editorial.
Mención aparte merece el hecho de que el documento le da un espacio importante a la necesidad de reforzar los mecanismos que regulan el manejo de la deuda soberana de los países y saluda los progresos realizados en el reforzamiento de la disciplina y previsibilidad de los procesos de reestructuración de la deuda soberana. Es necesario conocer más a fondo el texto para poder saber si esto no es, ni más ni menos, que un nuevo tirón de orejas a la Argentina.
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