Los orígenes intelectuales de los totalitarismos del siglo XX (Parte I)

Authors

  • Jonathan Arriola

Abstract

El siglo XX fue uno de los períodos más violentos de la historia de la humanidad. La revolución, la guerra y el genocidio tomaron la escena europea por largas décadas, dejando a su paso un panorama verdaderamente desolador. A esa catástrofe de la civilización, no sólo contribuyó el progreso sin parangón de la ciencia y tecnología, que se pondrían ahora al servicio de una matanza indiscriminada. Ante todo, fue fundamental el papel jugado por las ideologías. Y es que el siglo XX, como ningún otro en la historia moderna, es el siglo que más creyó en el poder redentor de las ideas. Por todos lados, se ofrecen utopías que prometen un mundo mejor, cuando no una sociedad armoniosa y perfecta. Pero es justamente de la mano de esas propuestas utópicas que la civilización desbarranca en la barbarie de los totalitarismos. El nacionalsocialismo, el fascismo y el comunismose harán del poder y desde allí cometerán crímenes y vejaciones bajo el escudo de hacerlo en nombre de un futuro mejor.

Aunque distintos en algunos aspectos y antagónicos en otros, lo que tienen en común estas tres ideologías totalitarias es que son hijas de los desarrollos intelectuales registrados por el siglo XVIII y siglo XIX. Tanto “Mi lucha” de Hitler como “El capital” de Marx son portadores de conceptos heredados en su mayoría de escuelas y corrientes de pensamiento engendradas un siglo atrás. En vista de eso, en este trabajo, intentaremos, de forma introductoria, poner al descubierto ése tronco común que determinó que tanto a nivel filosófico como a nivel práctico tuvieran diversos puntos de encuentro. A su vez, procuraremos apuntar adecuadamente las diferencias y los elementos que serán patrimonio exclusivo de cada doctrina.

1. Breve introducción al Romanticismo

Si bien el Romanticismo ejerció una mayor influencia en la gestación del nacionalsocialismo (al punto que podemos decir que es su matriz filosófica) que en la del comunismo (que se afilia más bien a la tradición iluminista) varias conceptualizaciones del movimiento romántico también tendrán un fuerte influjo en la teoría marxista. En la medida en que ello es así, proponemos recorrer brevemente el Romanticismo y divisar tan sólo algunas de aquellas ideas que servirán de plataforma filosófica para estas propuestas totalitarias.

Ningún hecho contribuyó más a la gestación del Romanticismo que la Revolución francesa. Tanto quienes participaron en ella como quienes la vieron pasar de lejos, sabían que era un acontecimiento que, por su impacto y dimensiones, marcaría un antes y un después en la historia de la humanidad. Desde todos los rincones, la Revolución fue vista, casi unánimemente, como un episodio inaudito en el desarrollo histórico del hombre. Sin embargo, las interpretaciones diferían. Para algunos, como para Hegel o Kant, era un paso decisivo en la dirección del ensanchamiento del “Espíritu”; para otros, como para Chateaubriandy Burke, era un retroceso que ponía en riesgo la supervivencia de la sociedad.

Más allá de las diversas posiciones, lo que es innegable es que, aunque fuera para generar rechazo, la Revolución había logrado avivar la chispa intelectual como nunca antes. En efecto, era la filosofía, como señaló el filósofo reaccionarioFriederichGentz, la que había insuflado la Revolución y era a la filosofía, entonces, a la que le correspondía definir su naturaleza y su lugar dentro de la Historia universal. En otras palabras: a la Revolución, había que “fijarla” filosóficamente. Ése esfuerzo tomó lugar principalmente en Alemania, donde la reflexión sobre ése magno evento alimentó la emergencia de diversas escuelas de pensamiento, fundamentales para entender el desarrollo filosófico del siglo XIX: el historicismo, el pietismo y el idealismo. Todos estos desarrollos se moverán dentro de las coordenadas del movimiento filosófico que se conocerá como el Romanticismo.

Podemos decir que el Romanticismo se inicia luego de que, bajo el mando de Napoleón, las tropas francesas hicieran una poca amistosa incursión por tierras germanas y golpearan duramente el orgullo del ejército prusiano. Aquel desborde revolucionario, que constituirá un hito en el desarrollo del nacionalismo alemán, y la subsiguiente desilusión con Napoleón, quien para muchos representaba la “libertad”, la “razón” y los valores del “nuevo espíritu” ilustrado, generaría en Alemania un fuerte resistenciaa todo lo relacionado con la Francia revolucionaria. En filosofía, lo “francés” era sinónimo de Ilustración. Como resultado, se abrió paso una sublevación cultural contra el andamiaje filosófico construido por Las Luces. Este disgusto con lo “francés”,culminará en un nuevo proyecto filosófico y en una nueva visión del mundo que comenzará a tomar cuerpo para principios de siglo XVIII y principios del XIX. De ahí en más, lo “alemán” será sinónimo de Romanticismo.

El Romanticismo había nacido y se dirigía a dominar la escena intelectual del siglo XIX. Con la emergencia de esta nueva forma de pensar, a la “fría” razón, seguirá la ardiente pasión, al gusto por lo objetivo seguirá la exaltación de lo relativo y la primacía de un subjetivismo radical, al relato universalizante seguirá la reivindicación de lo particular, de lo propio y hasta de lo nacional. Si el Iluminismo había hecho de la racionalidad su norte filosófico, el Romanticismo encontrará en la emotividad su principio fundamental. A las verdades del mundo, dirán los románticos, accederemos no por un uso metódico de la razón, como habían propuesto “les philosophes”, sino por medio de la intuición, la fantasía y el sentimiento.

Como las mismas Luces, este nuevo movimiento, que se expandiría rápidamente desde Alemania al resto de Europa y aún más allá, será extremadamente plural tanto en desarrollos como en consecuencias. En efecto, caben dentro de sus anchas márgenes los autores, las perspectivas y las filosofías más dispares y hasta antagónicas: desde el ateísmo de Schopenhauer hasta el cristianismo de Schleiermacher;desde el individualismo anárquico de Nietzsche hasta el corporativismo espiritualista de Hegel;desde el belicismo de deMaistre hasta el pacifismo de Herder. En pocas palabras: al Romanticismo no le cabe ninguna generalización porque ser romántico consiste precisamente en aprender a vivir en contradicción. Sin embargo, y más allá de ésa heterogeneidad, lo que aquí más nos importa es que el Romanticismo, en su conjunto, va a suministrar ciertos elementos filosóficos que servirán de suelo nutricio para los movimientos totalitarios que azolaran la Europa del siglo XX.

Sería imprudente reducir la vastedad del Romanticismo a un puñado de “principios”, “premisas” o “características”. No obstante, y a los efectos puntuales de este trabajo, aquí nos centraremos en las ideas románticas que justamente servirían de base para el armado de los programas totalitarios del nazismo hitleriano y del comunismo marxista, siendo conscientes de que ésas ideas no recogen ni la totalidad ni la diversidad del movimiento romántico:

a. El Romanticismo, como vimos, se configuró a partir de la Revolución francesa. Esa génesis revolucionaria va a tener una enorme influencia en el desarrollo de su pensamiento. Y ello lo decimos porque, en general, el romántico va a sentir un cierto gusto por todo lo que sea “revolucionario”. De allí que el emblema del Romanticismo fuera la tempestad o, en alemán, el “sturm”, símbolo de violencia y fuerza. Sin embargo, una aclaración debe ser hecha a ese respecto. En el imaginario romántico, lo revolucionario no denota solamente la toma de armas y el derrocamiento de gobiernos. Más allá de su significación política, lo revolucionario abarca todo aquello que implique transgresión de normas sociales, sublevación contra la monotonía y el tedio, destrucción de viejas estructuras y tradiciones, ruptura con las formas y estilos convencionales. Lo romántico es, como decían los jóvenes románticos franceses, la revolución, en todas sus formas, en todas sus expresiones y en todos los campos.

Es difícil determinar porqué exactamente, además del impacto de la Revolución francesa, el Romanticismo sentirá esa atracción especial por lo revolucionario. Pero una explicación sensata sería que este movimiento encuentra en el fenómeno de lo revolucionario la excusa perfecta para liberar las “fuerzas vivas” que, predica, habitan en todos los hombres y que una razón totalizante y una sociedad opresora se empeñan en fustigar una y otra vez. Al Romanticismo lo desvela la conquista de la libertad y entiende que todo camino genuino hacia la libertad, conduce siempre a un caos: a una revolución. Si a la Ilustración la había definido una preocupación por lo ordenado y lo bello, al Romanticismo, en contraposición, lo cautivará todo lo que sea sublime y caótico, por concebirlos como más cercanos a la verdadera libertad.

Si hay algo que comparten tanto el comunismo como el nacionalsocialismo y el fascismo es su predilección por los cambios bruscos y violentos. Efectivamente, estas propuestas anuncian alegremente una renovación íntegra de la política mediante una revolución, sea proletaria o conservadora. Pero no sólo en ese sentido son revolucionarias. Lo son también cuando anuncian el advenimiento de un “nuevo hombre” y de una “nueva sociedad”.

b. Enancada en el increíble auge científico del siglo XVII y XVIII, la Ilustración se había fraguado una visión optimista según la cual todos los secretos de la Naturaleza podrían, al fin, ser revelados mediante el uso sistemático de la razón. El Romanticismo, en cambio, no sólo desconfiará de esos supuestos poderes omnímodos de la razón, sino que argumentará que la verdad del mundo es, en última instancia, indescifrable. Para el imaginario romántico, el universo no es una entidad mecánica de molde racional. El Romanticismo ve horrorizado la descripción Iluminista, que veía al universo como una suerte de gran “fábrica” o “reloj”, automático, insensible y sin vida. En contraposición, concebirá a la realidad como un ser viviente (Schelling) esencialmente mística, oscura y misteriosa (Hamann).

Del mismo modo en el que en el universo existen formas y fuerzas que no pueden ser comprendidas racionalmente, así también existen potencias desconocidas que, sea bajo la forma de la Divina Providencia o del Espíritu Absoluto operan manejando secretamente el rumbo de la Historia. Algo que se trasluce en la filosofía de Marx con su idea de que la Historia narra a través del desarrollo de las “fuerzas económicas” una sempiterna lucha de clases, así como también en la teoría de Hitler, según la cual el destino le ha asignado misteriosamente a la raza aria el rol de dominar al resto del planeta.

c. Por otro lado, y en contra de la lucha Ilustrada por lograr la igualdad en todos los ámbitos, el Romanticismo pregonará la existencia de ciertos hombres superiores o excepcionales, tanto en el ámbito artístico como político. Según el canon de una parte del Romanticismo, la Historia la escriben estos “hombres de genio”. Esa idea ilustrada de que los hombres pueden ser redimidos y civilizados a través de la difusión de la razón y del conocimiento es desechada en favor de una prédica, que argumenta que la sociedad es, por definición, una masa estúpida, vulgar, inferior e ignorante. La sociedad, dirán algunos románticos, entre los que se encuentran principalmente reaccionarios católicos y defensores del AncienRégime, no merece otro tipo de iluminación que la que le puede dar el “hombre superior”. En tanto y en cuanto estos “hombres de genio” están dotados de una intuición particular y de una capacidad especial para conocer la verdad del mundo, sólo a ellos les corresponde gobernar y dirigir a la sociedad hacia su fin último.

Allí caerá la exaltación de “grandes y, ulteriormente, en la adoración ciega del “líder”, que, como es sabido, irá acompañada por toda la parafernalia de la propaganda. Del lado comunista, serán Marx, Lenin, Stalin, Mao y Kim IlSung, los que compondrán esa selecta casta de “gente iluminada”, digna de adoración. Del lado fascista y nacionalsocialista, serán Hitler y Mussolini las figuras que en Alemania e Italia despertarán una devoción irracional, incluso entre las más sofisticadas elites intelectuales.

2. La crisis del liberalismo

El Romanticismo, ciertamente, es importante para comprender los programas totalitarios del siglo XX. Pero no se entenderíani la emergencia ni el auge de éstos sino se atiende también a otros procesos que sucedieron en simultáneo, aunque no en paralelo, de la revuelta romántica. En esta sección, exploraremos cómo fue que se dio ésa debacle, centrándonos para ello en básicamente tres relatos que tendrán en común un cuestionamiento explícito al liberalismo: la idea de la existencia de una jerarquía natural, el desarrollo de una nueva idea de libertad y el nacimiento del particularismo cultural.

a. La idea de jerarquía natural. Aunque el discurso liberal encontrará un buen número de aliados dentro de las filas del Romanticismo y del Positivismo, experimentando nuevos desarrollos conceptuales, en general, para el siglo XIX y, en especial, para la segunda mitad, se concretará un gradual y sostenido declive del liberalismo. En efecto, la idea de que la sociedad era nada más que una agregación de individuos dotados de “derechos”, que fundan el gobierno a fin de salvaguardar la paz, el orden y la justicia, espacio común en el siglo XVIII, entró en una severa crisis.

Para los liberales, la cuestión del gobierno y de la sociedad era sencilla: los individuos nacían libres e iguales y toda autoridad debía atenerse al respeto de esos derechos naturales que son anteriores a cualquier gobierno. Para los sectores más conservadores, solidarios con la monarquía de derecho divino, el modelo liberal era no sólo una ficción, típica del racionalismo, sino que además aducían que era nocivo para la conservación de la sociedad. Al poner el énfasis en la igualdad,aducían, los liberales terminan negando lo que es fundamental en ella: la jerarquía.Volviendo, en el fondo, a las construcciones medievales, estos sectores,que se impusieron a partir de la Restauración de 1814, asegurarán que la Naturaleza no crea individuos iguales. Al contrario, la Naturaleza marca que hay individuos destinados a gobernar e individuos a ser gobernados. Por esa vía, se llegó a la idea de que el Estado no es, en realidad, el producto de un pacto racional consensuado entre individuos libres e iguales sino, más bien, el resultado de fuerzas naturales e históricas, ajenas a toda voluntad particular. En otras palabras: para esta nueva visión que se impone en el siglo XIX, el Estado no es un artificio construido volitivamentecuanto una parte integral de la Naturaleza que simplemente se impone por la fuerza. Detrás de todo esta nueva ingeniería filosófica, yacía el intento por“re-justificar”y “re-legitimar” la vuelta de la monarquía de derecho divino y de rehabilitar al monarca como la “cabeza” de la sociedad.

b. Hacia un nuevo concepto de libertad. A esa vuelta a la idea de que existe una jerarquía natural entre los distintos miembros de la sociedad, se sumó el rotundo giro que experimentará el concepto de libertad para principios del siglo XIX. Precisamente, por la época emergerá una camada de autores que visualizaron al Estado, no como el enemigo número uno en la lucha por la libertad, sino como un amigo indispensable al que había que confiarle no sólo la protección de los derechos sino también el desarrollo mismo de la individualidad. Si liberales e ilustrados habían visto en el Estado el mayor obstáculo para el ejercicio de la libertad, para los séquitos de Rousseau, el Estado es, contrariamente, aquella entidad que hace posible la libertad. Como consecuencia lógica de lo anterior, apareció la idea de que el individuo le debe más al Estado de lo que el Estado le debe al individuo. La libertad, como dirán Kant y Hegel, no puede ser entendida como autonomía individual sino como la necesidad de hacer coincidir la voluntad particular de cada individuo con la voluntad general.

Esta nueva concepción libertad reviste importantes rasgos colectivistas. En efecto, para ella, el individuo no es libre si simplemente hace lo que quiere; significa, en realidad actuar conforme lo que establecen las leyes, las instituciones y el Estado en general. Esta visión de la libertad, que pone el acento en el actuar colectivo del individuo, hunde sus raíces en la idea, expuesta por Hegel, de que el Estado es el ámbito en donde todas las tendencias egoístas de los individuos son superadas en favor de una ética objetiva, racional y verdadera. Ir en contra del Estado es, por ende, ir en contra de ésa ética y en última instancia en contra de sí mismo por cuanto se es presa de pasiones egoístas. De esa manera, este paradigma presupone una identificación creciente del individuo con el Estado que, en su forma ya extrema, va dar pie finalmente a la terrible frase de Mussolini: “Todo en el Estado; nada fuera del Estado ni contra el Estado”.

c. Del universalismo racional al particularismo cultural.Por el siglo XIX, asistimos también a un ataque sistemático al universalismo implícito en las propuestas liberal e ilustrada. El iusnaturalismo moderno, plataforma doctrinaria del liberalismo, dirigía su discurso, no a un conjunto particular de hombres, no al francés o al alemán, sino a “el” Hombre. Esto es: era un discurso esencialmente indiferente a todo tipo de diferencias, fueran nacionales, religiosas o culturales. Además de ello, ése discurso predicaba la existencia de un código moral, político y estético común a todos los hombres. Esta defensa de la universalidad, en la que incursionaron tanto el liberalismo como la Ilustración, se hacía apelando a una presunta dimensión racional del hombre, que, en tanto inherente a la misma condición humana, compartirían toda la Humanidad. Sin embargo, ya desde los inicios, una parte del siglo XIX reaccionará contra esta “razón universalizante”.

Efectivamente, ante el acento ilustrado en lo “uno”, el Romanticismo, y corrientes afines, pondrá el acento en lo “múltiple”. En esa operación de exaltar lo particular, el Romanticismo procederá a reivindicar aquello que una razón geométrica, abstracta y, principalmente, atemporal había ignorado sin más: la Historia. Será de las canteras de la Historia de donde varios autoressacarán la arcilla para armar un discurso que contrarrestase el explícito universalismo del liberalismo y de la Ilustración. La lógica que está detrás de ello es simple: si la razón provee de fundamentos para derribar las fronteras, la historia pone de manifiesto aquellos elementos que justamente hacen de un colectivo humano algo único y particular. Por este camino, el Romanticismo se encaminará a retratar a las naciones como unidades peculiares que, en tanto son forjadas por el fuego de la historia, son culturalmente irrepetibles. Esta conceptualización, a la que se mueven varios autores románticos, será precisamente la que servirá de base, en especial, para el caso del nacionalsocialismo. Sin embargo, ha de advertirse, que este dispositivo historicista no es patrimonio exclusivo del nacionalsocialismo ya que también está presente tanto en la construcción fascista como, y principalmente, en la comunista. De allí que sea necesario abordarlo in extenso, algo que haremos en el siguiente artículo.

 
 
*Licenciado en Estudios Internacionales
Profesor de Polìtica Comparada
Depto. de Estudios Internacionales
FACS, Universidad ORT Uruguay

Published

2012-05-31

Issue

Section

Enfoques