La lógica crítica de Vaz Ferreira (Parte I)

Authors

  • Jorge Liberati

Abstract

1. VAZ FERREIRA Y LA CIRCUNSTANCIA

Carlos Vaz Ferreira nació en Montevideo en 1872 y falleció en la misma ciudad en 1958. Fue educado por su familia e ingresó a la Universidad en 1888, a los 16 años, con el certificado de un maestro. En 1894 ya era Catedrático sustituto en el Aula de Literatura de la Sección de Enseñanza Secundaria de la Universidad. En 1897, a los 25 años, gana por concurso la Cátedra de Filosofía de la Universidad, cuyo rector era Alfredo Vásquez Acevedo.

En el juego de las ideas que se procesó en el siglo XIX en el Uruguay, Vásquez Acevedo repre­sentó una de las corrientes filosóficas que mayor gravitación alcanzó en la historia del Uruguay, en casi todos los ámbitos: el positivismo. Aunque no fue filósofo ni profesor ni divulgador de filosofía, introdujo esa tendencia en la Universidad y fue su jefe indiscutido. Se trataba de los coletazos de la obra de Heriberto Spencer, no plenamente la de Comte, filón que había sabido introducir en nuestro medio José Pedro Varela. Un célebre rector anterior, hermano de un presidente de la República, Plácido Ellau­ri, defendió la escuela ecléctica del espiritualismo de Victor Cousin, que tuvo también sus horas de he­gemonía.

Spencer escribió los Principios de psicología algunos años antes de la publicación de la obra capital de Darwin. En estos Principios se presenta la idea de “evolución” como clave interpretativa de la realidad. Esta idea perturbó muchos ánimos, despertó muchos entusiasmos y constituyó un trasfondo fundamental de la querella filosófica decimonónica.

En el Uruguay el positivismo se enfrenta al espiritualismo y domina el debate universitario. El ingreso de Vaz Ferreira en la cátedra representa el final de ese debate; no porque combatiera esas corrientes sino porque acarreaba un bagaje importante de inquietudes y de ideas propias, principalmente de formas de plantear problemas, totalmente nuevas. No combatió ni tomó posición frente a las que ha­bían gravitado en el siglo XIX y que todavía mantuvieran alguna frescura. No adoptó el racionalismo ni el positivismo, ni se ocupó de alguna nueva tendencia, alternativa que habría podido adoptar perfecta­mente, porque emergían efervescentes en Europa y en Norteamérica.

Su visión supone el tratamiento de los problemas filosóficos desde un estado inicial independiente o, según creía, lo más independiente posible de las opi­niones anteriores, escuelas y filosofías. Y, aunque se sabe que este supuesto es casi impracticable, Vaz Ferreira produjo una filosofía original, liberada de sus antecedentes, aunque ellos gravitarán de todos modos, especialmente William James, John Stuart Mill y Henri Bergson (hasta donde sabemos), algunos de cuyos aspectos pedagógicos y prácticos fueron inmediatamente captados por sus contemporáneos a través de sus publicaciones y conferencias.

El estudio de esta filosofía presenta el curioso aspecto de que los consecuentes son tan importantes como los antecedentes, el panorama filosófico anterior tanto como el que viene después. Este último es el que permite entenderla claramente. Es la filosofía que asoma en Europa, sobre todo en el área anglo y germano parlante (y escribiente), la que ayudará a entender el sesgo (no más que el sesgo) que tomará la de Vaz Ferreira.

Este hombre ocupó toda su vida con la reflexión pedagógica y tal vez fue la que gravitó en sus preocupaciones con mayor peso. Prestó atención a los problemas de la enseñanza primaria, de la enseñanza secundaria y de la universidad. En el nivel de la enseñanza superior distinguió un gran vacío: el que se creaba entre quienes sentían una gran vocación y un afán de conocimiento desinteresado.

El sistema formal, pensó, tenía que abarcar el conocimiento desinteresado, que se enriquece porque ya no responde a una urgencia directa de la sociedad, como el del profesional, sino a una urgencia de la ciencia mis­ma, de la ciencia experimental o de la ciencia en general o de las ciencias históricas y del hombre. Esta enseñanza tiene que ser satisfecha fuera de la urgencia social, atendida por la Universidad y las profesiones liberales.

Esta visión liberal de grandes aspiraciones se instaló en la Universidad con Vaz Ferreira como rector, y quizá nunca estuvo mejor representada. Entendía la enseñanza superior como un contenido espiritualmente superior, intelectualmente superior, por lo que puede tener su presencia en cualquiera de los niveles de la enseñanza. Es posible que no se haya entendido todavía el concepto de enseñanza superior en la escuela, por ejemplo, algo sencillo de entender para lo que basta con pensar en los designios fundamentales de la educación, en los valores, en la misión de formación intelectual tanto como espiritual de la enseñanza.

Las ideas de Vaz Ferreira, y también los esfuerzos prácticos realizados con empeño y perseverancia, lograron el respaldo del Estado y la fundación de la Facultad de Humanidades y Ciencias en 1945, de la cual fue director primero y luego decano.

 

2. VAZ FERREIRA Y LA LÓGICA

El siglo XX asiste a un rejuvenecimiento extraordinario de la lógica formal; también a su mayor desarrollo y aun a una rápida maduración, como esta ciencia no vivió en ninguna otra época. Aristóteles ha­bía quedado atrás por primera vez de una manera definitiva. Pero, este fenómeno fue paralelo a otro: el nacimiento de una nueva lógica, insinuada ya en el siglo XIX, aparentemente contraria pero en verdad complementaria de la lógica formal. Vino a llamarse, extrañamente, lógica informal. Vaz Ferrei­ra, sin que haya señales de que estuviera al tanto de este último nacimiento, presentó una nueva lógica, que llamó “lógica viva”, cuya concepción habría bastado para que su inventor pasase a la historia de la filosofía.

Como se sabe, esta lógica viva no guarda parentesco   directo con la lógica formal tradicional, en principio, porque no es formal. Esto quiere decir que no es una ciencia axiomática, basada en la forma, que da razón de ser a las ciencias axiomáticas, como la lógica simbólica contemporánea y la matemática. La lógica formal estudia las proposiciones ya hechas, establece los principios y elige las reglas según los cuales las posibles combinaciones resultan falsas o verdaderas. Prescinde, pues, de sus significados, y entiende el valor de verdad sólo por el orden sintáctico, que es un orden estrictamente simbólico.

Si la lógica asigna verdad a una proposición, es porque esa verdad ya viene establecida desde fuera. La proposición “el cielo se nubla cuando llueve” toma su valor de verdad de la observación común o de otras ciencias, no de la lógica. La lógica adopta ese valor y luego establece el valor de verdad de sus posibles implicaciones con otras proposiciones, que poseen el mismo valor o el valor contrario. En este sentido, Paul Lorenzen dijo que la lógica formal es “la ciencia de las implicaciones de las formas de enunciado” (citado por Alfredo Deaño 1980: 338).

Ahora bien, entre los varios designios de la lógica viva se encuentra el estudio de cómo se combinan, se sobreponen e influyen entre sí las proposiciones del lenguaje común, y también del filosófico, estudio que quedaría circunscripto el terreno propio de la lógica. Pero también se encuentra el estudio de los significados de ciertas pa­labras y el alcance de algunas ideas, propósitos e intenciones del hablante, que tienen un papel importante en el origen de confusiones, errores o paralogismos, como gustaba decir Vaz Ferreira. De manera que la lógica viva se despliega más bien en el plano de la lógica informal, con la mira puesta no sólo en la combinación formal de los signos sino también en el juego de planos y campos de significación lingüística, de la que también se ocupa la semántica filosófica y la filosofía lingüística.

Se podría suponer, y existe por cierto quien lo ha supuesto (el mexicano Jorge J. E. Gracia), cierto desdén por parte de Vaz Ferreira respecto a la lógica formal. Esto explicaría la búsqueda de un nuevo camino para esta ciencia. Pero, en realidad, la génesis de la lógica viva es bien diferente, como supo demostrarlo el doctor Arturo Ardao (Ardao 1972). Aunque la dimensión lógica del pensamiento humano era para él de orden primordial, no encontró sin embargo en su campo estricto suficiente aliento como para inmiscuirse en ella y convertirse en un lógico puro. Vaz Ferreira llega a la lógica casi sin darse cuenta; no como búsqueda desde la misma lógica sino más bien desde la psicología. Fue en sus principios, y esencialmente, un psicólogo. Y un psicólogo en busca de nuevos caminos. Escribió unos Apuntes de Lógica Elemental en 1899, es verdad, pero no en calidad de lógico sino de profesor de lógica, que no es lo mismo. Estaba consciente de algunos problemas en los campos teóricos de las dos disciplinas. También escribió, en el año de su nombramiento, un Curso expositivo de psicología elemental, de gran circulación, incluso en Argentina.

Si bien esta obra se presenta actualizada, en un nivel semejante a la psicología que cultivaban un Paul Janet o un Wilhelm Wundt en Europa, de todos modos trasunta la dubitación de su autor, quien no estaba totalmente seguro de su oportunidad y pertinencia. No estaba seguro de la transferencia de potestades que impulsaba el positivismo desde las ciencias a los dominios del saber no estrictamente observacionales y experimentales, y reclamaba por una ciencia que esclareciera el problema de lo mental. En “Psicología y fisiología”, por ejemplo, ensayo publicado en los Anales de la Universidad en ese mismo año de 1897, afir­ma: «adquiere su razón de ser una ciencia que se ocupe, no de los estados de conciencia aisladamente, como la Psicología propiamente dicha; no de los fenómenos materiales aisladamente, como las ciencias física y biológicas, sino de las relaciones entre unos y otros fenómenos» (CVF 1897: I, 115). Tanto duda el autor del Curso, que termina suspendiendo sus reediciones (la séptima y última es de 1917). El Apéndice de esta última edición se despacha sin rodeos al respecto: «El que se penetre de ciertas ten­dencias nacientes y probablemente fecundísimas de la psicología actual, siente que se prepara un cambio considerable en nuestro concepto de lo mental» (CVF 1917: 260).

Vaz Ferreira se interesó, pues, por la dinámica mental, por el quehacer intrínseco del pensamiento. De manera que su puso a la búsqueda de una descripción de conjunto de aquello que la lógica del siglo XIX presentaba en compartimentos estancos del juicio, el concepto, el razonamiento, el silogismo.  Entrada la segunda mitad del siglo XX todavía se enseñaba lógica siguiendo estas directivas, en textos estudiantiles como los de Bersanelli, Fatone o Fingerman. Vaz Ferreira había superado ampliamente esta modalidad medio siglo antes (tiene que llegar la década del setenta para que se adopte un texto como el de Irving M. Copi, y la del noventa para que se divulgue el de Guillermo A. Obiols).

Del mismo modo, y en el territorio de la psicología, intentó superar el dualismo cartesiano y la simple introspección. Quería atrapar la operación mental en el mismo momento en que se producía, sin estereotipos, antes de que sus movimientos se convirtieran en muestras de museo. Y el mejor plano de observación le resultaba el lenguaje corriente, hablado o escrito, que, aunque tiende a esquematizar el pensamiento, permite mostrar algunas de sus particularidades negativas.

El funcionamiento lógico de la mente fascinó a Vaz Ferreira, pero sobre todo en el sentido de la forma en que influye en la comprensión, en la comunicación, en la interlocución, en la vida común de los hombres. Allí se ve afectado, con mayor frecuencia de lo que se sospecha, por múltiples desviaciones y usos lingüísticos inconvenientes o erróneos, que muy frecuentemente se pasan por alto. La filosofía europea pondrá este problema en un sitial de honor unas décadas más tarde.

Como dice Ardao, Vaz Ferreira intentó echar luz sobre «los aspectos psicológicos del entendimiento racional». Se acercó a la ciencia, distinguiendo lo aprovechable del positivismo, desde que la especulación por la especulación no era de su agrado. Pero respetó la metafísica, ámbito secular de es­peculación, porque encontraba en ella el control y el factor liberador y expansivo del pensamiento (existe este mismo respeto en la concepción filosófica de Figari). Tal vez la mayor contribución (o descubrimiento) de la lógica viva es el que Vaz Ferreira llamó “grado de creencia”. Es una posición mental o estado de conciencia que constituye el equilibrio entre la ciencia y la metafísica. Es una de las nociones claves de su pensamiento. Aquello que en la práctica regula el grado de creencia es la otra noción fundamental: la experiencia. Por ello ha sostenido Ardao que Vaz Ferreira es el fundador de la filosofía de la experiencia en el Uruguay.

(Continúa en el próximo número de Letras Internacionales)


* Uruguayo, filósofo, ensayista, docente y autor de 
numerosas obras de investigación

Published

2012-05-31

Issue

Section

Culturales