ECONOMÍA, CULTURA E INSTITUCIONES

Authors

  • Jorge Sayagués

Abstract

La UNESCO define el término “cultura” con gran cuidado, tratando de no caer en una postura “convencional” ni “antropológica”: “La cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”. Sin embargo, los esfuerzos de los hombres por definir algo (cultura, en este caso) suelen ser infructuosos. Cada definición resulta incompleta o imprecisa, porque la realidad trasciende los intentos de apropiación o explicación.

Los “economicistas”, han fracasado en sus pronósticos, porque el determinismo de la economía respecto de la ideología y la política, mostró no funcionar de acuerdo a lo esperado. En el esquema marxista más clásico, los nuevos modos de producción tendrían que haber sido suficientes para garantizar que la revolución cubana se hiciese autosustentable. Sin embargo, a pocos años de aquella, el “Che” Guevara vio la necesidad de transformaciones culturales que no surgían espontáneamente, y planteó el tema del “Hombre Nuevo”, como un cambio imprescindible.

Surgió también la cuestión de los incentivos no materiales. Y aquí me veo tentado a traer a colación un aporte que me parece fundamental de alguien que teóricamente está ubicado en las antípodas. Dice Francis Fukuyama: “El deseo de reconocimiento no tiene un objetivo material, sino que busca sólo el reconocimiento justo de la valía individual por parte de otra conciencia humana. Todos los seres humanos sienten que tienen una cierta valía o dignidad inherentes”.

 Y sigue ahondando en el asunto del reconocimiento, pero no quiero repetir toda la cita, sino simplemente señalar la coincidencia de los aportes. Se podría abundar en este tema analizando los casos de la vieja Unión Soviética, o de la “heterodoxia” China, pero eso nos llevaría a un trabajo mucho más extenso.

Del otro lado, los neoliberales han pregonado las maravillas del libre mercado, prometiendo la solución de todos los males a partir de la concepción de que los afanes de lucro contrapuestos servirían como motor de un progreso más o menos armónico.

Cabe acotar que ni los mercados son perfectos, ni la información sobre su funcionamiento está disponible universalmente (y esto nos lleva todos los días a tomar decisiones comerciales equivocadas). Las recientes crisis en nuestra región y en el mundo bastan para demostrar que esas posturas también son erróneas. Aún los campeones del liberalismo han salido a aplicar paliativos “institucionalistas” y a pedir modificaciones “culturales” para evitar desastres mayores.

Los enfoques “institucionalistas” no han tenido mejor suerte. Según el Banco Mundial “los países más ricos son ricos principalmente por las habilidades y conocimientos de sus pueblos y por la calidad de las instituciones que respaldan la actividad económica”.  Esa sentencia, ¿no está reintroduciendo dimensiones que solemos asociar a la cultura?

Por su parte, Hernando de Soto (homónimo del conquistador español) en  El misterio del capital saca de la galera conclusiones que poco tienen que ver con la argumentación institucionalista, y apela a cuestiones más vinculadas al concepto de cultura como la compasión, el respeto, o la igualdad:  “Estoy convencido de que el capitalismo ha perdido el rumbo en los países en vías de desarrollo y en los que salen del comunismo. No veo el capitalismo como un credo. Mucho más importantes son para mí la libertad, la compasión por los pobres, el respeto por el contrato social y la igualdad de oportunidades. Pero por el momento el capitalismo es la única carta disponible para lograr estas metas”.

Otro tanto le sucede a Claudio Paolillo en el prólogo a un libro de Marcos Cantera, cuando dice que “son los factores intangibles como el ‘capital humano’ (la educación de la gente) y el ‘capital institucional’ (reglas de juego claras, imperio de la ley) los que permiten aprovechar los activos tangibles.” ¿No estamos otra vez hablando de cultura?

Finalmente, los enfoques “culturalistas” de Lawrence Harrison dejan muchas preguntas sin responder. Si bien podemos acordar en que “la herencia ibérica y católica ha sido una desventaja para los latinoamericanos, y que son muy profundas las diferencias a favor de la tradición anglo- protestante”, nos preguntamos cómo encajarían aquí las experiencias paraguayas de desarrollo y florecimiento cultural en las misiones jesuíticas, o previas a la guerra de la Triple Alianza.

Para Francis Fukuyama, “la confianza es la expectativa que surge dentro de una comunidad de comportamiento normal, honesto y cooperativo, basada en normas comunes, compartidas por todos los miembros de dicha comunidad”.Otra vez la asociación de conceptos, ¿esto no es el “Hombre Nuevo” guevariano?

“La perspectiva de la economía neoliberal no sólo resulta insuficiente para explicar la vida política, con sus emociones dominantes de indignación, orgullo y vergüenza, sino que tampoco alcanza a explicar muchos aspectos de la vida económica. No todas las acciones económicas surgen a partir de lo que se supone son motivos económicos”. Y dicho por el autor de Confianza, no me deja mucho para agregar.

Simplemente me da pie para señalar que cualquier enfoque parcial, va a errar el camino. Como parcialmente señala Álvaro Vargas Llosa: “El desarrollo económico, ¿es hijo de las instituciones o de la cultura? En otras palabras, ¿puede un país volverse próspero removiendo las trabas institucionales que entorpecen la acción de sus ciudadanos o debe, antes, transformar su cultura de modo que la reforma institucional se sostenga desde el punto de vista político y los miembros de la sociedad puedan responder a las nuevas oportunidades de forma adecuada? Lo único definitivo, en esta variante del dilema del huevo o la gallina, es que las instituciones y la cultura se necesitan
y atraen. Excluir a cualquiera de estas opciones de una discusión en torno al desarrollo es una mutilación”.

Según mi modo de ver, deberíamos cambiar la formulación, manteniendo el espíritu. No está la economía subordinada (en el sentido de “hija de”) a la política ni a la cultura. En realidad son tres hermanas que se condicionan mutuamente, y excluir a alguna de ellas es una mutilación inconducente, que nos llevará a errores. Quedaría pendiente una discusión más profunda sobre si alguno de los tres elementos es determinante de los otros dos, cosa que no tengo tan clara.

Obviamente, cada intento de explicar la realidad cae en un recorte más o menos grosero. Cuando el mapa se hace tan preciso que ocupa todo el Imperio, deja de servir. Ya no es un mapa, tal como lo sugirió Jorge Luis Borges en “Del rigor en la ciencia”.

Samuel Huntington justifica ese recorte: “Sin embargo, si queremos reflexionar seriamente sobre el mundo, y actuar eficazmente en él, necesitamos una especie de mapa simplificado de la realidad, una teoría, concepto, modelo o paradigma. Sin tales elaboraciones intelectuales, sólo hay, como dijo William James, «una floreciente confusión de zumbidos»”.

Pero cualquier recorte nos lleva a construir una ficción. Esto, a priori, no tiene por qué ser tan malo, si nos atenemos a Mario Vargas Llosa en “La verdad de las mentiras”: “Porque la vida real, la vida verdadera, nunca ha sido ni será bastante para colmar los deseos humanos. Y porque sin esa insatisfacción vital que las mentiras de la literatura a la vez azuzan y aplacan nunca hay auténtico progreso.”

De todos modos, cuidado. No hay que confundir la ficción y la historia, es decir, “el riesgo que entraña tomar lo que dicen las novelas al pie de la letra, creer que la vida es como ellas la describen. Los libros de caballerías queman el seso a Alonso Quijano y lo lanzan por los caminos a lancear molinos de viento”.

* Docente de Facultad de Comunicación y Diseño – Universidad ORT
Diseñador gráfico, directivo de la Fundación Lolita Rubial.

Published

2011-12-08

Issue

Section

Culturales