La actitud política de los Estados Unidos y su relación con “las Américas Latinas”

Authors

  • Sebastián Bidegain

Abstract

Las actitudes políticas de los Estados Unidos parecen demostrar que, desde los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001, la seguridad del país es prioridad y a partir de ella se estructuran las relaciones en su agenda de política exterior. La re-securitización de esta agenda hace eco de la que alguna vez guiara las acciones del país durante la guerra fría. En la actualidad, como durante esa época, la importancia de América Latina se mide en términos de seguridad.

Podría decirse entonces que la actitud política de los Estados Unidos hacia América Latina queda definida en términos de seguridad.

Para la psico-sociología, la actitud es una variable intermedia entre la opinión y la conducta, una disposición relativamente persistente que permitiría una cierta reacción “automatizada” frente a un objeto o una situación dados. La mencionada ciencia atribuye a esa reacción cierto dinamismo, aunque también una cuota de estabilidad, con lo que se esperaría que “toda actitud estuviera definida por cierta continuidad y coherencia”, ante objetos y situaciones ya conocidos. La actitud es aquella postura que refleja las opiniones y determina las acciones, influenciada por la experiencia y activada por un objeto o situación que la estimula. Sin embargo, esa es una manera demasiado sintética de enunciar algo por demás complejo de entender, tanto a nivel individual como a nivel Estatal, estadio que presenta sus complejidades particulares. Lo importante a destacar, sobre el ámbito estatal, es que no escapa de los planteos antes descritos; esto es, enfrentarse a los demás actores y situaciones internacionales por ellos fomentadas, genera un cierto estímulo que a su vez deriva en actitudes políticas y que finalmente iría determinando un cierto “modus operandi”. En el caso concreto de los Estados Unidos puede notarse que el estímulo que conduce la actitud política hacia América Latina no sería el “objeto en sí”, sino una experiencia cuyo origen es externo a la relación de esos dos actores.

Para comprender mejor lo antedicho analicemos brevemente la interpretación neorrealista de la actitud política estadounidense hacia América Latina durante la guerra fría. En este período, la ideología (1) era el elemento motor de la política exterior de los Estados Unidos. La opinión y la actitud era claramente la de impedir cualquier avance comunista en la región, siendo entonces la conducta, de ser necesaria, la acción militar (2). Específicamente, la perspectiva neorrealista entendía a Latinoamérica como una zona estratégica que debía quedar fuera de la influencia del enemigo, evitándose de este modo dar a éste la posibilidad de cualquier ataque desde ella. Está postura se mantuvo desde los años 40’s hasta los 60’s sólo como un factor más de la actitud política hacia América Latina. Sin embargo, a partir de la consolidación del gobierno revolucionario en Cuba, la perspectiva cambió y la ideología se convirtió en el factor principal de una actitud política más contundente, estimulada por una amenaza real a la seguridad. No obstante esa fuerte atención prestada a América Latina a partir de los 60’s, en el análisis neorrealista, se debe a factores extrínsecos a la región, más claramente, la atención sólo se enfocaba a un elemento externo incidiendo en una zona estratégica por su cercanía. La actitud no se debía al objeto, sino a la situación particular.

Debemos aclarar que el neorrealismo hace una excepción. Para ello, citamos a a Thomas Bulmer: “neorealists understand US strategic interests as focused on Mexico and the Caribean islands: the physically bordering countries and the sea-lanes” (3). A partir del enunciado de Bulmer puede apreciarse cierta fragmentación de la región y priorización de unas “sub-regiones”, entendidas como más estratégicas. Como veremos, esta visión continúa hasta nuestros días.

Tras el final de la guerra fría, la década de los noventa parecía prometer que se relajaría la actitud política de los Estados Unidos. Ya durante la era de Bush padre (1988-1992) se comenzó a dar una paulatina reafirmación del libre comercio, entendido como  elemento casi anexo de la democracia, como principal factor impulsor de la actitud política hacia América Latina (recordemos que ésta comienza a formar parte del actual proceso de globalización a partir de la década de los 80’s). Pero el protagonismo del libre comercio como política central fue un “paréntesis” entre el final de la guerra fría y el 11 de septiembre del 2001, pasando por el engagement comercial de la era Clinton, hasta que se re-securitizó la agenda de política exterior y la actitud de los Estados Unidos se volvió nuevamente defensiva.

En la actualidad, con el terrorismo internacional como nuevo enemigo, podemos observar un estado de situación algo parecido al de la guerra fría pero con una importante salvedad con respecto a América Latina: según reconoce el propio gobierno de los Estados Unidos, no existen centros de operación de terrorismo internacional en la región. Este no era el caso con los focos guerrilleros durante la guerra fría, por tanto ello hace que América latina no constituya una amenaza a la seguridad estadounidense. En definitiva, se entiende nuevamente la persistencia de la valoración del sub-continente desde el estímulo externo, lo que vimos como valor extrínseco. Esto resta importancia estratégica a Latinoamérica.
     
En la actualidad, es menos relevante para los Estados Unidos que los gobiernos latinoamericanos sean de izquierda o de derecha y, dado que no hay amenaza, la atención se ha centrado en cuestiones geográfico-comerciales. Estas cuestiones suponen, así como en el caso de la zona estratégica de México y el Caribe durante la guerra fría, un elemento de diferenciación que deriva en la desagregación, en el concepto de “más de una América Latina”.    

¿Cuántas Américas Latinas hay para los Estados Unidos? Tomemos como base el esquema de división latinoamericana desarrollada por Abraham F. Lowenthal: “para comprender las relaciones interamericanas hoy es necesario distinguir, al menos, cinco regiones diferentes: a) México, América Central y las islas del Caribe; b) Brasil; c) Chile; d) Argentina y el resto de los países del Mercosur, y e) los países andinos,…” (4).

¿Por qué esa división? ¿Cuál ha sido el criterio del autor? Esta desagregación latinoamericana es, básicamente, el reflejo de la actual actitud política de los Estados Unidos: ésta prioriza la cercanía geográfica y cultural y el tamaño de los mercados como  forma de “medir la importancia estratégica”.

La primera zona mencionada es la más cercana y conectada culturalmente con EEUU. Por consiguiente, al igual que durante la guerra fría es la más significativa. El dinamismo del relacionamiento constante hace de Estados Unidos una influencia económica, cultural y política abrumadora para esta región. México y el Caribe representan más del 70% del total del comercio estadounidense con Latinoamérica, reciben cerca de la mitad de las inversiones que los Estados Unidos destina a toda América Latina y es el origen de un 85% de la migración latina a ese país. En la actualidad, cabe destacar que la población latina en los Estados Unidos alcanza la cifra de 50 millones, superando incluso a la población afro-descendiente.

Por su apertura y relevancia económica, Brasil y Chile son los principales aliados de Estados Unidos en el hemisferio sur americano. Ello quedó demostrado en la última gira presidencial de Barack Obama. Brasil  ha ido generando un creciente respeto por parte del país hegemónico, que lo ve como un aliado en su aspiración por dar estabilidad política y seguridad a la región. Esto, a pesar de haber mostrado ciertas diferencias con Estados Unidos al momento de intentar  mediar, por ejemplo, en la crisis nuclear de Irán y el golpe de Estado en Honduras. Por su parte, Chile no es origen de gran número de migrantes para los EEUU ni está involucrado con el narcotráfico como otros países andinos. En cambio, cuenta con altos índices de desarrollo humano y con instituciones democráticas reconocidas como las más fuertes de la región junto, a Uruguay y Costa Rica.

En cuanto a los países del MERCOSUR (excluyendo Brasil), es muy probable que sea la región menos relevante de todas para los EEUU. Paraguay y Uruguay son economías pequeñas y de poca relevancia y Argentina ha tenido grandes dificultades en lo que a institucionalidad respecta, así como en abrir su economía y elaborar una política exterior sostenida en el tiempo y coherente en el contenido. Ninguno de los mencionados está relacionado de lleno con los temas vitales de la agenda de política exterior de los Estados Unidos hacia América Latina (comercio, migraciones, tráfico de drogas, seguridad pública y energía), como las demás zonas estratégicas.

Finalmente, la última de las regiones mencionadas por Lowenthal (los países andinos), representa un gran desafío en términos de seguridad. Estos países son productores de casi la totalidad de la cocaína y heroína que ingresa a los Estados Unidos y suman casi un 22% de la población de toda América Latina, un 13% del total de su PBI, reciben cerca del 10% de la inversión de los Estados Unidos a la región y representan un 15% del comercio legal con ese país. Estos países (Venezuela, Ecuador, Bolivia y en menor medida Colombia y Perú) tienen problemas de gobernabilidad y cuentan con instituciones políticas débiles.

El planteo anterior finalmente expone el valor intrínseco que “las América Latinas” tienen para los Estados Unidos. Si bien el factor comercio es vital para la determinación de ese valor, podemos observar que aquellos aspectos definidos por el factor seguridad como amenazas o posibles amenazas, son tanto o más relevantes. Como hemos mencionado, esto último se debe a la re-securitización de la agenda de política exterior estadounidense. Quedaría entonces definida la importancia y la subsiguiente desagregación de América Latina, desde la perspectiva de los Estados Unidos, por el binomio comercio – seguridad.

La necesidad de supeditar el relacionamiento con América Latina a la seguridad nacional y los esfuerzos de Estados Unidos por reducir cualquier amenaza que pueda ofrecer el continente del sur, manteniendo allí el orden democrático y el libre comercio, hacen eco de aquellas “viejas” políticas sobre la influencia y la condescendencia. Al respecto podemos poner como ejemplo el “jingoísmo” planteado por Teddy Roosevelt. Esa política traía a colación las fronteras a las que EEUU no estaba dispuesto a renunciar, fronteras que no respondían necesariamente a un límite geográfico sino a una serie de esferas de influencia, ya que “Él quería que su país actuara como una fuerza de estabilidad en el mundo, y no vio escape al ejercicio de la influencia Americana” (5). Considerando la continuidad en la relación dispar de poderes entre América Latina y Estados Unidos, la Historia de esa relación y las nuevas amenazas que presenta el siglo XXI, aún podemos hablar de límites y esferas de influencia.

Los nuevos límites quedarían hoy dibujados por la seguridad y el comercio, en tanto que la primera determinaría la prioridad y el segundo el atractivo. Puede distinguirse, siguiendo los esquemas de Lowenthal, al menos tres esferas de influencia. Una primera, que podemos catalogar de prioritaria y atractiva, estaría conformada por México y los países del Caribe, cuya relevancia se debe a la cercanía geográfica, el importante volumen de comercio y la migración. Dentro de esta primera esfera de influencia podríamos señalar un subgrupo conformado por los países de la región andina (menos Chile), cuya importancia estaría dada por el desafío que representan en términos de democracia e instituciones gubernamentales, así como del tráfico de drogas. Así, quedarían comprendidos dentro del ámbito de influencia prioritaria.

Una segunda esfera estaría determinada por los países atractivos (Brasil y Chile), cuya relevancia económico-comercial y estabilidad político-democrática han hecho de ellos ejemplos a seguir en la región. Por lo tanto, Estados Unidos buscará mantener una alianza con ellos. Finalmente, encontramos una última esfera de influencia que podemos definir como poco estratégica. Está conformada por los países del Mercosur (con excepción de Brasil) y no es prioritaria ni desde el comercio ni desde la seguridad.   
   

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La naturaleza cambiante del escenario internacional otorga el carácter de mutable a los límites de esas esferas de influencia. La interacción de los actores americanos, todos aquellos elementos exógenos a su relación y la postura que éstos tomen con respecto a esos cambios, irá determinando la relevancia que América Latina tenga para los Estados Unidos y, por consiguiente, la actitud política de éste.
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(1).- Entiéndase en este caso, la ideología como el conjunto de los valores político-económicos que sostenía y defendía Estados Unidos en esa época, tal como la democracia y el libre comercio.

(2).-  Al respecto, el neorrealismo nos indica que los Estados Unidos sólo desplegó su fuerza militar en América Latina cuando se sintió ideológicamente amenazado por la influencia comunista en la región.

(3) .- Bulmer, Thomas; et ali. 1999. “The United States and Latin America: The New Agenda”. London –Cambridge.

(4) Ver Lowenthal, Abraham F., 2006. “De la hegemonía regional a las relaciones bilaterales complejas: Estados Unidos y América Latina a principios del siglo XXI”. Revista Nueva sociedad Nº 206.

(5).- Gilderhus, Mark T. 2000. “The second century: U.S.--Latin American relations since 1889”.Wilmington: Scholarly Resources Inc.


*Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT

Published

2011-09-15

Issue

Section

Enfoques