La larga sombra de Chernóbyl (II)
Abstract
¿Cómo se explica el repentino viraje del gobierno alemán en política energética? En una entrevista que la canciller Angela Merkel le concedió al semanario Die Zeit, adujo como motivo central la catástrofe de Fukushima, por la dimensión y fuerza de la misma, y por ocurrir en un país donde “los conocimientos técnicos, la disciplina, el orden y el apego a las leyes” son similares a Alemania.Sin embargo, ya se sabía que ninguna planta, ni las más modernas, eran totalmente seguras, y que, en situaciones imprevistas, podían producirse catástrofes similares. En Alemania, sólo tres de las diecisiete plantas atómicas podrían resistir un ataque terrorista como el que ocurrió en Nueva York en 2001. Tampoco hay garantías absolutas de que no se produzcan fallas técnicas sin injerencia externa (ningún experto las descarta por completo). No es la frecuencia de los accidentes lo que hace peligrosa esta fuente de energía, sino la magnitud de los mismos. Merkel debía saberlo más que nadie porque es doctora en física, y también porque entre los años 1994 y 1998 ejerció como ministra de medio ambiente del último gobierno de Helmuth Kohl (el título oficial de Merkel era Ministra de Medio Ambiente, Protección de la Naturaleza y Seguridad Nuclear).
Muchos dudan de la sinceridad de Merkel. Para Michael Naumann, ex ministro de cultura del gobierno de Gerhard Schröder, y jefe de redacción de la revista Cicero, el viraje no fue otra cosa que un esfuerzo desesperado para impedir que el gobierno de Baden-Württemberg pasara a manos de la oposición en las elecciones estaduales previstas para esos días. Tanto la fecha en que se hizo el anuncio, como las previsiones de las encuestadoras, parecen darle la razón: la moratoria nuclear ocurrió el 14 de marzo, dos semanas antes de las elecciones, y las encuestas daban por sentado que, por primera vez en la historia de Alemania Federal, la democracia cristiana (CDU-Christlich Demokratische Union) perdería su baluarte más preciado. Para que se entienda mejor qué estaba en juego: Baden-Württemberg, una de las regiones más ricas y pujantes de Europa (sede de Daimler, Porsche y Bosch), fue durante más de medio siglo la principal base de apoyo de la democracia cristiana. Es también el único estado donde el pequeño partido liberal (FDP-Freie Demokratische Partei) superó siempre la barrera del 5 por ciento que impone la ley electoral alemana para acceder al Parlamento. En cambio, la socialdemocracia (SPD-Sozialdemokratische Partei) siempre obtuvo resultados que se sitúan por debajo del promedio nacional. Se lo suele caracterizar como conservador burgués.
Pero Baden-Württemberg es igualmente el estado donde ocurrió el maridaje de la izquierda estudiantil del 68 y movimientos ecologistas de tinte más conservador. El resultado fue que el partido verde (entonces Die Grünen; hoy Bündnis 90/Die Grünen por la fusión con grupos del este de Alemania), luego de perder los sesgos más radicales, y de sumar experiencias de gobierno tanto a nivel estadual como federal, se estableció como una fuerza política que adquirió competencia también en temas que trascienden la protección del medio ambiente. Aunque sigue siendo un partido menor (su aceptación a escala nacional ronda el 21 por ciento), las encuestas de opinión lo presentan como el más digno de confianza. Sus electores se cuentan entre los más cultos (62 por ciento tiene alguna calificación profesional), más jóvenes (el promedio de edad es de 38 años) y de ingresos más elevados (hogares con un ingreso neto promedio de 2317 euros). Uno de sus baluartes es la ciudad universitaria de Friburgo. También cuenta con gran aceptación en grandes ciudades como Berlín, Bremen y Hamburgo. Fue precisamente este partido el que hizo temblar a la democracia cristiana.
Hay razones múltiples que explican esta evolución. Para empezar, ocurre una erosión de los dos grandes partidos (socialdemocracia y democracia cristiana) a nivel nacional. La socialdemocracia sufre las consecuencias de las correcciones que le impuso al estado benefactor (endureciendo sus exigencias y limitando sus beneficios), que le costaron el apoyo de una buena parte de sus electores tradicionales. Por su parte, la democracia cristiana tiene cada día más dificultades para satisfacer a sus electores más conservadores y, al mismo tiempo, adaptarse a los desafíos del presente. El rescate de países en apuros, el abandono de la energía nuclear, el fin del servicio militar..., no hay materia que no genere fricciones en sus filas y provoque discusiones de fondo. Sobre todo la guardia vieja del partido acusa a Merkel de descuidar los valores tradicionales en aras de un pragmatismo excesivo. También el tiempo hizo su obra. Se calcula que ya únicamente por muerte de sus votantes habituales la democracia cristiana perdió cinco millones trescientos mil electores desde las elecciones de 1990. Hay analistas que piensan que sólo desplazándose hacia el centro puede captar nuevos votantes en segmentos de población menores de 60 años. A ello hay que sumarle el desgaste natural de varios años de gobierno. En particular le está resultando nefasta la coalición con los liberales a escala nacional. Hoy las encuestas indican que perdería el gobierno si se realizaran elecciones.
Peor les va a los liberales que, en menos de dos años, cayeron del catorce al tres por ciento en los sondeos. Si hoy se realizaran elecciones quedarían fuera del Bundestag, el Parlamento alemán. Este partido paga el precio de haberse obstinado en impulsar una reducción general de los impuestos, su principal promesa electoral, cuando la inmensa mayoría de los alemanes sabe que eso no es posible en épocas de salvataje de bancos y de países de la Unión Europea en crisis. Este tema produjo fuertes desavenencias entre los socios de la coalición de gobierno. (1)
Por el contrario, para los verdes los asuntos parecen marchar viento en popa. A comienzos de año llegó a tener una aceptación del 28 por ciento, cinco puntos por delante de la socialdemocracia. Por primera vez se habló de la posibilidad de que el próximo canciller de Alemania proviniera de ese partido. Los analistas no esperaban que se mantuvieran en un pico tan alto, pero sirvió para colocar a los verdes en el centro de la atención pública. El otro punto que empezó a inquietar a la democracia cristiana (y a su socio, el partido socialcristiano de Baviera-CSU) fue que círculos de su partido se pasaran por entero a los verdes en regiones rurales insospechadas. Antes el drenaje se producía desde la socialdemocracia. Otro dato inquietante es que crece el número de funcionarios públicos y miembros de profesiones liberales que votan a los verdes. La verdad es que ya no asustan a nadie y son mirados con respeto incluso en los círculos empresariales. Si hoy se realizaran elecciones llegarían sin dificultades al gobierno en coalición con la socialdemocracia.
Ya las encuestas previas a las elecciones de Baden-Württemberg les daban una intención de voto elevada (había un fuerte malestar en la población por el modo en que se aprobó un inmenso proyecto de cruces ferroviarios en Stuttgart, la capital del estado, y muchos electores querían castigar a la democracia cristiana por su escasa sensibilidad para manejar ese tema). El espaldarazo definitivo fue el desastre de Fukushima. Si la intención de Merkel fue impedir que cayera el gobierno de su partido en ese estado, fracasó por completo.
Las elecciones de Baden-Württemberg del 27 de marzo fueron históricas en varios sentidos. Dieron fin al predominio ininterrumpido de 58 años de la democracia cristiana, llevaron al gobierno a una coalición de los verdes y la socialdemocracia, y, gracias a que los verdes superaron en votos a la socialdemocracia y se transformaron en el socio más fuerte de la coalición, ellos ganaron el derecho de nombrar al jefe de gobierno del estado (Winfried Kretschmann). El primero de ese partido en Alemania.
(1) La Izquierda (Die Linke), el cuarto partido representado en el Bundestag, sólo gravita en el este de Alemania.
*Sociólogo político. Graduado en la Universidad Libre de Berlín.
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