Los Rumbos del Hegemón - A propósito de Imperial by design y otras propuestas

Autores/as

  • Lic. J. Ignacio Frechero

Resumen

I

En vísperas de cumplirse una década de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 (11-S), los tiempos agitados no se detienen. Por simplemente señalar un corte, en el último lustro la atención mundial ha discurrido desde los fracasos militares de Estados Unidos en Iraq y Afganistán, pasando por una enorme crisis económica originada en los países más desarrollados, el recambio político en Washington con la llegada del primer presidente afroamericano de la historia de este país, un nuevo y cruento bloqueo a Gaza por parte de Israel, una brevísima guerra en el Cáucaso con Rusia como protagonista, los gestos cada vez más manifiestos del ascenso de China a la condición de super-potencia, el estallido del carrusel de rebeliones en el Mundo Islámico a comienzos de este año, la actual y ambigua intervención militar bajo rótulo humanitario en Libia, hasta llegar recientemente a la muerte de Osama Bin Laden días atrás, siendo éstos sólo algunos de los sucesos más importantes a señalar. Si algo queda claro es que hay demasiado para analizar.

En tal sentido, artículos como Imperial by design de John J. Mearsheimer (2011), dondees abordado el rumbo estratégico reciente, actual y futuro de la primera potencia mundial, constituyen una interesante oportunidad para alentar y actualizar el debate sobre las características emergentes en el sistema internacional y sobre el status de sus principales actores. En él, Mearsheimer monta una crítica abierta a la grand strategy que a su criterio ha imperado en la conducción de los asuntos externos de Estados Unidos desde la finalización de la Guerra Fría y cuyoleit motif ha consistido en garantizar por distintos medios —más multilaterales en ciertos momentos, más unilaterales en otros— la dominación global del país, su primacía absoluta. El artículo de alguna manera viene a cristalizar el disgusto de los más renombrados académicos realistas respecto al desempeño en política exterior de la administración Obama, con un llamamiento para una reorientación del timón en la línea del off-shore balance,que aleje al país del espiral de problemas que lo acechan.

En el número 117 de Letras Internacionales, el Profesor Nicolás Terradas efectuó lo que a nuestro criterio es una afortunada reseña de Imperial by design donde identifica con lucidez una contradicción central en la lógica del académico de la Universidad de Chicago: su propuesta “alternativa” a la postre peca del mismo ambicioso objetivo que ha perseguido Washington desde 1989, esto es, “permanecer en la cumbre”. Desde una más pertinente perspectiva realista, lo atinado sería administrar su declive y no negarlo, siguiendo el ejemplo histórico de Gran Bretaña a fines del siglo XIX y comienzos del XX. 

La presente contribución tiene como objeto retomar estos aspectos y complementar estas visiones en juego a partir de la consideración de ciertos elementos que entendemos necesarios. Retomaremos de manera puntual dos líneas interpretativas provenientes de la Economía Política Internacional (EPI) y necesarias para re-enmarcar la dinámica política actual, así como la prospectiva que enfrenta Estados Unidos. La primera es la lógica del mecanismo de cambio y redistribución de poder a nivel mundial identificado en su momento por Robert Gilpin y la segunda es la propuesta interpretativa de Immanuel Wallerstein sobre la relocalización de la estructura productiva global.

II

Preocupado precisamente por el estudio del cambio a nivel internacional, Gilpin escribe a comienzos de los ’80 su célebre War and Change in World Politics(1981). Allí explica que la principal constante histórica en la política mundial es su dinámica de cambio, la cual se haya determinada por la generación de incongruencias o disyunciones entre la distribución de poder político, militar, económico y tecnológico y la estructura del sistema internacional (hegemónica, bipolar o multipolar). Las incongruencias son inevitables a causa del constante crecimiento desigual de poder entre las potencias en ascenso y las potencias en declive. Esto conduce a un desequilibrio sistémico que, si se conjuga con ciertas percepciones y un cálculo costo-beneficio que empuje a una o varias potencias desafiantes hacia la opción del cambio, tarde o temprano dará paso a una fase de resolución crítica de la incongruencia. Allí, ya sea de manera pacífica —como en el ejemplo transitorio del Pacto de Münich— o bien a través de la guerra hegemónica, se alumbrará una nueva distribución de poder que por un tiempo reflejará un incipiente equilibrio en relación a una nueva estructura de Estados dominantes.

La inclusión de una aproximación histórica a esta lógica lleva a Gilpin a reconocer una fase contemporánea en la política internacional signada por a) el triunfo del Estado-Nación como la principal unidad, b) el advenimiento de un crecimiento económico relativamente continuo basado en la ciencia moderna y la tecnología, y c) la emergencia de una economía mundial de mercado (1981: 116). Tales factores explican que 

“the champions of an interdependent world market economy have been politically the most powerful and economically the most efficient nations. Both elements, hegemony and efficiency, are necessary preconditions for a society to champion the creation of an interdependent market economy. Hegemony without efficiency tends to move toward imperial-type economies, as is the case in the Soviet bloc. National economic efficiency without a corresponding political-military strength may not be able to induce other powerful societies to assume the costs of a market system”
 (129). 

Por tanto, en el marco de la dinámica de cambio descrita y de las particularidades de la época, poderío militar y eficiencia económica son las claves que una potencia debe asegurar ya sea para aspirar con éxito a mantener el status quo o bien buscar su revisión. A ello debe sumarse la voluntad política de la acción y el liderazgo. Ahora bien, en un trabajo más reciente este mismo académico llama sin embargo la atención que el liderazgo estadounidense en la economía mundial se ha debilitado notoriamente en el nuevo siglo. Identifica las causas de ello en el flaqueante consenso doméstico sobre el rumbo de los asuntos económicos y en la erosión de los lazos de cooperación con los principales aliados que condujeron a que la política exterior y la política económica sea más unilateral y autocentrada (Gilpin, 2000: 10-11). 

Pero en breve retomaremos el status actual de la gran potencia, volvamos antes al otro complemento de análisis que estimamos necesario también traer a colación. Se trata como anticipáramos de la interpretación clásica de Wallerstein sobre elsistema-mundo. Partiendo tanto de la tradición marxista como de la Escuela de los Annales, este sociólogo estadounidense entiende que en la historia de la Humanidad se han manifestado tres grandes clases de sistemas sociales: a) los mini-sistemas, pequeñas sociedades homogéneas y relativamente autónomas, como por ejemplo las organizaciones tribales; b) los imperios-mundo, basados en una economía de extracción de recursos y beneficios desde las periferias y semiperiferias hacia el centro político, extracción garantizada por un dominio político directo y con una autoridad político-administrativa única; y c) las economías-mundo, donde la economía extractiva persiste pero sin un sistema político unificado y sin la necesidad de una dominación directa. 

Ahora bien, para Wallerstein los últimos cinco siglos se han caracterizado por la expansión global de la economía-mundo capitalista europea, proceso en el que fue desarrollando sus propias reglas, estructuras, normas y funcionamiento en virtud de su lógica interna. Dentro de ella, el vínculo básico entre las partes del sistema es económico, aunque reforzado en cierta medida por vínculos culturales y eventualmente por arreglos políticos e incluso estructuras confederales. Las realidades geopolíticas de su sistema interestatal no se basan exclusivamente en larapport de forces militares entre las grandes potencias sino también y fundamentalmente en la división axial internacional del trabajo. En efecto,

“[l]a economía-mundo capitalista es un sistema que incluye un desigualdad jerárquica de distribución basada en la concentración de ciertos tipos de producción (producción relativamente monopolizada, y por lo tanto de alta rentabilidad) en ciertas zonas limitadas, que por eso mismo pasan inmediatamente a ser sedes de la mayor acumulación de capital. Esa concentración permite el reforzamiento de las estructuras estatales, que a su vez buscan garantizar la supervivencia de los monopolios correspondientes. Pero como los monopolios son intrínsecamente frágiles, a lo largo de toda la historia del sistema mundial moderno esos centros de concentración han ido reubicándose en forma constante, discontinua y limitada, pero significativa” (Wallerstein, 1998: 29).

Por tanto, lo que Wallerstein observa es que la concentración y relocalización de las industrias o actividades económicas más dinámicas a nivel mundial, proceso intrínseco al capitalismo y particularmente visible a través de las fases cíclicas de éste último, es la variable fundamental a observar en cuanto a la redistribución internacional de poder. Ciertamente este fenómeno no es caótico pues puede presentarse el caso de una potencia que sea hegemónica, es decir, con capacidad de imponer por cierto tiempo de un orden estable de poder y que será reconocido como “legítimo” por los principales actores políticos. En tal caso, señala, estaremos en una etapa de relativa “paz” interestatal. 

De esta forma, tenemos aquí dos importantes aspectos tomados de la EPI para terminar de evaluar la propuesta del off-shore balance de Mearsheimer en particular, y los rumbos actuales y futuros de Estados Unidos en general: por parte de Gilpin, el reconocimiento de la inevitabilidad del cambio internacional en virtud del desigual crecimiento en atributos de poder entre las potencias, y por parte de Wallerstein, la atención sobre el fenómeno de la relocalización mundial de las fuerzas productivas.

III

Con estos insumos, obtenemos una imagen más dinámica en la que Estados Unidos se inserta como actual hegemón, condición heredada de la finalización de la Guerra Fría, pero respecto del cual se vienen ya advirtiendo claras señales de declive, en conjunción con fuertes síntomas de ascenso de nuevas potencias, muy en especial China. En otro reciente artículo, Paul Kennedy (2010) una vez más ha vuelto a insistir con su tesis sobre la declinación de la gran potencia, identificando debilidades tanto en la capacidad de proyección de su soft power como en el desempeño económico, fuertemente golpeado por la última crisis económica. En su conclusión señala con inevitabilidad que:

“the ebb and tides of history will take away [the american] hegemony, as surely as autumn replaces the high summer months with fruit rather than flower. America’s global position is at present strong, serious, and very large. But it is still, frankly, abnormal. It will come down a ratchet or two more. It will return from being an oversized world power to being a big nation, but one which needs to be listened to, and one which, for the next stretch, is the only country that can supply powerful heft to places in trouble. It will still be really important, but less so than it was”.


Un proceso central en esta tendencia, siguiendo a Wallerstein, es la transferencia de capacidad productiva desde Norteamérica (y Europa) hacia China y el sudeste asiático. Grandes corporaciones como General Electrics, Emerson, Honeywell y Rockwell han movido buena parte de sus plantas fabriles hacia allí. Incluso, parte de la base industrial de defensa ha sido relocalizada en el extranjero o depende de insumos provenientes de aquel país y aquella región, lo que para un informe reciente de AFL-CIO constituye una seria amenaza para la seguridad nacional. Asimismo, el rezago productivo de Norteamérica también se observa al revisar por ejemplo el último ranking Fortune 500 donde se encuentran sólo dos compañías estadounidenses entre las 10 principales a nivel mundial, WalMart (1°) y Exxon Mobile (3°), mientras que ya hay tres chinas en el top ten, Sinopec (7°), State Grid (8°) y China National Petroleum (10°). De continuar estas tendencias,estimaciones recientes indican que alrededor del año 2019 —o bien en el primer lustro de la década siguiente— el Producto Bruto Interno chino superará por primera vez en la historia al estadounidense. 

A estas consideraciones debe sumarse que Estados Unidos está financiando su supremacía militar y la onerosa guerra en Afganistán mediante su déficit fiscal y gracias en especial a la chequera china. Beijing es hoy el principal acreedor en el mundo y el primer acreedor de Estados Unidos con 800 mil millones de dólares en bonos del Tesoro, mientras que Washington ostenta la seria condición de primer deudor mundial con 14 billones de deuda pública. La relación se complejiza además por el sostenido desbalance en cuenta corriente entre ambos países y en particular en la balanza comercial (273 mil millones de dólares en 2010 a favor del país asiático). 

Si bien en contrapartida China todavía queda por detrás de Estados Unidos en diversos indicadores de poder, razón que vuelve arriesgado dar por segura una transferencia fundamental de poder entre ambas naciones (Walt, 2011), no debe perderse tampoco de vista que, como indica Gideon Rachman

“China's spending on its military continues to grow rapidly. The country will soon announce the construction of its first aircraft carrier and is aiming to build five or six in total. Perhaps more seriously, China's development of new missile and anti-satellite technology threatens the command of the sea and skies on which the United States bases its Pacific supremacy. In a nuclear age, the U.S. and Chinese militaries are unlikely to clash. A common Chinese view is that the United States will instead eventually find it can no longer afford its military position in the Pacific. U.S. allies in the region —Japan, South Korea, and increasingly India— may partner more with Washington to try to counter rising Chinese power. But if the United States has to scale back its presence in the Pacific for budgetary reasons, its allies will start to accommodate themselves to a rising China. Beijing's influence will expand, and the Asia-Pacific region —the emerging center of the global economy— will become China's backyard”.

Esto es parte de lo que el ascenso chino puede generar en términos geopolíticos en relación a Estados Unidos. Y es en este escenario, es en esta dirección del análisis que piensa Mearsheimer (2011) cuando propone que “the United States should concentrate on making sure that no state dominates Northeast Asia, Europe or the Persian Gulf, and that it remains the world’s only regional hegemon. […] We should build a robust military to intervene in those areas, but it should be stationed offshore or back in the United States”

Sin embargo, tal lógica parece no abarcar la complejidad mayor del desafío que enfrenta la gran potencia. Por caso, los aspectos anteriormente señalados, tomados de la EPI, resultan materia que la estrategia del off-shore balance no resuelve. ¿Qué hacer frente a la aparentemente irrefrenable transferencia de capacidad productiva hacia el Sudeste Asiático? ¿Cómo acomodar el rumbo estratégico de un país que pretende conservar su supremacía frente a la ley de crecimiento diferencial de poder, frente al inevitable proceso histórico de ascenso y descenso de potencias? 

Ahora bien, estos dilemas tampoco están pasando desatendidos —sería iluso creerlo—, a tal punto que en abril pasado el Pentágono autorizó la publicación de un ensayo elaborado por dos oficiales del Estado Mayor Conjunto, bajo el pseudónimo “Mr. Y”, en el que articulan una narrativa sobre el rumbo actual y futuro del país. Se trata de A National Strategic Narrative, donde buscan corregir un cúmulo de políticas públicas relativas a inversiones, seguridad, desarrollo económico, ambiente e inserción internacional en el siglo XXI, dejando atrás el obsoleto interés nacional de la contención en pos de la sustentabilidad en materia de prosperidad y seguridad, y respondiendo a un cambiante mundo signado por la complejidad, la multimodalidad e interconexión de los desafíos. Intentando emular el impacto político de George Kennan y su The Sources of Soviet Conduct(1947), los autores sintetizan una visión guía en la que Estados Unidos debe convertirse en “the strongest competitor and most influential player in a deeply inter-connected global system, which requires that we invest less in defense and more in sustainable prosperity and the tools of effective global engagement”. Para ello, es necesario el equivalente moderno del NSC 68, unaNational Prosperity and Security Act cuyo fin sea apuntalar la capacidad innovadora y emprendedora del país, verdaderas fuentes —a su entender— del crecimiento cualitativo y del poder con que cuenta Estados Unidos.

En tal sentido, nos parece aquí que este tipo de propuesta, más allá de las valoraciones subjetivas a favor o en contra que despierten sobre la gran potencia, más allá de los disensos u errores que puedan señalarse sobre sus postulados o afirmaciones, es la clase de análisis y pensamiento estratégico-prescriptivo que más atinadamente da cuenta de las nuevas realidades internacionales.


 
*Candidato doctoral, Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM, Argentina). Investigador del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Problemáticas Internacionales y Locales (CEIPIL-UNCPBA).

Referencias bibliográficas

Gilpin, Robert: War and Change in World Politics (New York: Cambridge University Press, 1981). 

Gilpin, Robert: The Challenge of Global Capitalism (Princeton: Princeton University Press, 2000).

Kennedy, Paul: “Back to Normalcy. Is America really in decline?”, The New Republic(December 30, 2010), pp. 10-11.

Mearsheimer, John J.: “Imperial by Design”, The National Interest, No. 111 (Jan/Feb 2011), pp. 16-34.

Rachman, Gideon: “Think Again: American Decline”, Foreign Policy (Jan/Feb 2011). Disponible en
http://www.foreignpolicy.com/articles/2011/01/02/think_again_american_decline

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Publicado

2011-05-19

Número

Sección

Enfoques