Consenso de Beijing: Preparando el Campo para Iniciar el Debate
Resumen
Mucha tinta se ha gastado en el incipiente pero acalorado debate en torno al “Consenso de Beijing” (véase el artículo de Marcela Quian y Guillermo Fremd en este número de Enfoques para una descripción detallada del Consenso). Tinta bien utilizada si se tiene en cuenta que la discusión acerca del Consenso, o de un modelo de desarrollo chino, es a la vez una discusión sobre el núcleo duro de los cambios que está viviendo el sistema internacional. Sin embargo, se hace necesario un acercamiento cauteloso a la discusión. Especialmente porque la idea del Consenso de Beijing está aún muy verde. Imbuir al debate de tal cautela, a través de la identificación de una serie de cuestiones aún abiertas, esto es lo que pretende el siguiente artículo.
En primer lugar, hay algunos supuestos que toman los partidarios de la existencia del Consenso (esencialmente analistas occidentales, ya que en China poco se habla sobre un Consenso de Beijing) que habría que explorar un poco más a fondo.
Quienes son más partidarios de darle cabida a la noción de un Consenso suelen ser críticos que buscan enfáticamente alternativas explicativas a las ideas reinantes en los 90s; aquellas que asumían que estábamos ante el Fin de la Historia, y que la democracia y el liberalismo (que siempre debían ir de la mano o uno detrás del otro) habían ganado la contienda de ideas de manera perpetua. Estos asumen que el Consenso de Beijing es un modelo que se está expandiendo por el mundo yachicando el lugar que Occidente tenía en ese mundo –i.e. que es una alternativa al modelo occidental.
La paradoja es que para aceptar que existe un modelo de desarrollo chino que está ganando terreno al modelo Occidental, hay que aceptar que en algún momento el modelo Occidental estuvo presente en los lugares en que ahora estaría apareciendo el Consenso de Beijing. Y aquí puede haber una primera importante confusión: ¿Es correcto afirmar que el modelo chino está compitiendo con el modelo occidental? ¿O será que en estas partes del mundo, donde parece que el Consenso de Beijing se está expandiendo, el modelo occidental nunca aterrizó y no tuvo la más mínima chance de consolidarse? Considérense algunos de los países que según Stefan Halper (1) estarían siguiendo los pasos del Consenso de Beijing: Angola, Congo, Sudan, Egipto, Marruecos, Irán, entre otros. Sería tonto asumir que estos países alguna vez estuvieron bajo el modelo occidental de democracia más liberalismo económico.
Trabajar sobre este supuesto –esencial en la discusión sobre la capacidad de expansión del Consenso- es necesario a la hora de marcar la diferencia entre un modelo universal que se propaga a costa de otro (idea de Harper y otros), y un modelo que podría estar aplicándose en lugares muy limitados donde el modelo Occidental nunca estuvo cerca de consolidarse.
Una segunda pregunta obvia que surge es: ¿Tiene la idea del Consenso de Beijing alguna sustancia en la realidad?
Si hay algo que ha caracterizado al período de reformas y crecimiento que ha vivido China en los últimos 30 años es que el plan ha sido no tener un plan. Cuando en 1978, Deng Xiaoping disparó el proceso de liberalización económica, lo único que tenía claro era que China debía entrar en un camino de reformas para mejorar la calidad de vida de los chinos. El costo de no hacerlo podía ser la propia legitimidad del Partido Comunista Chino. No obstante, el cómo se fue dilucidando en el camino. El pragmatismo, la flexibilidad y la experimentación han sido las principales características del éxito chino.
Como señalan Quian y Fremd en el artículo que acompaña este número de Enfoques, la flexibilidad parece ser una de las características centrales del modelo chino. Sin embargo, posicionar la flexibilidad como variable central del modelo es más problemático de lo que se suele asumir. No sería extraño que, cuando los estudiosos del modelo piensen que finalmente han descubierto de qué se trata esto del Consenso de Beijing, China ya esté haciendo algo bastante disímil.
Por otro lado está la cuestión sobre la capacidad del modelo de ser exportado. Este es todo un debate en sí mismo, que corta temas tan diversos como las abismales diferencias estructurales entre la economía china y las de algunos de los países en los que se querría instalar, la falta de pautas claras que puedan ser seguidas por los gobiernos, inter alia. Pero sobrevolando todos estos asuntos hay un punto importante a hacer: lo relevante de la posible exportación del Consenso no está en los pequeños detalles del modelo económico, sino en la simple ecuación“autoritarismo político + liberalismo económico.” Lo político y lo económico están indiscutiblemente atados aquí. Difícilmente la expansión del modelo no significaría la expansión del autoritarismo (o en la mayoría de los casos, la reafirmación del autoritarismo) lo cual es bastante preocupante.
El tema de la eficiencia del modelo –todavía muy preliminarmente analizada- es otro punto esencial. Mucho se ha dicho -con algunos argumentos sólidos- que la Crisis Económica ha probado las deficiencias del Consenso de Washington y confirmado las ventajas del Consenso de Beijing.
Dejando de lado el tema de las virtudes y desventajas del modelo occidental, hay mucho de apresuramiento en asumir que la Crisis demuestra algo sobre el modelo chino. Es cierto que China ha crecido a pasos agigantados en los últimos 30 años, y que ha sorteado la crisis de manera espectacular. Pero el tema con China es que su tamaño (entre otras cosas por las reservas que ha acumulado) le permite darse el lujo de ser ineficiente económicamente por un buen tiempo, cosa que el resto del mundo no puede hacer, lo cual opaca la apreciación real de su eficiencia. Habrá que seguir de cerca el desempeño de la economía china en los próximos años –o décadas- para refinar las hipótesis sobre la eficiencia del modelo.
Finalmente, y por deformación profesional, debo trasladar el tema al área de la alta política internacional. Stefan Halper, en su libro “The Beijing Consensus”, argumenta que China está “achicando” a Occidente por medio del avance del Consenso de Beijing y gracias al recibimiento que el modelo estaría teniendo en el mundo. Según él, la dinámica entre Estados Unidos y China sería más una batalla de ideas que un clásico enfrentamiento político-económico entre grandes potencias -argumento muy en tono con los incansables intentos de los analistas de escapar del poco sofisticado realismo político; intentos que, Historia de por medio, suelen darse contra la pared de la realidad.
No obstante, si se explora en la Historia se verá que la imposición de modelos de desarrollo ha ido de la mano del poder crudo –i.e. político, económico y militar. Durante el siglo XIX y parte del XX el Reino Unido impuso un orden a su medida principalmente porque GB tenía la capacidad de hacerlo, y Estados Unido instaló su orden liberal post-segunda guerra mundial, no porque todos los países estuvieran convencidísimos de que era la mejor vía al desarrollo, sino esencialmente porque podía.
China va a poder expandir un modelo determinado, esté o no basado en las ideas que hoy en día se estudian como Consenso de Beijing, si su capacidad de poder (económica, política y militar) está a la altura de la circunstancias. Es decir, si el ascenso de China se mantiene y profundiza. En este sentido, el hecho de que Brasil, Sudáfrica, y otras partes del globo parezcan estar acercándose –muy flexiblemente- al modelo chino, no es principalmente porque el Soft Power chino sea particularmente eficiente, sino porque China se ha convertido en su primer socio comercial.
Entonces bien, la batalla de ideas se va a dar siempre y cuando, previamente, Estados Unidos y China entren de lleno en la clásica dinámica de competencia que ha caracterizado el ascenso y descenso de las grades potencias y que, preocupantemente, la mayoría de las veces ha terminado en guerra hegemónicas.
Muchas interrogantes y pocas respuestas que seguramente irán delineándose a medida que nos adentremos en este aún incierto siglo XXI.
*Profesor del Depto. de Estudios Internacionales, Universidad ORT
M.A. en Estudios Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella
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