La naturaleza político-histórica de la controversia entre Irán y Estados Unidos
Resumen
En nuestra querida América del Sur la disciplina de las Relaciones Internacionales continúa siendo un vasto y fértil campo que requiere aún de mucha labranza. Para suerte de quienes esperamos y apostamos a su cosecha, Letras Internacionales —junto con otras publicaciones y espacios en nuestros países— ha contribuido de manera sostenida desde el 2007 a esta labor; y en tal sentido, los artículos que hemos presentado este año a través suyo han querido respetar los criterios de apertura, pluralidad y calidad que la caracterizan. De manera específica, nuestro foco de atención se ha posado en actores que concebimos centrales en el actual ordenamiento político internacional, como lo son los Estados Unidos y China, intentando presentar sus trayectorias y sus escenarios presentes y futuros. En esta oportunidad y como cierre para este 2010, la siguiente contribución aborda también un aspecto de suma relevancia mundial: la controversia sobre el desarrollo nuclear de Irán, que desde hace varios años viene alimentando la posibilidad de otro desenlace bélico en una ya convulsionada región. El objetivo del presente artículo es brindar una lectura de la naturaleza política e histórica del enfrentamiento que subyace a dicha controversia: la enemistad entre Irán y los Estados Unidos.
Para ello, partimos en primer lugar del concepto de espiral de conflicto, propuesto por el académico Hooshang Amirahmadi, que hace referencia a un clima enrarecido en las relaciones entre los gobiernos de ambos Estados a causa de una creciente enemistad y tensión, y que se nutre de una mezcla de realidad y ficción, percepciones erróneas y malos entendidos, ideología, desconfianza y demonización.(1)
El punto de inicio de dicho “espiral de conflicto” fue sin duda la Revolución Islámica de 1979, un fenómeno que nadie había previsto, incluidos sus propios actores (2) y cuyas consecuencias para todo el Mundo Islámico han sido vastas y profundas. En efecto, el derrocamiento del Sha Mohamed Reza Pahlevi y el establecimiento de un régimen teocrático, centrado en la doctrina de velayat-e-faqih y por ende, en el poder de decisión del Ayatollah Ruhollah Komeini, no sólo amenazó el control occidental de vastas reservas energéticas, sino también brindó el ejemplo para otras naciones de la región de un liderazgo islámico revolucionario genuino capaz de confrontar (con relativo éxito) con una “superpotencia”.(3) Con la Revolución, Estados Unidos sufrió uno de los mayores reveses en su política exterior durante toda la Guerra Fría, comparable a la “pérdida” de China en tiempos de Truman y a la incapacidad de Johnson para ganar la guerra de Vietnam. (4)
En su esencia, el “espiral de conflicto” es producto de la incompatibilidad de intereses estratégicos de Estados Unidos e Irán en la región. Washington ha abrazado la convicción de que el acceso a la energía del Golfo Pérsico es indispensable para su seguridad nacional —se estima que allí se alberga el 65% de reservas mundiales de petróleo. Y por ello, no permitirá que ningún estado hostil obstaculice la libre circulación del crudo hacia los principales mercados consumidores de Occidente. (5) Irán es capaz de afectar el aprovisionamiento de crudo atacando el tráfico marítimo en “el punto de estrangulamiento más importante del mundo”, el Estrecho de Hormuz. (6) Por lo tanto, para Washington es vital el control y la estabilidad de la región.
Pero también lo es recobrar la influencia política y económica pérdida en los últimos 31 años sobre el mismo Irán. Después de todo, este país cuenta con la segunda reserva de petróleo, detrás de Arabia Saudita y es el cuarto productor mundial de crudo, además de miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Los negocios que alguna vez se dieron con empresas anglo-norteamericanas, ahora discurren con interlocutores de otras regiones, y en particular asiáticos.
En cambio, el objetivo de Teherán ha consistido en defender su independencia, en prolongar la autonomía conquistada tras 1979 tanto del Oeste como del Este (7) mientras tiende, a la par, a la unidad y resurgimiento del Mundo Chiíta. La experiencia histórica, que va desde la presión anglo-rusa sobre la revolución constitucionalista de 1906 —que permitió la llegada del Sha (padre) al poder en 1921—, pasando por el golpe de Estado anglo-norteamericano contra Mohammad Mosaddeq en 1953 para mantener las ganancias petroleras de las empresas extranjeras y por la poco difundida guerra con Irak en los ’80, hasta la actual controversia por su desarrollo nuclear, retroalimenta como axiología básica de política exterior la independencia nacional, dado el trágico trasfondo histórico de la nación. Por su parte, la promoción y defensa del Islam chiíta se incorporó como objetivo básico a partir de la Revolución Islámica y, si bien fue cediendo lugar ante postulados más pragmáticos y acordes con el interés nacional ya en los ’90, no está claro que los elementos fundamentalistas hayan desaparecido del todo, lo que lleva a dudar sobre un futuro de buenas relaciones con el resto del mundo árabe, de mayoría sunnita.
Amirahmadi señala, además, que la política exterior de Irán tiende a discriminar entre aquellos que son “amigos”, aquellos que son sus “enemigos” y aquellos en los que “desconfía”, ya sean potenciales aliados o enemigos. El problema es que las primeras dos categorías incluyen a los Estados más poderosos del mundo —Estados Unidos, países europeos, Rusia y China.
Para otros académicos iraníes, Enayatollah Yazdani y Rizwan Hussain, en la actualidad la política exterior iraní se define claramente por la primacía de larealpolitik, con excepción de la oposición a Israel. Y esto se debe a la “fuerza de los hechos”: un Irán moderado es el resultado de estar rodeado en sus fronteras por gobiernos hostiles a su régimen y aliados —cuando no con presencia militar— de Estados Unidos.
Habiéndose reforzado militarmente, Irán es un espacio no controlado y aún menos confiable en la medida que combina su capacidad de daño, sus vastas reservas de petróleo y su retórica antinorteamericana. La República Islámica prioriza sus relaciones exteriores en el siguiente orden de importancia: naciones islámicas, países vecinos, Estados regionales (excepto Israel) y Estados extra-regionales, por lo que su vínculo con Estados Unidos no es considerado una prioridad. Yendo más lejos, este orden implica una orientación “hacia el Este” donde China, India y Rusia son más relevantes incluso que Europa. En tiempos de una demanda mundial de petróleo creciente, Washington interpreta que Irán ha adoptado la postura incorrecta en la geopolítica mundial. La situación es aún más crítica pues la nación persa está jugando una delicada injerencia en el mercado mundial de energéticos junto con Venezuela para mantener alto el precio del crudo, accionar no muy bien visto por los países netamente importadores de petróleo —fundamentalmente Estados Unidos y la mayoría de las naciones europeas.
La enemistad y el conflicto tras la Revolución no se diluyeron nunca, pero sí fueron mutando en virtud de las diferentes alteraciones tanto internacionales como domésticas en Estados Unidos e Irán. En los ’80 las relaciones entre Washington y Teherán fueron particularmente controvertidas y problemáticas. La animosidad mutua creció primero alimentada por la “crisis de los rehenes”. (8) Estados Unidos operó a lo largo de la década con una moral de doble standard al proveer apoyo oficial —en dólares, armas e inteligencia militar— a Saddam Hussein durante toda la guerra con Irán (1980-1988) mientras que, a partir de 1985 comenzó a venderle en secreto armamento a ésta última, para financiar las operaciones terroristas de los Contras nicaragüenses. El objetivo principal fue recuperar el control sobre la región y los flujos de recursos energéticos originados en ella; con tal fin se creó el Comando Central (CENTCOM) en 1983. Por su parte, el régimen islámico revolucionario, si bien comprometido principalmente en el esfuerzo bélico, buscó en materia de política exterior “exportar la revolución”, apostando a un resurgir de las comunidades chiítas en el extranjero, como táctica para consolidar el propio proceso político interno y otorgarle mayor legitimidad. Esto constituía una amenaza tanto para el Islam sunnita como para los nacionalismos árabes, y en concreto, para Arabia Saudita y otros aliados de Estados Unidos en la región.
Ya en los ’90, el factor ideológico se redujo considerablemente con la llegada de los demócratas al poder en Estados Unidos y, fundamentalmente, con el gobierno “moderado” de Hashemi Rafsanjani, ex discípulo del Ayatollah Komeini. Sin embargo, el nivel de enemistad pública se mantuvo. La administración norteamericana obstaculizó la recuperación económica de Irán y presionó a diferentes naciones para que desestimasen la transferencia de tecnología y de armas a Teherán.
Desde entonces, muy consciente de la superioridad militar estadounidense y urgida por la necesidad de mejorar la situación económica del país, una facción importante de los dirigentes iraníes ha tratado de rebajar tensiones en el Golfo y restablecer las relaciones de Irán con Occidente. El partidario más conocido es Mohammed Khatami, clérigo musulmán moderado que resultó electo presidente en 1997 y gobernó hasta la llegada sorpresiva de Ahmadinejad en 2005.
Sin embargo, la situación geopolítica había mutado en relación a los tiempos de Guerra Fría: con la Guerra del Golfo de 1991, Estados Unidos pasó a dominar directamente la región con el establecimiento de numerosas bases. También se evidenciaron los nuevos principios de la estrategia estadounidense hacia la región, a saber el compromiso de acción unilateral y la doctrina de la “victoria decisiva” —basada en la rápida concentración de fuerzas aéreas, marítimas y terrestres seguida de una ofensiva aplastante con empleo de armamento de alta tecnología. (9) Bajo el nuevo panorama, se implementó la política de la doble contención tanto a Irán como al Irak pos-operación “Tormenta del Desierto”, bajo el supuesto de la hostilidad de ambos regímenes frente a Estados Unidos.
Con el nuevo siglo y la declaración de la “Guerra contra el Terrorismo”, en opinión de Amirahmadi, el “espiral de conflicto” se retroalimentó con viejas y nuevas preocupaciones sobre la proliferación nuclear, el terrorismo, el proceso de paz en Medio Oriente, los derechos humanos, la democratización y la reforma política.
Los lineamientos de seguridad nacional y política internacional de la administración de George W. Bush, condensados en la NSS-2002, resultaron en buena medida antagónicos con la postura autonomista iraní. Listado por el ex presidente estadounidense como uno de los países integrantes del “Eje del Mal”, Irán se vio cercado estratégicamente por los Estados Unidos tras las invasiones de Afganistán en 2001 e Irak en 2003. Sin embargo y paradojalmente, las crecientes dificultades en la estabilización política y social de ambos países, facilitó la expansión de la influencia regional de Teherán. Asimismo, volvió demasiada onerosa una intervención militar “quirúrgica” por parte de Washington contra sus instalaciones nucleares.
Con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca en 2008, su ofrecimiento de diálogo con el Mundo Islámico, y en particular con Irán, condujo a un breve período de distensión donde pareciera haberse consolidado la opción diplomática para resolver la controversia nuclear. De todas formas, poco sabio sería señalar que el “espiral de conflicto” ha desaparecido: Washington ha insistido en el último año con las sanciones económicas e incluso desestimó, contradiciendo su postura inicial, la propuesta turco-brasileño de acuerdo de 2010.
A manera de recapitulación, sostenemos aquí que la enemistad bilateral entre Estados Unidos e Irán es un fenómeno que surge y se mantiene desde la Revolución Islámica de 1979. Evidencia una profunda contraposición de intereses estratégicos entre ambos países: aquel intentando recuperar el control—en mayor o menor medida— directo de lo que sucede en Teherán, en una región vital para su seguridad nacional y energética; éste, bregando por su independencia externa y la continuidad de las transformaciones domésticas de 1979, alentando al Mundo árabe chiíta y desafiando las doctrinas de seguridad vigentes en Washington.
La comprensión adecuada de esta confrontación sigue siendo actualmente tan necesaria como ayer. Medio Oriente y Asia Central son aún, en términos geopolíticos, epicentro y fuente principal de la conflictividad internacional, e Irán uno de sus escaques más importantes.
(1) Amirahmadi, Hooshang: “Iran and the international community: roots of perpetual crisis”, Open Democracy (November 24, 2006), disponible en <www.opendemocracy.net/home/index.jsp>.
(2) Kepel, Gilles: La Yihad. Expansión y declive del islamismo (Barcelona: Ediciones Península, 2001), p. 151. El análisis del proceso revolucionario iraní y de las fuerzas sociales que lo produjeron por parte de este autor, en el capítulo 6 titulado “Lecciones y paradojas de la Revolución Iraní”, es ya clásico y uno de los más reconocidos.
(3) Yazdani, Enayatollah y Rizwan Hussain: “United States Policy towards Iran after the Islamic Revolution: An Iranian Perspective”,International Studies, Vol. 43, No. 3 (2006), pp. 267-8.
(4) Powaski, Ronald: La Guerra Fría (Barcelona: Editorial Crítica, 2000), p. 274.
(5) Klare, Michael T.: Guerra por los recursos (Barcelona: Ediciones Urano, 2003), p. 77.
(6) En su parte más angosta la distancia entre costa y costa es de sólo 6 millas. Klare, Michael T. (2003): Op. Cit., p. 100.
(7) Yazdani, Enayatollah y Rizwan Hussain (2006): Op. Cit., p. 272.
(8) En noviembre de 1979, después de que Estados Unidos hubiera permitido que el Sha entrara en el país para recibir asistencia médica, cientos de iraníes asaltaron la Embajada estadounidense en Teherán y tomaron a 40 miembros del personal como rehenes. Komeini se negó a liberarlos hasta que Estados Unidos se disculpara por su apoyo al Sha y satisficiera las demandas iraníes. Finalmente, en enero de 1981, los rehenes fueron liberados, poco después de la asunción presidencial de Ronald Reagan.
(9) Klare, Michael T. (2003): Op. Cit., p. 88.
*Candidato doctoral, Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM, Argentina).
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