CHINA: UNA VULGAR DICTADURA TOTALITARIA

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Resumen

En un libro que data del año 2006 y lleva como título, “China: el Imperio de las mentiras”, el escritor francés Guy Sorman nos alertaba, cierto talento no exento de ligereza, que a lo largo de muchos siglos la mirada de Occidente sobre la China había estado contaminada por los obstáculos de la ignorancia, del “folklorismo”exótico, de la exageración extravagante y por esa suerte de sentimiento ambivalente de repulsión y admiración que, en muchos casos, generan las fuertes diferencias culturales entre dos civilizaciones.

Desde los primeros jesuitas que desembarcaron en China a principios del siglo XVII, pasando por la Ilustración, y hasta los intelectuales occidentales de derecha e izquierda del siglo XX, todos parecen haberse “inventado” varias Chinas que coincidieran de manera confortable con sus rutinas ideológicas. Alain Peyrefitte, hombre de corte conservador, publicará en 1973 un texto “asombrado” que hizo época: “Cuando China despierte, el mundo temblará”. Casi al mismo tiempo, la izquierdista italiana María Antonietta Macciocchi entendía que, al observar la “Gran Revolución Cultural” lo que advertía era que “Luego de 3 años de desorden, la revolución Cultural inaugurará mil años de felicidad”. La lista de sandeces escrita por los intelectuales franceses de izquierda sobre la China es inagotable.

Los cuatro años transcurridos desde la publicación del mencionado libro no han hecho más que confirmar las hipótesis básicas de aquel texto. Hoy ya son pocos los estudios o análisis políticos sobre la China. Ahora concurren a ese país hombres de negocios, directivos de corporaciones multinacionales, académicos especialistas en sofisticadísimas (e ininteligibles) técnicas empresariales, “gurús” que disponen de la piedra filosofal y fórmulas mágicas para producir riqueza y hasta jefes de estado, ministros, etc. Y más allá de que presumiblemente viajan a China en búsqueda de objetivos más tangibles que los que perseguían los intelectuales de los años 70, resulta evidente que casi todos siguen sin advertir (y si lo advierten no lo declaran públicamente) cual es la realidad del régimen político y las condiciones a las que se encuentra sometida la población china.

En la medida de que esas manifestaciones irresponsables sobre la China suelen estar cada vez más presentes en los medios de comunicación, y que el público suele creer que sus presidentes, ministros y grandes empresarios son hombres sensatos, si hoy interrogamos a un ciudadano común de Occidente sobre la situación reinante en China, es altamente probable que nos endilgue un intolerable sermón sobre las “hazañas productivas”, “los éxitos comerciales” o “las maravillas tecnológicas” que acontecen en ese país. Nos dirá muy poco sobre el carácter dictatorial del régimen,  sobre la total ausencia de libertades, sobre los millones de desaparecidos y encarcelados, y sobre las condiciones de trabajo, el nivel de salarios, los costos humanos y ambientales, etc. que están permitiendo el crecimiento económico.

El enorme mérito del Premio Nobel de la Paz que el Comité Nobel del Parlamento Noruego acaba de otorgar al disidente y terco opositor Liu Xiaobo, es poner al desnudo, una vez más, y con una formidable capacidad de llegar a la opinión pública mundial, la descomunal impostura que, desde hace muchos años, ha logrado mantener el Partido Comunista Chino.

Mao Zedong fue un genocida de la misma estirpe que Hilter o Stalin que tuvo la suerte que no tuvieron estos últimos porque nunca se pudo hacer siquiera un cálculo aproximado de los millones de muertos que causaron sus decisiones personales. La cifra de 70 millones de muertos se le endilga “al régimen” y no directamente a él. Podemos, sí, cuantificar aproximadamente las “hazañas” de sus mejores seguidores: Kim Il Sung en Corea del Norte, Pol Pot y los Khmers Rojos en Cambodia o Sendero Luminoso en el Perú. Y  también sabemos que “La Larga Marcha” fue una aventura demencial sólo factible en base a los centenares de miles de muertos impunemente causados. El “Gran Salto Adelante” un proyecto de industrialización totalmente fracasado que diezmó la producción agrícola y desató una hambruna cuyas víctimas oscilan entre 10 y 20 millones de muertos. Y el evento máximo fue “La Gran Revolución Cultural”, un caos desenfrenado acompañado por masacres, conscientemente atizado por Mao Zedong y “la Banda de los Cuatro”, al frente de la que figuraba su esposa Jiang Qing, y cuyo único objetivo era restaurar el erosionado prestigio de Mao ante figuras algo más presentables como Zhou Enlai o Deng Xiaoping. Este terrible proceso, también totalmente deformado por la casi siempre tonta y benévola lectura occidental, fue perfectamente documentado por Li Zhensheng en su “Red Color New Soldiers”(New York, 2003)

Les guste o no a los occidentales contemporáneos, el régimen chino actualmente en el poder es el heredero del genocidio maoísta. Por ello es, legítimamente, el ejecutor responsable de la matanza de Tiananmen y, por eso también, mientras leemos este artículo, la policía china estará hostigando, desde la vereda de enfrente, a Liu Xia, la esposa de Liu Xiaobo, bloqueando su internet, interviniendo su celular, atemorizando a cualquier visitante que se aproxime a su casa, como lo hace desde años atrás cuando éste fuese condenado, de manera totalmente ilegal, a 11 años de prisión.

Bienvenido, entonces, el Premio Nobel de la Paz para Liu Xiaobo. Es muy probable que este homenaje no haga más que empeorar su suerte (como ya han empeorado las condiciones de vida de su esposa) pero, seguramente, será útil para que un número más grande de personas en el mundo adquiera consciencia de los horrores cotidianos cometidos por el régimen chino y que terminen, de una vez por todas, las fantasías occidentales de que la China se encuentra “en transición” hacia algún otro lugar político que no sea la perpetuación de una dictadura infame que dura desde hace más de medio siglo.

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Publicado

2010-10-21

Número

Sección

Editorial