LA MÁQUINA FELISBERTO - Parte I
Resumen
Hace cincuenta años, moría el escritor y pianista uruguayo Felisberto Hernández. Como forma de homenaje, entre el 6 de agosto y el 12 de octubre, en Montevideo, funcionará La Máquina Felisberto, un proyecto que reúne a conferencistas y artistas plásticos.
La idea surgió un par de años atrás. Desde entonces, Alicia Pérez Soares de Lima -curadora- y Walter Diconca -asistente curatorial, presidente de la Fundación Felisberto Hernández y nieto de éste por línea materna- trabajaron en el armado de la exposición que se exhibe en la Fundación Unión, la cual reúne diversos materiales: escritos, fotografías y ediciones especiales de algunas de las obras del gran autor nacional.
La Máquina Felisberto cuenta con otros dos engranajes: el Museo Nacional de Artes Visuales y el Teatro Solís. En el primero, tendrá lugar la muestra de obras artísticas especialmente creadas para este proyecto. En el segundo, se exhibirá la película “Unmistaken Hands Ex voto F.H.”, de los hermanos Timothy y Stephen Quay.
El pasado 6 de agosto, se encendieron los motores y La Máquina Felisberto se puso en marcha con dos conferencias inaugurales: El caballo perdido o la búsqueda de la ternura como germen del pensamiento, a cargo del psicólogo Víctor Guerra, y Mediación estética de Felisberto Hernández, a cargo del doctor en Filosofía Ricardo Loebell. Sobre ambas nos referiremos en próximos números de Letras Internacionales.
Walter Diconca, el nieto del artista, fue el encargado de la apertura del encuentro, denominado Re-encontrando a Felisberto. Lo hizo describiendo un itinerario imaginario por las calles del Centro, del Cordón y de la Ciudad Vieja, deteniéndose en aquellos lugares que, de una forma u otra, tuvieron relación con su abuelo materno.
Así, por ejemplo, una de las primeras escalas del recorrido fue en el último piso del edificio Rex, donde por aquel entonces vivía el matrimonio Cáceres. Él, Alfredo, psiquiatra y director del Hospital Vilardebó; ella, Esther, médica, poetisa y docente. Su hogar funcionaba como cenáculo literario, donde tenían lugar tertulias artísticas en las que participaba Felisberto. Diconca recordó que su abuelo también solía acompañar al doctor Cáceres en sus visitas a los pacientes externos del Hospital Vilardebó. En una de ellas, Felisberto conoció el caso de una mujer que vivía encerrada en una habitación sin luz, historia que inmediatamente lo inspiró para escribir el cuento El balcón.
En la década del cuarenta, el gobierno francés otorgó una beca a Felisberto para estudiar en París. Allí conoció a una mujer que por entonces se hacía llamar María Luisa. La historia, si bien conocida, no deja de sorprender. El pianista y escritor de ficción se enamoró de una sencilla costurera española. Pero nada era lo que parecía. La costurera no era tal. Tampoco se llamaba María Luisa. Su verdadero nombre era África de las Heras y era espía de la KGB, la agencia de inteligencia de la Unión Soviética. Ajeno a todo, Felisberto decidió viajar con ella de regreso a Uruguay y casarse. El apartamento del matrimonio Cáceres, en el último piso del edificio Rex, sirvió de alojamiento para la pareja, tras su llegada al país.
Continuando con el recorrido propuesto por Diconca, unas cuadras más adelante, en la Plaza Cagancha, se emplazaba el café Sorocabana, donde tenían lugar otras de las tertulias a las que asistía Felisberto. Y un poco más allá, en el Cordón, el bar Sportman, donde el escritor se reunía con filósofos. “Por eso él decía que había aprendido filosofía no en la Universidad, sino enfrente a ella”, dice Diconca.
Cerca de allí, por la calle Tristán Narvaja, se encontraba la casa de la poeta y asistente social Paulina Medeiros, quien fuera compañera sentimental del escritor durante varios años, y autora del libro Felisberto y yo. Medeiros, además, estuvo presa y tuvo que exiliarse por oponerse a la dictadura de Gabriel Terra.
Volviendo hacia el Centro, por la calle San José, se alzaba la casa de la poetisa Susana Soca quien publicó la primera traducción al francés del cuento El balcón, en La Licorne, revista que ella dirigía. “Y en la calle Maldonado, encontraríamos la Asociación Uruguaya de Músicos, de la cual mi abuelo paterno fue presidente durante 35 años, lugar que era visitado con asiduidad por su consuegro Felisberto”, recuerda Diconca.
En Río Branco casi la rambla, vivía quien fue la cuarta esposa del escritor, la profesora Reina Reyes. Según Diconca, la pedagoga habría develado otra faceta del “pianista de las palabras”, al señalar que: “a Felisberto se lo conoce como músico y escritor, cuando en realidad era un pensador”.
Luego, el itinerario de Diconca llegó a la calle Bacacay y continuó hasta Bartolomé Mitre. En la primera, funcionaba la sede de Amigos del Arte, lugar donde el poeta Julio Casal le brindó un homenaje a Felisberto. Y en un local ubicado sobre la segunda, África de las Heras -después de haberse divorciado del escritor- había instalado un local de venta de antigüedades.
La calidad de la obra de Felisberto Hernández es reconocida a nivel mundial. Sus escritos han sido traducidos a múltiples idiomas. Sin embargo, en nuestro país no es, ni cerca, de los escritores nacionales más leídos. Más aún, no parece demasiado arriesgado pensar que para muchos uruguayos tal vez Felisberto sea un ilustre desconocido. En un artículo de la publicación electrónica Moog, se muestra un caso que constituye un buen ejemplo de ello. Quien lo escribe, Gastón González Nipoli, relata que cuando le consultó a la operadora telefónica del Codicen acerca de quién podría aportar datos sobre la decisión de incluir o no la obra de Felisberto Hernández en los programas liceales, la mujer le facilitó el teléfono de la inspección de Historia.
Podrían ensayarse varias explicaciones para el desconocimiento de los uruguayos acerca de la figura y de la obra de un escritor que fue admirado por Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez o Julio Cortázar, entre otros. Hay quienes sostienen, por ejemplo, que la reticencia a la publicación de la obra de Felisberto por parte de una de sus hijas, podría haber generado la escasa difusión.
La Máquina Felisberto constituye un esfuerzo por reubicar al escritor en el espacio cultural nacional y por rescatarlo del olvido. En tal sentido, Diconca recordó que el psicólogo Daniel Gil cuenta que un día, su padre –el filósofo Luis Gil Salguero- desde un ómnibus vio a Felisberto caminando por la calle. Creyendo que éste aún estaba en Francia, se bajó del ómnibus, lo abrazó y le dijo: “¿Sabés Felisberto?, te vi y pensé: ‘Pero si Felisberto nunca se fue’”. Y que Felisberto, riendo, le respondió: “Es que yo nunca me fui”.
“Estamos trayendo de vuelta a Felisberto a Montevideo, de donde nunca debería haberse ido”, concluyó Diconca.
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