Pseudociencia y Relaciones Internacionales

Autores/as

  • Marcos Gabriel Rodríguez

Resumen

Supongamos que nos reunimos en Viena de la primera posguerra y admiramos de manera cuasi fanática a Russell y a Wittgenstein por su filosofía, y a Einstein por su ética científica. O mejor aún, supongamos que somos Karl Popper. Luego viajamos por el tiempo y nos encontramos con algunas de las obras que se han escrito sobre Ciencias del Hombre en los últimos veinte años. La consecuencia es evidente: el suicidio.

Como se recordará, según ciertos intelectuales de labor nada despreciable, toda proposición científica (o un conjunto de ellas enmarcadas conceptualmente) debe cumplir, al menos idealmente, una serie de condiciones: la coherencia interna, la capacidad de ser corroborada o refutada otorgando todas las herramientas posibles para ello, la necesidad de ser comprensible y comprendida para/por el resto de la comunidad científica.

Habiendo adoptado esta postura extrema, nos queda por definir lo que entenderíamos por pseudociencia: un conjunto de proposiciones, que incumpliendo alguna o la mayoría de estas condiciones, presumen de aquello de lo cual precisamente carecen: rigor científico.

La pseudociencia nos rodea por doquier. Si mañana nos recomendaran una cita con un psicólogo, lo más probable es que nos toque algún seguidor del psicoanálisis más arcaico. Si estudiáramos Administración de Empresas en alguna Universidad  y nos mandaran a la biblioteca, nos encontraríamos con un montón de libros de Programación Neuro-Lingüística, que más que nada parece el producto mental de un yuppie reconvertido a la New Age luego de haberse esnifado las obras completas de John Broadus Watson.

“¿Puede haber una teoría (científica) de las Relaciones Internacionales?”. Esta pregunta se hace por doquier. Y si bien prosigue la incógnita de si las RRII constituyen una ciencia, no nos quedan dudas que la mayoría de los intelectuales e investigadores dedicados a la materia plantean abordarlas desde una perspectiva metodológicamente científica y aceptable.

(Sería injusto –y esto ha sido discutido desde el nacimiento de la sociología- exigirle a las Ciencias Sociales el mismo rigor que las Ciencias Naturales –al punto que la cientificidad ha tomado un tono peyorativo en nuestros campos de estudio-, pero debemos hacer hincapié en la intención de la mayoría de los investigadores que mencionamos en el párrafo anterior).

Es curioso entonces, que muchos libros de gran repercusión en la materia tengan un discutible tufillo a material pseudocientífico. Ya hablamos en el pasado de la obra “Imperio”, que podrá gustar a muchos, pero cuyos planteos hacen aguas por doquier: un lenguaje absurdamente ininteligible, párrafos que contradicen al anterior, casos elegidos arbitrariamente para confirmar lo que sea que se planteara en determinada página.

Pasando al otro espectro político (¿no debería llamarnos la atención que tengamos que clasificar planteos según su ideología?), hallamos un libro que nos sugiere que si EEUU invadiera Birmania, sería más de esperar una respuesta de Mongolia que de la República Popular China o de la India. Esto a priori no suena muy científico ni tampoco muy razonable, y si bien podría esgrimirse como contrapunto que abusamos de un argumento de reducción al absurdo, nos estaríamos valiendo de la misma lógica que utiliza el autor para, de nuevo, confirmar sus afirmaciones en casos elegidos con una pasmosa arbitrariedad. Una explicación parcial de las RRII en base a lo cultural es algo que nos vendría muy bien como para complementar, pero definitivamente no de esa forma.

El campo de teoría de las Relaciones Internacionales ha sufrido desde siempre “críticas” hacia su tendencia a acercarse lo más posible a una disciplina científica.

Si hace casi un siglo fue un determinado típico de ética (Estado bueno, Estado malo; acción justa, acción injusta) la que comenzó a descargar su arsenal, más recientemente se sufrió, por extensión, el “aporte” del postmodernismo a todas las Ciencias Sociales.

Para colmo, es tarea harto difícil desmarcar la teoría de la praxis, o mejor dicho, la praxis de la teoría, pues aparentemente en muchos casos la elaboración teórica acompasa o procede a/de los hechos consumados.

Teniendo en cuenta estos obstáculos, además de las enfermedades crónicas que aquejan a toda ciencia social (el etnocentrismo, por ejemplo), es que la Teoría de las Relaciones Internacionales debe avanzar, y procurar no hundirse hasta el dominio de la pseudociencia.

 

* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales. 
FACS - ORT- Uruguay.

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Publicado

2009-10-08

Número

Sección

Enfoques