Ayatollah, Don’t Khomeini Closer

Autores/as

  • Lic. Pablo Brum

Resumen

¿Qué hacer con Irán? Las últimas dos semanas catapultaron este tema a las tapas de los medios informativos, y sirvieron para recordar por qué es el más delicado de la agenda mundial.

Irán es un problema por tres razones. La primera por orden cronológico es su gobierno: un régimen cuasi totalitario que desafía todas las definiciones políticas salvo unas pocas. Se trata de un estado teocrático, antisemita, terrorista, que permanentemente viola los derechos de sus ciudadanos y que tiene aspiraciones genocidas. Todos estos son hechos fácilmente verificables y no opiniones; basta con hacer una observación superficial para comprobarlos.

La segunda razón es que un régimen de esas características está desarrollando bombas nucleares. A esta altura solamente un tonto puede pensar que la oximorónica “República Islámica” no está desarrollando bombas de fisión nuclear. El mundo occidental lo sabe gracias a los servicios de inteligencia de Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania e Israel. Rusia lo sabe porque le ha vendido buena parte de la tecnología para procesar uranio. Países como Pakistán y Corea del Norte también lo saben porque le vendieron los planes y hasta le arrendaron científicos para alcanzar la meta. Solamente dos regiones del mundo evitan el tema: África subsahariana, que prácticamente no tiene una agenda de este nivel de sofisticación, y la América al sur del Río Grande. Esta última ya está empezando a causar desagrado y no solamente vergüenza ajena entre las principales democracias.

El último elemento que torna a Irán en un problema mayúsculo es su programa de desarrollo de misiles balísticos, que son el arma más eficiente para desplegar armas de destrucción masiva.

En estas dos semanas se volvieron a confirmar sobradamente estos hechos. El “presidente” de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, negó la Shoah y desplegó su tradicional verborragia antisemita. Los gobiernos de las grandes democracias revelaron la existencia de una central nuclear secreta en Irán, cuyo propósito es enriquecer uranio a escondidas de las inspecciones de Naciones Unidas. Por último, y por si a alguien le quedaban dudas, Irán probó las versiones más recientes de sus misiles balísticos, su Ministro de Defensa amenazó a Israel con la destrucción total y sus legisladores amenazaron con abrogar el Tratado de No Proliferación Nuclear.

Los sistemas que no defienden sus propias reglas están destinados al colapso. La no proliferación de bombas nucleares y la erradicación del antisemitismo político fueron dos de los pilares del mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial, quizá asimilable para algunos a “la Era Naciones Unidas”. Esta época se está acabando rápida y dramáticamente; Irán es el principal ariete que golpea el portón de esa endeble construcción.

La Administración Obama viene teniendo una política infantil hacia Irán, tomada directamente de las parodias que se hacen de ella en círculos republicanos. Se trata de lo que el diplomático republicano John Bolton ha denominado “una obsesión casi religiosa con la negociación”. Los complementos, como la parálisis ante la violencia en torno a la “elección” de mediados de año y los inocuos saludos por el año nuevo persa no hacen más que afinar la nitidez del cuadro.

Sin embargo, sería injusto dirigir a Barack Obama y su equipo la culpa por lo que está ocurriendo. En realidad, la Administración Bush amagó durante casi cinco años con atacar las instalaciones nucleares iraníes, a la vez que le delegaba la diplomacia a las cancillerías europeas. Sin embargo, hacia 2007 se dio una conjunción entre una CIA ultraconservadora y una moderación entre los integrantes del gabinete que llevó al descarte de la opción militar en la otrora belicosa Administración Bush. Consecuentemente, no se le puede pedir en términos militares a Obama lo que ni siquiera George Walker Bush estaba dispuesto a ordenar.

Esto deja sólo dos opciones: el ataque israelí y la tolerancia. El primero es el tema favorito de especulación en todos los círculos de seguridad, inteligencia y defensa del mundo. Ya están calculadas todas las variables, incluso por agencias de inteligencia privadas, sobre cómo podría ejecutarse un ataque de este tipo. Esta área naturalmente es la más difícil de describir desde una posición civil y sin acceso a mayores datos. 

Existen muchas respuestas, en un rico panorama académico y periodístico, a este rompecabezas. Algunos directamente niegan la amenaza, y conciben a Irán como un actor racional que puede ser disuadido igual que la Unión Soviética: a través de la amenaza de destrucción nuclear. Esta teoría tiene varios defectos, entre los cuales se encuentran las numerosas diferencias entre ambos regímenes y la multiplicidad de opciones que tiene Irán para usar su arsenal nuclear. Vale la pena recordar que este país puede utilizar sus misiles balísticos no solamente para disparar cabezas nucleares –que generarían una respuesta automática-, sino también químicas y biológicas en el contexto de una guerra convencional.

De hecho, ahí radica el principal problema que presenta Irán: que tiene numerosos satélites terroristas que no dudarían en usar la bomba. El principal de ellos es la milicia terrorista libanesa Hizb Allah, cuyos tentáculos en el pasado se extendieron hasta Buenos Aires. Irán, siguiendo su tradicional estrategia de explotación de la diplomacia, podría alegar desconocer, no tener vínculos o incluso haber perdido el control de uno de estos agentes “rebeldes”. Más aún, la bomba iraní le permitiría al régimen tener un efecto sepulcral sobre su región geográfica.

El primero de ellos sería la interrupción de la inmigración a Israel, e incluso la emigración. El segundo sería una carrera nuclear entre otros regímenes musulmanes enemistados con el de Irán, principalmente el de Arabia Saudí. En tercer lugar, la impunidad con la que Irán podría entrar en conflictos convencionales, ya que siempre podría amenazar con utilizar la bomba nuclear para intimidar a enemigos menores.

Otra de las objeciones que se hace a este planteo es que Irán busca la bomba como medio y no como fin, y que por lo tanto puede negociarse su rendición. Los analistas Flynt Everett y Hillary Mann reclaman, por ejemplo, una “jugada-Kissinger-en-China” de parte de la Administración Obama, que súbitamente normalice las relaciones con Irán a cambio de transparencia en el programa nuclear. Esto contradice el sentido común más básico, que además de indicar que la posesión de una bomba nuclear es un enorme factor de poder en sí misma, también tiene una base empírica. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética y China lograron salir impunes de múltiples crímenes gracias a la disuasión que emanaba de su arsenal nuclear. Más recientemente, Corea del Norte ha servido como ejemplo clásico de un estado que se “inmuniza” a través de la amenaza nuclear a sus vecinos, incluso al punto de la extorsión de alimentos, dinero y reconocimiento internacionales.

Retornando entonces a la pregunta del inicio, ¿qué hacer ante esta situación? Quizá lo mejor sea analizarlo región por región.

Los ya mencionados países de África subsahariana y de América “Latina” no sólo no ven con malos ojos el avance iraní, sino que en muchos casos les complace. Así como protegen y favorecen a Irán en foros como el Consejo de Derechos Humanos y la Organización Internacional de Energía Atómica, también se pronunciarán en contra del “imperialismo” y el “intervencionismo” de los países ricos.

China y sus satélites mantienen una política de reducción de cualquier rispidez a interminables charlas diplomáticas. Su veto en el Consejo de Seguridad ha sido una constante, y el consenso es que la bomba iraní no podría serle más indiferente. Rusia y sus propios satélites han sido funcionales a Irán en varios aspectos. El régimen de Moscú le ha vendido la tecnología nuclear y las armas convencionales que Teherán necesita para defenderse, incluso al punto de ser descubierto in fraganti en meses pasados traficando misiles antiaéreos en un barco finlandés.

Esto deja solamente a Europa, la anglosphere y los países de Medio Oriente. En el caso de la primera, la supuesta firmeza de Gordon Brown y Nicolas Sarkozy llega demasiado tarde. Tras la histeria por Iraq e incluso las dudas sobre Afganistán, las democracias europeas confirmaron que el pacifismo es su política exterior más consensuada, y no moverán un dedo para detener a Irán. De hecho, países como Alemania añoran con recuperar sus vínculos comerciales con Persia.

La anglósfera, esa difusa alianza entre Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, se remite tradicionalmente a lo que diga el primero. Su apuesta será a sanciones económicas e incluso un posible bloqueo o programa de intercepciones navales. La opción militar está, por el momento, descartada. Numerosos comentaristas ofrecen algunas alternativas. Anne Applebaum sugiere fusionar las causas de seguridad y derechos humanos para sabotear la legitimidad del régimen. Paul Wolfowitz pide lo mismo pero en conjunción con fuertes sanciones económicas, de modo de causar un colapso interno. Eliot Cohen propone, en adición a todo eso, una campaña de subversión más agresiva que produzca resultados rápidos. De entre todas estas propuestas, es de esperar que la reputada inteligencia de Barack Obama supere a su pacifismo y sepa elegir una combinación ingeniosa.

El último grupo de países se encuentra, por primera vez en la historia, con Israel y algunos de sus enemigos tradicionales en el mismo bando. Los estados cliente de Estados Unidos -como Jordania, Arabia Saudí y los del Golfo Pérsico- son quienes pueden sorprender más con sus presiones hacia ese país para que elimine la amenaza iraní. Incluso han llegado al punto de cooperar con Israel, quien puede ser finalmente el conducto de supresión de los ayatollahs.

Por eso, aunque muchos países murmuran el título de la canción que encabeza este artículo, son pocos los que están dispuestos a actuar para hacer algo. Excluyendo la opción militar, la única manera de ahogar al régimen iraní parecería ser un esfuerzo político sostenido tan severo que produzca disturbios masivos en el país. Mientras tanto, los indecisos no se dan cuenta que como consecuencia de su inacción no se verá afectada solamente la región que rodea a Irán, sino el sistema internacional en el que tanto descansan.

 
Lic. en Estudios Internacionales. 
Universidad ORT - Uruguay

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Publicado

2009-10-01

Número

Sección

Enfoques