Argentina en el espejo de la región

Autores/as

  • Prof. Francisco Faig

Resumen

Analizar a la Argentina desde este lado del Río de la Plata es un ejercicio difícil que arrastra muchas veces urgencias coyunturales. Sin embargo, la importancia del resultado electoral del 28 de junio argentino y la negativa evolución de las últimas encuestas de apoyo ciudadano al gobierno de Cristina Fernández, sumadas a la siempre vigente amenaza de movilizaciones gremiales del campo, que tan presentes están en nuestro cotidiano informativo, hacen necesario echar una mirada crítica sobre lo que ocurre allende el Plata.

En efecto, a lo largo de la historia, Argentina ha sido una referencia clave en la región. Para nosotros ha oficiado además como un espejo en el cual reflejar nuestra cultura, nuestro desarrollo institucional, nuestro crecimiento económico: todo lo que hace a la conformación de nuestro colectivo social y político, para bien y para mal. 

¿El fin de un modelo?

Luego de la fenomenal crisis de 2001- 2002, Argentina salió del caos de la desintegración política, económica y social, de la mano del peronismo. Un peronismo que apostó al “país productivo” en la presidencia de Eduardo Duhalde, y que luego operó de forma tal de garantizar el triunfo electoral en la persona del sucesor designado, el gobernador de la distante provincia de Santa Cruz, Néstor Kirchner.

Lejos de ser “un chirolita de un chásman”, como sus adversarios quisieron mostrarlo en la campaña electoral de 2003, Kirchner afianzó grandemente su poder político con personalidad propia. Y eso a pesar de recibir en esas elecciones un apoyo ciudadano apenas algo superior al 20% del total de votantes y quedar detrás del candidato Carlos Menem. 

A pesar de un inicio que privilegió una retórica novedosa, más popular, democrática y sensible a temas sociales que lo que podía esperarse de un ex- gobernador pro- menemista en los noventa, el gobierno de Kirchner derivó más temprano que tarde en una práctica del poder en la que la primera y mayor preocupación fue la de generar condiciones, justamente, para permanecer en el poder. 

Lo hizo sobre la base de una vieja receta peronista que él rebautizó en torno a “la caja y las expectativas”: la cooptación de dirigentes, el apoyo de los corporativismos a cambio de prebendas a sus dirigentes y, en definitiva, el entendimiento de “la caja” del Estado como si fuera un botín a repartirse entre los fieles. 

Así, en un período extraordinario de crecimiento económico, el presidente supo asegurarse lealtades sobre la base del reparto de la riqueza, desde la conocida perspectiva en la que el peso de los gobernadores de las principales provincias y la lógica partidaria- clientelista sustentaron todo el sistema. 

La demanda social de los años 2001-2002 de una mayor transparencia y calidad democrática quedó sepultada bajo mentiras y fraudes institucionales. Entre ellos, el más grotesco quizá, por su longevidad y gravedad, es la manipulación de las cifras de la economía nacional a través del Indec y toda la inseguridad en materia micro y macro económica que ello conlleva.

La elección presidencial de Cristina Fernández, como en 1995 la de Menem, vino a legitimar con el sufragio popular todo un sistema que nunca procuró que la Argentina institucional ganara en autonomía republicana. Tempranamente, el episodio de las “retenciones del campo” de este año mostró, una vez más, la incapacidad histórica argentina de generar espacios de articulación política allí en donde la representación ciudadana debe ejercerse con plenitud, es decir, en el parlamento. 

Lejos de apoyar esa lógica articuladora, y siguiendo una línea estructural de la comprensión de la política esencialmente peronista y antiliberal, los conflictos se plantean y resuelven desde la lógica corporativa. Así se operó en la crisis del agro – hasta la próxima e inevitable movilización-; y así se enfrentan y resuelven, endeble y provisoriamente, los conflictos vinculados al mundo laboral (con el poderoso aparato sindical adherido a la causa peronista y cooptado por las prebendas del poder político). 

Sin embargo, el resultado del 28 de junio pasado vino a mostrar un rostro distinto al histórico conocido argentino. En una elección legislativa que se quiso de valor político plebiscitario, Kirchner perdió en Buenos Aires que, se sabe, es la provincia en la que la línea del presidente nunca puede perder. Y más sorprendente aun para la lógica de la escuálida calidad democrática argentina, Kirchner aceptó ese resultado adverso. 

¿Un camino de normalización posible?

La derrota del matrimonio presidencial abrió pues un espacio político distinto. 

No es que se pueda vislumbrar rápidamente un mayor apego a las formas republicanas de gobierno que privilegien, antes que nada, la lógica de la representación política parlamentaria y partidaria. Tampoco es que los viejos reflejos corporativistas, alentados durante décadas desde el poder peronista, vayan a desaparecer de la noche a la mañana.

Sin embargo, el ordenamiento político argentino ganó en una real calidad democrática al aceptarse, pacíficamente, el resultado electoral adverso al gobierno. Y sobre todo, al generarse desde la escena política nacional una estructura bipolar que puede, rudimentariamente, ayudar a regenerar un tejido partidario que dé estabilidad a todo el sistema. Un tejido partidario que debiera ir en un sentido de darle mayor autonomía política a las decisiones del gobierno (aunque estemos todavía hoy, insisto, lejos aun de la maduración de este incipiente movimiento). Y que, más sencillamente, fuera capaz de devolver una real capacidad de opción electoral a los argentinos. 

Una dualidad forjada en torno a una suerte de opciones de pan- peronismo y pan- radicalismo. En el primero se ubican los principales referentes del Partido Justicialista y figuras afines al amplio espectro peronista, como Macri, De Narváez, Reutemann, etc. En el segundo, el vicepresidente Cobos, Carrió, figuras ascendentes provinciales como el socialista Binner, y por supuesto, el propio Partido Radical.

El ordenamiento de espacios tan fragmentados a la vez que con matices tan diversos, solo puede hacerse desde la perspectiva de la realización de internas “pan- partidarias”, cuyos resultados debieran, además, ser respetados por quienes las pierdan. Si bien es un proceso extremadamente difícil de llevar adelante, está en ciernes una reestructuración del sistema de partidos argentino que es, sin duda, imperioso conseguir con el objetivo de fortalecer las bases republicanas, liberales y democráticas en nuestro vecino país.

La Argentina internacional

Finalmente, todos estos años de gobierno kirchnerista han dejado a una Argentina postrada en la escena internacional. 

En primer lugar porque, ya de forma definitiva, Brasil ha dejado de ser una potencia semejante en poder económico, en desarrollo institucional o en peso regional y militar. El seguidismo hacia la política exterior brasilera de todos estos años ha sido la trágica traducción de la decadencia peronista del siglo XXI. Estamos lejos de aquel sueño de la unión comercial del ABC (Argentina, Brasil y Chile) del primer Perón en donde Buenos Aires debía ocupar el centro. Brasil, hábil en el entendimiento de este nuevo escenario occidental, se ha posicionado, como en 1943, como el interlocutor privilegiado de Estados Unidos en la región. Y aspira hoy con total legitimidad a integrar los lugares que, por su peso demográfico y económico, formarán parte de la gobernanza mundial de las próximas décadas. 

En segundo lugar, porque la extendida decadencia republicana y liberal argentina se da de bruces contra el nuevo orden multipolar y democrático al que aspiran las principales potencias occidentales. Ni el Reino Unido, ni Estados Unidos, ni Francia, ni España, por citar cuatro países que han tenido históricamente relaciones privilegiadas con Buenos Aires, están dispuestos a admitir, en pie de igualdad, a interlocutores cuyas convicciones democráticas y liberales flaqueen. Todas las señales de alineamiento del peronismo de los ex -simpatizantes montoneros del “equipo K”, en torno a la simplista visión del mundo chavista y a la limosna de sus petrodólares, perjudican al designio de Argentina – potencia regional.

En vez de complicar el desarrollo industrial uruguayo – el conflicto con Botnia no es más que eso – o perjudicar las bases del crecimiento chileno – las inseguridades en la provisión del gas argentino no son más que eso -, Buenos Aires haría bien en reanudar con una política de equilibrio regional tan necesaria como urgente. Una reformulación que precisa de bases democráticas y liberales, que respete el derecho internacional y que brinde certezas a Estados Unidos de poder contar en Argentina con un aliado de la calidad de Brasil en la región.

La normalización internacional de la Argentina precisa de, al menos, dos prerrequisitos urgentes. El sinceramiento de las cifras de las cuentas nacionales en donde la responsabilidad es solo de Buenos Aires. El ordenamiento de la históricamente indecorosa deuda externa del país, en la que la responsabilidad es compartida con los agentes financieros de los países centrales.

Hay una chance excepcional que no se puede perder: la integración de Buenos Aires en el G-20 es, sin duda, una oportunidad de darle cierto protagonismo a la convaleciente Argentina internacional. Es también un escenario que permite avanzar en la profundización de la calidad democrática del país. Y es, desde esas dos condiciones, la posibilidad de regenerar rápidamente y en un sentido de certeza democrática regional el papel de la Argentina como potencia regional de equilibrio frente al poderoso Brasil.

Desde este lado del Plata, precisamos de vecinos prósperos y de calidad democrática. El escenario interno abierto por el 28 de junio, con su expectativa de recomposición partidaria, y el exterior generado desde la nueva gobernanza internacional del G- 20, con su apertura hacia Buenos Aires, abren horizontes de esperanza para la Argentina y para la región. 

Es claro que, por ahora, son solo horizontes los que se abren. El camino democrático y garantista a recorrer por la Argentina es todavía en este sentido, largo y escarpado.

*Profesor de Sistema Internacional Contemporáneo
Depto de Estudios Internacionales
FACS- ORT Uruguay

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Publicado

2009-09-24

Número

Sección

Política internacional