BRICS: ¿hacia un nuevo paradigma global?

Autores/as

  • Marcos Rodríguez Schiavone

Resumen

La creciente complejidad a nivel de relaciones internacionales de carácter político, jurídico o económico, ha provocado una creciente generación de organizaciones, organismos, foros, grupos y cumbres, con tal de encauzar dichos lazos de una manera ordenada. En este sentido, a mediados de julio y en la ciudad brasileña de Fortaleza, hemos podido presenciar otra reunión del novedoso grupo BRICS, que englobaría a las denominadas potencias emergentes.
El BRICS o los BRICS (confusión que surge de ser un acrónimo entre los países que comprende y el término “ladrillo” en inglés) [1] fue un concepto acuñado por algunos economistas con tal éxito que terminó convirtiéndose en realidad a través de cumbres anuales de sus representantes. El BRICS comprende actualmente a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica; aunque no se descarta que vayan sumando más participantes con el correr del tiempo. Para Jim O’Neill, analista y responsable original del término, el BRICS constituiría un desafío al statu quo geopolítico y económico a un horizonte de 50 años, que surgiría por fuera de los que fueran los principales epicentros de desarrollo global (Norteamérica, Europa y Japón; reunidos en su propio grupo, el G7.).


La idea algún sentido tiene. Se trata de un conjunto de países ya de por sí poderosos (podríamos llamarlos naciones-continente) pero que además cuentan con un magnífico potencial si consideramos un desarrollo productivo de los mismos, sumado a la inmensidad poblacional y territorial de sus mercados. Esto trasciende las consecuencias económicas y se hace un tanto explícito el deseo de aumentar la participación decisoria de dichas naciones en el marco de la política global. El hecho de haber incluido a Sudáfrica (un país bastante menor a los otros, pero que “representa” al continente africano) en el grupo es una clara manifestación de esto.


Podría, sin embargo, calificarse de ingenua la premisa de que los integrantes son “iguales”. Podrán serlo de jure en las sucesivas reuniones del grupo (que han tomado una frecuencia anual a partir del 2009), pero en los hechos las asimetrías son superlativas. Si bien dicha entidad comprende una cifra mayor al 40% de la población mundial, dicho indicador se deriva de la presencia de China e India en el bloque, que prácticamente multiplican por diez a Rusia o Brasil, ni que hablar Sudáfrica.


También podemos hablar de asimetrías significativas en términos de tamaño de las economías (PBI nominal en dólares según FMI: China 8.250.241, Brasil 2.425.052, Rusia 1.953.555 e India 1.946.765) y en renta per cápita, como queda evidenciado con la paupérrima performance de Nueva Delhi.


En cuanto a política, debemos recordar las notorias diferencias entre los distintos regímenes en cuanto a su política interna. Esto no ha impedido, como hemos señalado, que el grupo haya reclamado explícitamente una mayor participación para Brasilia y Nueva Delhi en el entorno global, algo que probablemente implique el ansia de las mismas en cuanto a una participación permanente y relevante en el Consejo General de las Naciones Unidas.


Ahora bien, en lo concreto, ¿qué aspirar de este nuevo marco de diálogo entre las potencias emergentes? ¿Qué se ha hecho? ¿Qué se hará? Además del potente mensaje de unir a los cinco países de manera anual y de esta manera implicar simbólicamente una transición de poder del centro a la periferia, los BRICS han determinado en la Cumbre de Fortaleza la materialización de dos ideas concretas que han venido manejando desde un principio.


En primer lugar, la creación del “Nuevo Banco de Desarrollo”, entidad destinada principalmente a la financiación de infraestructura de países miembros y terceros, y a su vez una alternativa a las actuales organizaciones y modalidades internacionales de crédito.


En segundo lugar, y como complemento, la creación de un Acuerdo de Reservas Contingentes que sirva de blindaje ante potenciales descalabros financieros globales, trascendiendo a través del mismo de las ataduras y exigencias del Fondo Monetario Internacional (lo que no evitó que su titular, Christine Lagarde, dijera estar “encantada”).


Estos logros no hacen olvidar el problema de las asimetrías, esencialmente respecto al coloso chino. Fue de esta forma que los otros cuatro socios han reclamado a Beijing en reiteradas oportunidades la generación de relaciones comerciales bilaterales más “justas” (es decir, que los chinos compren más y con mayor valor agregado), antes que la competencia china termine por deglutir los procesos industrializadores de sus compañeros y la diversificación de sus economías (temor compartido por el mundo en general). Y es que los Estados del BRICS no están precisamente en un buen momento económico, siendo bastante apreciable la desaceleración en el crecimiento de sus respectivas economías en estos últimos años.


Otro choque más notorio y reciente se basó en la creación del mencionado Nuevo Banco de Desarrollo, fundamentalmente en la capitalización del mismo. Mientras China deseaba una participación proporcional al tamaño de cada economía, el resto de los países lucharon (y lograron) que la misma fuese completamente equitativa. De este modo se planea una participación inicial de 10 mil millones de dólares por miembro que eventualmente, en un futuro, llegaría a los 20 mil. Como consuelo parcial para los chinos, se decidió que la sede del banco fuera Shanghai.


Cabe aclarar que los 100 mil millones no sería una cifra espectacular si se compara con los bancos de desarrollo regionales ya existentes, sin siquiera superar el capital manejado por Banco Interamericano de Desarrollo.
En el Acuerdo de Reservas sí puede encontrarse una mayor participación china, más precisamente 41.000 millones de dólares de los 100.000 que se manejan para la misma.


Finalmente, y regresando al plano político, otra potencial dificultad del BRICS es que el mismo sea utilizado en hechos concretos extra económicos por fuera del ya mencionado principio de plasmar en las instituciones internacionales el ascenso de las potencias emergentes. Fue el caso de Moscú en la última cumbre, que, a través de su canciller Sergei Lavrov, aprovechó el encuentro para condenar las medidas contra su país por la crisis ucraniana.


Concluyendo, el BRICS no se trata de la panacea ni tampoco es, por el momento, una amenaza real al orden establecido. El temor a que el grupo termine funcionando como una suerte de trampolín chino hacia un papel hegemónico es comprensible y real; y quedará por verse qué tan efectivas y eficientes son las políticas comunes adoptadas. Por el momento siguen siendo mucho más importantes las inquietudes particulares de cada miembro que una eventual política exterior común entre dichos países.

 

[1] En un principio se excluía a Sudáfrica del grupo, cosa que cambiaría en el 2010.

Marcos Rodríguez Schiavone es estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales
FACS-ORT-Uruguay

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Publicado

2014-07-31

Número

Sección

Política internacional