Corea del Norte: ¿Apocalipsis o más de lo mismo?

Autores/as

  • Lic. Guzmán Castro

Resumen

Esta semana Corea del Norte volvió a la tapa de todos los medios de comunicación. En primer lugar, por la confirmación de una nueva prueba nuclear. En segundo lugar, porque esta acción fue seguida por el lanzamiento de dos misiles.

Déjense por un momento los detalles periodísticos del asunto, para verlo desde una postura más estratégica. ¿Es justificada una reacción mundial rayando lo paranoico –una suerte de temor H1N1?

La respuesta, como era de esperar, no está falta de ambigüedad. Por un lado, la enérgica respuesta de la comunidad mundial es un factor positivo. Sin embargo, la relevancia del mundo parándose “firme” ante los desafíos norcoreanos tiene a la retórica como eje central. Se le ha demostrado a Corea del Norte que el sistema internacional no aprueba su conducta y las potencias han reafirmado su compromiso con la estabilidad en la región. Por otra parte, y quizás más importante, Rusia y especialmente China -cuyo compromiso es una condición sine qua non para un mínimo avance- se han visto presionadas a dar opiniones más firmes en el asunto. Todo lo anterior está muy bien. La retórica es un pilar importante de las relaciones internacionales, siendo el Derecho Internacional la mejor prueba; ergo, la condena de Corea del Norte no sólo es positiva, sino que es necesaria.

Ahora bien, en términos de seguridad internacional, la visión apocalíptica repetida hasta el hartazgo en el correr de la semana no convence. Nadie se sorprendió en saber que Corea del Norte tiene armas nucleares, la prueba nuclear en el año 2006 había quitado toda duda. La única diferencia es que en esta ocasión la bomba fue algo más poderosa y vino acompañada del testeo de tecnología misilística. El incremento en la capacidad explosiva y la mejora en los misiles era solo un tema de tiempo, por lo que tampoco debe asombrar.

En cuanto a la prueba, no dice mucho per se. Estados Unidos ha testeado 1030 bombas nucleares desde el proyecto Manhattan y nadie –a no ser por Corea del Norte y quizás Irán- teme un ataque nuclear estadounidense. Por supuesto que la conducta norcoreana viene adornada de una retórica agresiva, pero esto tampoco nos dice mucho. El poder nuclear es uno de los campos de la política internacional donde las consideraciones de poder relativo siguen siendo, por lejos, las más relevantes. Es decir, la posesión de armas nucleares por parte de Corea del Norte no puede tener otro fin que asegurar que el régimen comunista pueda dedicarse a seguir oprimiendo a sus ciudadanos y destruyendo un país entero, pero eso sí, con la seguridad de la imposibilidad de injerencia extranjera.

Robert Jervis escribió su “Perception and Misperception in International Politics” en la década del setenta, vendría bien una relectura de sus ideas hoy. La psicología política ha demostrado que los tomadores de decisiones tienen enorme dificultad para comprender la realidad tal como es, sin deformarla en base a sus miedos, preferencias, incertidumbres, etc. La atribución al “otro” de intenciones agresivas exclusivas a su condición –y que nunca se atribuiría a uno mismo- es uno de los errores de percepción más comunes. Siguiendo esta línea, Corea del Norte sería un estado específicamente agresivo y la adquisición de poderío nuclear sólo puede venir de su deseo innato de agresión. De aquí el carácter desesperanzador en el tratamiento del tema en los medios.

La realidad es que el régimen de Kim, despótico y condenable, no ha cometido un acto irracional –en el sentido de conductas acordes con objetivos- ni descabellado en sus pruebas nucleares. Es Corea del Norte quien está a la defensiva y en busca de seguridad. Kim y la mayoría de los dictadores son sobrevivientes –tristemente, siempre a costa del bienestar de sus propios conciudadanos. Saben cómo manejarse en el difícil mundo de la política internacional. El régimen de Pyongyang, empapado de los conceptos de la Guerra Fría, conoce bien la noción de disuasión nuclear y comprende que un ataque a cualquier país de la región sería un acto suicida.

Lo mejor que puede hacer Estados Unidos es reafirmar el compromiso de seguridad con Japón y Corea del Sur, sin dejar lugar a dudas que en caso de un ataque nuclear a cualquiera de esos dos aliados la retaliación sería total y devastadora. A su vez, se debería presionar a China para que tome, de una vez por todas, las riendas del proceso de negociación. En última instancia no hay mucho más que pueda hacerse –además de las ya ineficientes medidas del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Kim es parte del selecto grupo de estados nucleares, ya logró su objetivo: seguridad –y si se quiere, capacidad de chantajeo.

Este es el escenario actual, ni desesperante ni óptimo. Los países de la región están seguros mientras Estados Unidos se mantenga involucrado. Como desde hace más de medio siglo, la peor parte la siguen llevando los ciudadanos norcoreanos. 

*Candidato a la Maestría en Estudios Internacionales, 
Universidad Torcuato di Tella
Buenos Aires, Argentina

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Publicado

2009-05-28

Número

Sección

Enfoques