Berlusconi triunfante

Autores/as

  • Marcos Gabriel Rodríguez

Resumen

El día 18 del febrero pasado recibíamos con congoja la noticia de la renuncia de Walter Veltroni al liderazgo de la izquierda italiana, representada en el flamante Partido Demócrata. Veltroni, que según sus asesores de imagen había evolucionado de ser “el Zapatero italiano” al “Obama italiano” –aunque las similitudes no eran demasiado notorias-, no pudo con otra derrota frente al primer ministro Silvio Berlusconi. En este caso, las elecciones en Cerdeña, por lo general irrelevantes, pero este año inexplicablemente “nacionalizadas”. “¿Volverá a perder el candidato de Veltroni?” se preguntaba la prensa. Apenas comenzado el recuento de votos ya teníamos una respuesta decisivamente afirmativa.

Sumado al rosario de bochornos electorales, Veltroni sufrió también la división en su partido por causa de un debate en torno a la eutanasia. El secularismo no es una virtud muy afianzada en la sociedad italiana, ni siquiera en su izquierda, y muchos católicos del Partido Demócrata se pronunciaron contra la línea oficial del partido, que respaldaba el apoyo al deseo de muerte asistida.

Il Cavaliere, a quien se le puede acusar de todo (sobre todo judicialmente) menos de tener pelos en la lengua, comentó sin más vueltas que no le molestaba la nueva implosión de la oposición: “A estas alturas, ya es una costumbre. Me he enfrentado a siete líderes distintos y todos se han ido a casa”.

Y es que a pesar de los sucesivos dramas de la política italiana, los números de la popularidad de Berlusconi siguen siendo altos: entre un 55% y un 65% según las encuestas de lo que llevamos de 2009. Se trata entonces de uno de los jefes de gobierno más populares del mundo occidental. Y por lejos.

Existen dos enfoques en cuanto al éxito de Berlusconi, quien sin duda se trata de la figura política italiana más gravitante de los últimos quince años (siendo Primer Ministro en la mitad de ellos, todo un récord para la nación mediterránea).

El primer enfoque, predominante en la prensa europea (incluida la liberal y parte de la conservadora) nos muestra a un hombre vulgar y sin escrúpulos, un empresario que ve al gobierno de Roma como una extensión de su condición de magnate. Alguien que se ha valido de su fortuna, de la presidencia del Milán (el equipo de fútbol, no la ciudad) y, sobre todo, de su dominio financiero de la radiodifusión italiana para ser Primer Ministro. Y con esto, no sólo calmar sus ansias de poder, sino también auto indultarse directa o indirectamente (leyes mediante) en las causas judiciales en su contra.

Dicho enfoque es perfectamente válido y en el análisis de los hechos otorga vigor a la hipótesis. Más esto sería subestimar a buena parte de la sociedad italiana, que ha sufragado a favor de Il Cavaliere en repetidas ocasiones.

Y de esto último podemos inferir la segunda hipótesis, que no es otra que la de  Berlusconi como líder de un indiscutible carisma, cuyas acciones posiblemente delictivas de un pasado pierden importancia a cambio de ser un gobernante eficaz y eficiente, alguien que toma decisiones controvertidas pero populares, vox populi vox dei. ¿Qué le ha dado Berlusconi a los italianos?

La respuesta es: estabilidad política. Recordemos el sistema político italiano de antaño, donde los gobiernos caían cada dos semanas, frente a tres factores: la judicialización de la política, la atomización partidaria, la radicalización del voto hacia ambos extremos del espectro político.

La “judicialización de la política” fue un término de moda en la politología hasta los 90s. Se trata de un fenómeno por el cual la solución de las controversias se traslada al ámbito del poder judicial, por más que original y constitucionalmente buen parte de ellas debían ser resueltas por el ejecutivo y/o el legislativo. Italia era el ejemplo favorito de esto, donde la intervención de los jueces derribaba sistemáticamente a los gobiernos de turno, en base a acusaciones de corrupción, exceso de funciones –algo paradójico-, etc.

Bien, Berlusconi termina con esto de forma tajante, y, en forma paralela se cubre  las espaldas en cuanto a toda causa judicial pendiente que tuviera. Puede entonces que, buscando el interés particular, el beneficio adquirido se generalizara para el conjunto de la política y sociedad italianas. Rousseau estaría encantado. A qué criterio obedeció primordialmente es simplemente una cuestión de opiniones que dejan de cobrar importancia ante el éxito objetivo.

En cuanto a la atomización partidaria y la radicalización del espectro, Berlusconi hace dos cosas.

En primer lugar, y ya desde su primer mandato (1994), invita a su coalición a dos partidos extremistas. Primero a los post-fascistas de Alleanza Nazionale. Segundo a la Lega Nord, histriónico partido que pretendía la independencia de la Padania, el norte próspero italiano (nacionalismo en base al cálculo económico). Hoy en día ambas fuerzas políticas se han moderado: el líder de la Alianza quitó el busto de Il Duce de su despacho y se autodefine como un conservador democristiano. La Lega ya no busca independencia alguna, y se conforma con una política fiscal más “federalista” y alguna que otra medida populista. La moderación de ambos partidos es obra directa de Berlusconi, quien ha logrado lo que la Alemania de Weimar no pudo en su momento: destruir  los ideales extremistas a cambio de participación en el gobierno.

En segundo lugar, la progresiva unificación de decenas de partidos de derecha o centro-derecha bajo su liderazgo. Primero fue a través de una alianza: “La casa delle libertà”; hoy bajo un partido único: “Il Popolo della Libertà”, que incluye a la ya mencionada Alianza Nacional.

Semejante centralización del espectro conservador tuvo su efecto espejo en la izquierda, quien se viera obligada a progresar de forma igual hacia un partido único, el ya mencionado Partido Demócrata.

Concluyendo, podemos sentenciar de forma objetiva que la presencia de Il Cavaliere ha sido fundamental para recuperar el buen funcionamiento de la democracia italiana. En cuanto a sus otras medidas, se puede discrepar o no, más lo último es razón suficiente para comprender el apego de los italianos a su primer ministro, y el porqué la historia probablemente lo deje muy bien parado.

 

* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales. 
FACS - ORT- Uruguay.

 

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Publicado

2009-04-02

Número

Sección

Política internacional