La Unión Mediterránea: Viejo proceso, ¿nueva decepción?

Autores/as

  • Fabian Wajner

Resumen

Un mar separa geográficamente a Europa del norte africano y el Medio Oriente. No es otro que el “Mare Nostrum”, como ha sido llamado en la Antigüedad el Mar Mediterráneo, cuna de grandes civilizaciones de la Humanidad.

Si bien apenas doce kilómetros los separan en su parte más cercana - el Estrecho de Gibraltar - ambas riberas presentan enormes diferencias desde un punto de vista socio-económico; se trata de la mayor diferencia en calidad de vida entre dos regiones contiguas, la frontera más desigual del mundo.

No fueron pocas las veces que se buscó atacar esta desigualdad, al tiempo que un nuevo intento dio a luz contados meses atrás: la Unión Mediterránea (UM).

Apenas comenzada su campaña electoral para postularse a la presidencia francesa, Nicolás Sarkozy se dejó convencer por su consejero Henry Guaino de la importancia de generar un nuevo plan de integración para los países de la costa mediterránea. Entre otras razones, era una manera de generar una alternativa a la discutida membresía de Turquía en la Unión Europea (UE), a la cual Sarkozy se declaró contrario.

El 2 de febrero de 2007, en un discurso en Toulon, Sarkozy hace mención a una eventual UM que agruparía en torno a un acuerdo político, comercial y cultural a los países ribereños.

Una vez en la presidencia, cuando su propuesta del Tratado de Lisboa se presentaba avanzada, retorna sobre la idea en un relanzamiento muy entusiasta que realiza a fines de octubre de 2007 en Tánger. Allí convoca a los líderes mediterráneos a participar “en un pie de igualdad” de una conferencia en París, donde se signará la creación de una Unión que, a través de una política de “petits pas” (pequeños pasos), avanzará en temas referentes al desarrollo sostenido, energía, transportes, etc.

Menos de quince días después, Francia presenta el proyecto en mayor detalle. Entre otras cosas, se indica que la estructura estaría signada por una co-presidencia rotativa de un país del Norte y uno del Sur. Cuenta en Europa con el apoyo de dos socios centrales, España e Italia, representados por sus respectivos jefes de gobierno, José Luis Zapatero y Romano Prodi (los otros países europeos que participarían eran Portugal, Grecia y Chipre).

No obstante, Alemania, Polonia y los países nórdicos plantean en diciembre su escepticismo sobre las intenciones francesas. La propia canciller alemana Angela Merkel, acusa de que dicho acuerdo conduce a crear una nueva “frontera que pasará entre Alemania y Francia” y que dividirá “los países volcados al este de aquellos volcados al sur”, alertando sobre un eventual “riesgos de desintegración de la Unión Europea”.

Esta difícil crisis recién será sorteada el 3 de marzo de 2008 a partir de un acuerdo franco-alemán, que será adoptado pocos días después por los líderes europeos en Bruselas. Por el mismo, la Unión Europea se compromete a avanzar en el proyecto, aunque bajo una forma “considérablement édulcorée” (considerablemente edulcorada), como lo apodaron los medios franceses. Bajo la apelación a una novel Unión Mediterránea, el Consejo Europeo llama a un relanzamiento del fallido Proceso de Barcelona comenzado en 1995 para la cumbre parisina del 13 de julio.

 

¿Qué es este proceso de Barcelona? También llamado Euromed, fue un intento europeo por incrementar el comercio y la cooperación con los países al sur del Mediterráneo. Preveía una zona de libre comercio para 2010 que no se llegó a concretar por varias razones: proteccionismo europeo en materia agrícola, medios financieros limitados y pocos avances en cooperación, además de las tensiones existentes entre Algeria-Marruecos y con los países árabes dada la presencia israelí.

Más allá de razones, el proyecto de índole comercial no tuvo en lo concreto los resultados esperados. De allí que en esta nueva etapa las prioridades habrían de estar en el ámbito de proyectos específicos: la lucha contra el cambio climático, la descontaminación del Mar Mediterráneo, la infraestructura energética y de transporte, la tecnología aplicada al sector agroalimentario, la investigación y el intercambio académico entre otros.

La nueva Unión se preveía que habría de englobar a 39 Estados: los 27 integrantes de la Unión Europea, más 12 ribereños al sur y este del Mediterráneo. Otros Estados como Jordania y Mauritania también participarían.

Lo cierto es que el suspenso presentado por Algeria a inicios de junio, sumado a la reticencia posterior de la Libia de Mouammar Kadhafi (que consideró en la minicumbre de Trípoli a la Unión un “proyecto pasajero destinado al fracaso” y una “afrenta a la unidad africana y árabe”) complicaron el panorama. Tampoco Siria y el Líbano se han mostrados partidarios de la idea, a la vez que Turquía pretende la certeza de que este proceso no remplazará sus intenciones de integrar la UE.

Diferentes voces en Occidente consideraron al nuevo proyecto “más de lo mismo”. A fin de cuentas, no debemos olvidar que Francia es un país que dio fama a la mentada táctica del “gatopardismo”: aparentar cambiar algo para que, finalmente, no cambie nada. A ellos Sarkozy se preocupó por responder: “En el espíritu de Francia, la Unión Mediterránea no se confundirá con el proceso de Barcelona”.

Sin embargo, para que ello prospere es menester no repetir viejos errores. Entre los principales desafíos se encuentra generar un proyecto común, que sea percibido “de igual a igual”, no como un proyecto elaborado por burócratas europeos para los países del sur. También la capacidad de tener a disposición fondos privados como los del Banco Europeo de Desarrollo o el Banco Mundial, que permitan llevar los proyectos anunciados a hechos concretos. No se puede dejar de lado, además, el liderazgo que se necesitará para evitar las divisiones entre varios países de los mencionados, no sólo del Magreb y Medio Oriente, sino también entre los propios países europeos.

El éxito de este proyecto UM-Barcelona no sólo es clave para el desarrollo del sur y este mediterráneo, también lo es para la consolidación final de la integración europea. Para otros, como el profesor de Sciences Po en Francia, Bertrand Badie, la mera idea de la UM constituye de por sí un hecho por demás relevante. Badie asegura que esta propuesta dice mucho al respecto del “efecto de una irresolución de Europa sobre su propia identidad” y del “síntoma de una crisis real en la posibilidad de construir una diplomacia y una defensa común unificadas”.

Cabe preguntarse hasta qué punto la UM no constituye un desdoblamiento de políticas exteriores que fracasaron en la UE y que, por ende, se buscan conseguir “por afuera”. Es decir, una suerte de quiebre al proceso de integración europea.

Que los países europeos hayan decidido colocarlo bajo la esfera del Proceso de Barcelona tal vez pueda evitar que eso suceda; pues si la UM fuese exitosa, la UE se podría consolidar en su tamaño y expresión actual. Pero también es posible que un nuevo fracaso obligue a la UE a tener que decidir, de una vez por todas, ciertos temas que viene demorando como la incorporación de Turquía (y los que le seguirían).

De cualquier modo, las preguntas quedan planteadas: ¿Logrará ser esta Unión Mediterránea un revival exitoso de un viejo proyecto? ¿O más bien se convertirá en una nueva decepción para estas regiones que tanto necesitan de la cooperación mutua para solucionar sus problemas a futuro?

 

* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales. Universidad ORT- Uruguay.

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Publicado

2008-06-26

Número

Sección

Política internacional