ELECCIONES CHILE 2013: EL RETORNO DE BACHELET Y EL SUICIDIO DE LA DERECHA

Autores/as

  • Marcos Rodríguez Schiavone

Resumen

No había demasiado margen para sorpresas, y finalmente se dio lo que todo el mundo esperaba: la ex presidente Michelle Bachelet (centroizquierda) y la ex ministra Evelyn Matthei (derecha) serán las dos alternativas por las que los chilenos deberán optar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

Teniendo en cuenta las últimas encuestas, ambas candidatas lo hicieron mejor de lo esperado (un 47% y un 25% respectivamente), lo que eliminó de golpe cualquier potencial sorpresa de los candidatos “independientes” a las dos grandes coaliciones, como el izquierdista Marco Enríquez-Ominami (la gran revelación de las pasadas elecciones) y el inclasificable Franco Parisi, completo outsider de la política que siquiera se presentó a través de un partido político.

Evidentemente, la gran favorita para ganar el balotaje es Bachelet. La distancia que la separa de Matthei es enorme (su victoria es tan apabullante que se impone en las quince regiones del país) y es probable que arrastre los votos de todos los candidatos menores con la excepción de los de Parisi.

Bachelet ha presentado su candidatura a través de una nueva coalición de partidos llamada Nueva Mayoría, que une la tradicional Concertación de socialistas y democristianos con varios partidos menores, incluido el comunista, que, encantado, se subió al probable caballo ganador, algo muy conveniente dada su performance en las elecciones legislativas.

Y es que desde el momento que Bachelet proclama su candidatura, pocos se atrevieron a pensar otro escenario que no fuera el de una victoria clara. Recordemos que su primera presidencia es percibida como bastante exitosa (a pesar de algunos pequeños obstáculos como el escándalo del sistema de transporte de Santiago) y que la misma terminaría con una aprobación de más del 80%, cifra para nada despreciable en una democracia liberal latinoamericana.

Mientras Bachelet se despedía en marzo del 2010 con una popularidad estratosférica, el actual Presidente Sebastián Piñera sigue luchando con unos niveles de aprobación de su gobierno bastante bajos. Poco le sirvió el espectacular rescate de los mineros atrapados (donde se comportó como el conductor de un reality show) y su presidencia ha sido salpicada por una conflictividad social creciente. Uno de los ejemplos más claros fue el de las manifestaciones estudiantiles en pos de una educación terciaria gratuita o por lo menos accesible para las clases bajas, donde se llegaron a ver marchas inéditamente multitudinarias en contra del gobierno. Las huelgas y movilizaciones también se dieron en otros conflictos como la aprobación del proyecto HidroAysén (una serie de represas hidroeléctricas en el sur del país), la crisis magallánica derivada del aumento en el precio del gas y los eternos reclamos de la nación mapuche. Todos estos hechos tuvieron su apogeo en el 2011, “annus horribilis” para Piñera y del cual no ha sabido recuperarse, cosa que contrasta con las exitosas gestiones de Bachelet y Ricardo Lagos.

La pobre performance de Piñera sin duda tendrá algo que ver con el pésimo resultado electoral de la “Alianza” de RN (Renovación Nacional, centroderecha) y la UDI (Unión Demócrata Independiente, derecha populista), aunque probablemente no sea la principal variable a tener en cuenta.

Las elecciones primarias de la coalición dieron en su momento una victoria ajustadísima del ex ministro de Economía, Pablo Longueira (UDI) por sobre el ex ministro de Defensa, Andrés Allamand (RN). Longueira, no obstante, pronto renunciaría a ser el candidato de la derecha por sufrir de un grave estado de depresión. A toda prisa tuvo la UDI que buscar otro candidato y, finalmente, se decantaron por Matthei, entonces ministra de Trabajo.

Hija de un militar y jerarca pinochetista, Matthei representa la derecha pura y dura, y aún yace el recuerdo de su histriónica defensa de Pinochet cuando la detención del dictador en Londres, dirigiendo a los gritos manifestaciones en las embajadas del Reino Unido y España y abogando por un boicot económico contra dichos países. “Nunca defendí a Pinochet, sino a la soberanía nacional” se justificó en campaña, lo que contradicen en YouTube los noticieros de aquellos días.

Matthei y Piñera son viejos conocidos y protagonistas del delirante escándalo llamado Piñeragate. El año era 1992 y ambos eran jóvenes líderes de RN con ansias de dirigir la Alianza y, por lo tanto, ser presidenciables a futuro. Es entonces cuando se muestra al público una grabación secreta de la conversación de Piñera con su amigo Pedro Pablo Díaz (quien guardaba contactos con la prensa)sobre cómo destruir políticamente a Matthei, poniendo en evidencia (en un eventual debate o entrevista) su indecisión en cuanto a la ley de divorcio, si profesaba el catolicismo a pleno y otras inquietudes ancestrales muy propias a la derecha chilena; en palabras del propio Piñera:“(Hay que) dejarla como una cabrita chica, cierto, despistada, que está dando palos de ciego, sin ninguna solidez”.

El despropósito llegaría a su clímax cuando el público se enterara que la propia Matthei conocía la grabación de antemano y que la habría utilizado para victimizarse. El resultado: la renuncia de Matthei a RN, su huida a la UDI y la postergación por más de dos décadas de la llegada de Piñera a la Moneda.

El “amor” entre Matthei y sus ex compañeros de partido alcanzaría otro punto álgido en 1995, cuando la entonces legisladora moviera sus hilos para involucrar al Presidente de RN (y viejo enemigo) Andrés Allamand en el escándalo de acusaciones por el supuesto consumo de drogas por parte de congresistas.

La elección de la dirigente conservadora fue, por lo tanto, un poco extraña; y de hecho provocó que algunos militantes de RN solicitaran libertad de acción con tal de apoyar a otros candidatos, en particular a Franco Parisi.

Como dijimos previamente, Parisi es un completo outsider en la política, con un pasado dedicado casi exclusivamente al mundo académico, más exactamente en el plano de la economía. Su nombre se haría más conocido siendo conductor de un programa de televisión de divulgación de temas económicos. A falta de una definición ideológica concreta (¿Derecha o izquierda?), Parisi se enmarcó como un candidato pragmático cuyo principal objetivo sería el de renovar la clase política (que, si bien no es un planteamiento muy original, no deja de ser una mala propuesta, dado que el electorado chileno siempre ve los mismos nombres una y otra vez).

El otro candidato independiente a tener en cuenta era Marco Enríquez-Ominami, joven diputado quien renunciara en el 2009 al Partido Socialista con tal de presentar una alternativa “verdaderamente” izquierdista a la candidatura por la Concertación de Eduardo Frei.

En un inédito escenario con nueve candidaturas, tanto Parisi como Enríquez-Ominami eran los únicos con el respaldo necesario como para dar una sorpresa. No obstante, ambas candidaturas terminaron decepcionando, y lograron sólo un 10% y un 11% respectivamente. Teniendo en cuenta que en el 2009 los sufragios para Enríquez-Ominami constituyeron un 20%, podría decirse que el voto anti-establishment se ha quedado estancado.

Finalmente, si sumamos las otras cinco candidaturas presentadas (todas de centroizquierda o izquierda), las mismas no superan en su conjunto el 8% de los votos.

Una vez conocidos los resultados, Evelyn Matthei se dirigió a sus seguidores con estas palabras: “Estamos iniciando la segunda vuelta, sí se puede". En realidad es muy improbable que “se pueda”, ya que parece bastante inverosímil que en la segunda vuelta la candidata de la Alianza pueda captar nuevos votos. La derecha chilena en general, y la UDI en particular, deberían hacer una autocrítica en cuanto a la imposición de Matthei como candidata, lo que ha provocado un notorio suicidio electoral. Con una personalidad antipática y autoritaria (muy contraria a Piñera y Lavín en este sentido), además de contar con varios enemigos dentro de la Alianza, estaba claro que Matthei sólo podía apelar al voto “duro” de la UDI, al sector más conservador de RN y poco más. La única explicación sensata a su selección podría ser que la derecha ya diera la guerra por perdida apenas la popularísima Bachelet confirmara ser la candidata de la centroizquierda. Como dijimos antes, la pobre gestión de Piñera tampoco ha sido de gran ayuda.

Por lo tanto, podemos decir que, salvo catástrofe, Bachelet se impondrá cómodamente en el balotaje. Su segunda presidencia no supondrá grandes cambios, y sorprende la tibieza de muchas de las propuestas del programa de gobierno, que en otros países serían calificadas de centristas. Chile seguirá, entonces, por el camino que ha recorrido desde el retorno a la democracia: el de la moderación, el del cambio paulatino sin sobresaltos y el de la predominancia de las políticas de Estado por sobre las de los gobiernos.



Sobre el autor

Estudiante de Estudios Internacionales

Universidad ORT-Uruguay

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Publicado

2013-11-21

Número

Sección

Política internacional