BRASIL : ¿DEL SUEÑO AL INSOMNIO, DEL INSOMNIO A LA PESADILLA?

Autores/as

  • Sebastián Materazzi

Resumen

El Brasil ha tenido siempre una tendencia (benéfica, por cierto) a considerar su propia historia desde una perspectiva particularmente optimista. No son pocos los ejemplos en los que la manera en que ese país se autoconcibe y se representa a sí mismo terminan siendo demasiado benévolos y la realidad emerge, algo más tarde, con rasgos bastante más severos que los que la ciudadanía y los políticos del país se imaginaban.

En la última década larga, sin embargo, durante un cierto tiempo la mirada condescendiente del Brasil sobre sí mismo tuvo visos de realidad efectiva. Desde los años 2000, y en particular durante el quinquenio 2005-2010 (y a pesar de la crisis del 2008 en los EE.UU. y sus consecuencias posteriores) la economía el país creció consistentemente en el entorno de los 4.5% anuales. A esto se sumaron, como signos premonitorios de un Brasil que creía, cada vez más consistentemente, en el invento de los BRICS, el ingreso de capital internacional era masivo, los descubrimientos de importantes yacimientos de hidrocarburos sorprendieron a muchos actores nacionales e internacionales, los éxitos (y alguna que otra metida de pata) en la arena internacional que eran retroalimentados por países en situación similar (Rusia, India o China), la obtención de las sedes para la Copa Mundial FIFA y para las Olimpíadas y, sobretodo, la instalación en el mercado interno, desde más o menos el año 2005, de un dinamismo que no se había conocido en mucho tiempo.

Lo que motiva la inquietud de los analistas internacionales (y de algunos analistas brasileños que no se han dejado llevar por la autocomplacencia tradicional y casi generalizada ya mencionada) es que todo indica que las cosas se complican rápidamente desde ya hace unos cuantos meses. El sueño se tornó en insomnio hacia finales del 2012 y, en lo que va de este año, aparecen pesadillas difíciles de descartar rápidamente.

Sorprendentemente (aunque quizás no tanto si el optimismo no hubiese sido tan general), durante el año 2011 la economía brasileña redujo bruscamente su crecimiento del 4.5% al 2.7. Aunque el resultado no era catastrófico, resultaba seguramente un indicador bastante claro de que el sueño brasileño estaba con serias dificultades para mantenerse. En especial porque, al menos una buena parte de las razones del enlentecimiento mencionado estaban a la vista de todo el mundo. Un fortalecimiento desmedido de la moneda nacional tornaba las exportaciones cada vez más costosas, los déficits crónicos de la infraestructura brasileñas se fueron haciendo cada vez más notorios a medida que los volúmenes de producción que la economía generaba crecían, la ampliación del mercado interno (apoyado por una política de mejoras salariales y de formalización del mercado de trabajo que, por bien intencionada que fuese, no respetaba los ritmos de crecimiento de los otros indicadores de la economía) más el surgimiento de un “clase media” que comenzó a acceder al crédito y al consumo de manera acelerada, todo ello determinó la aparición de presiones inflacionarias que cada día se revelaban más difíciles de controlar.

El año 2012 significó ya la exposición a cielo abierto de que el sueño brasileño se había esfumado y que, de lo que se trataba de ahora en adelante, era de evitar la invasión de la pesadilla. El año pasado, el crecimiento económico cayó al 1%. Aunque varios analistas insisten en relativizar el significado de este guarismo diciendo que 1% es, en cualquier caso, “crecimiento” y no recesión, todo economista junior sabe que un 1 % de incremento del PIB en Alemania, Japón o los EE.UU. es una señal claramente positiva mientras que el mismo 1% en Brasil, México o Indonesia, no es una señal claramente positiva porque tanto las dinámicas demográficas como los déficits ancestrales en infraestructura o utilización de tecnología (léase competitividad para simplificar), son realidades específicas de muchos de los países no totalmente desarrollados. Por otra parte, el fenómeno es tanto mas inquietante cuanto países como Perú o Chile no han visto descender el dinamismo económico con tasas de inversión de arriba de 27% que hacen palidecer el 19% de la economía brasileña.

Hoy es evidente, para quien no esté cegado por el apoyo incondicional a un gobierno Rousseff que, además de seguir empantanado en las consecuencias del vergonzoso escándalo del “Mensalão”, exhibe que la dirección política del país carece de rumbo cierto, es particularmente confusa porque, entre otras cosas, no lograr entender como ni los motores del crecimiento aparentemente tan eficaces hasta hace dos años funcionan ni las razones por las que los objetivos sociales tan ansiosamente buscados no se obtienen.

No parece difícil advertir que aquellos motores del crecimiento que alimentaron el sueño están fallando de manera cada vez más obvia. La exportación de materias primas a precios muy altos está deteniéndose (y que agradezca Brasil que este enlentecimiento esté siendo relativamente gradual) porque el motor principal de esas exportaciones, la China, está tropezando con sus propios problemas. El ingreso de capital, como en muchos países emergentes, se vuelva cada vez más lento puesto que los capitales se repliegan nuevamente hacia los mercados maduros de los países desarrollados que ya dan señales de haber superado el momento más profundo de la crisis. Cabe mencionar que uno de los puntos más cuestionables de la reacción gubernamental a la detención del crecimiento económico es la aparición de fuertes medidas proteccionistas en la política comercial. Pero donde los peores signos comienzan a hacerse ostensibles es en el mercado interno y las políticas sociales.

Ante el brusco tropezón del crecimiento, el gobierno Rousseff optó por impulsar una política monetaria fuertemente laxista, reduciendo tasas de interés internas. Pero, hasta ahora, lo que ha logrado es incrementar la inflación sin que por ello el crecimiento se vea realmente fortalecido. Y ello a pesar de que el gasto público comienza a crecer a la sombra de la demanda de infraestructuras (perfectamente suntuarias en su mayoría) que requieren los eventos deportivos globales en ciernes.

Al mismo tiempo, el demencial despliegue de ayudas sociales, de subsidios a los carburantes, la electricidad, transporte, etc. y la multiplicación de proyectos de corte claramente populista y demagógico cuyos efectos serán muy poco significativos, tanto en el frente económico como en el social retroalimentan la inflación sin concretar el archimanido slogan “del cambio social” pero comenzando ya a hipotecar el equilibrio fiscal.

La desigualdad social en el Brasil sigue siendo esencialmente la misma aunque el gobierno clame por “una disminución de la pobreza”. El 1% de la población brasileña concentra el 45% del ingreso y, aun hoy, más de 10 millones de personas carecen de una habitación que merezca el nombre de tal.

Todo indica que, aunque el Brasil del futuro no ha de ser igual al de antes del año 2000, tampoco es plausible creer que el país ha conseguido superar los problemas estructurales de su subdesarrollo. Mientras las élites políticas no abandonen los reflejos populistas tan abundantes en América Latina, este gran y promisorio país seguirá siendo incapaz de consolidar cifras y modalidades de crecimiento como supieron hacerlo, en su momento, un buen número de países del Asia, como Corea del Sur, para no mencionar más que un ejemplo.

Sobre el autor

Licenciado en Ciencias Políticas
Master en Desarrollo Económico
Université de Paris I Sorbonne (Panthéon)

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Publicado

2013-11-21

Número

Sección

Política internacional