EL ESCRITOR COMIDO - Entrevista de Alejandro Ferreiro a Sergio Bizzio

Autores/as

  • Natalia Almada

Resumen

Antes del 25 de octubre, Alejandro Ferreiro y Sergio Bizzio nunca se habían visto. Nunca antes habían hablado. El primero es periodista. El segundo, escritor de ficción. Ya te conté los convocó al cuarto encuentro sobre narrativas recientes del Río de la Plata, para que Ferreiro –uruguayo- entrevistara a Bizzio –argentino-.

En algún momento, durante la tarde del 25 de octubre, mientras los organizadores se ocupaban de los últimos detalles, Bizzio y Ferreiro se cruzaron. Sin embargo, evitaron conversar: querían descubrirse durante la entrevista.

“Una conversación es siempre una situación de riesgo”, comenzó diciendo el periodista. Mucho más, si tiene lugar delante de otros, como en este caso. Bizzio y Ferreiro asumieron el riesgo: conversaron y, en alguna medida, se descubrieron. Los dos. Porque el estilo de Ferreiro no es el de quien tira una pregunta como un dardo y luego se aleja. Su propuesta es otra. Y en ese ir y venir de las palabras, ambos, entrevistado y entrevistador, quedan por momentos al descubierto.

AF: ¿Qué significa para ti, como creador, haber nacido en la provincia de Buenos Aires? ¿Se refleja de alguna manera en tus obras?

SB: Nací en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. No sé exactamente qué se filtra de eso en lo que hago. Tengo la sospecha de que tiene que ver con la libertad. Cuando era chico, vivía en una calle de tierra. Recuerdo que en el verano, con mis amigos pasábamos horas con los pies en el barro, cazábamos mariposas, salíamos solos muy temprano y volvíamos de noche. No había peligro, no había riesgo. Supongo que algo de eso influyó en mi modalidad de escritor.

AF: Y esa libertad con la que creciste, esa posibilidad de alejarte sin peligro de tu familia, ¿tuvo algo que ver con la imaginación? Porque a la hora de crear, parece que te resulta muy natural aventurarte en nuevos territorios. En tus libros ocurren cosas delirantes: por ejemplo, una persona va caminando y de repente pisa dos caracoles, justo en el momento en que los dos caracoles estaban hablando. Entonces aparece el diálogo entre los dos caracoles…

SB: Soy un escritor vagabundo. Nunca, o casi nunca, tengo una historia completa en la cabeza antes de sentarme a escribir. Arranco con una frase, con una escena, con un título, o con el apellido de un personaje, por ejemplo. En Borgestein, una novela que publiqué el año pasado, lo primero que tuve fue eso, el apellido. No era nada. Pero así empezó. Porque era Borges, y también era stein, que significa piedra. La novela cuenta la historia de un hombre que abandona todo y se va a vivir a una casa en una montaña, en un lugar paradisíaco, al lado de una cascada maravillosa. Pero pronto, el ruido constante del agua golpeando en la hoya comienza a resultarle insoportable. Para silenciar la cascada, decide llenar la hoya con piedras. En esta historia de un hombre que lucha contra el sonido del agua, el “stein” tiene un sentido. Todo se va articulando. La única novela que tuve casi completa en la cabeza antes de comenzar a escribirla fue Rabia. Paradójicamente, me dio mucho trabajo empezar. Me resulta mucho más fácil cuando no tengo armada la historia en mi cabeza. Porque si está redondita y armada, ¿dónde está el principio? Es muy difícil encontrarlo.

AF: Hay una escena, en Animalada, una película que escribiste y dirigiste, que me impactó. En un momento, el protagonista le dice a una oveja: “Yo fui un niño como todos. Pero feliz”. En esa especie de sentencia, se describe la psicología del personaje. ¿Fuiste un niño feliz?

SB: Absolutamente.

AF: ¿Podés contarnos qué es la felicidad para un niño como vos?

SB: ¡Estoy tan lejos!

AF: ¿Estás tan lejos? De la niñez, puede ser. Pero de aquella felicidad, ¿también?

SB: No, yo la pasé muy bien. Ahora los chicos no pueden andar solos en la calle. Nosotros andábamos solos todo el tiempo. Cuando tenía siete años, por ejemplo, recuerdo que con mis amigos juntábamos colillas de cigarrillos, nos íbamos al río y las fumábamos. Juntábamos maderas, piedras. Era una vida de vagancia pura.

AF: Esa vagancia es también una forma de estar escondido. En toda actividad creativa, hay un momento muy potente: el de la soledad. Aunque estés rodeado de gente. En mi caso, ese momento siempre está asociado a una imagen, en la que me veo subido a un árbol y veo cómo me buscan mis padres. Y los veo equivocarse. No había ninguna perversión de mi parte, era más bien algo inocente. Ese momento de soledad, a la hora de crear, es muy importante para mí. ¿Se puede escribir sin estar solo?

SB: Yo no puedo.

AF: ¿Cómo es el proceso creativo en tu caso? Quizás para alguien que nunca se haya escondido de sus padres, o que nunca se haya ido a las diez de la mañana y haya vuelto a las seis sin que sus padres se preocuparan, el estar ocho horas escondido atrás de una computadora pueda resultar una experiencia extraña.

SB: Yo necesita estar solo para escribir. Pero al mismo tiempo, es una soledad que se interrumpe. Soy una combinación, mitad y mitad, de haragán y trabajador. Cuando tengo algo entre manos, trabajo mucho. Me levanto a las cinco o seis de la mañana. Me despierta lo que estoy haciendo. Pero durante ese día de trabajo, también hago otras cosas: salgo, doy una vuelta en bicicleta. Sin embargo, el estado más uniforme y continuo es el de la haraganería, cuando no tengo nada entre manos. Y es también el más desesperante. Asocio la libertad al encierro, más que al momento en que no estoy haciendo nada.

AF: ¿Sos un tipo que la pasa bien?

SB: La paso bien cuando hay cosas que me atrapan. Cuando una historia se me impone, y soy solo una especie de médium que estoy ahí para tipear. Ahí la paso bien.

AF: ¿Se puede ser director de cine y pasarla bien?

SB: Sí, por supuesto.

AF: Porque en general se cree que el trabajo del director de cine no es sencillo, que tiene que manejar a una cantidad de gente…

SB: Sí, claro, es el trabajo opuesto al del escritor. La literatura es una práctica absolutamente solitaria y el cine es un trabajo que se hace en equipo. Pero se puede pasar bien o mal en cualquiera de las dos actividades. Yo tengo una teoría: a mí me parece que es mucho más difícil escribir una novela que hacer una película. Y mucho más caro. Cuando uno escribe una novela está solo y tiene que decidir los nombres de los personajes, el decorado, la escenografía. Cuando uno hace una película, trabaja con un equipo y hay una relación de ida y vuelta con esas personas. Hay una contención. En la literatura esa contención no existe. Y con respecto al costo, para la película hay un presupuesto con el cual manejarse. La gente del equipo cobra un sueldo. Un escritor, por el contrario, pasa un año escribiendo, sin hacer dinero. En cambio, un director de cine pasa un año haciendo lo que le gusta y gana un sueldo. Por eso creo que escribir una novela es más difícil y más caro que hacer una película.


Sergio Bizzio es narrador, poeta, dramaturgo, director de cine y músico. Escribió, entre otros, Gran salón con piano (poesía), Son del África (novela), Más allá del bien y lentamente (novela), Planet (novela), Gravedad (novela), En esa época (novela), Rabia (novela), Realidad (novela), El escritor comido (novela), Borgestein (novela). Dirigió: No fumar es un vicio como cualquier otro, Animalada, El disfraz, Bomba. Como guionista: No fumar es un vicio como cualquier otro, XXY, El regreso de Meter Cascada, El disfraz, Adiós querida luna, Animalada, Chicos ricos.

Alejandro Ferreiro es periodista y escritor. Trabajó en varios medios de prensa, radio y televisión. Desde 1998 y hasta 2006 dirigió el programa Planetario en radio El Espectador. En 2007 condujo el periodístico Dos Veces Uno, que se emitió en TvCiudad y en Televisión Nacional. Publicó las novelas: Pórtland, Algo que flota, Todo lo quieto sueña moverse, Lo que se olvida también se gana, El arte del Parpadeo, Pavura.

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Publicado

2013-11-21

Número

Sección

Culturales