Durmiendo con el enemigo

Autores/as

  • Germán Clulow

Resumen

Cervantes dijo que donde una puerta se cierra, otra se abre. Debió aclarar que siempre ayuda que vuestro cerrajero amigo sea uno de los hombres más poderosos del mundo. Así deben pensarlo Marine Le Pen y otros tantos dirigentes de partidos europeos de extrema derecha, agradecidos por el nuevo maná financiero proveniente de una Rusia aparentemente deseosa de estrechar vínculos políticos con los “renegados” de la política europea.

La revelación data del 22 de noviembre, cuando una fuente periodística francesa, Mediapart, confirmó que el Front National de Marine Le Pen recibió un préstamo por 9 millones de euros de un banco ruso, la First Czech-Russian Bank. Esto fue confirmado por los dirigentes del FN, que adujeron que ningún banco francés accedió a prestar dinero para la financiación del partido, práctica a la que recurren normalmente todos los partidos políticos en Francia. Varias pistas extranjeras habrían sido exploradas para conseguir financiamiento, pero la opción rusa fue finalmente privilegiada. No ha de extrañar si consideramos que desde hace años el FN ha estrechado sus vínculos con importantes dirigentes rusos, que Marine Le Pen dice admirar a Vladimir Putin y que dentro de la UE los apoyos más fervientes a la política rusa en el diferendo con Ucrania provienen de los partidos de extrema derecha. La transacción se habría llevado adelante gracias a la intermediación del eurodiputado del FN Jean Louis Schaffhauser y el diputado de la Duma (cámara baja del parlamento ruso) Alexandre Babakov, ex jefe del partido nacionalista Rodina y una de las 50 primeras fortunas de Ucrania.

El 26 de noviembre Mediapart fue aún más lejos anunciando que los 9 millones serían tan sólo el primer giro de un préstamo equivalente a 40 millones de euros. Esta información ha sido categóricamente desmentida por Marine Le Pen. Coincidencia o no, en octubre de este año el tesorero del FN, Wallerand de Saint-Just, estimaba que para poder lanzar y competir en las elecciones legislativas de 2017, el partido necesitaría entre 35 a 40 millones de euros. Jean Marie Le Pen, fundador del FN, recibió igualmente un préstamo de 2 millones de euros para su micro partido Le Cotelec, asociación destinada supuestamente a promover la “imagen y acción del líder Frentista”, pero que no sería más que una fachada para recaudar fondos para financiar al FN. Este préstamo le fue otorgado por una sociedad chipriota en manos de Yuri Kadimov, un ex agente de la KGB y del FSB, reconvertido en banquero de negocios.

Conviene aclarar que el préstamo recibido por el FN en nada es ilegal, ya que se trata de un préstamo y no de una donación. Sí podríamos interrogarnos sobre un posible conflicto de interés o la injerencia de una potencia extranjera en los asuntos de un determinado partido político. De manera bastante irónica, el 19 de noviembre el parlamento ruso aprobó una ley que prohíbe toda financiación extranjera de los partidos rusos, provenga ésta de Estados, instituciones, ONG´s o individuos y hasta de entidades rusas cuya parte del capital extranjero sea superior a 30%. El apoyo financiero ruso no se limitaría únicamente al FN francés. El diario alemán Bild denunció igualmente que el Kremlin estaría subsidiando al partido euroescéptico alemán AfD. En Hungría y en Lituania las autoridades están investigando el financiamiento ilícito ruso. El Jobikk, partido de extrema derecha húngaro, es acusado de espiar a la UE a través de su eurodiputado Bela Kovacs a cuenta de Rusia. Kovacs fue uno de los pocos eurodiputados en votar a favor de la legalidad del referendo de autodeterminación en Crimea.

Pero la conexión Rusia-Extrema Derecha va mucho más allá de la simple financiación a través de instituciones, bancos privados o posibles donaciones secretas. Varios líderes políticos rusos no tienen inconveniente en demostrar públicamente su apoyo a los partidos euroescépticos, nacionalistas, neo fascistas, neo populistas, etc. Así sucedió el 29 de noviembre en el XV Congreso del Front National, donde uno de los invitados de marca fue Andreï Issaïev, vicepresidente de la Duma y miembro de Rusia Unida, el partido de Vladimir Putin. Frente a una asamblea compuesta por otros líderes de extrema derecha europeos (Geert Wilders del PVV holandés, Matteo Salvini por Lega Nord o Hans Christian Strache del FPÖ austríaco), el diputado ruso fustigó a una “UE dirigida por funcionarios desconocidos, títeres de los EEUU”, criticó el golpe de Estado inconstitucional en Ucrania contra el presidente Yanukovych y subrayó la injusticia de las medidas económicas adoptadas contra Rusia. En complemento, Marine Le Pen defendió la idea de una “Europa que se extienda desde el Atlántico a los Urales, no de Washington a Bruselas” y de crear una “nueva cooperación entre las naciones”. El consenso general entre los participantes fue demostrar claramente su rusofilia, expresar un antiamericanismo profundo y rechazar de pleno la inmigración y la manipulación ideológica por parte de las élites multiculturales.

Al estrechar los vínculos con los partidos de extrema derecha, el Kremlin persigue una doble estrategia. En primer lugar y como consecuencia del auge electoral de estos partidos en varios países europeos, el gobierno ruso ha encontrado defensores que cuentan con un legítimo respaldo electoral. En efecto, no es lo mismo que un oscuro partido neo fascista proscrito aporte su apoyo a Putin a que lo haga un partido que cuenta con cerca del 20% de respaldo popular, como puede ser el FN, el FPÖ o el Partido por la Libertad holandés. Este apoyo a la causa rusa se ha cristalizado en particular en el seno del Parlamento Europeo, donde los partidos de extrema derecha y euroescépticos han ganado varias bancadas en las últimas 2 elecciones. Así, partidos como el FN, el PVV, el FPÖ, el Vlaams Belang (Bélgica), Lega Nord, Jobikk, Ataka (Bulgaria) son los principales (y casi únicos) defensores de la política rusa en Crimea y en Ucrania y opuestos a las diferentes sanciones que la UE ha adoptado contra Rusia. El segundo pivote de la estrategia rusa de apoyo a los partidos de extrema derecha podría definirse como de desestabilización interna. Al apoyar y financiar estos partidos, muchos de ellos anti-sistémicos, se debilita al mismo tiempo el tejido institucional y la estabilidad del sistema de partidos. Claramente, al favorecer y fortalecer al FN, Rusia debilita tanto a la derecha conservadora como a la izquierda tradicional francesa. El éxito de los Le Pen, Wilders y compañía se construye a expensas de los partidos pro-sistema y gubernamentales.

Más allá de esta estrategia de apoyo que puede no ser más que una respuesta pragmática y calculadora por parte del Kremlin, resultado del conflicto sobre el dossier ucraniano, lo que debe realmente alertarnos es que innegablemente existe una “conexión autoritaria, anti-europea y anti-liberal” entre Rusia y los partidos de extrema derecha. No debemos engañarnos, la Europa de Le Pen es la misma Europa de Wilders, Farrage, Strache y tantos otros, pero si la visión puede ser compartida, la lógica marca que la solución final no puede más que llevar a la división, a la desconfianza y al conflicto. Lo que los líderes populistas y de extrema derecha no quieren ver (o más probablemente no se atreven a decir), es que el problema fundacional de esta alianza de partidos que dicen compartir una visión común de una misma Europa, es que la Europa con la que sueñan jamás estará unida, ya que descansa precisamente sobre principios excluyentes como el nacionalismo, la preferencia nacional, el proteccionismo y chauvinismo económico, la exclusión cultural y el rechazo de toda forma de supranacionalismo. Me gustaría saber entonces cómo es posible “compartir” una visión que lleve a la “cooperación entre las naciones” cuando el único proyecto común es el odio recíproco. Los partidos nacionalistas y autoritarios, por definición ontológica, no pueden ser más que aliados circunstanciales (y tambaleantes), jamás socios plenos en la construcción de una comunidad de naciones. Una Europa del Atlántico a los Urales que descanse sobre los principios pregonados por Le Pen no es más que una farsa irrealizable y antinómica, mas no deja de ser una idea peligrosa.

Sin embargo, los partidos de extrema derecha harían bien en desconfiar de la mano tendida de Putin y de los “regalos” del Kremlin. Putin puede ser tan generoso como fríamente calculador. De subsidiar el gas ucraniano y considerar a Ucrania como un aliado estratégico y comercial privilegiado, pasó primero a llevar adelante la anexión de Crimea y luego a implementar una guerra “semi-encubierta” destinada a desestabilizar a Ucrania y recuperar de paso algún que otro territorio a vocación separatista. En los últimos tiempos, además, el ejército ruso ha aumentado el número de ejercicios militares y de “provocaciones” frente a sus vecinos territoriales y a las fuerzas de la OTAN. Un reporte británico (Dangerous Brinkmanship) de noviembre menciona más de 40 incidentes “altamente preocupantes” que involucran fuerzas rusas y de la OTAN, como sobrevuelos agresivos de jets rusos sobre barcos de la OTAN, un ataque simulado de bombarderos rusos sobre la isla danesa de Bornholm, la penetración de navíos de guerra rusos en las aguas territoriales lituanas en situación de simulacro real, etc. Estos ejercicios tendrían varios cometidos, entre otros desincentivar a Finlandia y Suecia de unirse a la OTAN e intimidar a los Estados bálticos y darles a entender que la OTAN no podrá defenderlos.

Los partidos de extrema derecha deberían comprender igualmente que el eje de la política rusa pasa en este momento por un fortalecimiento de los vínculos con Asia, y en particular con China. Asimismo, una normalización futura de las relaciones entre los gobiernos de la UE con Moscú, como es de esperar una vez solucionada la crisis ucraniana, conducirá probablemente al Kremlin a retirar, por lo menos de manera pública, su apoyo a los partidos de extrema derecha a fin de retomar un diálogo más cordial con los partidos gubernamentales. Por lo tanto, más allá de ciertas sintonías ideológicas que indudablemente existen, los aliados de hoy podrían tranquilamente dejar de serlo mañana.

Es imposible concluir este artículo sin referirse al conflicto entre Rusia, la UE y los EE.UU. La historia europea de los últimos 60 años nos enseña que la integración europea se ha edificado sobre la cooperación y, punto fundamental, el respeto del derecho y de las instituciones. Si la Unión Europea es el proceso de integración política más avanzado que ha conocido la historia reciente, es precisamente porque el recurso a la violencia y a la fuerza nunca ha sido un argumento válido al interior de sus fronteras. El entendimiento y aceptación de este principio básico y fundacional por parte de todos los miembros de la UE es lo que ha permitido el éxito de este proceso. Pero no hemos de engañarnos, si esta comunidad “kantiana” de naciones, fundada antes que nada sobre la subordinación al derecho internacional, ha crecido y se ha expandido hasta los límites mismos de Europa, es en gran parte porque durante 50 años las “cañoneras“ y los misiles estadounidenses desincentivaron a aquellos que hubieran querido extender sus fronteras más allá de la Cortina de Hierro. El problema actual es que si hoy en día Putin se comporta en ciertos aspectos como un líder soviético de los 70 y la UE sigue aferrándose al Rule of Law, el tercer actor en discordia sufre de un grave trastorno de identidad disociativo.

¿A qué me refiero con esto? Es muy simple: mientras que Putin habla como un Liberal (respeto del derecho, consolidación de procesos democráticos, mano tendida y cooperación entre naciones) y actúa como un Realista, su contraparte Obama habla como un Realista pero actúa como un Liberal (¿debo acaso recordar el asunto de la “línea roja” y las armas químicas de Bashar al-Assad?). Los filósofos políticos pueden discutir durante siglos sobre si el mundo es mejor y más seguro bajo principios realistas o liberales (¿existe acaso otra discusión relevante en las Relaciones Internacionales?), pero donde todos estarán automáticamente de acuerdo es que un escenario global que combina una (ex)superpotencia regida por principios Realistas y una por principios Liberales es sin duda la opción más explosiva e inestable posible. No se trata aquí de debatir sobre concepciones opuestas de la naturaleza humana, mas de entender qué reacción debe adecuarse a cada acción. En la medida en que Rusia siga haciendo gala del recurso a la amenaza a la fuerza, la respuesta no puede ser más que igualmente proporcional a la amenaza percibida. El fracaso en entender esta lógica básica del accionar ruso es lo que ha permitido a Putin ganar espacios y consolidar su situación internacional y doméstica. Putin ha acusado a los occidentales de aplicar un nuevo containment contra Rusia, y declaró que Rusia no teme ni cederá ante el uso de la fuerza. Putin puede dormir tranquilo, Rusia no tiene nada que temer.

Biografía del autor/a

Germán Clulow

Germán Clulow es Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad ORT Uruguay, Master en Ciencia Política por la Université de Genève – Suiza, Master en Estudios de Desarrollo por el Instituto de Altos Estudios Internacionales y de Desarrollo (IHEID-The Graduate Institute) Ginebra, Suiza, y Candidato a Doctor en Ciencia Política por la Universidad Libre de Bruselas (ULB).

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Publicado

2014-12-11

Número

Sección

Política internacional