¿POR QUÉ FALLAN LAS NACIONES?
Resumen
Un libro largamente esperado finalmente salió al mercado, se trata de Why Nations Fail de Daron Acemoglu y James Robinson. Ambos junto a otros economistas y politólogos hace aproximadamente 15 años vienen trabajando en una línea de investigación que ha resultado ampliamente fructífera; el retorno a la economía política de los clásicos, en la mejor tradición de Adam Smith.
Esto no significa desdeñar los aportes de la escuela neoclásica ni la teoría del valor subjetivo ni ninguno de los avances de la ciencia económica en los últimos 200 años, pero hay en este trabajo un sano retorno a la integración del análisis de las instituciones políticas y económicas sin lo cual ninguna de las dos resulta comprensible.
Otro punto a favor del trabajo, poco frecuente entre los trabajos de académicos prestigiosos como en este caso son Acemoglu del MIT y Robinson de Harvard, es que es un libro excepcionalmente bien escrito y diseñado. Los argumentos surgen con fluidez y los casos expuestos demuestran la erudición de los autores, todo sin caer en tecnicismos.
Estamos sin dudas ante un libro que será ampliamente comentado y discutido porque va al fondo y con contundencia a la misma pregunta que se planteó Smith en 1776: ¿por qué algunos países son ricos y otros son pobres? Los autores descartan algunas hipótesis, como el determinismo geográfico, la ignorancia de cuáles son las mejores políticas o la herencia cultural. Pese a que las dos primeras aún encuentran defensores los argumentos en su contra son abrumadores. La geografía puede haber jugado algún papel en algunos contextos específicos en el pasado, pero ya no. A su vez es claro que no es la ignorancia de los gobiernos lo que lleva a que se tomen malas decisiones de política económica. Quienes las toman suelen tener presente quiénes son los ganadores y los perdedores… o terminan siendo expulsados de sus cargos.
En cambio el descarte de la tesis culturalista parece demasiado apresurado. Es más, ellos mismos le dan validez en algunos casos. Si bien es claro que no es lo mismo afirmar que el determinante último del crecimiento económico es la cultura, en tanto normas de conducta generalmente aceptadas, hábitos de la población, sus creencias, etc., que las instituciones, en tanto marco legal, reglas de juego y sistema de premios y castigos formales, a veces el tema se vuelve una cuestión de definiciones. Por ejemplo, para Douglass North en su clásico Institutions, institutional change and economic performance, las instituciones refieren siempre a los aspectos formales, para Lawrence Harrison en The Central Liberal Truth la cultura es entendida como los hábitos y costumbres, mientras que para Avner Greif en Institutions and the path to modern economy, las instituciones se definen en sentido amplio, abarcando también aspectos culturales. Al repasar investigaciones recientes en estos temas siempre es necesario prestar atención a la definición que el autor da a cultura e instituciones, porque a veces las diferencias entre estas teorías no son tantas, porque en definitiva es claro que las instituciones de un país son fuertemente influenciadas por su cultura pero a la vez cambios institucionales pueden conducir a cambios culturales.
Para Acemoglu y Robinson las instituciones son el fundamento del crecimiento económico. En particular, el crecimiento económico sostenido en el tiempo sólo puede darse cuando se combinan instituciones políticas inclusivas en lo económico y en lo político. En términos algo más simples, aunque saliéndose del lenguaje de los autores, cuando se combina la libertad política y la económica. Por el contrario, el peor escenario sería aquel en que existen instituciones políticas y económicas extractivas, lo que permite que una elite controle a la sociedad a través de un arreglo institucional que le permite acumular riqueza y perpetuarse en el poder.
¿Puede existir crecimiento con instituciones económicas extractivas? Sí, pero no por mucho tiempo. Los autores utilizan varios ejemplos, uno de los más conocidos el de la antigua Unión Soviética. Al comienzo al trasladar compulsivamente personas del agro a la industria se aumenta su nivel de productividad y la economía crece (en este caso además con 6 millones de muertos por el hambre provocada, costos colaterales para el comunismo). Pero luego tanto la industria y el agro tienden a estancarse porque se impide el funcionamiento del mercado que es, fundamentalmente como lo llamó el economista austríaco Joseph Schumpeter, un proceso de creación destructiva. Sin mercado, sin oportunidades y reglas de juego que permitan que la gente cree, invierte, arriesgue y gane o pierda, no se produce el desarrollo tecnológico sin el cual el crecimiento se vuelve insostenible. Vale decir, se crece mientras se pueda incorporar tecnologías ya inventadas, pero incluso allí la productividad va a ir disminuyendo por la falta de incentivos, como también ejemplifica el caso soviético. Acemoglu y Robinson no son optimistas respecto a las perspectivas de la economía china, a la que ven en un proceso de crecimiento de corto plazo, que tendrá severas dificultades para procesar los cambios indispensables hacían instituciones más inclusivas.
Los autores presentan algunos casos que muestran como efectivamente las instituciones tienen un peso decisivo en la riqueza de las naciones. Uno particularmente impactante, casi un experimento de laboratorio, lo constituye la experiencia de las dos Coreas. Antes de la guerra al existir un solo país tenían el mismo grado de desarrollo, la misma cultura, la misma geografía, etc. Al quedar divididas en dos por el paralelo 38, al norte la comunista y al sur la capitalista, fue como dividir una población homogénea en dos muestras sometidas a una variable de control: distintas instituciones. El resultado, Corea del Sur se desarrolló mientras Corea del Norte se estancó. Hoy la primera tiene un nivel de vida diez veces superior a la segunda.
Los autores también analizan distintos casos en que pequeñas diferencias y aspectos coyunturales críticos desencadenaron cambios institucionales impredecibles. La peste negra en Europa llevó a mayor libertad personal en el oeste mientras que condujo a un reforzamiento de las instituciones feudales en el este. La impredecible derrota de la Armada española frente a las fuerzas navales inglesas en 1588 que abrió el comercio oceánico y condujo a la acumulación de riqueza por parte de comerciantes británicos es una de las causas que explica la Revolución Gloriosa de 1688. Vale decir, para los autores hay poco determinismo en la historia, y la realidad tal como la conocemos puede ser el resultado de pequeñas diferencias iniciales y sucesos históricos impredecibles.
Estamos entonces frente a un libro fascinante, que vale la pena leer y releer. La tesis de los autores no es necesariamente compartible en su totalidad, pero está bien fundada y merece tenerse en cuenta. No sólo se aprende de la experiencia histórica de decenas de sociedades a lo largo de casi toda la historia de la humanidad, también queda evidenciada la importancia que cambios institucionales pueden tener para sacar a un país de su modorra. Y eso es esperanzador. Ningún país está condenado a la pobreza, ni ninguno tiene su futuro asegurado. Depende de la acción de los hombres que lo construyen, día a día, aún cuando no tengan conciencia de las consecuencias de sus actos. También queda claro que el determinismo del materialismo histórico marxista fue hecho añicos y hoy la realidad es exactamente la opuesta a la que predijo el autor de El Capital. Los países dónde los trabajadores viven mejor son los más capitalistas y donde prima una mayor libertad económica. Y la economía es hija de la política, que no al revés como pensaba Marx. Es hora de tenerlo en cuenta.
*Licenciado en Economía.
Director Instituto Manuel Oribe
Vice Presidente Fundación Libertad
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