ALGO SOBRE TEATRO

Autores

  • Angelita Parodi de Fierro

Resumo

Este artículo no pretende dar una visión de lo que es el teatro desde una altura abarcadora y sistemática, con la pretensión de una teoría unívoca y definitiva. Parte de un punto de vista modestamente personal, como cosa vivida y disfrutada. Y como producto de un gusto, más que de una vocación.

Tengo ante mí un programa de un viejo teatro hace ya años desaparecido: Teatro Palacio Salvo, hoy convertido en playa de estacionamiento. Entre otros papeles amarillentos por el paso del tiempo, surge el verde pálido de “Distinto” de Eugenio O’ Neill, que se representó en 1967. En su reparto figuré como Ema Crosby, la protagonista que fuera antecedente de otras figuras femeninas con su misma carga trágica. Yo pertenecía a un grupo de teatro independiente y se me dio la oportunidad de interpretarla.

Partir de este hecho particular puede motivar una reflexión más detenida sobre ese factor humano: los intérpretes.   En todo intérprete teatral, actor, actriz, cantante, hay un aspecto de su personalidad que comporta, ciertamente, un gusto por exhibirse, mostrarse. Pero no tal cual es, sino transfigurado en otro, sometiéndose a una trama ajena, la del autor de la obra, asumiéndola en cierto grado como un plan de vida propio. 
En el escenario soy yo, como la persona que se manifiesta en el mundo cotidiano. Al mismo tiempo estoy en mi condición de actriz, en uso de las técnicas útiles para mi actuación y obediente hasta cierto punto a las “marcaciones” del director.

Esa condición se mezcla con la de la persona real, esa que se comporta en general sin máscara –aunque por lo menos algunas veces usa alguna– y que se rebela cuando disiente de la concepción que tiene el director del personaje. Esa tercera figura ha de erigirse, desde mi cuerpo, en protagónica presencia, la de Ema Crosby, en este caso que ahora recuerdo. Personaje de papel, integrada, en el juego escénico, a un mundo propio que no es el mío, pero que asoma en la letra de su discurso. Yo debo sugerir por el tono que doy a los parlamentos respectivos y por la gesticulación que los acompaña: mundo tan complejo como el real, y que puede someterse al análisis de un crítico o de un psicólogo, o un mero espectador.

El actor o la actriz se encuentra enfrentado o rodeado (según su espacio sea el de un teatro frontal o uno circular) por un público –¿otro personaje? – atento a lo que ocurre en ese mundo ficticio constituido por la “puesta en escena” de la obra. Los actores dialogan entre ellos directamente, pero a la vez, como de soslayo, deben dirigirse a ese público. Deben cuidar la emisión de la voz, la impostación necesaria para que sea audible hasta la última fila de los niveles propios de la sala. La pronunciación debe ser “clara y distinta” de modo que se entienda hasta la última sílaba, algo que frecuentemente olvida conferencistas, locutores, e incluso actores si no se controlan ellos mismos o el director no está atento.

Cuando interpreté a  Ema Crosby me preguntaba en qué categoría me ubicaría Diderot si pudiera verme. Transcribo de la Introducción a su “Paradoja sobre el comediante” (Classiques Garnier,1959): “Je pretends que c’est la sensibilité qui fait les comediens médiocres; l’extrême sensibilité les comediens bornés (limitados); le sens froid et la tête, les comediens sublimes”. Tal vez tenga algo de las tres característiscas, en cuanto simpatizo con los sentimientos de Ema y en cuanto no exagero su expresión. Y trato de entender cuanto en ella virtualmente pasa por el sentimiento, las ideas, los prejuicios y la frustración. Aunque mi actuación fuese aprobada por el público y la crítica, podría agregar que “sublime, no tanto”.

¿Es el teatro imitación de la vida? ¿Mímesis engañosa (Platón), mímesis elevada averosimilitud, en tanto que, más filosófica que la historia, ordena racionalmente los hechos que en ésta transcurren más azarosamente, sustituídos por hechos tal como podrían o deberían suceder (Aristóteles)? ¿Es juego?

Otras preguntas aún esperan tratamiento y respuesta: Si el arte teatral es un fenómeno estético ¿vale reducirlo a mensaje panfletario o pretendidamente sociológico? Y ¿qué pasa con el espacio escénico, servido por la luminotecnia, el sonido, la utilería, detrás de los cuales hay otros personajes que contribuyen al juego trabajando sin jugar? ¿Vale tratar de romper la distancia entre ese “heterocosmos” y el espectador, como si la contemplación fuera solo pasividad? Vuelvo a pensar en Gadamer, cuya concepción merece un capítulo aparte, y corto ya este artículo para no abusar, justamente, del espacio de estas páginas.

*Actriz y directora teatral
Miembro de la Academia Nacional de Letras
Maestra, profesora de Filosofía, cofundadora del
 Círculo de estudios Filosóficos del Uruguay (CEFU)

Publicado

2011-05-19

Edição

Seção

Culturales